Una hora después, tras las advertencias de mi madre sobre los peligros de las fiestas y los estudiantes masculinos (usando un lenguaje que tanto a Noah como a mí nos ha resultado bastante incómodo oír de su boca), por fin se dispone a marcharse. Como de costumbre, me da un abrazo rápido y un beso, sale del cuarto e informa a Noah de que lo esperará en el coche.
—Echaré de menos tenerte por ahí todos los días —me dice él con ternura, y me estrecha entre sus brazos.
Inhalo su colonia, la que le regalé dos Navidades seguidas, y suspiro. Parte de su intensa esencia se ha evaporado, y entonces me doy cuenta de que echaré de menos esa fragancia y la seguridad y la familiaridad que me transmite, por mucho que me haya quejado de ella.
—Yo también te echaré de menos, pero hablaremos todos los días —le prometo, y aprieto los brazos alrededor de su torso y entierro la cabeza en su cuello—. Ojalá empezaras aquí este año también.
Noah mide sólo unos centímetros más que yo, pero me gusta que no sea mucho más alto. Mi madre solía bromear conmigo cuando era pequeña y decía que un hombre crece dos centímetros por cada mentira que dice. Mi padre era bastante alto, de modo que no voy a poner en duda su lógica.
Noah acaricia mis labios con los suyos..., y entonces oigo el claxon del coche en el aparcamiento.
Mi novio se ríe y se aparta de mí.
—Tu madre es muy persistente. —Me da un beso en la mejilla y se apresura a salir por la puerta mientras grita—: ¡Te llamo esta noche!
Una vez sola, pienso en su presurosa salida durante un instante y empiezo a deshacer las maletas.
Poco después, la mitad de mi ropa está perfectamente doblada y guardada en un cajón de la pequeña cómoda; el resto está colgada en el armario. Hago una mueca de dolor al ver la cantidad de prendas de cuero y de estampado animal que llenan el de mi compañera. Aun así, la curiosidad se apodera de
mí y me sorprendo pasando el dedo por un vestido confeccionado con una especie de metal y por otro cuyo tejido es tan fino que es prácticamente inexistente.
Al sentir los primeros síntomas de agotamiento tras las emociones del día,
me tumbo en la cama.
Una extraña sensación de soledad comienza a apoderarse de mí, y no ayuda en
nada que mi compañera de cuarto se haya ido, por muy incómoda que me hagan sentir sus amigos. Tengo la impresión de que no pasará mucho
tiempo por aquí, o, peor aún, que tendrá invitados con demasiada
frecuencia. ¿Por qué no podía tocarme una chica a la que le gustase leer y
estudiar?
Supongo que podría ser algo positivo, porque tendré la pequeña habitación para mí sola,
pero todo esto me da mala espina. Hasta ahora, la universidad
no está siendo como yo imaginaba o esperaba que fuera.
No obstante, me recuerdo a mí misma que sólo llevo unas horas aquí. Mañana será mejor. Tiene que serlo.
Cojo mi agenda y mis libros de texto, relleno mi horario con las asignaturas del semestre y anoto las posibles entrevistas para el club de literatura al que quiero
apuntarme; todavía no lo tengo decidido, pero he leído las opiniones de algunos estudiantes y me gustaría informarme un poco más.
Quiero intentar buscar a un grupo de gente con intereses similares a los
míos
con los que charlar. No espero hacer muchos amigos, sólo los justos con los que poder quedar e ir a
comer de vez en cuando.
Planeo una excursión fuera del campus para mañana, y así comprar algunas
cosas que necesito para el cuarto. No quiero atestar mi lado de la habitación como lo ha hecho
Steph, pero me gustaría añadir algunas cosas mías para sentirme un poco más como en casa en este espacio
con el que no estoy familiarizada. El hecho de no tener coche todavía me dificultará un poco las cosas. Cuanto antes consiga uno, mejor. Tengo bastante
dinero entre las estrenas que me dieron por mi graduación y los
ahorros que conseguí trabajando en una librería en verano, pero no estoy
segura de querer sufrir el estrés que supone tener un coche ahora mismo. El hecho de vivir en el
campus me proporciona acceso total al transporte público, y ya he estado investigando un poco las líneas de autobús.
Mientras pienso en los horarios, las chicas pelirrojas y los chicos poco
amistosos repletos de tatuajes, me quedo dormida con la agenda en la mano.
A la mañana siguiente, Steph no está en su cama. Me gustaría conocerla,
pero
eso va a ser difícil si nunca está. Quizá uno de los chicos que estaban ayer con ella era su
novio. Por su bien, espero que sea el rubio.
Cojo mi bolsa de aseo y me dirijo a las duchas. Puedo decir ya que una de
las
cosas que menos me va a gustar de vivir en una residencia de estudiantes va a ser el
momento de la ducha. Ojalá las habitaciones tuviesen su propio cuarto de baño.
Bueno, es incómodo, pero al menos no serán mixtas.
O... eso pensaba yo (y ¿quién no lo pensaría?). Cuando llego a la puerta
convencida, veo que hay dos figuras impresas en el cartel, una masculina y una femenina. «Uf.» No
me puedo creer que permitan esto. Y no me puedo creer que no leyese nada al respecto cuando
estaba investigando sobre la WCU.
Veo una ducha abierta y paso apresuradamente entre los chicos y las
chicas semidesnudos, corro la cortina hasta que está bien cerrada, me desvisto y dejo la ropa en el
colgador exterior palpando a ciegas con la mano al otro lado de la cortina. El agua tarda demasiado tiempo
en calentarse, y durante todo ese rato estoy temiéndome que alguien abra la fina cortina que separa mi cuerpo
desnudo del resto de los chicos y las chicas presentes. Todo el mundo
parece sentirse cómodo con los cuerpos semidesnudos de ambos géneros paseándose por ahí; de momento,
la vida universitaria me está resultando muy extraña, y sólo llevo aquí dos días.
La ducha individual es minúscula y apenas hay espacio suficiente para poder
estirar los brazos por delante de mí. Mi mente viaja hasta Noah y mi vida en casa. Distraída, me vuelvo, le doy con el codo a la ropa y la tiro al suelo mojado.
El agua cae sobre ésta y la
empapa por completo.—¡Venga ya! —gruño para mí mientras cierro el grifo del agua con rabia y me envuelvo con la toalla.
Recojo la pila de prendas empapadas y corro por el pasillo, esperando con todas mis fuerzas que nadie me vea. Llego a mi cuarto, introduzco la llave en la cerradura y me relajo al instante en cuanto cierro la puerta al entrar.
Hasta que me vuelvo y veo al chico castaño, tatuado y grosero tirado sobre
la cama de Steph.
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