Divina

Divina

sábado, 17 de octubre de 2015

After Capitulo 25


Nos desviamos por una carretera de gravilla y Pedro apaga la música, por lo que lo único que se oye es el crujido de los guijarros bajo las ruedas. De repente me doy cuenta de que estamos en medio de la nada, y empiezo a ponerme nerviosa. 

Estamos solos. Por completo.

No hay coches, ni edificios..., nada.

—No te preocupes, no te he traído aquí para matarte —bromea, y yo trago saliva.

Dudo que sea consciente de que temo más a lo que pueda hacer yo estando a solas con él que a que intente matarme.

Medio kilómetro después, detiene el coche. Miro por la ventanilla y no veo nada más que hierba y árboles. Unas flores silvestres salpican de amarillo el paisaje, y la brisa es cálida y agradable. La verdad es que es un sitio precioso y tranquilo. Pero ¿por qué me ha traído aquí?

—¿Qué vamos a hacer aquí? —le pregunto mientras salgo del coche.

—Bueno, pues empezaremos caminando un poco.

Suspiro.

«¿Me ha traído aquí para hacer ejercicio?»

Al advertir mi amarga expresión, añade:

—Será un paseo corto.

Echa a andar por una zona de hierba que parece más plana por haber sido pisada varias veces.

Caminamos en silencio la mayor parte del tiempo, excepto por algunos exabruptos groseros de Pedro quejándose de que soy demasiado lenta. Lo ignoro y admiro el paisaje que me rodea. Estoy empezando a entender por qué le gusta este lugar aparentemente aleatorio. Es muy tranquilo. Se respira paz. 

Podría quedarme aquí eternamente, siempre y cuando me trajera un libro conmigo. Se desvía del sendero y se acerca a una zona arbolada. Mi desconfianza innata se activa, pero lo sigo.

Unos minutos después salimos del bosque y llegamos a un arroyo. No tengo ni idea de dónde estamos, pero el agua parece bastante profunda.

Pedro se quita la camiseta sin decir nada. Me fijo en su torso tatuado. El modo en que están dibujadas las ramas desnudas del árbol muerto resulta más atractivo que fantasmagórico bajo la luz del sol. Después se agacha y se desata los cordones de sus botas negras y sucias. Me mira y me sorprende observando su cuerpo semidesnudo.

—¿Por qué te estás desnudando? — pregunto, y entonces miro en dirección al arroyo. «¡Ay, no!»—. ¿Vas a nadar? ¿Ahí? —Señalo el agua.

—Sí, y tú también. Yo lo hago todo el tiempo.

Se desabrocha los pantalones y tengo que obligarme a no mirar cómo se contraen y se relajan sus músculos cuando se inclina para quitárselos.

—No pienso nadar ahí. —No me importa nadar, pero no voy a hacerlo en un lugar perdido en medio de la nada.

—Y ¿por qué no? —Señala hacia el río —. El agua está tan limpia que puedes ver el fondo.

—Porque... seguro que hay peces y Dios sabe qué más ahí dentro. —Soy
consciente de lo absurdo que suena mi argumento, pero me da igual—. Además, no me has dicho que íbamos a nadar, y no he traído ropa de baño. —Eso no puede rebatírmelo.

—¿Me estás diciendo que eres de esa clase de chicas que no llevan ropa interior? —dice con una sonrisa maliciosa, y lo miro con la boca abierta, a él y a sus hoyuelos—. Venga, puedes quedarte en bragas y sujetador.

«¿En serio pensaba que iba a venir aquí y que me quitaría la ropa para nadar con él?»

Algo se remueve en mi interior, y siento una extraña calidez al pensar en estar desnuda en el agua con Pedro. Pero ¿qué me pasa con él? Nunca antes había tenido esta clase de pensamientos.

—No pienso nadar en ropa interior, pervertido. —Me siento en la suave hierba—. Me quedaré aquí a mirarte —le digo.

