Pedro
Las cajas caen de la estantería al suelo con estrépito. Vuelvo a golpear el metal, dejando una mancha roja y espesa en él. El escozor familiar de la carne abriéndose en mis nudillos sólo consigue hacer que la adrenalina suba y que la furia que siento crezca. Es casi reconfortante el alivio de permitirme expresar la rabia de la forma en que solía hacerlo siempre. No tengo que contenerme. No tengo que pensar en mis actos. Puedo rendirme a la ira, dejar que salga, dejar que me hunda.
—¿Qué estás haciendo? ¡Que venga alguien! —grita una mujer.
Cuando giro la cabeza hacia ella, ésta da un paso atrás en dirección al final del pasillo y entonces veo que, pegada a su falda, hay una niña rubia. Los ojos de la mujer están llenos de miedo y cautela.
Cuando los ojos azul claro de la niña se encuentran con los míos, no puedo apartar la mirada. Con cada respiración furiosa que abandona mi cuerpo, robo un poco de la inocencia que los inunda. Corto la conexión con la mirada de la niña y miro el caos que he organizado en el pasillo. La decepción sustituye a la rabia en un segundo y recibo un duro golpe al darme cuenta de que la estoy armando en medio de un Target. Si la poli llega antes de que pueda salir de aquí, estoy jodido.
Con una última mirada a la niña del vestido largo y los zapatos brillantes, corro por el pasillo hacia la puerta principal. Evitando el caos que crece alrededor de mí, paso de un pasillo al otro mientras intento que nadie me vea.
No puedo pensar con claridad. Nada de lo que pienso tiene sentido. Pau no se folló a Zed.
No lo hizo.
No pudo hacerlo.
Si lo hubiera hecho, lo sabría. Alguien me lo habría dicho.
Ella me lo habría dicho. Ella es la única persona que conozco que no me miente.
De repente estoy fuera y el aire invernal me corta la piel sin compasión. Centro la mirada en mi coche, que está aparcado al fondo del parking, agradeciendo que la oscuridad de la noche me proteja.
—¡Joder! —grito una vez llego al coche. Mi bota se estampa contra el parachoques y el sonido chirriante del metal al doblarse hace que mi frustración disminuya—. ¡Sólo ha estado conmigo! — chillo, y luego subo al coche.
Estoy metiendo la llave en el contacto cuando dos coches de policía entran en el aparcamiento con las luces y las sirenas puestas. Salgo del parking poco a poco para no llamar la atención y veo cómo aparcan en el bordillo y corren adentro como si se hubiera cometido un asesinato.
En cuanto consigo salir, siento un gran alivio recorrerme el cuerpo. Si llegan a detenerme en el Target, Pau se habría puesto como una moto. Pau... y Zed.
No soy tan idiota como para creerme las mentiras de Steph cuando dice que Pau se lo folló. Sé que no lo hizo. Sé que soy el único hombre que ha estado dentro de ella, el único que ha hecho que se corra en su vida. No él.
Nadie más, joder. Sólo yo.
Sacudo la cabeza para apartar la visión de ellos dos juntos, sus dedos agarrando los brazos de él mientras entra y sale de ella. Joder, otra vez esto, no.
No puedo pensar con claridad, literalmente. No puedo ver con claridad. Tendría que haber agarrado a Steph por el cuello y...
No, no puedo permitirme acabar de imaginarlo. Ha conseguido lo que quería de mí y eso me cabrea aún más. Sabía exactamente lo que se hacía al mencionar a Zed, me estaba tomando el pelo a propósito, intentando hacerme saltar, y funcionó. Sabía que estaba tirando de la anilla de una granada y luego alejándose. Pero no soy una granada, tendría que poder controlarme.
Llamo a Pau inmediatamente pero no responde. Su teléfono suena... y suena... y suena. Antes me ha dicho que se iba a dormir, pero sé perfectamente que siempre tiene el teléfono en modo vibración y que no soporta dormir con ruido.
—Vamos, Pau, coge el puto móvil —gimoteo, y tiro el teléfono al asiento del acompañante.
Tengo que alejarme de Target todo lo que pueda antes de que los polis comprueben las cámaras de seguridad del parking y consigan la matrícula o algo así.
