Divina

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domingo, 13 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 108


Pedro

Me paso la mañana entera como un muerto viviente. No recuerdo haber ido a la primera clase, y empiezo a preguntarme por qué me molesto siquiera.

Cuando voy a cruzar por delante del edificio de administración, veo a Nate y a Logan al pie de la escalera. Me pongo la capucha y paso por su lado sin mediar palabra. Tengo que largarme de este sitio como sea.

Sin embargo, cambio de opinión y doy media vuelta y subo la empinada escalinata hasta el edificio principal. La secretaria de mi padre me recibe con la sonrisa más falsa que he visto en mucho tiempo. —¿Puedo ayudarte?

—He venido a ver a Ken Alfonso.

—¿Habías pedido cita? —me pregunta la mujer con dulzura, sabiendo perfectamente que no. Sabiendo perfectamente quién soy.

—Está claro que no; ¿está ahí mi padre o no? —inquiero a la vez que señalo la pesada puerta de madera frente a mí. El cristal ahumado del centro hace difícil saber si está dentro.

—Está ahí, pero está en mitad de una videoconferencia ahora mismo. Si te sientas, te...

Paso por delante de su mesa y voy directo a la puerta. Cuando giro el pomo y abro, mi padre se vuelve para mirarme y levanta un dedo tranquilamente para pedirme que le dé un segundo.

Como el educado caballero que soy, pongo los ojos en blanco y me siento delante de su mesa.

Tras otro minuto, más o menos, mi padre devuelve el teléfono a su sitio y se pone en pie para saludarme.

—No te esperaba.

—Yo tampoco esperaba estar aquí —admito.

—¿Algo va mal?

Su mirada va de la puerta cerrada a mi espalda y a mi cara de nuevo.

—Tengo una pregunta —digo finalmente.

Apoyo las manos en su escritorio de madera de cerezo casi granate y lo miro. Veo manchas oscuras de barba incipiente en su cara, lo que me deja claro que lleva días sin afeitarse, y la camisa blanca tiene los puños algo arrugados. Creo que no lo había visto llevar una camisa arrugada desde que me vine a vivir a Estados Unidos. Es un hombre que va a desayunar con un chaleco de punto y unos pantalones recién planchados.

—Te escucho —dice él.

Hay mucha tensión entre nosotros pero, a pesar de ello, tengo que hacer un esfuerzo para recordar el profundo odio que llegué a sentir una vez por este hombre. Ahora no sé qué sentir por él. No creo que sea capaz de perdonarlo nunca del todo, pero mantener toda esa rabia hacia él me consume demasiada energía. Jamás tendremos la relación que tiene con mi hermanastro, pero digamos que es agradable que cuando necesite algo de él intente hacer todo lo que pueda por ayudarme. Aunque la mayoría de las veces su ayuda no me lleva a ninguna parte, de alguna forma valoro su esfuerzo.

—¿Cómo de complicado sería para ti trasladar mi expediente al campus de Seattle? Mi padre levanta una ceja con dramatismo.

—¿En serio?

—Sí. No quiero tu opinión, quiero una respuesta.

He dejado claro que mi repentino cambio de parecer no es discutible.
Me mira con detenimiento antes de responder.

—Bueno, eso retrasaría tu graduación. Lo mejor sería que te quedaras aquí lo que queda de trimestre. Para cuando hayas pedido el traslado, te matricules y te mudes a Seattle no habrá valido la pena el lío y el tiempo... logísticamente hablando.

Vuelvo a apoyarme en el respaldo de piel y lo miro.

—¿No podrías ayudar a acelerar el proceso?

—Sí, pero aun así retrasaría la fecha de tu graduación.

—Así que, básicamente, tengo que quedarme aquí.

—No tienes que hacerlo —se frota la barba incipiente del mentón—, pero sería lo más sensato ahora mismo. Ya casi lo has conseguido.

—No pienso asistir a esa graduación —le recuerdo.

—Tenía la esperanza de que hubieras cambiado de opinión. —Mi padre suspira y aparta la mirada.

—Pues no ha sido así...

—Es un día muy importante para ti. Los últimos tres años de tu vida...

—Me da igual. No quiero ir. Me parece bien que me manden el diploma por correo. No voy a ir, fin de la discusión.