Frunce el ceño. Ahora lleva puesto sólo un bóxer ajustado, y la tela negra se ciñe a su cuerpo. Es la segunda vez que lo veo sin camiseta, y es todavía más fascinante aquí, a plena luz.

—Eres una sosa. Y tú te lo pierdes — dice simplemente, y se lanza al agua.
Me quedo mirando la hierba, arranco unas cuantas hojas y jugueteo con ellas entre los dedos.

Oigo a Pedro gritar desde el arroyo:

—¡El agua está caliente, Pau!

Desde donde estoy sentada, veo las gotas de agua deslizándose entre su cabello, que ahora parece negro. Sonríe mientras se aparta el pelo empapado y se pasa la mano por la cara.

Por un instante me sorprendo deseando ser otra persona, alguien más valiente. Alguien como Steph. Si yo fuera ella, me quitaría la ropa y me lanzaría al agua con Pedro. Chapotearía por ahí y volvería a la orilla para tirarme de nuevo y salpicarlo. Sería divertida y desenfadada.

Pero no soy Steph. Soy Paula.

—¡Esta amistad está resultando ser tremendamente aburrida!... —exclama Pedro, y se acerca nadando a la orilla. Pongo los ojos en blanco, y él se echa a reír—. Quítate al menos los zapatos y mójate los pies. Está increíble, y pronto estará demasiado fría para nadar.

Mojarme los pies no me parece tan mala idea. De modo que me quito los zapatos y me remango los vaqueros lo suficiente como para sumergir los pies en el agua. Pedro tenía razón, el agua está caliente y limpia. Meneo los dedos y no puedo evitar sonreír.

—Está buena, ¿verdad? —pregunta, y asiento—. Venga, métete.

Niego con la cabeza y él me salpica. Me echo hacia atrás y lo miro con el ceño fruncido.

—Si te metes en el agua, contestaré a una de tus impertinentes preguntas. A la que quieras, pero sólo a una —me advierte.

La curiosidad me supera, e inclino la cabeza, pensando. Son tantos los misterios que lo rodean... y ahora tengo la oportunidad de resolver uno de ellos.

—La oferta expira dentro de un minuto —dice, y desaparece debajo del agua.
Observo su largo cuerpo nadando debajo del agua clara. Parece divertido, y la oferta de Pedro es difícil de rechazar. Sabe cómo usar mi curiosidad en mi contra.

—Pau—dice cuando asoma la cabeza de nuevo por la superficie—. Deja de cavilar tanto y salta.

—No tengo nada que ponerme. Si me meto con ropa, tendré que volver empapada —protesto.

Casi quiero meterme en el agua. Vale, sé que quiero hacerlo.

—Ponte mi camiseta —ofrece, para mi sorpresa, de modo que espero un segundo a que me diga que era una broma, pero no lo hace—. Venga, ponte mi camiseta. Será lo bastante larga como para que te cubra, y puedes dejarte las bragas y el sujetador puestos, si quieres —dice con una sonrisa.

Acepto su consejo y dejo de pensar.

—Está bien, pero date la vuelta y no me mires mientras me cambio. ¡En serio! — Me esfuerzo todo lo posible por intentar intimidarlo, pero él se echa a reír.
Se da la vuelta y mira en la dirección opuesta, de modo que me quito la blusa por la cabeza y cojo su camiseta lo más rápido que puedo. Me la pongo y veo que tenía razón. Me llega hasta la mitad del muslo. La verdad es que huele de maravilla, a una mezcla de colonia y un olor que sólo podría describir como el de Pedro.

—Joder, date prisa o me doy la vuelta —dice, y me dan ganas de tirarle un palo a la cabeza.

Me desabrocho los pantalones y me los quito. Doblo cuidadosamente mi ropa y la coloco al lado de mis zapatos, sobre la hierba. Pedro se vuelve y yo tiro hacia abajo del dobladillo de su camiseta todo lo posible.

