Aparco junto al coche de Landon. Le envío un mensaje a Zed para que sepa
que ya he llegado. Me responde al instante y me dice que está en el extremo
izquierdo del estadio.
Se lo cuento a Landon.
—Suena bien —dice sin el menor rastro de emoción.
—¿Quién es Zed? —pregunta Dakota.
—Es... un amigo —respondo. Porque sólo somos amigos.
—Pedro es tu novio, ¿no?
Me la quedo mirando. No parece querer decir nada, sólo da la impresión de
estar confusa.
«Bienvenida al club.»
—No, cariño —ríe Landon—. Ninguno de los dos es su novio.
Yo también me echo a reír.
—No es tan malo como parece...
En cuanto llegamos a donde está todo el mundo, la banda empieza a tocar y
el estadio se va llenando de gente. Siento un gran alivio al ver a Zed
reclinado contra una valla. Lo señalo y nos dirigimos hacia él.
Dakota deja escapar un grito ahogado cuando nos acercamos. No sé si le han
sorprendido sus piercings y sus tatuajes o lo guapo que es. O tal vez ambas
cosas.
—Hola, preciosa —me saluda Zed con una enorme sonrisa y un abrazo.
Le devuelvo la sonrisa y el abrazo.
—Hola, soy Zed. Encantado de conoceros —les dice a Landon y a Dakota.
Sé que a Landon ya lo conoce. A lo mejor sólo intenta ser educado.
—¿Hace mucho que estás aquí? — pregunto.
—Unos diez minutos. Hay mucha más gente de la que imaginaba.
Landon nos lleva a una zona más tranquila cerca del enorme escenario de
madera y nos acomodamos en el césped. Dakota se sienta entre sus piernas y se
reclina en su pecho. El sol se está poniendo y empieza a correr una brisa
fresca. Debería haberme puesto manga larga.
—¿Habías venido antes a alguna fiesta de éstas? —le pregunto a Zed.
Él niega con la cabeza.
—No, no es mi ambiente habitual —dice con una carcajada, y añade—: Pero me
alegro de estar aquí esta noche.
Sonrío al oír el cumplido, y entonces alguien sube al escenario y nos da la
bienvenida en nombre de la universidad y de la banda. Se pasa unos minutos
hablando sin decir nada y empieza la cuenta atrás para encender la hoguera. Y
tres, dos, uno... El fuego se enciende y se traga la montaña de madera con avidez.
Es muy bonito estar tan cerca de las llamas, y creo que, pese a todo, no voy a
pasar frío.
—¿Cuánto tiempo te quedarás por aquí? —le pregunta Zed a Dakota.
Ella frunce el ceño.
—Sólo un par de días. Ojalá pudiera volver para la boda, que es el fin de semana
que viene.
—¿Qué boda? —pregunta Zed.
Miro a Landon, que le responde:
—La de mi madre.
—Ah...
Zed hace una pausa y baja la mirada, como si estuviera dándole vueltas a
algo.
—¿Qué? —le pregunto.
—Nada. Es que estaba intentando recordar quién más me dijo algo de una boda
el fin de semana que viene... Ah, sí. Fue Pedro, creo. Nos estaba preguntando
qué se pone uno para ir a una boda.
Se me para el corazón. Espero que no se me note en la cara. Pedro no les ha
contado a sus amigos que su padre es el rector, ni que va a casarse con la
madre de Landon.
—Qué coincidencia, ¿no? —dice.
—No, van a... —empieza a decir Dakota.
—Sí —la interrumpo—, efectivamente es una coincidencia, pero en una ciudad
tan grande probablemente debe de haber bastantes bodas todos los fines de
semana.
Zed asiente y Landon le susurra algo a su novia al oído.
«¿Pedro está pensando en ir a la boda?», me digo.
Zed se echa a reír.
—La verdad es que no puedo imaginarme a Pedro en una boda.
—¿Por qué no? —Uy, no quería sonar tan borde.
—No lo sé, porque es Pedro, supongo. La única manera de arrastrarlo a una
boda sería diciéndole que después podría acostarse con las damas de honor. Con
todas — añade poniendo los ojos en blanco.
—Creía que Pedro era tu amigo — replico.
