Pedro entró en la casa preguntándose dónde estaría Paula. El interfono estaba en silencio, así que no estaba arriba con Olivia. Quizá estuviera echando una siesta, aunque lo dudaba. Nunca la había visto dormir durante el día. Quizá había sacado a Olivia al jardín.
Cruzó el salón y se dirigió hacia la cocina. Entonces se detuvo en seco al verla. Paula estaba sentada en una silla, con la cabeza apoyada en los brazos. El miedo se apoderó de él.
—¡Paula! —exclamó—. Cielo, ¿qué ocurre?
Corrió hacia ella. ¿Estaría enferma? ¿Le habría pasado algo a Olivia?
—Cariño, ¿qué ocurre? ¿Es Olivia?
Pedro se arrodilló junto a la silla y fue a abrazarla, pero ella se levantó como impulsada por un resorte y se alejó de él.
—No —dijo entre gemidos—. No me toques —buscó un pañuelo en un cajón y le dio la espalda—. Olivia está bien.
Pedro sintió un profundo alivio, aunque enseguida se dio cuenta de que tenía que ser algo más.
—Entonces ¿qué pasa? ¿Estás... —apenas podía pronunciar la palabra—, enferma?
Paula se volvió hacia él con rabia en los ojos.
—No, Pedro. No estoy enferma.
Estaba peor. Tenía los ojos hinchados y la nariz roja de tanto llorar.
—¿Entonces qué pasa?
Ella intentó sonreír, pero le temblaban los labios y rápidamente cejó en el intento.
—No puedo casarme contigo.
¿Qué?
—¿Por qué?
Paula suspiró.
—No puedo. No sería justo.
¿Justo para quién?
—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó él, con rabia y frustración—. Maldita sea, me has dado un susto de muerte. Pensaba que os había pasado algo a Olivia o a ti. Y ahora me dices que no puedes casarte conmigo, pero no quieres decirme por qué.
Un tenso silencio siguió al enfurecido torrente de palabras, pero Paula no dijo nada, sólo se quedó allí quieta, sin mirarlo.
Y en su postura, Pedro leyó toda su determinación. Conocía a Paula, y conocía bien aquella postura.
¿Qué demonios...? Entonces se dio cuenta.
Anonadado, se sentó en la silla que ella había dejado vacía.
—Es por Melanie, ¿verdad?
Paula contuvo la respiración y asintió. Una lágrima se deslizó despacio por su mejilla.
—Dios mío —dijo él, sin alzar la voz.
El silencio se hizo de nuevo en la cocina mientras absorbía la información. Hacía tiempo que imaginaba y temía que Paula lo culpaba de la muerte de Melanie. Eso fue lo que le impidió contactar con ella después de la primera vez que hicieron el amor, y eso le costó los primeros meses de vida de su hija.
Cuando por fin había decidido intentar hablar con ella, Paula había desaparecido. Y cuando la encontró y supo de la existencia de Olivia, los remordimientos pasaron a un segundo plano mientras él se adaptaba a su nueva paternidad y se convencía de que Paula llegaría a amarlo algún día y pasarían el resto de sus vidas juntos.
Se pasó la mano por la cara y clavó los ojos en la mesa, incapaz de soportar el arrepentimiento y la lástima que seguramente habría en los ojos femeninos.
En la mesa había una carta con su nombre. Al menos su nombre de pila. Entonces se dio cuenta de lo que era. La fundación a la que había hecho un donativo en memoria de Melanie le había enviado una carta de agradecimiento.
—La he abierto sin darme cuenta —dijo Paula.
—Pensé que sería un regalo de bodas significativo.
—¿Un regalo de boda?
—Lo siento —dijo él—. Sé qué nunca podré decir o hacer nada para compensarte...
—No tienes que...
—... y si sirve de algo, yo tampoco me perdonaré nunca por no impedir la muerte de Melanie. Si hubiera reaccionado antes, habría podido detenerla. He repasado aquella noche miles de veces, y sé por qué me consideras responsable —se detuvo un momento—. Yo también lo hago.
—Pedro...
—No —dijo él, hundiendo los hombros—. Sólo dime qué quieres que haga. ¿Quieres que me vaya? —su voz se quebró—. Lo haré. Espero que me dejes ver a Olivia de vez en cuando, pero no te obligaré...