La autovía es una jodida pesadilla y sigo intentando llamar a Pau. Si no me devuelve la llamada antes de una hora, telefonearé a Christian.
Tendría que haberme quedado en Seattle una noche más. Mierda, tendría que haberme ido a vivir allí desde el principio. Todos mis motivos para no querer ir ahora me parecen absurdos. Todos los miedos que tenía, y todavía tengo, sólo se mantienen vivos por la distancia que hay de donde vive ella a donde yo vivo.
«En el fondo sabes que no funcionará.»
«Tú estás lleno de tatuajes, y sólo es cuestión de tiempo que ella se canse de avergonzarse de que la vean contigo.»
«Fijación por el chico malo...»
«Se casará con un banquero o algo así.»
La voz de Steph martillea mis oídos una y otra vez. Me voy a volver loco. Estoy perdiendo literalmente la cabeza en esta carretera. Todos los esfuerzos que llevo haciendo esta semana no significan nada ahora. Esa víbora se ha cargado los dos días que he pasado con Pau de un plumazo.
«¿Vale la pena todo esto? ¿Todo este esfuerzo constante conduce a algo? ¿Voy a tener que prohibirme decir y hacer lo que está mal? Y si continúo con esta transformación potencial, ¿de verdad me querrá después o se sentirá como si hubiera terminado una especie de proyecto para una clase de psicología? »Cuando todo acabe, ¿quedará lo bastante de mí para que me quiera? ¿Seré siquiera el mismo hombre del que se enamoró o ésta es su forma de transformarme en quien ella desearía que fuera, en alguien de quien se hartará?»
¿Está intentando que me parezca a él? ¿Que sea como Noah?
«No puedes competir con eso...»
Steph tiene razón. No puedo competir con Noah y la relación sencilla que tenían. Ella nunca tuvo que preocuparse por nada cuando estaba con él. Les iba bien juntos. Les iba bien y era fácil.
Él no está destrozado como yo.
Recuerdo el tiempo en que solía pasar horas sentado en mi cuarto esperando a que Steph me dijera que Pau había vuelto de pasar un rato con él. Me entrometía todo cuanto podía y, sorprendentemente, me salió bien. Me eligió a mí y no a él, el chico que había querido desde pequeña.
Se me revuelve el estómago de imaginar a Pau diciéndole a Noah que lo quiere.
«Fijación por el chico malo...» Soy más que una fijación para Pau. Tengo que serlo. Me he follado a muchas tías que sólo querían cabrear a sus padres, pero Pau no es una de ellas. Ha tragado mucha mierda mía para demostrarlo.
Mis pensamientos son un revoltijo delirante que no soy capaz de seguir.
¿Por qué dejo que Steph se meta en mi cabeza? No tendría que haber escuchado ni una sola palabra de lo que ha dicho esa zorra. Restriego los nudillos sangrientos y destrozados en los pantalones y aparco el coche.
Cuando levanto la mirada, veo que estoy en el parking de Blind Bob’s. He conducido hasta aquí sin pensar mucho en ello. No debería entrar..., pero no puedo evitarlo.
Y detrás de la barra veo a una vieja... amiga. Carly. Carly, con muy poca ropa y los labios pintados de rojo.
—Vaya..., vaya..., vaya... —Me sonríe.
—No digas nada —gruño, y me siento en un taburete justo delante de ella.
—Ni lo sueñes. —Sacude la cabeza; su cola de caballo rubia se mueve de un lado a otro—. La última vez que te serví todo acabó en una espiral de drama, y no tengo ni el tiempo ni la paciencia como para repetir mi actuación esta noche.
La última vez que estuve aquí pillé tal ciego que Carly me obligó a dormir en su sofá, lo que llevó a un terrible malentendido con Pau, que tuvo un accidente de tráfico aquel día
por mi culpa. Por la mierda con la que lleno su vida, que de otro modo sería perfecta.
—Tu trabajo es servirme una copa cuando la pido —digo señalando la botella de whisky oscuro en la estantería que hay tras ella.
—Ahí mismo hay una señal que dice justo lo contrario. —Apoya los codos en la barra y yo vuelvo a sentarme en el taburete, poniendo entre nosotros tanta distancia como puedo.
El pequeño cartel que dice RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN está pegado en la pared y no puedo evitar reírme.
—No pongas mucho hielo, no quiero que se agüe.