—Y lo es. No estoy diciendo nada malo de él. Pedro es así. Se acuesta con
una chica distinta cada fin de semana. A veces con más de una.
Me pitan los oídos y el fuego me quema la piel. Me levanto antes de darme
cuenta de lo que estoy haciendo.
—¿Adónde vas? ¿Qué pasa? —me pregunta Zed.
—Nada, es sólo... Es que necesito un poco de aire. Aire fresco —mascullo.
Sé lo estúpido que ha sonado eso, pero me da igual—. Vuelvo enseguida, sólo
será un segundo.
Me voy a toda velocidad antes de que alguien se ofrezca a acompañarme.
«Pero ¿qué me pasa?»
Zed es dulce y le gusto de verdad, disfruta de mi compañía, y aun así basta
con que alguien mencione a Pedro para que no pueda dejar de pensar en él. Doy un
paseo rápido alrededor de las gradas y respiro hondo un par de veces antes de
volver con los demás.
—Perdonad, es que hacía... demasiado calor —miento, y vuelvo a sentarme.
Zed ha sacado el móvil, me oculta la pantalla y se lo guarda en el bolsillo.
Me dice que no ocurre nada y nos pasamos una hora charlando con Landon y con Dakota.
—Me noto un poco cansada. He cogido el avión muy temprano —le dice Dakota a
Landon, que asiente.
—Sí, yo también estoy cansado. Creo que nosotros nos vamos.
Landon se levanta y ayuda a Dakota a ponerse de pie.
—¿Quieres que nosotros nos vayamos también? —me pregunta Zed.
—No, por mí podemos quedarnos. A menos que tú quieras irte.
—Yo estoy a gusto —dice negando con la cabeza.
Nos despedimos de Landon y de Dakota y los vemos desaparecer entre la
multitud.
—¿Por qué hacen la hoguera? —le pregunto a Zed, aunque no estoy muy segura
de que él lo sepa.
—Creo que es para celebrar que se acaba la temporada de fútbol americano —me
dice—. O que está a la mitad, o algo así...
Miro alrededor y por primera vez me doy cuenta de que mucha gente lleva
sudaderas.
—Ah. —Miro de nuevo a Zed—. Ya entiendo —asiento echándome a reír.
—Ya —me dice, y entorna los ojos—. ¿Ése no es Pedro?
Vuelvo la cabeza a toda velocidad. Pues sí, es él, y viene hacia nosotros
con una morena bajita que lleva falda.
Me pego más a Zed. Precisamente por esto no he querido escuchar a Pedro en
el porche: ya se ha buscado a una chica sólo para traerla aquí y jorobarme.
—Hola, Zed —lo saluda ella con una voz muy aguda.
—Hola, Emma.
Zed me pasa el brazo por los hombros. Pedro le lanza una mirada de las que
matan, pero se sienta con nosotros.
Sé que estoy siendo una maleducada por no presentarme a la chica, pero no
puedo evitar que me caiga mal de entrada.
—¿Qué tal va la hoguera? —pregunta Pedro.
—Da calor. Casi ha terminado, o eso creo —contesta Zed.
Hay cierta tensión entre ambos. La noto. No sé a qué se debe; Pedro les ha
dejado muy claro a sus amigos que le importo una mierda.
—¿No hay nada para comer? —pregunta la chica con su molesta voz.
—Sí, hay un puesto que vende cosas — le digo.
—Pedro, acompáñame a comprar algo de comer —le pide. Él pone los ojos en
blanco pero se levanta.
—¡Tráeme un pretzel, ¿vale?! —le grita Zed sonriendo, y Pedro aprieta la
mandíbula.
«¿Y a éstos qué les pasa?»
Miro a Zed en cuanto él y la chica desaparecen.
—Oye, ¿podemos irnos? No me apetece mucho ver a Pedro. No sé si se te ha
olvidado, pero nos odiamos mutuamente. —Intento sonreír y que suene a medio
broma, pero no me sale.
—Sí, claro que sí —me dice.
Nos levantamos y me tiende la mano. La acepto y caminamos agarrados. Miro a
todas partes buscando a Pedro y rezando para no verlo.
