Dejamos de besarnos y me siento a los pies de la cama. Pedro me sigue y se
acomoda junto a la cabecera.
—Vale, ahora cuéntame con quién te has peleado —digo—. ¿Con Zed?
Me da miedo la respuesta.
—No. Ha sido con unos chavales que no conocía.
Es un gran alivio que no haya sido con Zed, pero entonces asimilo lo que ha
dicho.
—Espera, ¿con unos chavales? ¿Cuántos eran?
—Tres... o cuatro. No estoy seguro —se ríe.
—No tiene gracia. Y ¿por qué te has peleado?
—No lo sé... —Se encoge de hombros —. Estaba furioso porque te habías
marchado con Zed. En aquel momento parecía buena idea.
—Pues no lo era, y mira cómo te han dejado. —Frunzo el ceño y él ladea la
cabeza con expresión perpleja—. ¿Qué?
—Nada... Ven aquí —dice, y extiende los brazos.
Asciendo por la cama, me siento entre sus piernas y me apoyo en su pecho.
—Perdona lo mal que te he tratado..., que te trato —me susurra al oído.
Un escalofrío me recorre el cuerpo al sentir su aliento en mi oreja y oír
su disculpa. No he tenido que arrancársela.
—No pasa nada. Bueno, sí que pasa, pero te daré otra oportunidad.
Espero que no haga que me arrepienta.
No creo que pueda soportar más su rollo de «ahora sí, ahora no».
—Gracias. Sé que no me la merezco. Pero soy lo bastante egoísta para
aceptarla —dice con la boca en mi pelo.
Me rodea con el brazo. Estar sentada así con él se me hace extraño y
nostálgico a la vez.
Permanezco en silencio y me vuelve un poco los hombros para verme la cara.
—¿Qué te pasa?
—Nada —digo—. Es que me da miedo que vuelvas a cambiar de opinión.
Quiero lanzarme de cabeza a la piscina, pero me aterra la posibilidad de
que no haya agua.
—No lo haré. Nunca he cambiado de opinión, sólo luchaba contra lo que
sentía por ti. Sé que ya no crees en mis palabras, pero quiero ganarme tu confianza.
No volveré a hacerte daño —me promete al tiempo que apoya la frente en la mía.
—No, por favor —le suplico. Me da igual sonar patética.
—Te quiero, Pau —dice, y el corazón se me sale del pecho.
Las palabras suenan perfectas en sus labios y haría lo que fuera por volver
a oírlas.
—Te quiero, Pedro.
Es la primera vez que ambos lo decimos sin tapujos, y tengo que luchar
contra el pánico que me entra al pensar en la posibilidad de que vuelva a
retirar sus palabras. Aunque lo haga, siempre me quedará el recuerdo de este
momento, de cómo me han hecho sentir.
—Dilo otra vez —susurra, y me vuelve del todo para que estemos frente a
frente.
En sus ojos veo más vulnerabilidad de la que nunca creí posible en él. Me
pongo de rodillas y le cojo la cara entre las manos. Con los pulgares acaricio
la sombra incipiente que cubre su rostro perfecto. Lo diré cuantas veces haga
falta hasta que se crea que merece que alguien lo quiera.
—Te quiero —repito, y cubro sus labios con los míos.
Pedro gime agradecido, y su lengua roza la mía con ternura. Cada vez que lo
beso es distinto, como si fuera la primera vez. Él es la droga de la que nunca
tengo suficiente. Me abraza por la cintura y me estrecha hasta que no queda
espacio entre nuestros pechos. La cabeza me dice que me lo tome con calma, que
lo bese despacio y que saboree cada segundo de esta dulce calma. Pero mi cuerpo
me dice que lo agarre del pelo y le arranque la camiseta. Sus labios recorren
mi mandíbula y se ciñen a mi cuello.
Se acabó. Ya no puedo controlarme más. Somos así: rabia y pasión y, ahora,
también amor. Se me escapa un gemido y él gruñe contra mi cuello, me coge de la
cintura y me tumba sobre la cama. Lo tengo encima de mí.
—Te... he... echado de menos... un montón —dice lamiéndome el cuello.
No puedo mantener los ojos abiertos, es demasiado agradable. Baja la
cremallera de mi chaqueta y me mira con ojos golosos. No me pide permiso para
quitármela ni tampoco para quitarme la camiseta de tirantes por la cabeza. Le
cuesta respirar cuando ve que arqueo la espalda para que me desabroche el
sujetador.
—Echaba de menos tu cuerpo... Cómo éste se amolda perfectamente a mi mano
—dice
con voz ronca al tiempo que coge un seno con cada una.
Gimo otra vez y aprieta las caderas contra mi bajo vientre para que note su
excitación. Tenemos la respiración agitada y fuera de control, y nunca lo he
deseado tanto. Parece que admitir lo que sentimos no ha hecho disminuir la
abrasadora pasión que nos consume. Su mano se desliza por mi vientre desnudo y
desabrocha el primer botón de mis vaqueros. Mete los dedos en mis bragas y
jadea contra mi boca:
—Echaba de menos que siempre estés tan mojada por mí.
Sus palabras me hacen cosas indecibles, y levanto las caderas suplicando
sentirlo.
—¿Qué quieres, Pau? —susurra en el hueco de mi cuello.
—A ti —respondo antes de que mi mente procese lo que he dicho.
No obstante, sé que es verdad. Quiero a Pedro del modo más básico, más
profundo y elemental posible. Sus dedos se delizan en mi interior con facilidad
y echo hacia atrás la cabeza en la almohada mientras entran y salen.
