Divina

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domingo, 13 de diciembre de 2015

After 3 Capítulo 106


Pedro

Por si el maldito y eterno trayecto bajo la lluvia helada no hubiera sido lo bastante desagradable, cuando llego a mi apartamento me bombardea la imagen del padre de Pau despatarrado en mi sofá con ropa mía puesta. Lleva unos pantalones de pijama de algodón y una camiseta negra que le van demasiado pequeños, y siento literalmente cómo el bagel que Pau me ha preparado para desayunar esta mañana vuelve a mi garganta y me suplica que lo regurgite sobre el suelo de hormigón.

—¿Qué tal está Pauli? —me pregunta Richard en cuanto cruzo la puerta.

—¿Por qué has vuelto a ponerte mi ropa? —gruño sin esperar una respuesta por su parte pero sabiendo que me la va a dar de todas formas.

—Sólo tengo la camisa que me diste y no consigo quitarle el olor —contesta poniéndose en pie.

—¿Dónde está Landon?

—Landon está en la cocina. —La voz de mi hermanastro llega a la sala de estar por mi espalda.

Un minuto más tarde se reúne con nosotros, con un trapo de cocina en las manos. Caen gotas de jabón al suelo y lo reprendo por no hacer que Richard lave los malditos platos.

—Entonces, ¿cómo está? —pregunta.

—Está bien, joder. Y, por si a alguien le interesa, yo también estoy bien —suelto.

El apartamento se ve mucho más limpio de lo que estaba cuando me fui. Los montones de manuscritos de mierda que pensaba tirar se han evaporado, la torre de botellas de agua vacías que construí en la mesita de café ya no está, e incluso el montículo de polvo que me había acostumbrado a ver crecer ha desaparecido de las esquinas de la mesa de la tele.

—¿Qué demonios ha pasado aquí? —les pregunto. Mi paciencia se está agotando bastante rápido para hacer sólo dos minutos que he entrado.

—Si te refieres a qué ha pasado porque hemos limpiado... —empieza a decir Landon, pero lo corto.

—¿Dónde está mi mierda? —inquiero caminando por la habitación—. ¿Os he pedido a alguno de los dos que toquéis mi mierda?

Me pellizco el puente de la nariz con los dedos y respiro hondo intentando controlar mi inesperada rabia. ¿Por qué coño han limpiado mi puto apartamento sin consultarme antes?
Miro a uno y luego al otro una y otra vez antes de largarme a mi cuarto.

—Menudo humor tenemos... —oigo decir a Richard cuando llego a la puerta.

—No le hagas caso..., la echa de menos —responde Landon rápidamente.

Como diciendo «Que os jodan a los dos», doy un portazo lo más fuerte que puedo.
Landon tiene razón. Sé que la tiene. Lo sentía a medida que me alejaba en el coche de aquella maldita ciudad, distanciándome de ella. Podía sentir cómo se tensaban más todos y cada uno de mis músculos y tendones cuanto más me alejaba de ella. Cada puto kilómetro haciendo más y más grande el agujero que se iba abriendo en mí. Un agujero que sólo ella puede llenar.

Maldecir a cada capullo con que me cruzaba en la autopista me ha ayudado a mantener la rabia controlada, pero estaba claro que no iba a durar mucho. Tendría que haberme quedado en Seattle unas horas más, haberla convencido de tomarse la semana libre y de volver a casa conmigo. Tal y como iba vestida, no debería haber tenido elección.

Cuanto más profundizo en mis pensamientos, más veces me descubro visualizando su cuerpo semidesnudo. La falda enrollada en la cintura, dejando al descubierto la visión más sexi posible. Mientras su cuerpo y el mío chocaban sin parar, me prometió que no me olvidaría en toda esta larga semana y me dijo cuánto me quería.

Cuanto más pienso en cómo me besaba y luego volvía a besarme, más me excito.
La necesidad que tengo de ella es más fuerte que nunca. Es deseo y amor entremezclados, o no, la necesidad que tengo de ella va más allá del deseo. La forma en la que estamos conectados cuando hacemos el amor es indescriptible, sus gemidos, el modo en que me recuerda que soy el único hombre que la ha hecho sentir así. Me quiero y la quiero, fin de la puta historia.

—Hola —digo al teléfono. La he llamado antes de ser consciente de lo que hacía.

Hola, ¿pasa algo? —me pregunta.

—No. —Miro mi habitación. Mi recién recogida habitación—. Sí.

—¿Qué pasa? ¿Estás en casa?

«No es mi casa. Tú no estás aquí...»

—Sí, tu puto padre y Landon ya me han sacado de quicio —respondo.

Se le escapa una risita.

—Hace, ¿cuánto?, ¿diez minutos que has llegado? ¿Qué han hecho ya?

—Han limpiado todo el apartamento, han cambiado toda mi mierda de sitio, no encuentro nada. Me encantaría que hubiera una camiseta sucia o algo en el suelo a lo que darle una patada.

—Y ¿qué estás buscando? —me pregunta.

Pero entonces, al otro lado de la línea, oigo una voz de fondo.
Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no preguntarle con quién demonios está.

