—Desafío —responde Pedro antes de que llegue a preguntarle qué opción
elige.
Sus ojos verdes me atraviesan con una intensidad que me dice que soy yo la
que está en un compromiso, soy yo la que tiene el desafío de hacer algo.
Y titubeo, porque no tenía nada pensado ni esperaba esa reacción. ¿A qué
debería retarlo? Sé que hará lo que sea, sólo por quedar como un gallito.
—Hum... ¿A que no te atreves a...?
—¿A qué? —inquiere con impaciencia.
Casi lo reto a decir algo agradable de cada una de las personas que conformamos el grupo, pero al final lo descarto, por muy divertido que hubiese sido.
—¡A quitarte la camiseta y no volver a ponértela durante el resto del
juego! — grita Molly.
Yo me alegro, y no porque Pedro vaya a quitarse la camiseta, por supuesto, sino porque no se me ocurría nada y así no tengo la presión de tener que pedirle que haga
algo.
—Qué infantil —protesta él, pero se quita la camiseta por la cabeza.
Sin pretenderlo, mis ojos van directos a su largo torso y se centran en el
tatuaje negro que se extiende por su piel sorprendentemente bronceada. Debajo de las aves de su
pecho lleva tatuado un árbol grande dibujado en el estómago, con las ramas desnudas y un aire
fantasmagórico. En los antebrazos tiene muchos más tatuajes de los que esperaba. Imágenes e iconos
pequeños que aparentemente no guardan relación unos con otros cubren sus hombros y sus caderas. Steph me da un codazo y yo aparto la vista de él al tiempo que rezo para que nadie me haya
visto mirarlo.
El juego continúa. Molly besa a Tristan y a Zed. Steph nos habla sobre su
primera vez. Nate besa a otra chica.
¿Cómo he acabado en este grupo de macarras inadaptados con las hormonas
a flor de piel?
—Paula, ¿verdad o desafío? —pregunta Tristan.
—¿Para qué preguntas?... Todos sabemos que va a decir verdad — empieza
Pedro.
—Desafío —respondo para su sorpresa
—Hum... Pau..., ¿a que no te atreves... a beber un trago de vodka? —me provoca Tristan sonriendo.
—No bebo alcohol.
—Por eso es un reto.
—Oye, si no quieres hacerlo... — empieza a decir Nate, pero al levantar la
vista veo a Pedro y a Molly riéndose a mi costa.
—Vale, sólo un trago —accedo.
Imagino que Pedro seguirá mirándome con desprecio ante mi respuesta pero,
cuando nuestras miradas se
encuentran, veo que tiene una expresión extraña.
Alguien me pasa la botella de vodka blanco, y cometo el error de
acercármela para oler el hediondo líquido. Me arden las fosas nasales. Arrugo la nariz e intento
pasar por alto las risitas que oigo detrás de mí. Trato de no pensar en todas las bocas que han pasado por
esta botella antes que la mía. La levanto y le doy un trago. La bebida me abrasa todo, desde la
lengua hasta el estómago, pero consigo tragármela. Sabe horriblemente mal. El grupo aplaude y se ríe un
poco.
Todos excepto Pedro. Si no lo conociera, pensaría que está enfadado o decepcionado. Es
un chico muy extraño.
Al cabo de un rato, siento el calor en mis mejillas, y algo más tarde, la
pequeña cantidad de alcohol en mis venas que crece con cada ronda en la que me desafían a dar
otro trago. Yo cedo, y he de admitir que me siento bastante relajada para variar. Me siento bien.
Todo aparenta ser más fácil.
La gente a mi alrededor me parece más divertida que antes.
—Lo mismo de antes —dice Zed, riendo, y le da un trago a la botella antes de pasármela a mí por quinta
vez.
Ni siquiera recuerdo los besos, las verdades y los desafíos que han tenido
lugar durante las últimas rondas. Esta vez doy un par de buenos tragos al vodka, hasta que me
quitan la botella de las manos.
—Creo que ya has bebido suficiente — dice Pedro, y le pasa la botella a
Nate, que bebe un sorbo.
¿Quién diablos es Pedro Alfonso para decirme si he bebido suficiente o no?
Todos los demás están bebiendo, así que yo también puedo. Le quito la botella a Nate y me la
llevo a los labios de nuevo,no sin antes dirigirle a Pedro una sonrisa de suficiencia.
—No me puedo creer que no te hayas emborrachado nunca, Pau. Es divertido,
¿verdad? — pregunta Zed, y yo suelto unas risitas.
Me vienen a la cabeza los discursos de mi madre acerca de ser responsable,
pero los descarto.
Es sólo una noche.
—Pedro, ¿verdad o desafío? — pregunta Molly.
Él responde desafío, cómo no.
—¿A que no te atreves... a besar a Paula? —dice ella, y le regala una falsa
sonrisa.
Pedro abre unos ojos como platos y, aunque el alcohol hace que todo me
parezca más emocionante, tengo ganas de salir huyendo.
—No, tengo novio —replico, y todos se ríen a mi alrededor por enésima vez.
«¿Por qué sigo con esta gente que no para de reírse de mí?»
—¿Qué más da? Es sólo un juego. Tú hazlo —dice Molly, presionándome.