—¿Te apetece ir a la fiesta? —me pregunta Zed cuando llegamos al aparcamiento.
—No, la verdad es que eso tampoco me apetece. —Es el último lugar sobre la
faz de la Tierra al que querría ir.
—Vale, pues si quieres podemos quedar otro... —empieza a decir.
—No, me apetece estar contigo. Sólo que no quiero quedarme aquí ni ir a la
fraternidad —me apresuro a responder.
Parece sorprendido, y sus ojos encuentran los míos.
—Vale... Podemos ir... ¿a mi casa? Si te apetece... Si no, podemos ir a
otra parte. Aunque no se me ocurre ningún otro sitio en esta ciudad.
Se echa a reír y yo también me río.
—Tu casa me parece bien. Te sigo hasta allí.
Durante el trayecto, no puedo evitar imaginarme la cara de Pedro cuando
vuelva y se encuentre con que nos hemos ido. Él ha aparecido con otra chica,
así que no tiene derecho a enfadarse, aunque eso no me alivia el dolor de
estómago.
El apartamento de Zed está justo al salir del campus. Es pequeño pero está
limpio. Me ofrece una copa pero la rechazo porque mi intención es conducir de
vuelta a la residencia esta noche.
Me siento en el sofá y me pasa el mando a distancia de la tele, luego va a
la cocina a por algo de beber.
—Pon lo que quieras. No sé qué programas te gusta ver.
—¿Vives solo? —le pregunto, y asiente con la cabeza.
Me siento un poco rara cuando se instala a mi lado y me rodea la cintura
con el brazo, pero escondo mi nerviosismo detrás de una sonrisa. El móvil de
Zed vibra entonces en su bolsillo y se levanta para contestar. Alza un dedo
para decirme que vuelve enseguida y se dirige a la pequeña cocina.
—Nos hemos ido —lo oigo decir—.Ya... Es justo... Se siente.
Lo poco que consigo escuchar de su conversación no tiene ningún sentido...
Sólo entiendo lo de «nos hemos ido».
«¿Será Pedro?»
Me levanto y me acerco a la cocina. Zed cuelga.
—¿Quién era?
—Nadie importante —me asegura, y me conduce de vuelta al sofá—. Me alegro
de que nos estemos conociendo. Eres distinta del resto de las chicas de por
aquí—me dice con dulzura.
—Yo también —asiento—. ¿Conoces a Emma? —No puedo evitar preguntárselo.
—Sí, es la novia de la prima de Nate.
—¿La novia?
—Sí, llevan juntas bastante tiempo. Emma es guay.
Pedro no estaba allí con ella para lo que yo creía. Es posible que haya ido
a la hoguera para volver a intentar hablar conmigo, no para hacerme daño con
otra chica.
Miro a Zed justo cuando se acerca para besarme. Tiene los labios fríos de
la bebida y sabe a vodka. Sus manos se mueven con delicadeza por mis brazos y
son muy suaves. Luego bajan hasta mi cintura. Veo a Pedro, con cara de que le
han roto el corazón, y cómo me ha suplicado que le dé una última oportunidad y
yo no lo he creído. Veo cómo me miraba mientras me alejaba, el rebote que pilló
en clase con Catherine y Heathcliff, cómo aparece siempre cuando no quiero
verlo ni en pintura, el modo en que nunca le dice a su madre que la quiere y
cómo dijo que me quería delante de todo el mundo y lo dolido que parecía. Veo
cómo rompe cosas cuando se enfada, cómo vino a buscarme a casa de su padre a
pesar de que odia ese lugar, y cómo les ha preguntado a sus amigos qué tiene
que ponerse para ir a una boda... Todo tiene sentido pero a la vez no lo tiene.
Pedro me quiere. A su manera tarada, pero me quiere. Si llega a ser un
león, me come.
—¿Qué? —pregunta Zed poniendo fin a nuestro beso.
—¿Qué? —repito.
—Acabas de decir «Pedro».
—No —me defiendo.
—Sí, lo has dicho.
Se levanta y se aparta del sofá.
—Tengo que irme... Lo siento —digo cogiendo mi bolso y saliendo por la
puerta como una exhalación sin darle tiempo a decir nada más.
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