—Nada en concreto —admito—. A lo que me refiero es que, si quisiera encontrar algo, no podría.

Se ríe.

—¿Así que estás enfadado porque han limpiado el apartamento y no consigues encontrar algo que ni siquiera estás buscando?

—Sí —digo con una mueca.

Me estoy comportando como un puto crío, y lo sé. Ella también lo sabe, pero en lugar de reñirme se ríe.

—Deberías ir al gimnasio.

—Debería volver a Seattle y follarte encima de tu cama. Otra vez —disparo de vuelta.
Ella jadea y el sonido se hace eco muy dentro de mí, lo que provoca que la necesite aún más.

—Mmm, sí —susurra.

—¿Con quién estás? —He aguantado al menos cuarenta segundos. Estoy mejorando.

—Trevor y Kim —me contesta lentamente.

—¿Me tomas el pelo?

El puto Trevor siempre está ahí. Empieza a ser más molesto que Zed, y eso ya es mucho decir.

—Pe dro

Noto que se siente incómoda y que no quiere dar explicaciones delante de ellos.

—Pau la.

—Voy un momento a mi habitación —se excusa educadamente, y mientras oigo su respiración me impaciento cada vez más.

—¿Qué hace el puto Trevor en tu casa? —digo, sonando más trastornado de lo que era mi intención.

—Ésta no es mi casa —me recuerda.

—Ya, bueno, pero vives ahí y...
Me interrumpe:

—Deberías irte al gimnasio, estás furioso.

Percibo la preocupación en su voz, y el silencio que le sigue lo demuestra.

—Por favor, Pedro.

A ella no puedo decirle que no.

—Te llamo cuando vuelva —acepto, y cuelgo el teléfono.

No puedo decir que no haya visto la asquerosa cara de modelo del puto Trevor impresa en el saco mientras le daba patadas, puñetazos, patadas y puñetazos durante dos horas seguidas. Pero tampoco puedo decir que me haya ayudado, la verdad es que no. Sigo... cabreado. Ni siquiera sé por qué estoy cabreado excepto porque Pau no está aquí y yo no estoy allí.

Joder, va a ser una semana muy larga.

No tenía pensado pasarme tanto rato haciendo ejercicio, pero estaba claro que lo necesitaba. Cuando llego al coche me espera un mensaje de Pau:

He intentado aguantar despierta, pero estoy agotada

Agradezco que fuera esté oscuro porque así nadie verá la cara de idiota que se me ha quedado con su indirecta. Es jodidamente adorable sin proponérselo.

Casi ignoro un mensaje de Landon que me recuerda que nos estamos quedando sin provisiones. No he comprado comida de verdad para mí desde... nunca. Cuando vivía en la hermandad comía la porquería que compraban los demás.

Sin embargo, Pau puede que se enfade si se entera de que no doy de comer a su padre, y Landon seguro que no duda en delatarme.

No sé cómo me veo yendo a Target en lugar de a Conner’s para hacer la compra. Está claro que Pau y  me influye hasta cuando no está. Pasa tanto tiempo en Conner’s como en Target, aunque puede tirarse horas explicándome por qué Target es mucho mejor que cualquier otra tienda. Me aburre mortalmente pero he aprendido a asentir en los momentos justos para que se crea que la escucho y que estoy más o menos de acuerdo con ella.

En cuanto meto una caja de Frosties en el carrito de la compra, veo aparecer fugazmente una melena pelirroja al final del pasillo. Sé que es Steph antes de que se vuelva. Sus mugrientas botas altas y negras con cordones rojos son inconfundibles.

Rápidamente pienso en las dos opciones que tengo. Una, puedo acercarme y recordarle lo muy hija de...
Antes de que pueda pensar en la segunda opción, que seguramente habría preferido, se vuelve y me ve.

—¡ Pedro, espera! —Su voz suena fuerte cuando giro sobre los talones y dejo el carrito de la compra en mitad del pasillo. Aunque venga de machacarme en el gimnasio, no hay forma humana de que pueda controlarme delante de Steph. No la hay.

Oigo sus fuertes pisadas sobre el suelo laminado mientras me sigue a pesar de mis claras intenciones de ignorarla.

—¡Escúchame! —grita cuando está justo detrás de mí.

Cuando dejo de andar, choca contra mi espalda y se cae al suelo.
Me vuelvo y le grito:

—¡¿Qué coño quieres?!

Se pone rápidamente en pie. Me percato de que el vestido negro que lleva está todo manchado de polvo blanco del suelo sucio.

—Pensaba que estabas en Seattle.

—Y lo estoy, pero justo ahora mismo no —miento. No tengo ni idea de qué me ha impulsado a enfrentarme a ella, pero ya es tarde para echarse atrás.

—Sé que ahora me odias... —empieza.

—Es el primer pensamiento sensato que has tenido en mucho tiempo —le suelto, y luego la observo detenidamente. Sus ojos verdes casi desaparecen bajo las líneas negras que los rodean. Está horrible—. No estoy de humor para tus chorradas —le advierto.

