Divina

Divina

viernes, 23 de octubre de 2015

After Capitulo 42


Un débil zumbido se entromete en mi sueño a intervalos fijos. ¿Por qué no para? Me doy la vuelta, sin querer despertarme, pero el odioso sonido insiste en que lo haga. Estoy desorientada, y he olvidado dónde me encuentro. Cuando al fin me percato de que estoy en la cama de Steph, tardo un poco en darme cuenta de que Pedro está conmigo en la habitación.

¿Cómo es que siempre acabamos juntos? Y, lo que es más importante, ¿de dónde proviene ese molesto zumbido? 

Bajo la tenue luz de la calle que se filtra por la ventana, sigo el ruido y éste me
conduce al bolsillo de Pedro. Me siento como si ese sonido me estuviera llamando en sueños. Me debato entre meter la mano o no, con los ojos clavados en el bulto que forma el móvil en el bolsillo delantero de sus apretados vaqueros. 

Deja de sonar cuando me acerco a mi cama, así que aprovecho la oportunidad para observar lo tranquilo que está Pedro mientras duerme. La suave arruga que le sale en la frente de tanto fruncir el ceño ha desaparecido, así como la mueca de sus labios rosados.

Suspiro y doy media vuelta, pero el zumbido vuelve a empezar. Voy a cogerlo, no se va a despertar.

Bajo la mano e intento llegar al bolsillo. Si no llevara unos pantalones tan ajustados podría sacar el teléfono..., pero no tengo esa suerte.

—¿Qué estás haciendo? —gruñe.
De la impresión, retrocedo unos pasos.

—Tu móvil no para de vibrar y me ha despertado —susurro, a pesar de que estamos solos en la habitación.

Lo observo en silencio mientras él mete la mano en el bolsillo y saca el teléfono, no sin dificultad.

—¿Qué? —responde de forma abrupta cuando consigue sacarlo. Se frota la frente con la mano al oír la respuesta—. No voy a volver esta noche, estoy en casa de una amiga — dice.

«¿Somos amigos?» Claro que no, no soy más que una oportuna excusa por la que no va a volver a la fiesta. Empiezo a sentirme incómoda, y cambio el peso de una pierna a la otra.

—No, no puedes ir a mi habitación. Mira, voy a seguir durmiendo, así que no vuelvas a despertarme. Y mi puerta está cerrada con llave: no hace falta que pierdas el tiempo intentando entrar.

Cuelga, y yo retrocedo de forma instintiva. Es evidente que está de mal humor, y no quiero ser el blanco de su ira. Me subo con sigilo a la cama de Steph y me tapo con la manta.

—Siento que el teléfono te haya despertado —dice con suavidad—. Era Molly.

—Ah.

Suspiro y me tumbo de lado, de cara a mi cama. Pedro me dedica una ligera sonrisa, como si supiera lo que pienso sobre Molly. No soy capaz de ignorar ese pequeño subidón de adrenalina por el hecho de que él esté aquí en lugar de estar con Molly, aunque sus acciones no tengan ningún sentido para mí.

—No te cae bien, ¿verdad? —dice. Se pone de costado, y su pelo alborotado se desparrama encima de mi almohada.
Niego con la cabeza.

—No mucho, pero no se lo digas, por favor. No quiero dramas —le ruego. Sé que no puedo confiar en él, pero con suerte se le olvidará utilizar esa información para meter cizaña.

—No lo haré; no es que ella me importe mucho —murmura.

—Claro, se nota que no te gusta nada — digo con tanta ironía como soy capaz.

—En serio. A ver, es divertida y tal, pero es bastante coñazo —admite, con
lo que ese subidón se intensifica un poco más.

—Bueno, entonces, a lo mejor deberías dejar de tontear con ella —insinúo, y le doy la espalda para que no pueda verme la cara.

—¿Hay algún motivo por el que no deba tontear con ella?

—No. Es que..., si piensas que es un coñazo, ¿por qué sigues con ella? —Sé que no quiero saber la respuesta, pero no puedo evitarlo.

—Para mantenerme ocupado, supongo.

Cierro los ojos y respiro hondo. Hablar de los escarceos de Pedro con Molly me hace más daño del que debería.
Su suave voz interrumpe mis pensamientos cargados de celos.

—Ven a tumbarte conmigo —dice.

—No.

—Venga, nada más que tumbarnos juntos. Duermo mejor cuando estás cerca —añade como si fuera una confesión.
Me incorporo y lo miro.

—¿Qué?... —No puedo ocultar la sorpresa que me provocan sus palabras. Ya sea en serio o no, hace que me derrita por dentro.

—Duermo mejor cuando estás conmigo. —Aparta la mirada y luego la baja—. El fin de semana pasado dormí mejor que hace mucho tiempo.

—Sería el whisky, no yo.
Intento no darle importancia a su confesión. No sé qué más hacer o decir.

—No, fuiste tú —me asegura.

—Buenas noches, Pedro. —Me doy la vuelta. Si sigue diciendo ese tipo de cosas y continúo escuchándolo, podrá volver a hacer conmigo lo que quiera.

—¿Por qué no me crees? —dice casi en un susurro.

—Porque siempre haces lo mismo: dices unas cuantas cosas bonitas y luego cambias el chip y termino llorando.

—¿Te hago llorar?

«¿Acaso no lo sabe?» Me ha visto llorar más que cualquier otra persona que conozca.

