Acompaño a Zed a la cocina, mentalizándome de que voy a sobrevivir a esta
fiesta. Quiero ir a donde está Pedro y maldecirlo, decirle que no vuelva a
hablarme en la vida, darle una buena bofetada y arrancarle a Molly el pelo rosa
de la cabeza. No obstante, es probable que se limite a reírse de mí en mi cara,
así que decido beberme de un trago el vodka sour de cereza que me prepara Zed y
pedirle otro. Pedro me ha fastidiado demasiadas noches, y me niego a ser la
pava otra vez.
Zed me prepara otro vodka sour pero, cuando vuelvo a entregarle la copa
vacía a los pocos minutos, se ríe y levanta las manos.
—Eh, baja el ritmo, muchacha, que ya llevas dos.
—Es que están muy buenos. —Me río y relamo la última gota de cereza de mis
labios.
—Vale, pero éste te lo tienes que beber más despacio, ¿sí?
Asiento, me prepara otro y dice:
—Creo que vamos a jugar a otra ronda de Verdad o desafío.
«Pero ¿qué le pasa a esta gente con el puñetero Verdad o desafío?» Pensaba
que uno dejaba de jugar a estos estúpidos jueguecitos de marras al acabar el
instituto. Vuelve a dolerme el pecho y no puedo dejar de pensar en la cantidad
de cosas a las que Pedro y Molly se habrán atrevido ya esta noche.
—¿Qué me he perdido en la última ronda? —pregunto con la sonrisa más
coqueta que soy capaz de componer.
Es probable que parezca una loca, pero Zed me sonríe. Parece que funciona.
—Sólo a un puñado de borrachos morreándose, lo de siempre —responde
encogiéndose de hombros.
El nudo que tengo en la garganta sube, pero me lo trago junto con la
bebida. Suelto una risa falsa y sigo bebiendo sin parar mientras regresamos
junto a los demás. Zed se sienta en el suelo, en diagonal con respecto al sitio
que Pedro y Molly ocupan en el sofá. Me siento a su lado, más cerca de lo que
me sentaría normalmente, pero ésa es la idea. Una parte de mí daba por sentado
que ya se habría quitado a Molly de encima, pero no. Así que me acerco todavía
más a Zed.
Pedro entorna los ojos hasta que son dos rayitas oscuras pero hago como si
no lo viera. Molly sigue en sus brazos como el pendón que es, y Steph me lanza
una mirada comprensiva y luego se queda mirando a Pedro. El vodka empieza a
hacer efecto para cuando le toca a Nate.
—¿Verdad o desafío? —dice Steph.
—Verdad —contesta.
Ella pone los ojos en blanco.
—Nenaza. —Su colorido lenguaje nunca deja de sorprenderme—. Vale... ¿Es
verdad que la semana pasada orinaste en el armario de Tristan? —pregunta, y
todos se echan a reír menos yo. No tengo ni idea de qué están hablando.
—¡No! ¡Tíos, ya os he dicho que no fui yo! —gruñe, y todo el mundo se parte
de la risa.
Zed me mira y me guiña un ojo entre las carcajadas de todos.
No me había dado cuenta antes, pero está bueno. Está muy bueno.
—¿Juegas, Pau? —me pregunta Steph.
Asiento. Levanto la vista para ver a Pedro y compruebo que me está mirando.
Le sonrío y vuelvo a mirar a Zed. El ceño fruncido de Pedro me alivia un poco
la presión que siento en el pecho. Debería sentirse tan mal como yo.
—Vale, ¿verdad o desafío? —pregunta Molly.
Cómo no, tenía que ser ella la que me retara.
—Desafío —digo con valentía. Sólo Dios sabe lo que me hará hacer.
—Te reto a que beses a Zed.
Se oyen algunas risitas nerviosas y gritos quedos.
—Ya sabemos lo que opina de los besos; elige a otra persona —masculla Pedro.
—No pasa nada —replico. Si quiere jugar, jugaremos.
—No creo que... —insiste él.
—Cierra el pico, Pedro —interviene Steph, y me infunde valor con su
sonrisa.
No me puedo creer que haya accedido a besar a Zed, y eso que es uno de los
hombres más atractivos que he visto. Sólo he besado de verdad a Noah y a Pedro;
imagino que Johnny en tercero de primaria no cuenta, más que nada, porque sabía
a pegamento.
—¿Estás segura? —me pregunta Zed. Está intentando parecer preocupado, pero
veo en sus rasgos perfectos que no le disgusta la idea.
—Segura —digo.
Cojo otra copa y me obligo a no mirar a Pedro, no sea que cambie de
opinión. Todas las miradas están puestas en nosotros. Zed se me acerca para
besarme. Está frío por el hielo de su copa, y su lengua sabe a zumo de cereza.
Sus labios son suaves y firmes a la vez, y su lengua se mueve con destreza con
la mía. Noto ese calor en el vientre, no tan intenso como con Pedro, pero es
tan agradable que cuando Zed me coge de la cintura, los dos nos ponemos de
rodillas para...
—¡Eh, ya está bien, joder!... Ha dicho que os beséis, no que echéis un
polvo delante de todo el mundo —protesta Pedro.
Molly le dice que se calle.
Lo miro. Está enfadado, más que enfadado. Él se lo ha buscado.
Me separo de Zed y noto que se me sonrojan las mejillas cuando todo el
mundo se nos queda mirando. Steph levanta dos hermosos pulgares en mi dirección
pero yo agacho la cabeza. Zed parece estar muy contento y yo me siento
avergonzada pero más que satisfecha con la reacción de Hardin.
—Pau, te toca retar a Tristan —dice Zed.