—Nunca lo has estado. —Sonríe.
Aprieto los puños a mis costados.

—No tengo nada que decirte, y ya sabes cómo me pongo cuando no quiero que me molesten.

—¿Me estás amenazando? ¿En serio?

Levanta los brazos frente a sí y luego vuelve a dejarlos caer. Me quedo en silencio mientras imágenes de una Pau apenas consciente pasan por mi cabeza. Tengo que alejarme de Steph. Nunca le haría daño físico, pero sé toda la mierda que puedo llegar a soltarle para hacerle mucho más daño del que pueda llegar a imaginar. Es una de mis muchas aptitudes.

—No es buena para ti —tiene el valor de decirme Steph.
No puedo evitar reírme ante la osadía de esta zorra.

—No eres tan estúpida como para intentar hablar conmigo de eso —replico.
Pero si algo ha sido alguna vez Steph es segura de sí misma. Orgullosa de sí misma.

—Sabes que es cierto —contesta—. No es suficiente para ti, y tú nunca serás suficiente para ella.

El fuego que arde en mi interior se aviva mientras ella sigue:

—Te cansarás de esa santurrona, y lo sabes. Seguramente ya te hayas cansado.

—¿Santurrona? —Me trago otra carcajada. No conoce a la Pau a la que le gusta que se la follen delante de un espejo y que se folla a sí misma con sus dedos hasta gritar mi nombre.
Steph asiente.

—Y a ella se le pasará la fijación por el chico malo que tiene contigo y se casará con un banquero o algo así. No creo que seas tan idiota como para pensar que esto va para largo. 
Sé que viste cómo estaba con Noah, ese capullo de las chaquetas de punto. Eran como la pareja modelo que están hechos el uno para la otra, y lo sabes. No puedes competir con eso.

—¿Y qué? ¿Quieres decir que tú y yo funcionaríamos mejor?

Mi voz acaba sonando mucho menos exigente de lo que pretendía. Se está entrometiendo en mis mayores inseguridades y estoy haciendo lo que puedo por no vacilar.
Pone en blanco sus ojos de mapache.

—No, claro que no. Sé que no te gusto, nunca te he gustado. Sólo es que me preocupas —dice.

Aparto la mirada de ella para mirar los pasillos vacíos.

—Sé que no quieres creerme y sé que te gustaría partirme el cuello por meterme con tu Virgen María, pero en ese oscuro corazoncito tuyo sabes que lo que estoy diciendo es verdad.

Me muerdo un carrillo al oír el mote con el que mis supuestos amigos bautizaron a Pau hace tiempo.

—En el fondo sabes que no funcionará. Es demasiado pija para ti. Tú estás lleno de tatuajes, y sólo es cuestión de tiempo que ella se canse de avergonzarse de que la vean contigo.

—Pau no se avergüenza de que la vean conmigo —replico dando un paso hacia la arpía pelirroja.

—Sabes que sí. Incluso me lo llegó a decir a mí cuando empezabais a salir. Seguro que sigue igual. —Sonríe, el pendiente de la nariz brilla bajo la luz y yo me avergüenzo con el recuerdo de sus manos tocándome, haciendo que me corriera.

Me trago la rabia y replico:

—Intentas manipularme porque es todo lo que te queda y no te va a funcionar. La hago a un lado para irme.
Suelta una carcajada asquerosa.

—Si eres suficiente para ella, ¿por qué se iba con Zed tan a menudo? Ya sabes lo que decían por ahí...

Me paro en seco. Recuerdo a Pau volviendo de aquella comida con Steph. Estaba muy enfadada tras marcharse de Applebee’s el día que Steph se llevó a Molly y las dos le dieron a entender a Pau que corría el rumor de que se follaba a Zed. Me cabreé tanto que llamé a Molly para advertirle de que no volvieran a meterse entre Pau y yo. Está claro que Steph no recibió el mensaje, a pesar de que era de ella de quien debía preocuparme desde el principio.

—Tú te inventaste esos rumores —la acuso.

—No, fue el compañero de piso de Zed. Fue él quien la oyó gemir su nombre y la cama de Zed golpeando la pared cuando él intentaba dormir. Molesto, ¿verdad?
La sonrisa malévola de Steph me deja sin el poco autocontrol que me quedaba desde que Pau se fue a Seattle.

«Tengo que largarme ahora mismo. Tengo que largarme ahora mismo...»

—Zed dijo que no lo hizo nada mal, por cierto; al parecer, hace eso... eso que hace ella con las caderas o algo así. Ah, y ese lunar... ya sabes cuál.

Se golpea suavemente la mejilla con sus uñas negras.
No puedo soportarlo.

—¡Cállate! —Me tapo las orejas con las manos—. ¡Cállate de una vez! —le grito desde el otro lado del pasillo.

Steph se aleja, sigue riendo.

—Créeme o no me creas —añade encogiéndose de hombros—. Me da igual, pero sabes que es una pérdida de tiempo. Ella es una pérdida de tiempo.

Hace una mueca de burla y desaparece justo cuando mi puño impacta con la estantería metálica.

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