—¡Pedro!
Por fin Pedro se interrumpió. Al ver la angustiada expresión en el rostro masculino y oír el dolor en su voz, Paula se dio cuenta de lo que estaba pasando. No tenía nada que ver con un amor perdido. Pedro se culpaba de la muerte de Melanie, y al darse cuenta de ello Paula olvidó su propio dolor.
—Pedro —dijo.
Él no la miró, y ella volvió a repetir su nombre. Fue hasta la mesa y le tocó el brazo.
—Pedro, mírame.
Despacio, él levantó la mirada hacia ella y Paula vio con incredulidad la expresión suplicante de sus ojos.
—No te culpo de eso —susurró. Se arrodilló junto a él en el suelo—. Nunca te he culpado de eso. Melanie era impulsiva, y muchas veces sólo pensaba en sí misma. Además había bebido mucho. Ninguno de los dos somos responsables de lo que ocurrió aquella noche —Paula hizo una pausa y le puso la mano en la cara—. Yo no te culpo —le dijo otra vez.
—¿Entonces por qué? —Pedro tragó saliva—. ¿Por qué no quieres casarte conmigo? Cielos, Paula, tardé mucho tiempo en darme cuenta, pero la noche de la fiesta supe que tú eras lo que faltaba en mi vida —Desvió la mirada—. Después del entierro me aproveché de tu dolor, lo sé. No tengo disculpa. Sólo sé que por fin me di cuenta de que te amaba y que no podía alejarme de ti, de igual manera que no podía dejar de respirar.
Calló de nuevo y el silencio los envolvió de nuevo. El único sonido que se oía eran las respiraciones entrecortadas de los dos.
Paula estaba paralizada, sin lograr dar sentido a las palabras que acababa de oír.
—¿Paula?
Ella se apoyó en los talones y hundió los hombros. —Perdona —dijo él, alarmado—. No debería haber…
—¿Me quieres?
Pedro se interrumpió y buscó en sus ojos con incredulidad.
—¿No lo sabías? Creía que todo el mundo se había dado cuenta.
—No lo sabía —confirmó ella—. Pensaba... creía que todavía...
—¿Melanie?
Paula asintió.
—Al ver la carta he pensado que lo habías hecho porque sigues echándola de menos, y que había venido aquí por casualidad.
—Oh, cielo, no —dijo él, sujetándola por los codos y poniéndose en pie, levantándola con él—. Yo quería hacerte feliz. Quería algo especial para celebrar nuestro matrimonio —se detuvo un momento, mientras buscaba con cuidado las palabras—. Mis sentimientos por tu hermana fueron sólo pasajeros. Melanie y yo no estábamos hechos en uno para el otro, eso se veía. Lo nuestro terminó mucho antes de la fiesta, y nunca me arrepentí de ello.
Sus ojos se encontraron de nuevo y ella vio un destello de esperanza en la mirada masculina.
—¿Me quieres? —repitió ella.
Era una tontería, lo sabía, pero no estaba segura de haberlo oído la primera vez.
—Te quiero —dijo él—. Te quiero desde la noche que bailamos juntos y me di cuenta de que me había equivocado de hermana.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.
—Yo también te quiero —dijo ella—. Oh, Pedro, te quiero tanto —sonrió temblorosa—. Pellízcame. Debo estar soñando.
—De eso nada —dijo él—. Esto es real, cariño. Tan real como la niña que está durmiendo arriba —la apretó contra él y apoyó la frente en la suya—. Cásate conmigo, por favor, Paula.
Paula intentó asentir.
—Sí, me casaré contigo. Seré tu esposa.
—Y la madre de mis hijos —dijo él.
—¿Hijos? ¿Más de uno? —preguntó ella rodeándole el cuello con los brazos y acariciándole la nuca.
—Por supuesto que más de uno. Si Olivia es hija única, acabará siendo una malcriada —Pedro se detuvo un momento—. ¿Cuándo te diste cuenta...?
—¿De que te quería? —Paula se echó a reír—. Aun a riesgo de hinchar tu vanidad a niveles insoportables, te lo diré. No puedo recordar ningún momento de mi vida que no te haya amado. Cuando tenía ocho años, y nueve, y diez te adoraba. A las once y a los doce te idolatraba. A los trece estaba totalmente enamorada de ti, y cuando empezaste a salir con Melanie me partiste el corazón.