—Sí, bastante —contesto apretando la manta de Steph con fuerza.

Oigo cómo su cama cruje un poco y cierro los ojos por miedo, y por algo más también. Los dedos de Pedro me rozan el brazo cuando se sienta al borde de la cama de Steph, y me digo a mí misma que son las cuatro de la madrugada y que es demasiado tarde, bueno..., pronto, para esto.

—No es mi intención hacerte llorar.
Abro los ojos y lo miro.

—Sí. Sí que es tu intención. Es justo lo que pretendes cada vez que me dices cosas hirientes. Y también era tu intención cuando me obligaste a contarle lo nuestro a Noah. Y cuando me humillaste en tu cama la semana pasada porque no era capaz de decir justo lo que tú querías. Hoy me dices que duermes mejor cuando estás conmigo pero, si me tumbara contigo, en cuanto nos despertáramos me dirías lo fea que soy, o que no me soportas. Después del día del arroyo, pensé que... Da igual.Podríamos tener esta conversación una y otra vez. —Respiro hondo un par de veces, alterada por haberme desahogado con él.

—Esta vez te escucho.
No sé descifrar su mirada, pero me invita a continuar.

—Es que no entiendo por qué te gusta tanto jugar al gato y al ratón conmigo. Ahora eres bueno, ahora cruel. Le dices a Steph que vas a «acabar conmigo» si me acerco a ti, y después quieres traerme a la residencia. Parece que no te aclaras.

—No lo dije en serio..., lo de que acabaría contigo. Es que..., no sé, a veces digo cosas así — replica pasándose las manos por el pelo.

—¿Por qué dejaste la clase de literatura? —pregunto por fin.

—Porque quieres que me mantenga alejado de ti, y yo necesito apartarme de ti.

—Y entonces ¿por qué no lo haces?

Empiezo a ser consciente del cambio de energía entre nosotros. De alguna forma, nos hemos acercado y nuestros cuerpos están a pocos centímetros de distancia.

—No lo sé —resopla. Entrelaza las manos y las apoya sobre las rodillas.

Quiero decir algo, lo que sea, pero no puedo sin contarle que no quiero que se aleje de mí, que pienso en él cada segundo de cada día.

Al final, él rompe el silencio.

—Si te hago una pregunta, ¿serás totalmente sincera?
Asiento.

—¿Me has... me has echado de menos esta semana? —Era lo último que esperaba que me preguntara.

Parpadeo unas cuantas veces para aclarar mis frenéticas ideas. Le he dicho que le diría la verdad, pero me da miedo.

—¿Y bien? —insiste.

—Sí —murmuro, y escondo la cara entre las manos, pero él las aparta y el contacto de sus dedos en mis muñecas hace que me arda la piel.

—¿Sí, que? —Su voz suena tensa, como si estuviera desesperado por oír mi respuesta.

—Te he echado de menos. —Trago saliva, a la espera de lo peor.

Lo que no esperaba es un suspiro de alivio y una sonrisa que se extiende en su precioso rostro.

Quiero preguntarle si él me ha echado de menos también, pero comienza a hablar antes de que tenga la ocasión.

—¿De verdad? —pregunta, casi como si no me creyera.

Asiento en respuesta, y me dedica una tímida sonrisa. Pedro, ¿tímido? Más bien satisfecho por mi confesión, porque eso le dice que me tiene comiendo de su mano.

—¿Puedo acostarme ya? —protesto. Sé que no va a corresponder a mi confesión, y es muy tarde.

—Sólo si nos acostamos juntos. Me refiero a dormir, en la misma cama, claro. —
Sonríe.

Suspiro y murmuro «Vamos, Pedro, ¿no podemos irnos a dormir sin más?», mientras me doy la vuelta con cuidado de no tocarlo. Pero un repentino tirón en las piernas me hace gritar de sorpresa, y enseguida me encuentro a Pedro levantándome de la cama y echándome sobre sus hombros. Ignora mis patadas y mis súplicas de que me baje hasta que llega a mi cama, apoya una rodilla en ella y me tumba poco a poco en el lado de la pared antes de echarse junto a mí. 

Me quedo mirándolo en silencio con el temor de que, si me paso con él, se marchará, y eso es algo que no quiero que suceda.

Alcanza y recoge la almohada que le he arrojado antes y la coloca entre nosotros a modo de barrera con una sonrisa traviesa.

—Mira, ya puedes dormir, segura y protegida.

Le devuelvo la sonrisa. No puedo evitarlo.

—Buenas noches —digo con una risita.

—Buenas noches, Pau. —Él también se ríe.

Me pongo de costado. Pero, de repente, me doy cuenta de que no tengo nada de sueño, así que me quedo mirando la pared con la esperanza de que esa electricidad entre nosotros se disipe y me deje dormir. Bueno, una esperanza parcial al menos.

Unos minutos después, noto que la almohada se mueve y que el brazo de Pedro me rodea la cintura y me aprieta contra su pecho. No me muevo, ni le llamo la atención por sus acciones. Estoy disfrutando mucho el momento.

—Yo también te he echado de menos — susurra contra mi pelo.

Sonrío, sabiendo que no puede verme. Noto la ligera presión de sus labios sobre la nuca, y se me encoge el estómago. Por mucho que me guste la sensación, me siento más confundida que nunca cuando me quedo dormida.


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