Sus ojos se abren más de lo normal y veo cómo recorre mi cuerpo con la mirada. Atrapa su labio inferior entre los dientes y observo que sus mejillas se sonrojan. Debe de tener frío, porque no me puedo creer que reaccione así por mí.

—Esto..., métete ya en el agua, ¿vale? —dice en un tono más grave de lo habitual.

Yo asiento y me acerco lentamente a la orilla.

—¡Tírate!

—¡Ya voy! ¡Ya voy! —grito, nerviosa, y él se echa a reír.

—Coge un poco de carrerilla.

—Vale.

Retrocedo ligeramente y empiezo a correr. Me siento estúpida pero no voy a permitir que mi tendencia a cavilar en exceso me arruine el momento.
Cuando doy la última zancada, miro el agua y me detengo justo en el borde.

—¡Venga! ¡Ibas bien! —Inclina la cabeza hacia atrás, riendo, y está adorable.

«¿Pedro, adorable?»

—¡No puedo hacerlo! —exclamo.

No sé qué me lo impide; el agua es lo bastante profunda como para saltar, pero no demasiado.
Donde está Pedro, le cubre sólo hasta el pecho, es decir, que a mí me llegaría hasta la barbilla.

—¿Te da miedo? —pregunta en tono tranquilo pero serio.

—No..., no lo sé. Supongo —admito, y él se acerca caminando hacia mí.

—Siéntate en el borde y yo te ayudaré a entrar.

Me siento y junto las piernas con fuerza para que no me vea las bragas. Al percatarse de ello, sonríe mientras alarga los brazos hacia mí. Me agarra de las caderas y, una vez más, estallo en llamas.
 «¿Por qué mi cuerpo tiene que responder de este modo con él?» Estoy intentando que seamos amigos, así que debo pasar por alto este ardor.

Desplaza las manos hasta mi cintura y me pregunta:

—¿Estás preparada?

En cuanto asiento, me levanta y me sumerge en un agua cálida y agradable que alivia el calor de mi piel. Pedro me suelta demasiado pronto, y me quedo de pie en el agua. Estamos cerca de la orilla, así que sólo me cubre hasta el pecho.

—No te quedes ahí parada —dice burlándose de mí.

Paso por alto sus mofas, pero empiezo a caminar un poco. La camiseta flota y se me sube. Lanzo un grito y tiro de ella hacia abajo. Una vez colocada de nuevo, parece que se queda en el sitio.

—Podrías quitártela y ya está —dice con una sonrisa malévola, y lo salpico
—. ¿Me has salpicado? —Se ríe.

Yo asiento y lo salpico de nuevo.
Sacude su cabeza mojada y se lanza a por mí por debajo del agua. Sus largos brazos se enroscan alrededor de mi cintura y tiran de mí. Me llevo la mano a la cara para taparme la nariz. Todavía no he conseguido bucear sin hacerlo. Cuando emergemos, Pedro se parte de risa, y yo no puedo evitar
reírme con él. He de admitir que me estoy divirtiendo, y mucho, de verdad, no la típica diversión de estar sentada viendo una película.

—No sé qué me hace más gracia, si el hecho de que te lo estés pasando bien o que tengas que taparte la nariz —dice entre risas.

En un alarde de valentía, nado hasta él, pasando por alto el hecho de que la camiseta esté flotando de nuevo, e intento hundirle la cabeza debajo del agua. Como era de esperar, es demasiado fuerte para mí, de modo que no cede, y empieza a reírse con más ganas, mostrando su perfecta dentadura. ¿Por qué no puede ser así siempre?

—Creo que me debes la respuesta a una pregunta —le recuerdo.

Desvía la mirada hacia la orilla.

—Claro, pero sólo una.

Dudo sobre qué preguntar. Tengo tantas dudas... Pero, antes de decidirme, oigo mi voz decidiendo por mí:

—¿A quién quieres más en este mundo?