Mi mirada recorre la pared a su espalda y los marcos que cuelgan en las paredes marrón oscuro de su despacho. Los certificados y diplomas enmarcados en blanco destacan sus logros, y sé por la forma en que los mira con orgullo que significan más para él de lo que jamás significarán para mí.

—Siento oír eso —dice mientras sigue mirando los marcos—. No volveré a pedírtelo —añade frunciendo el ceño.

—¿Por qué es tan importante para ti que vaya? —me atrevo a preguntar.

La hostilidad entre nosotros es ahora palpable, la atmósfera se ha hecho pesada, pero las facciones de mi padre se relajan cada vez más a medida que pasan unos minutos de silencio entre nosotros.

—Porque —suelta un largo suspiro— hubo un tiempo, un largo tiempo, en el que no estaba seguro...—otra pausa— de lo que sería de ti.

—¿Y eso significa...?

—¿Seguro que tienes tiempo de hablar ahora?

Su mirada se dirige a mis nudillos pelados y mis pantalones manchados de sangre. Sé que en realidad quiere decir: ¿estás seguro de que estás mentalmente equilibrado para hablar ahora?

Sabía que tendría que haberme cambiado los vaqueros. Esta mañana no tenía ganas de nada. He rodado literalmente fuera de la cama y he cogido el coche para venir al campus.

—Quiero saberlo —respondo con severidad. Asiente.

—Hubo un tiempo en el que ni siquiera creía que fueras a terminar el instituto, ya sabes, por todos los problemas en los que siempre te metes.

Ante mis ojos desfilan imágenes de peleas de bar, robos en tiendas, lágrimas, chicas medio desnudas, vecinos cabreados y una madre muy decepcionada.

—Lo sé —coincido—. Técnicamente sigo metido en líos.

Mi padre me lanza una mirada que dice que no está para nada satisfecho con que esté siendo tan frívolo con algo que para él fue una preocupación considerable.

—Ni mucho menos tanto como lo estabas —replica—. No desde... ella —añade con suavidad.

—Ella causa la mayor parte de mis problemas.

Me rasco la nuca, sabiendo que soy un bocazas. 

—Yo no diría eso.

Entorna sus ojos marrones y sus dedos juegan con el botón superior de su chaleco. Ambos nos quedamos sentados en silencio un momento, sin saber muy bien qué decir.

—Me siento tan culpable, Pedro... Si no hubieras conseguido acabar el instituto y llegar a la universidad, no sé qué habría hecho.

—Nada, habrías vivido tu vida perfecta aquí —le espeto.
Se encoge como si lo hubiera abofeteado.

—Eso no es cierto. Sólo quiero lo mejor para ti. No siempre lo he demostrado, y lo sé, pero tu futuro es muy importante para mí.

—¿Por eso hiciste que me aceptaran en la WCU desde el principio?

Nunca hemos hablado del hecho de que sé que utilizó su posición para matricularme en esta maldita universidad. Sé que lo hizo. No di palo al agua en el instituto y mi expediente lo prueba.

—Eso, y que tu madre estaba en una situación límite contigo. Quería que vinieras aquí para poder conocerte. No eres el mismo chico que eras cuando me fui.

—Si querías conocerme, deberías haberte quedado cerca más tiempo. Y beber menos.
Fragmentos de recuerdos que me he esforzado en olvidar se abren camino en mi mente.

—Te fuiste y nunca tuve la oportunidad de ser sólo un niño —añado.

A menudo me preguntaba lo que debía de sentirse siendo un niño feliz en una familia sólida y cariñosa. Mientras mi madre trabajaba de sol a sol, solía sentarme solo en el salón a mirar las paredes sucias y desgastadas durante horas. Me preparaba cualquier porquería que fuera mínimamente comestible y me imaginaba que estaba sentado a una mesa repleta de gente que me quería, que se reían y me preguntaban qué tal me había ido el día. 

Cuando me metía en una pelea en el colegio, a veces deseaba tener un padre que o bien me felicitara o me pateara el culo por meterme en líos.

Las cosas fueron mucho más fáciles a medida que crecía. En mi adolescencia me di cuenta de que podía hacer daño a la gente y las cosas fueron más fáciles. Podía vengarme de mi madre por dejarme solo mientras trabajaba llamándola por su nombre de pila y negándole la simple alegría de oír a su único hijo decirle «Te quiero».