Vuelvo a ignorarla cuando pone los ojos en blanco y se incorpora para coger un vaso vacío.
Un gran chorro de licor cae en mi vaso mientras la voz de Steph suena en mi cabeza una y otra vez. Ésta es la única forma de librarme de sus acusaciones y mentiras.
La voz de Carly me saca de mi aturdimiento:
—Te está llamando.
Miro hacia abajo y veo la foto que le hice a Pau mientras dormía esta mañana parpadeando en la pantalla del móvil.
—Mierda.
Instintivamente aparto el vaso y vuelco el contenido recién servido sobre la barra. Ignoro las maldiciones que suelta Carly y me largo del bar tan rápido como he llegado. Fuera, deslizo el pulgar sobre la pantalla.
—Pau.
—¡ Pedro! —dice nerviosa—. ¿Estás bien?
—Te he llamado muchas veces. —Suelto un suspiro de alivio al oír su voz a través del pequeño auricular.
—Lo sé, lo siento. Estaba dormida. ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
—En Blind Bob’s —admito. De nada sirve mentir, siempre averigua la verdad de una forma u otra.
—Ah... —susurra.
—He pedido una copa. —Puedo contárselo todo, ya que estoy.
—¿Sólo una?
—Sí, y no he tenido la oportunidad de probarla siquiera antes de que llamaras.
No sé cómo me siento respecto a eso. Su voz es mi salvavidas, pero también siento algo que me pide que vuelva a entrar en el bar.
—Eso está bien —dice—. ¿Ya te marchas?
—Sí, ahora mismo.
Abro la puerta del coche y me acomodo en el asiento del conductor.
Tras unos instantes Pau me pregunta:
—¿Por qué has ido allí? No pasa nada, pero... sólo me pregunto el porqué.
—He visto a Steph.
Resopla.
—¿Qué ha pasado? ¿Has... ha pasado algo?
—No le he hecho daño, si es lo que preguntas.
Pongo el coche en marcha pero me quedo en el aparcamiento. Quiero hablar con Pau sin estar distraído conduciendo.
—Me ha dicho unas cuantas mierdas que... que me han cabreado muchísimo. He perdido los nervios en Target.
—¿Estás bien? Espera, pensaba que odiabas Target.
—¿Eso es lo único que...?
—Lo siento, estoy medio dormida.
Lo dice como si estuviera sonriendo, pero enseguida su tono cambia y se vuelve de preocupación.
—¿Estás bien? ¿Qué te ha dicho?
—Ha dicho que te follaste a Zed —contesto. No quiero repetir el resto de la mierda que ha dicho de Pau y de mí y que no somos buenos el uno para el otro.
—¿Qué? Sabes que no es verdad. Pedro, te juro que no pasó nada entre nosotros que tú no... Golpeo el parabrisas con un dedo, viendo cómo se acumulan mis huellas.
—Dice que su compañero de piso os oyó.
—No la crees, ¿verdad? No puedes creerla, Pedro, me conoces, sabes que te lo habría dicho si alguien además de ti me hubiera tocado... —Su voz se rompe y siento un dolor en el pecho.
—Shhh...
No debería haberla dejado seguir. Debería haberle dicho que sabía que no era verdad pero, como soy un maldito egoísta, necesitaba oírselo decir.
—¿Qué más te ha dicho? —Está llorando.
—Gilipolleces. De ti y de Zed. Se ha aprovechado de todos mis miedos e inseguridades con respecto a nosotros.
—Y ¿por eso has ido al bar? —No me está juzgando, sólo siento una comprensión que no me esperaba.
—Supongo —suspiro—. Sabía cosas. De tu cuerpo..., cosas que sólo yo debería saber.
Un escalofrío me recorre la espalda.
—Era mi compañera de habitación en la residencia. Me vio cambiarme un montón de veces, por no mencionar que fue la que me desnudó aquella noche —dice intentando respirar.
La rabia vuelve a invadirme. Pensar en Pau incapaz de moverse mientras Steph la desnudaba en contra de su voluntad...
—No llores, por favor. No puedo soportarlo, no cuando estamos a horas de distancia —le suplico.
Ahora que tengo a Pau al otro lado del teléfono, las palabras de Steph no parecen ser verdad, y la locura (la maldita locura) que sentía hace sólo unos minutos se ha disuelto.