«¿Por qué le pregunto eso? Quiero saber cosas más específicas, como por qué es tan capullo, o por qué vive en Estados Unidos.»
Me mira con recelo, como si lo confundiera mi pregunta.

—A mí mismo —responde, y vuelve a sumergirse durante unos segundos.
Asoma de nuevo y sacude la cabeza.

—Eso no puede ser verdad —lo desafío. Sé que es arrogante, pero debe de querer a alguien—. ¿Qué me dices de tus padres? —le pregunto, y me arrepiento al instante.

Se le tuerce el gesto y sus ojos pierden la calidez que estaba empezando a adorar.

—No vuelvas a mencionar a mis padres, ¿entiendes? —me ladra, y quiero abofetearme por fastidiar el bonito momento que estábamos teniendo.

—Lo siento. Sólo tenía curiosidad. Has dicho que responderías a una pregunta
—le recuerdo en voz baja. Su rostro se relaja un poco y se acerca hacia mí. El agua ondea a nuestro alrededor—. Lo siento de verdad, Pedro, no volveré a mencionarlos —le prometo.

La verdad es que no quiero pelearme con él aquí; si lo cabreo demasiado, seguramente se largará y me dejará aquí tirada.
Me coge por sorpresa cuando me agarra de la cintura y me levanta en el aire.
Comienzo a patalear y a sacudir los brazos gritándole que me suelte, pero él sólo responde riéndose y lanzándome al agua. Aterrizo a unos metros de distancia y, cuando emerjo, sus ojos resplandecen de júbilo.

—¡Vas a pagar por esto! —chillo.

Él finge bostezar en respuesta, de modo que nado en su dirección y él me agarra de nuevo, pero esta vez envuelvo su cintura con los muslos sin darme apenas cuenta, y un grito ahogado escapa de sus labios.

—Perdona —balbuceo, y aparto las piernas.

No obstante, él las agarra de nuevo y vuelve a colocarlas donde estaban. La extraña energía que surge entre nosotros aparece de nuevo, esta vez con más intensidad que nunca.

«¿Por qué siempre pasa con él?» Desconecto mis pensamientos y rodeo su cuello con los brazos para no perder el equilibrio.

—¿Por qué me haces esto, Pau? —dice tiernamente, y me acaricia el labio inferior con el pulgar.

—No lo sé... —respondo con sinceridad siguiendo su dedo, que continúa recorriendo mi boca.

—Estos labios... y las cosas que podrías hacer con ellos —dice en tono suave y seductor, y siento ese ardor en el vientre que me vuelve de plastilina en sus brazos—. ¿Quieres que pare?

Me mira a los ojos. Sus pupilas están tan dilatadas que sólo se ve un fino aro de sus ahora oscuros ojos verdes.

Sin darme tiempo a reaccionar, sacudo la cabeza y pego el cuerpo al suyo bajo el agua.

—No podemos ser sólo amigos, lo sabes, ¿verdad? —añade.

Sus labios tocan mi barbilla y me hacen temblar. Continúa trazando una línea de besos por mi mandíbula, y asiento. Sé que tiene razón. No tengo ni idea de qué somos, pero sé que nunca podré ser tan sólo su amiga. Sus labios rozan el punto justo debajo de mi oreja, y gimo, lo que propicia que repita el movimiento, aunque esta vez succiona mi piel.

—Pedro—gimo, y lo estrecho entre mis piernas.

Desciendo las manos por su espalda y clavo las uñas en su piel. Creo que podría estallar sólo con que siguiera besándome el cuello. —Quiero hacer que gimas mi nombre, Paula, una y otra vez. Por favor, permítemelo. —Su voz suena cargada de desesperación.

En el fondo de mi ser, sé que no puedo negarme.

—Dilo, Pau. —Atrapa el lóbulo de mi oreja entre los dientes. Yo asiento de nuevo, esta vez con más intensidad—. Necesito que lo digas, nena, bien alto, con palabras, para saber que de verdad quieres que lo haga. —Su mano desciende y se cuela por debajo de la camiseta de su propiedad que
cubre mi cuerpo.