—No tenía idea —dijo él—. ¿Cómo no pude darme cuenta?
—Yo no era una chica muy abierta —le recordó ella.
—Sí, pero siempre te sentías muy cómoda conmigo. Estabas... enamorada de mí — dijo él—. Cielos, he estado a punto de estropearlo todo, ¿verdad?
Ella se encogió de hombros.
—Lo dudo.
En menos de diez minutos estaban los dos en la cama del dormitorio, una pierna de Pedro entre las suyas y el peso de su cuerpo sobre ella. Ella se agitó bajo él, y él gimió, pero no continuó.
—Espera.
—¿A qué? —dijo ella, deslizando las manos entre los dos y acariciando los pezones masculinos.
—Dime que tú también lo sentiste —dijo él, sosteniéndose sobre ella apoyado en los antebrazos—, la noche que bailamos. Dime que yo no fui el único.
Paula deslizó las manos por la espalda y él se estremeció a sentirlas más abajo en su cuerpo, tratando de pegarlo a ella. Pedro se adentró despacio en el calor de su cuerpo, que ya estaba preparado para recibirlo.
Ella dejó escapar un gemido de placer a la vez que movía las caderas para acomodarlo.
—No fuiste el único.
Entonces él bajo la cabeza, la besó, y los dos perdieron la noción de todo lo que querían decir.
Un rato después, Pedro estaba tendido de espaldas en la cama, acariciándole el hombro con la mano cuando ella recordó algo de repente.
—Se me ha olvidado. ¿Qué tal la entrevista?
La mano de Pedro se detuvo un momento.
—Bien, me han ofrecido el puesto —dijo él sonriendo.
—Y has aceptado —dijo ella, sin preguntar.
—He dicho que tenía que pensarlo. No es en Los Ángeles, como imaginé en un principio.
—¿No? ¿Dónde es?
Pedro volvió la cabeza hacia ella con una sonrisa de oreja a oreja.
—Un poco más al sur —concretó él—. Si acepto tendremos que mudarnos a San Diego.
—¡Sí! —exclamó ella con entusiasmo y se incorporó de un salto en la cama—. Has aceptado, ¿verdad? ¡Volvemos a casa!
—He dicho que dependía de mi esposa —dijo él.
La sujetó por las muñecas y ella se lanzó sobre él, rodeándole el cuello con los brazos.
—No estaremos en Carlsbad —le advirtió él—. Es probable que tengamos que vivir cerca de Mission Bay.
—¡Llámalos ahora mismo y diles que aceptas! —dijo ella, descolgando el teléfono de la mesita y entregándoselo.
Pedro soltó una carcajada.
—Está bien, está bien. Lo haré dentro de un momento.
Dejó el teléfono a un lado y la abrazó.
—¿Estás segura? —preguntó—. Sé que querías quedarte aquí para conseguir una plaza fija, y puedo seguir buscando un trabajo por esta zona si prefieres que nos quedemos.
—¿De verdad harías eso por mí?
—Por nosotros —le corrigió él—. Decidamos donde decidamos vivir, quiero que estemos completamente seguros de la decisión.
Ella suspiró, deslizó las manos por el pelo masculino y lo atrajo hacia sí.
—Qué tonto —dijo ella—. ¿No sabes que contigo seré feliz en cualquier parte? —lo besó con infinita ternura—. Sólo te necesito a ti, y a nuestra familia. Volver a California sería maravilloso, pero lo que de verdad quiero es pasar el resto de mi vida contigo.
Pedro la tendió de nuevo sobre la cama, y ella se dio cuenta de que el sueño que había tenido durante tantos años por fin se había hecho realidad.
—Te quiero —murmuró.
—Y yo te quiero aquí —dijo él. La besó y deslizó las manos por su cuerpo—. Pero debo confesar que no es lo único que quiero hacer contigo— Paula se echó a reír de felicidad.
Pedro, la hija que concibieron juntos fruto del amor, y un futuro tan cargado de esperanza como un bebé.
Paula recordó a Melanie, y por primera vez sintió paz en el corazón. Y tuvo la corazonada de que estuviera donde estuviera, Melanie se alegraría por ella.
Fin
Hermosísima historia Yani!!!!!!!!
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