—Hablemos de otra cosa mientras vuelvo a casa.
Doy marcha atrás con el coche y pongo el teléfono en manos libres.
—Vale, sí... —dice, y la escucho mientras piensa—. Ah, Kimberly y Christian me han invitado a acompañarlos a su club este fin de semana.
—No vas a ir.
—Si me dejas terminar... —replica—. Pero como espero que estés aquí y sé que no ibas a querer venir, hemos quedado en que entonces iré el miércoles por la noche.
—¿Qué clase de club está abierto un miércoles? —Echo un vistazo al retrovisor, contestando a mi propia pregunta—. Iré —le digo finalmente.
—¿Qué? A ti no te gustan los clubes, ¿recuerdas?
Pongo los ojos en blanco.
—Iré contigo este fin de semana. No quiero que vayas el miércoles.
—Voy a ir el miércoles. Podemos volver el fin de semana si quieres, pero ya le he dicho a Kimberly que iré y no tengo motivos para no hacerlo.
No tengo la paciencia para mantener esta conversación con ella ahora.
—Excepto yo. Soy el motivo, ¿no? —Mi voz suena como un gimoteo patético.
—Si tienes un motivo de peso para que no vaya, sí. Estaré con Kim y Christian, no va a pasarme nada.
—Prefiero que no vayas —digo entre dientes. Estoy al límite y me está poniendo a prueba—. O también puedo ir el miércoles —le ofrezco intentando ser razonable.
—No tienes que conducir tantas horas el miércoles si ya tienes pensado venir el viernes.
—¿Es que no quieres que te vean conmigo? —Lo suelto antes de que pueda impedirlo.
—¿Qué? —Escucho de fondo el clic cuando enciende la lámpara—. ¿Por qué dices eso? Sabes que no es verdad. No dejes que Steph se te meta en la cabeza. Porque se trata de eso, ¿no?
Entro en el aparcamiento del edificio y aparco el coche antes de contestar. Pau espera en silencio una explicación. Al final suspiro.
—No. No lo sé.
—Tenemos que aprender a luchar juntos, no el uno contra el otro. No debería ser Steph contra ti y tú contra mí. Tenemos que estar juntos en esto —continúa.
—No es eso lo que estoy haciendo...
«Tiene razón. Siempre la tiene, joder.»
—Iré el miércoles y me quedaré hasta el domingo.
—Te saltarás las clases.
—Tengo clases y trabajo.
—Suena a que no quieres que vaya. —Mi paranoia se abre paso en mi ya maltratada confianza.
—Claro que quiero y lo sabes —repone.
Saboreo las palabras: joder, la echo tanto de menos...
—¿Ya estás en casa? —pregunta Pau justo cuando apago el motor.
—Sí, acabo de llegar.
—Te echo de menos.
La tristeza en su voz hace que todo se pare de golpe.
—No lo hago. Lo siento. Me estoy volviendo loco sin ti, Pau.
—Yo también —suspira, y hace que quiera volver a pedirle disculpas.
—Soy un capullo por no haberme ido a Seattle contigo desde el principio. La oigo toser al otro lado.
—¿Qué?
—Ya me has oído. No voy a repetirlo.
—Vale. —Al final deja de toser cuando subo al ascensor—. Sé que podría no haberte oído bien, de todas formas.
—Bueno, ¿qué quieres que haga con Steph y Dan? —Cambio de tema.
—¿Qué puedes hacer? —me pregunta con calma.
—No quieres que conteste a eso.
—Entonces nada, déjalos tranquilos.
—Seguramente le cuente lo de esta noche a todo el mundo y siga esparciendo el rumor de Zed y tú.
—Ya no vivo allí. No pasa nada —dice Pau, intentando convencerme. Sin embargo, sé lo que un rumor como ése puede llegar a herirla, lo admita o no.
—No quiero dejarlo así —le confieso.
—No quiero que te metas en líos por ellos.
—Vale —asiento, y nos damos las buenas noches.
No va a estar de acuerdo con mis ideas de cómo detener a Steph, así que mejor dejarlo.
Abro la puerta de casa y veo a Richard despatarrado en el sofá, durmiendo. La voz de Jerry Springer resuena por toda la casa. Apago la tele y me voy directo a mi cuarto.
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