—Quiero... —Me apresuro a decir, y él sonríe pegado a mi cuello mientras su boca continúa con su dulce asalto.

Sin decir nada, me agarra de los muslos y me levanta un poco más sobre su torso mientras empieza a salir del agua. Cuando llega a la orilla, me deja en el suelo. Yo gimoteo, alimentando aún más su ego, pero en estos momentos me trae sin cuidado. Lo único que sé es que lo deseo, lo necesito. Alarga los brazos para cogerme de las manos y me saca a la orilla junto a él.

Sin saber muy bien qué hacer, me quedo de pie sobre la hierba, sintiendo la camiseta pesada y empapada de Pedro sobre mis hombros y pensando que está demasiado lejos de mí.

Desde su posición, se agacha un poco para mirarme a los ojos.

—¿Quieres hacerlo aquí o en mi habitación?

Me encojo de hombros, nerviosa. No quiero ir a su cuarto, porque está demasiado lejos y el trayecto me dará demasiado tiempo para pensar en lo que estoy haciendo.

—Aquí —digo, y miro a mi alrededor.

No hay nadie a la vista, y rezo para que siga siendo así.

—¿Estás ansiosa? —Sonríe y yo intento poner los ojos en blanco, pero probablemente parezca más bien un parpadeo desesperado.

El calor de mi cuerpo se va extinguiendo lentamente cuanto más tiempo pasa sin
que Pedro me toque.

—Ven aquí —dice entonces con voz grave, y las llamas de mi interior se avivan de nuevo.

Mis pies avanzan lentamente por la suave hierba hasta que me encuentro tan sólo a unos centímetros de él. Agarra inmediatamente el dobladillo de la camiseta y tira de él hacia arriba para quitármela. Su modo de mirarme me vuelve loca, y tengo las hormonas revolucionadas. El pulso se me acelera al ver cómo recorre mi cuerpo con los ojos una vez más antes de cogerme de la mano.

Coloca la camiseta sobre la hierba a grave, y las llamas de mi interior se avivan de nuevo. Mis pies avanzan lentamente por la suave hierba hasta que me encuentro tan sólo a unos centímetros de él. Agarra inmediatamente el dobladillo de la camiseta y tira de él hacia arriba para quitármela. Su modo de mirarme me vuelve loca, y tengo las hormonas revolucionadas. El pulso se me acelera al ver cómo recorre mi cuerpo con los ojos una vez más antes de cogerme de la mano.
Coloca la camiseta sobre la hierba a modo de manta.

—Échate —dice, y me guía hasta el suelo con él.

Me tumba sobre la tela mojada y él se tiende de lado, apoyándose en un codo, de cara a mi cuerpo tendido boca arriba.

Nadie me había visto nunca tan desnuda, y Pedro ha visto a muchas chicas; chicas mucho más atractivas que yo. Levanto las manos para cubrirme el cuerpo, pero él se incorpora, me agarra de las muñecas y me las coloca a los costados.

—No te tapes delante de mí jamás — dice mirándome a los ojos.

—Es que... —empiezo a explicarme, pero él me interrumpe.

—No, no quiero que te cubras, no tienes nada de lo que avergonzarte, Pau.
—«¿Lo dice en serio?»—. Lo digo en serio, mírate — continúa, como si me hubiese leído la mente.

—Es que has estado con muchas chicas —espeto, y él frunce el ceño.

—Ninguna como tú.

Sé que podría interpretar eso de muchas maneras, pero decido dejarlo estar.

—¿Tienes un condón? —le pregunto, intentando recordar las pocas cosas que sé respecto al sexo.

—¿Un condón? —Se ríe—. No voy a follarte —dice, y me entra el pánico.
«¿Es éste otro de sus jueguecitos para humillarme?»

—Ah —es lo único que consigo decir, y empiezo a incorporarme.