Tristan elige desafío, así que le lanzo el reto menos imaginativo posible y
lo dejo seguir a él.
—Zed, ¿verdad o desafío? —pregunta Tristan.
Me termino la bebida y, cuanto más bebo, más se adormecen mis emociones.
—Desafío —responde Zed, y Steph le susurra a Tristan al oído algo que lo
hace sonreír.
—Te reto a que te lleves a Pau diez minutos arriba —dice Tristan, y yo me
atraganto. Esto ya es pasarse.
—¡Muy bueno! —exclama Molly, y se ríe a mi costa.
Zed me mira como preguntándome si me parece bien. Sin pensar, me pongo en
pie y le cojo la mano. Parece tan sorprendido como los demás, pero se levanta.
—Esto no es Verdad o desafío —suelta Pedro—, esto es... Eh... Puf, esto es
una gilipollez.
—Y ¿qué más da? Los dos están solteros y es divertido. ¿A ti qué te
importa?—le espeta Molly.
—A mí... me da igual. Sólo que creo que es ridículo —replica Pedro, y me
duele el pecho otra vez.
Salta a la vista que no tiene pensado decirles a sus amigos que somos...,
que éramos... lo que fuéramos. Me ha estado utilizando todo el tiempo, sólo he
sido una más para él. He sido una tonta, una tonta de campeonato, por creer lo
contrario.
—Bueno, por suerte no es asunto tuyo, Pedro —salto, y me llevo a Zed de la
mano.
«¡Toma ya!», «¡Joder!», oigo decir a algunos, y Pedro les suelta un
improperio mientras Zed y yo hacemos mutis por el foro.
Encontramos un dormitorio cualquiera al subir la escalera, él cierra la
puerta y enciende la luz.
Ahora que estoy lejos de Pedro empieza a ponerme muy muy nerviosa estar a
solas con Zed. Por muy enfadada que esté, no quiero liarme con él. Bueno, no es
que no quiera, es que no sé si debo. No soy esa clase de chica.
—¿Qué quieres hacer? —pregunto con vocecita chillona.
Se echa a reír y me lleva a la cama.
«Ay, madre.»
—¿Y si charlamos un rato? —dice, y asiento y miro el suelo—. No es que no
quiera hacer otras muchas cosas contigo, pero estás borracha y no quiero
aprovecharme de ti.
Trago saliva.
—¿Sorprendida? —Me sonríe y me echo a reír.
—Un poco —confieso.
—¿Por qué? No soy un cabrón como Pedro —dice, y aparto la mirada otra vez—.
Por un instante pensé que entre él y tú había algo.
—No... Sólo somos... Bueno, éramos amigos. Pero ya no. —No quiero admitir
lo idiota que he sido por tragarme las mentiras de Pedro.
—¿Sigues viendo a tu novio del instituto?
Es un alivio no tener que hablar de Pedro. Me relajo y contesto:
—No, hemos roto.
—Vaya, qué lástima. Era un tío con suerte —me dice con una sonrisa muy
dulce.
Zed es encantador. De repente estoy mirando esos ojos de color caramelo;
tiene las pestañas más largas que yo.
—Gracias —digo.
—A lo mejor podría invitarte a salir algún día, una cita de verdad... Nada
que se parezca a un dormitorio en una fiesta de fraternidad —dice, y se echa a
reír nervioso.
—Hum... —No sé qué decir.
—¿Y si vuelvo a preguntártelo mañana, cuando estés sobria?
Es mucho más majo de lo que imaginaba. Normalmente los chicos que son así
de guapos son unos cabrones... Como Pedro.
—Hecho.
Vuelve a cogerme de la mano.
—¡Estupendo! Será mejor que regresemos con los demás.
Cuando llegamos abajo, Pedro y Molly aún están en el sofá, pero ahora él
tiene una copa en la mano y Molly ha movido las piernas para rodearlo por un
lado con ellas. Los ojos de Pedro se clavan en mi mano entrelazada con la de
Zed, y la retiro sin pensar. Luego la vuelvo a coger. Pedro aprieta los dientes
y yo miro a la gente de la fiesta.
—¿Qué tal ha ido? —sonríe Molly con malicia.
—Muy divertido —contesto.
Zed no dice nada. Más tarde le daré las gracias por no haberme corregido.
—Le toca a Molly —anuncia Nate mientras Zed y yo nos sentamos otra vez en
el suelo.
—¿Verdad o desafío? —pregunta Pedro.
—Desafío, por supuesto.
Pedro me mira a los ojos y dice:
—Te reto a que me beses.
El corazón deja de latirme en el pecho. Se me para. Es mucho más capullo de
lo que imaginaba.
Me zumban los oídos. Molly me mira muy ufana y se abalanza sobre Pedro.
Toda la rabia que sentía hace un momento se esfuma y la sustituye el dolor, un
dolor que arrasa con todo, y las lágrimas me queman las mejillas. No puedo
seguir viéndolo. No puedo.
En cuestión de segundos me he puesto de pie y estoy abriéndome paso a
empujones entre el gentío. Zed y Steph me llaman pero todo me da vueltas y,
cuando cierro los ojos, sólo veo a Molly y a Pedro. Tropiezo con la gente pero
no miro atrás. Por fin llego a la puerta y el aire fresco me llena los pulmones
y me devuelve a la realidad.
«¿Cómo puede ser tan cruel?»
Bajo corriendo los escalones que conducen a la acera. Tengo que largarme de
aquí. Desearía no haberlo conocido. Desearía haber tenido otra compañera de
habitación. Incluso desearía no haber venido nunca a estudiar a la WCU.
—¡Pau!
Me vuelvo al oírlo, convencida de que son imaginaciones mías, hasta que veo
a Pedro, que corre hacia mí.
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