—Me encanta mirarte, ver lo bien que puedo hacerte sentir —dice, y yo sólo
consigo gemir en respuesta.
Mis manos se aferran a la espalda de su camiseta. Lleva demasiada ropa,
pero no consigo formar una frase coherente para pedirle que se la quite. ¿Cómo
hemos pasado de «Te odio» a «Te quiero» de este modo? Lo mismo da. Lo único que
importa es lo que me está haciendo sentir, lo que me hace sentir siempre. Su
cuerpo se echa sobre el mío y saca la mano de mi pantalón. Protesto por haber
perdido su caricia y él sonríe.
Me baja los vaqueros y las bragas y señalo su cuerpo, completamente
vestido.
—Desnúdate —digo, y él se ríe.
—Sí, señora —se burla y se quita la camiseta dejando al descubierto su
torso tatuado.
Quiero recorrer con la lengua todos y cada uno de los trazos de sus
tatuajes. Me encanta el símbolo del infinito que lleva justo encima de la
muñeca y que no pega para nada con las llamas que hay tatuadas justo debajo.
—¿Por qué te lo hiciste? —pregunto dibujando el contorno con la yema del
índice.
—¿El qué? —Está distraído. Sólo tiene manos y ojos para mis tetas.
—Este tatuaje. Es muy distinto de los demás. Es mucho más... suave y un poco...
¿femenino?
Sus dedos vagan por mis pechos, se agacha y me clava su erección en la
pierna.
—Conque femenino, ¿eh?
Sonríe y me roza los labios con los suyos antes de apartarse y mirarme con
una ceja en alto.
Ya no me interesa el tatuaje ni por qué se lo hizo. Sólo quiero tocarlo,
sentir su boca en la mía.
Antes de que ninguno de los dos pueda estropear el momento con más
palabras, lo cojo del pelo y le bajo la cabeza. Lo beso un instante en los
labios antes de seguir con su cuello. Tengo experiencia limitada, aunque
intensiva, en complacer a Pedro, pero sé que lo vuelve loco el hueco que tiene justo
encima de la clavícula. Se lo lleno de besos ardientes y húmedos y noto cómo se
le tensa el cuerpo y tiembla cuando levanto las caderas y las aprieto contra
él. La sensación de su pecho desnudo sobre el mío es exquisita. Nuestras pieles
desnudas empiezan a brillar ligeramente por el sudor. Un pequeño movimiento y
esto pasará a otro nivel, un nivel al que nunca he estado dispuesta a llegar
hasta ahora. Los músculos duros de Pedro, que se contraen y se relajan mientras
se frota contra mí jadeando, es más de lo que puedo resistir.
—Pedro... —gimo cuando se restriega otra vez contra mí.
—¿Sí, nena? —Deja de moverse. Llevo los talones a sus muslos y lo obligo a
moverse otra vez.
Cierra los ojos—. Joder —gime.
—Quiero... —digo.
—¿Qué quieres? —Su aliento me quema y cae a fuego sobre mi piel pegajosa.
—Quiero..., ya sabes... —digo.
De repente me muero de la vergüenza a pesar de lo íntimo de nuestra
postura.
—Ah —dice. Deja de moverse y me mira a los ojos. Parece estar librando una
batalla contra sí mismo—. Yo... no sé si es buena idea...
«¿Qué?»
—¿Por qué? —exclamo, y lo aparto de un empujón. Ya estamos otra vez.
—No... no, nena. Me refiero a hacerlo precisamente esta noche.
Me rodea con los brazos, me acuesta a su lado y se tumba junto a mí. No
puedo mirarlo. Me siento muy humillada.
—Eh, mírame —dice sujetándome la barbilla—. Quiero hacerlo, joder, no sabes
cuánto lo deseo. Más que nada en el mundo, créeme. Llevo deseando sentirte así
desde que te conocí, pero creo... creo que después de todo lo que ha pasado hoy
y... Sólo quiero que estés lista. Lista del todo, porque cuando lo hagamos,
estará hecho. No se puede deshacer.
Mi humillación disminuye un poco y lo miro. Sé que tiene razón, sé que
tengo que pensarlo bien pero me cuesta creer que mañana mi respuesta sea otra.
Debería pensarlo cuando no esté bajo la influencia de su cuerpo desnudo
restregándose contra el mío. Es peor que el alcohol cuando corre por mis venas.
—No te enfades conmigo, por favor. Sólo piénsalo un poco más y, si estás
segura de que quieres hacerlo, te follaré con mucho gusto. Una y otra vez,
donde y cuando tú quieras. Quiero...
—¡Vale, vale! —Le tapo la boca con la mano.
Se ríe contra mi palma y se encoge de hombros. Cuando le quito la mano de
la boca me muerde los dedos y me estrecha contra sí.
—Creo que debería ponerme algo encima para no ser una tentación —dice con
picardía, y yo me ruborizo.
No consigo decidir qué es más sorprendente: si el hecho de que le haya
sugerido que nos acostemos o el hecho de que me respete hasta el punto de haberme
rechazado.
—Pero primero, voy a hacerte sentir bien —musita, y vuelve a acostarme boca
arriba con un solo movimiento.
Su boca se cierra entre mis muslos y en cuestión de minutos me tiemblan las
piernas y estoy cubriéndome la boca con la mano para no gritar su nombre y que
nos oiga todo el mundo.
buenísimos, que estén Juntos es hermoso
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