—No. No voy a besar a nadie —espeto, y me levanto.
Pedro no me mira, sino que se limita a dar un sorbo a la bebida que tiene
en el vaso. Espero que se sienta ofendido. En realidad, me da igual si lo está o no.
Paso de
seguir interactuando con él de esta manera. Me detesta, y es demasiado
grosero conmigo.
Cuando me levanto, siento de golpe los efectos del alcohol. Me tambaleo,
pero consigo mantener el equilibrio y alejarme del grupo. No sé muy bien cómo, logro encontrar la
puerta de la casa a través de la multitud. En cuanto llego al
exterior siento la brisa otoñal. Cierro los ojos y respiro el aire fresco antes de ir a sentarme en el pequeño muro de piedra de la otra vez.
Sin pensar en lo que estoy haciendo, de repente tengo el teléfono en la mano y estoy llamando a Noah.
—¿Diga? —contesta.
La familiaridad de su voz y el vodka en mi organismo hacen que lo añore más
todavía.
—Hola..., cariño —digo, y me pego las rodillas al pecho.
Pasa un segundo de silencio.
—Pau, ¿estás borracha? —me pregunta con la voz cargada de reproche. No debería haberlo llamado.
—No..., claro que no —miento, y cuelgo.
Decido apagar el teléfono. No quiero que me llame. Me está fastidiando la
agradable sensación que me produce el vodka, más todavía
que Pedro.
Regreso tambaleándome al interior, pasando por alto los silbidos y los
comentarios ordinarios de los miembros borrachos de la fraternidad. Cojo una botella de licor tostado
de la encimera de la cocina y le doy un trago demasiado largo. Sabe aún peor que el vodka, y
siento que me arde la garganta. Tanteo con las manos en busca de un vaso de algo que me quite el
desagradable sabor de la boca. Acabo abriendo un armario y usando un vaso de cristal para beber un
sorbo de agua del grifo.
Esto me alivia un poco, pero no mucho. A través de un hueco entre la gente,
veo que mi grupo de «amigos» sigue reunido en un círculo, jugando a ese estúpido juego.
¿Son mis amigos? No lo creo. Sólo me quieren aquí para poder burlarse de mi
falta de experiencia. ¿Cómo se atreve Molly a decirle a Pedro que me bese? Sabe que tengo novio. A diferencia de ella, yo no voy por ahí montándomelo con todos. Sólo he
besado a dos chicos en mi vida: a Noah y a Johnny, un chico pecoso en tercero de primaria que me dio una patada en la espinilla justo después.
¿Habría llevado a cabo Pedro el desafío? Lo dudo. Sus labios son rosados y
carnosos. Mi mente empieza a imaginarlo inclinándose sobre mí para besarme y el pulso se me acelera.
«Joder. ¿Por qué estoy pensando en él de esta manera?» No voy a volver a
beber jamás.
Unos minutos después, la habitación comienza a darme vueltas y me siento
mareada. Mis pies me llevan al baño del piso de arriba y me
siento delante del retrete, esperando vomitar. No sucede.
Gruño y me levanto. Quiero volver ya a la residencia, pero sé que Steph no
querrá irse hasta dentro de varias horas. No debería haber vuelto aquí.
Sin poder evitarlo, me encuentro girando el pomo de la única habitación que
me
resulta algo familiar en esta enorme casa. El dormitorio de Pedro se abre sin
problemas. Dice que siempre cierra la puerta con llave, pero está claro que no es verdad. Está igual que la otra vez, aunque ahora todo parece girar bajo mis pies inestables. Cumbres borrascosas ha
desaparecido de su lugar en la estantería, pero lo encuentro sobre la mesilla de noche, al lado de Orgullo
y
prejuicio . Me vienen a la cabeza los comentarios de Pedro sobre la novela. Está claro que ya lo
ha leído antes, y que lo ha entendido, cosa rara para alguien de nuestra edad, y especialmente para un chico. Quizá tuvo que leerlo por algún trabajo de clase antes, eso lo explicaría. Pero ¿para qué
ha sacado el ejemplar de Cumbres borrascosas? Lo cojo, me siento en la cama y abro el libro por la
mitad. Mis ojos se centran en las páginas y la habitación deja de dar vueltas.
Estoy tan perdida en el mundo de Catherine y Heathcliff que, cuando la
puerta se abre, ni siquiera la oigo.
—¿Qué parte de que «Nadie entra en mi habitación» no has entendido? —ruge
Pedro. Su expresión iracunda me estremece, pero me hace gracia al mismo tiempo.
—P... perdona, es que...
—Largo —dice con los dientes apretados, y yo lo fulmino con la mirada.
Los efectos del vodka siguen en mi sistema, y son demasiado intensos como
para dejar que Pedro me grite.
—¡No tienes por qué ser tan capullo! — le digo en un tono de voz más alto
de lo
que pretendía.
—Estás en mi cuarto, otra vez, después de que te dijera que no entraras.¡Lárgate! —me grita acercándose a mí.
Y al ver a Pedro delante de mí, cabreado, destilando desprecio y haciéndome sentir que soy la peor persona del mundo para él, algo se rompe en mi interior.
Pierdo la
compostura y le planteo la pregunta que me ha estado rondando todo el tiempo por la cabeza, aunque no respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario