Divina

Divina

sábado, 24 de octubre de 2015

After Capitulo 43


La alarma suena muy temprano, y me doy la vuelta. Levanto el brazo para propinarle un manotazo y parar el odioso pitido que me está destrozando los oídos. Mi mano choca con una superficie suave y cálida, y abro los ojos de golpe para encontrar a Pedro mirándome. Cojo la almohada para taparme de vergüenza, pero él me la quita de un tirón.

—Buenos días para ti también —dice con una sonrisa frotándose el brazo.

Le devuelvo la mirada mientras se me ocurre una disculpa. 

«¿Cuánto tiempo ha estado mirándome?»

—Estás adorable cuando duermes — bromea, y yo me incorporo tan rápido como puedo, convencida de que debo de tener una pinta bastante horrorosa, como suele ser habitual por las mañanas.

Me pasa el móvil.

—¿Para qué es la alarma?

La apago y me bajo de la cama.

—Voy a ir a buscar un coche, así que puedes irte cuando quieras —replico.

Él frunce el ceño.

—Está claro que lo tuyo no es madrugar —dice.

Me hago una cola, en un intento por evitar que mi pelo parezca un nido de pájaros.

—Es que... no quiero entretenerte. —Me siento un poco culpable por hablarle de un modo tan borde pero, para ser sincera, era lo que esperaba de él.

—Y no es el caso. ¿Puedo ir contigo?

Miro a mi alrededor en la habitación mientras me pregunto si lo he oído bien. Entonces me vuelvo hacia él con una mirada de sospecha.

—¿A ver un coche? Y ¿por qué ibas a querer venir?

—¿Por qué tiene que haber una razón? Te comportas como si estuviera tramando matarte o algo así. —Se ríe y se levanta, tras lo cual se revuelve el pelo.

—Bueno, me sorprende bastante verte de tan buen humor por la mañana..., que quieras ir conmigo a un sitio... y que no me estés insultando —admito.

Me aparto de él y recojo la ropa y las cosas del baño. Tengo que darme una ducha antes de ir a ningún sitio. Indiferente ante mi sinceridad, Pedro sigue presionándome un poco más.

—Lo pasaremos bien, lo prometo. Pero tienes que dejar que te demuestre que podemos ser... que puedo ser amable. Sólo por un día.

Su sonrisa es preciosa y convincente. Sin embargo, estoy segura de que Noah me dejará y no volverá a hablarme nunca si se entera de que Pedro ha pasado la noche aquí conmigo, en mi cama, agarrándome mientras dormíamos. No sé por qué tengo ese miedo constante a perder a Noah; quizá sea miedo a la reacción de mi madre si cortamos, o quizá sea que mi antiguo yo sigue muy unido a él.

Siempre ha estado ahí, y me siento como si nos debiera, tanto a él como a mí, continuar con la relación. No obstante, creo que la razón más importante es que sé que Pedro no podrá y no querrá darme el tipo de relación que necesito y que, francamente, quiero de él.

Mientras estoy sumida en mis pensamientos, parece que por fin consigo admitir que, por escuchar la pausada respiración de Pedro junto a mi oído mientras dormía, vale la pena que Noah no vuelva a hablarme nunca más.

—¡Tierra llamando a Pau! —dice Pedro desde el otro lado de la habitación, y yo vuelvo en mí.

Me he quedado paralizada, debatiendo conmigo misma, y he olvidado por completo que Pedro estaba aquí.

—¿Pasa algo? —pregunta, y se acerca.

«No, nada, sólo que por fin estoy reconociéndome a mí misma que siento algo por ti y que quiero más, aunque ya sé que a ti no te importa nadie en este mundo, y menos aún yo.»

—Intento decidir qué ponerme — miento.

Baja la vista hasta la ropa que sujeto entre las manos e inclina la cabeza, pero se limita a decir:

—Entonces ¿puedo acompañarte? Así te será más fácil, porque no tendrás que coger el autobús. Bueno, podría ser divertido. Y, desde luego, más sencillo.

—Venga, vale —digo—. Voy a arreglarme.

Camino hacia la puerta, y me sigue.

—¿Qué haces? —inquiero.

—Ir contigo.

—Eh..., voy a darme una ducha.

Balanceo la bolsa de aseo frente a su cara y me la arrebata de las manos.

—¡Qué casualidad! ¡Yo también!

Dichosos baños mixtos. Me adelanta y abre la puerta sin mirar atrás. Me doy prisa en alcanzarlo y le tiro de la camiseta.

—Qué detalle que te unas —bromea, y pongo los ojos en blanco.

—El día no ha hecho más que empezar y ya eres un incordio —lo chincho en respuesta.

Unas cuantas chicas pasan por nuestro lado y entran en los baños; no se cortan un pelo en quedarse embobadas mirando a Pedro.

—Chicas —las saluda él, y ellas ríen por lo bajo como si fueran colegialas. 

Bueno, técnicamente son colegialas, pero también son adultas, así que deberían comportarse como tales.

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