Al despertarme necesito un momento para recordar los acontecimientos de la
noche anterior que me llevaron a este extraño dormitorio. Steph sigue dormida, roncando
sonoramente con la boca abierta.
Decido esperar a averiguar cómo vamos a volver a la residencia antes de despertarla. Me pongo rápidamente los zapatos, cojo el bolso y salgo del cuarto.
¿Debería llamar a la puerta de Pedro o intentar buscar a Nate? ¿Es Nate miembro de la fraternidad también?
Jamás habría imaginado que Pedro formara parte de un grupo social organizado, de modo que tal vez también sea así en el caso de Nate.
Sorteo los cuerpos durmientes que hay en el pasillo y me dirijo al piso inferior.
—¿Nate? —lo llamo con la esperanza de oír una respuesta.
Hay al menos veinticinco personas durmiendo sólo en el salón. El suelo está repleto de vasos rojos de plástico y de basura, lo que hace que me resulte difícil desplazarme a través del desastre, pero también me doy cuenta de lo limpio que estaba el piso de arriba a pesar de la gente que había allí. Cuando llego a la cocina, tengo que obligarme a no ponerme a fregar. Llevará un día enterolimpiar la casa de arriba abajo. Me encantaría ver a Pedro recogiendo toda esta porquería, y, al imaginarlo, me entra la risa.
—¿Qué tiene tanta gracia?
Me vuelvo y me encuentro a Pedro entrando en la cocina con una bolsa de basura en la mano.
Pasa el brazo por la encimera y deja caer los vasos en el interior.
—Nada —miento—. ¿Vive Nate aquí también?
No me contesta y continúa limpiando.
—¿Vive o no vive aquí? —pregunto de nuevo, esta vez con más impaciencia—. Cuanto antes me digas si Nate vive aquí, antes me marcharé.
—Vale, ahora tienes toda mi atención. Pues no, no vive aquí. ¿Te parece el típico chico de fraternidad? —dice con una sonrisa maliciosa.
—No, pero tú tampoco —le espeto, y su mandíbula se tensa.
Se acerca a mí, abre el armario que tengo junto a la cadera y saca un rollo de papel de cocina.
—¿Pasa algún autobús por aquí cerca? —pregunto sin esperar una respuesta.
—Sí, a una manzana.
Lo sigo por la cocina.
—¿Podrías decirme dónde está la parada?
—Claro. Está a una manzana de distancia. —Las comisuras de su boca
se curvan hacia arriba, mofándose de mí.
Pongo los ojos en blanco y salgo de la cocina. Está claro que la cortesía momentánea que Pedro mostró anoche fue una excepción, y que hoy piensa atacarme a pleno rendimiento. Después de la noche que he pasado, no soporto estar cerca de él.
Me dispongo a despertar a Steph, quien lo hace con sorprendente facilidad y me sonríe. Me alegro profundamente de que esté lista para salir de esta maldita casa de fraternidad.
—Pedro dice que hay una parada de autobús por aquí cerca —le digo mientras bajamos la escalera juntas.
—No vamos a coger el puto autobús. Uno de estos capullos nos llevará a la
residencia. Seguramente sólo te estaba tomando el pelo —dice, y apoya la mano en mi hombro.
Cuando entramos en la cocina y vemos a Pedro sacando algunas latas de cerveza del horno,
Steph se pone autoritaria.
—Pedro, ¿nos puedes llevar de vuelta ahora? Me va a explotar la cabeza.
—Claro, dame un minuto —dice él, como si hubiese estado esperándonos
todo el tiempo.
Durante el trayecto de vuelta a la residencia, Steph se pone a tararear la canción heavy que está sonando a través de los altavoces y Pedro baja las ventanillas, a pesar de que le pido con educación que las suba. Se pasa todo el camino callado, tamborileando absorto el volante con sus largos dedos.
Aunque no es que yo haya estado prestándole mucha atención.
—Luego me paso, Steph —le dice a mi compañera cuando ella baja del coche.
Ella asiente y se despide de él con la mano mientras yo abro la puerta trasera.
—Adiós, Paula—me dice con una sonrisa maliciosa.
Pongo los ojos en blanco y sigo a Steph hacia la residencia.
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