Pedro me agarra de los hombros y me empuja hacia el suelo de nuevo. Estoy segura de que me he puesto roja como un tomate, y no quiero exponerme ante sus sarcásticos ojos de esta manera.

—¿Adónde vas? —empieza, pero entonces se da cuenta de lo que ha dicho
—. Ah. No, Pau, no quería decir eso, es sólo que tú nunca has hecho nada... nada en absoluto, así que no pienso follarte.—Me observa durante un momento—.Hoy —añade, y siento que parte de la presión que noto en el
pecho desaparece—. Hay muchas otras cosas que quiero hacer primero.

Se monta encima de mí y apoya todo su peso en las manos, como si estuviera haciendo flexiones.

Gotas de agua caen sobre mi rostro desde su pelo mojado y me retuerzo.

—No me puedo creer que nunca te haya follado nadie —susurra, y se aparta para tumbarse de lado de nuevo.

Sube la mano hasta mi cuello y luego la hace descender, acariciándome únicamente con la yema de sus dedos, por el valle de mis senos y por mi estómago, hasta que se detiene justo por encima de mi ropa interior.

«Esto va en serio. ¿Qué va a hacerme? ¿Me dolerá?» Cientos de pensamientos pasan por mi cabeza, pero desaparecen en cuanto desliza la mano por debajo de mis bragas. Oigo que toma aliento entre los dientes y acerca la boca a la
mía.

Mueve ligeramente los dedos, y la sensación me deja perpleja.

—¿Te gusta? —pregunta con su boca pegada a la mía.

«Sólo me está acariciando, ¿por qué es tan agradable?» Asiento, y él hunde un poco más los dedos.

—¿Te gusta más que cuando lo haces tú?

«¿Qué?»

—Dime —insiste.

—¿Qué?... —consigo articular, aunque he perdido el control de mi cuerpo y de mi mente.

—Cuando te tocas, ¿te gusta tanto como esto?

No sé qué decir y, cuando lo miro, algo se ilumina en sus ojos.

—Espera..., nunca has hecho eso tampoco, ¿verdad? —Su tono está cargado de sorpresa y de algo más..., ¿de lujuria?

Continúa besándome, y sigue moviendo los dedos de arriba abajo.

—Tu cuerpo reacciona a mí de una manera tan exquisita, y estás tan húmeda... —dice, y dejo escapar un gemido.

¿Por qué me resulta tan sensual que me diga esas guarrerías? Noto una ligera
presión y una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo.

—¿Qué... ha sido... eso? —pregunto gimiendo.

Él se ríe y no contesta, pero siento que lo hace de nuevo, y mi espalda se levanta del suelo, arqueándose. Su boca desciende por mi cuello, hasta mi pecho. 

Desliza la lengua por debajo de la copa del sujetador y su mano masajea mi otro seno. Siento una presión que se acumula en mi vientre, y es una sensación fantástica. Cierro los ojos con fuerza y me muerdo el labio. Levanto la espalda de
la hierba de nuevo y empiezan a temblarme las piernas.

—Eso es, Pau, córrete para mí —dice, y sus palabras me acercan a una espiral de sensaciones fuera de control—. Mírame, nena — ronronea.

Abro los ojos, y la imagen de su boca mordisqueándome la piel de mis pechos me hace estallar y todo se vuelve de color blanco durante unos instantes.

—Pedro—musito, y vuelvo a repetir su nombre, y, por el rubor de sus mejillas, sé que le encanta que lo haga.

Saca la mano lentamente y la apoya sobre mi vientre mientras intento que mi respiración vuelva a la normalidad. Mi cuerpo nunca había sentido semejante descarga de energía, y nunca había estado tan relajada como ahora.

—Te daré un minuto para que te recuperes —dice riendo para sus adentros, y se aparta de mí.

Arrugo la frente. Quiero que se quede cerca, pero soy incapaz de articular una palabra. Después de los mejores minutos de mi vida, me incorporo y miro a Pedro. Ya se ha puesto los vaqueros y las botas.