Podía vengarme de mi padre no hablándole. Tenía un objetivo: hacer que todos los que me rodeaban se sintieran tan desgraciados como yo lo era y así podría ser por fin uno de ellos. 

Usaba el sexo y las mentiras para hacerles daño a las chicas y lo convertí en un juego. El tema se fastidió cuando una amiga de mi madre empezó a pasar mucho tiempo conmigo, su matrimonio se fue a la mierda junto con su dignidad, y mi madre estaba destrozada porque su hijo de catorce años hubiera sido capaz de hacer algo así.
Parece que Ken lo entiende, como si supiera exactamente lo que pienso.

—Lo sé —dice—, y siento todo lo que has tenido que pasar por mi culpa.

—No quiero seguir hablando de eso.

Empujo la silla hacia atrás y me pongo en pie.

Mi padre continúa sentado y no puedo evitar sentirme poderoso al estar plantado así delante de él. Me siento... superior, en todas las formas posibles. Su culpa y su arrepentimiento lo persiguen y yo por fin estoy consiguiendo reconciliarme con los míos.

—Pasaron tantas cosas que no entenderías... Ojalá pudiera contártelas, pero eso no cambiaría nada.

—Ya te he dicho que no quiero hablar más de esto. He tenido un día horrible y esto es demasiado. Lo pillo, te arrepientes de habernos dejado y toda esa mierda. Lo he superado —miento, y él asiente. En realidad no es del todo mentira. Estoy más cerca de superarlo de lo que lo he estado nunca.

Cuando llego a la puerta, me viene algo a la mente y me vuelvo para mirarlo.

—Mi madre se va a casar, ¿lo sabías? —le comento por curiosidad.
Por su mirada inexpresiva y la forma de bajar las cejas, está claro que no tenía ni idea. —Con Mike, ya sabes, el vecino —añado.

—Ah. —Frunce el ceño.

—Dentro de dos semanas.

—¿Tan pronto?

—Sí —asiento—. ¿Hay algún problema o algo?

—No, en absoluto. Sólo estoy un poco sorprendido, nada más.

—Sí, yo también.

Apoyo el hombro en el marco de la puerta y veo que la expresión abatida de mi padre se torna en una de alivio.

—¿Vas a ir a la boda?

—No.

Ken Alfonso se pone en pie y rodea su enorme escritorio para acercarse a mí. Tengo que admitir que estoy un poco intimidado. No por él, claro, sino por la pura emoción en sus ojos cuando me dice:

—Tienes que ir, Pedro. Le romperás el corazón a tu madre si no vas. Sobre todo porque sabe que viniste a mi boda con Karen.

—Sí, ambos sabemos por qué fui a la tuya. No tenía elección, y tu boda no era en la otra punta del puto planeta.

—Como si lo hubiera sido, porque no llegamos a hablar. Tienes que ir. ¿Pau lo sabe?
Joder. No había pensado en eso.

—No, y no tienes por qué decírselo. Ni a Landon; si se entera no será capaz de callarse.

—¿Se lo estás ocultando por algún motivo? —pregunta con la voz llena de reproche.

—No se lo estoy ocultando. Es que no quiero que se preocupe por ir. Ni siquiera tiene pasaporte.

Nunca ha salido del estado de Washington.

—Sabes que le gustaría ir. A Pau le encanta Inglaterra.

—¡No ha ido nunca! —replico levantando la voz.

A continuación, respiro profundamente intentando calmarme. Me saca de quicio que actúe como si fuera su propia hija, como si la conociera mejor que yo.

—No diré nada —me asegura levantando las manos como para aplacar mi ira.

Me alegro de que no insista en el tema. Ya he hablado demasiado y estoy jodidamente agotado. No he dormido nada esta noche después de la llamada de Pau. Mis pesadillas han regresado con toda su maldita fuerza y me he obligado a permanecer despierto una vez me he despertado y me he provocado el vómito por tercera vez.

—Tienes que venir a casa a ver a Karen pronto. Anoche me preguntaba por ti —me dice justo antes de que salga del despacho.


—Hum, claro —murmuro, y cierro la puerta detrás de mí.

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