—¿Ya nos vamos? —digo con timidez.

Había dado por hecho que él también querría que yo lo tocara. Aunque no sé qué tengo que hacer, él podría explicármelo.

—Sí, ¿querías quedarte más rato?

—Es que pensaba... No sé. Creía que tal vez tú querías algo... —No sé muy bien cómo expresarlo, pero por suerte él lo capta.

—Ah, no. Estoy bien, por ahora —dice, y me regala una leve sonrisa.

¿Va a ponerse borde otra vez? Espero que no, no después de esto. Acabo de compartir con él la experiencia más íntima de mi vida. No seré capaz de superarlo si vuelve a tratarme mal. Ha dicho «por ahora». ¿Significa eso que quiere que le haga algo más tarde? Ya estoy arrepintiéndome de esto.

Me pongo la ropa sobre la ropa interior mojada y paso por alto la suave humedad entre mis piernas.

Pedro recoge su camiseta empapada y me la pasa.

Al ver mi expresión de confusión, me dice que me «limpie», y señala con la mirada la zona donde se unen mis muslos.

Ah. Me desabrocho los pantalones, y él no se molesta en volverse mientras me paso la camiseta por mi parte más sensible. No se me escapa el modo en que se lame ligeramente el labio inferior mientras me observa. Se saca el móvil del bolsillo de los vaqueros y desliza el pulgar por la pantalla varias veces. Termino de hacer lo que me ha aconsejado y le devuelvo la camiseta. Cuando me
pongo los zapatos, el ambiente entre nosotros ha pasado de ser apasionado a ser frío y distante, y desearía estar lo más lejos posible de él.

Espero que me diga algo de camino al coche, pero no abre la boca. En mi mente empiezo a vislumbrar la peor de las situaciones que pueden darse después. Me abre la puerta y asiento a modo de agradecimiento.

—¿Te pasa algo? —me pregunta mientras conduce de vuelta por la carretera de gravilla.

—No lo sé. ¿Por qué estás tan raro ahora? —le pregunto, aunque temo su respuesta y no puedo mirarlo directamente a los ojos.

—Yo no estoy raro, la que está rara eres tú.

—No, no me has dicho nada desde..., bueno, ya sabes.

—Desde que te he provocado tu primer orgasmo.

Me quedo boquiabierta y me pongo colorada al instante. «¿Por qué me sigue sorprendiendo su sucio lenguaje?»

—Eh..., sí. No has dicho nada desde eso. Te has vestido y nos hemos ido. — La sinceridad parece ser la mejor opción en estos momentos, de modo que añado—: Me hace pensar que me estás utilizando o algo.

—¿Qué? Es obvio que no te estoy utilizando. Para utilizar a alguien habría
sacado algo a cambio —dice, tan a la ligera que de repente siento las lágrimas humedeciendo mis ojos. Hago todo lo posible para contenerlas, pero una se me escapa.»¿Estás llorando? ¿Qué he dicho? — Acerca la mano y la apoya en mi muslo.

Para mi sorpresa, el gesto me tranquiliza—. No quería parecer insensible, lo siento. Es que no estoy acostumbrado a lo que se supone que tengo que hacer después de estar con alguien; además, no iba a dejarte en tu cuarto
y largarme. Había pensado que podíamos ir a cenar o algo, seguro que estás muerta de hambre. —Me da un ligero apretón en el muslo.

Le sonrío, aliviada por sus palabras. Me seco la lágrima que se me ha escapado de manera prematura y mi preocupación desaparece con ella.

No sé qué tiene Pedro que me pone tan sensible, en todos los sentidos. La idea de que me utilice me angustia más de lo que debería. Lo que siento por él me tiene muy confundida. Un instante lo detesto y, al siguiente, quiero besarlo. Me hace sentir cosas que jamás pensé que sentiría, y no sólo en lo referente al sexo. 

Me hace reír y llorar, gritar y chillar pero, sobre todo, hace que me sienta viva.

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