Divina

Divina

martes, 20 de octubre de 2015

After Capitulo 33


Pedro fija su mirada ardiente en mis ojos mientras me acerco a él. Apoyo la rodilla sobre el colchón y me doy impulso para subirme. Al mismo tiempo, él se incorpora de manera que su espalda queda apoyada contra la cabecera y me ofrece la mano. En el mismo instante en el que poso mi mano pequeña en la suya, la envuelve con los dedos y tira de mí hacia él. Coloco las rodillas a ambos lados de su cuerpo de manera que quedo a horcajadas sobre su regazo. Ya he hecho esto antes con él, pero nunca llevando tan poca ropa. Mantengo la espalda erguida apoyándome en las rodillas para que nuestros cuerpos no se toquen, pero Pedro no piensa permitirlo. Coloca las manos en mis
caderas y me empuja hacia abajo suavemente. Su camiseta se arruga a mis costados, dejando mis muslos completamente al descubierto, y entonces me alegro de haberme afeitado las piernas esta mañana. En cuanto nuestros cuerpos se tocan siento mariposas en el estómago. Sé que esta felicidad
no durará, y me siento como Cenicienta, esperando a que el reloj dé la hora y mi noche de dicha llegue a su fin.

—Mucho mejor —dice, y me sonríe con malicia.

Sé que está ebrio y que por eso está siendo tan agradable, bueno, agradable tratándose de él, pero ahora mismo no me importa. 
«Si de verdad ésta es la última vez que voy a estar con él, así es como
quiero pasarla», me digo, y no paro de repetírmelo. Esta noche puedo comportarme como quiera con Pedro, porque cuando llegue la luz del día, voy a decirle que no vuelva a acercarse a mí jamás, y él lo aceptará. Es lo mejor, y sé que es lo que querrá él también cuando se le pase la borrachera. En mi
defensa, he de decir que Pedro me embriaga tanto como a él la botella de whisky que ha ingerido.

También me repito esto a mí misma constantemente.
Él sigue mirándome directamente a los ojos, y empiezo a ponerme nerviosa.
¿Qué he de hacer ahora? No tengo ni idea de hasta adónde quiere llevar esto, y no quiero quedar como una idiota intentando tomar la iniciativa.
Parece darse cuenta de mi expresión de apuro.

—¿Qué pasa? —pregunta, y acerca la mano a mi cara. Su dedo recorre mi pómulo y yo cierro los ojos de manera involuntaria ante su caricia sorprendentemente suave.

—Nada..., es que no sé qué hacer — admito, y bajo la mirada.

—Haz lo que quieras, Pau. No te comas la cabeza.

Me inclino un poco hacia atrás para dejar al menos treinta centímetros de distancia entre nuestros cuerpos y levanto la mano hacia su torso desnudo. Lo miro para pedirle permiso y él asiente. Pego las dos manos contra su pecho con suavidad y veo cómo cierra los ojos.

Mis dedos trazan el contorno de las aves que tiene tatuadas y descienden hasta el árbol muerto de su estómago. Parpadea mientras recorro la frase que tiene escrita en las costillas. Su expresión es relajada, pero su pecho asciende y
desciende más agitado que hace unos instantes. Incapaz de controlarme, bajo la mano y cuelo el dedo índice por debajo del elástico de su bóxer. Abre los ojos al instante y parece nervioso.
 «¿Pedro, nervioso?»

—¿Puedo... eh... tocarte? —pregunto con la esperanza de que capte a qué me refiero sin necesidad de tener que decirlo.

No me reconozco. «¿Quién es esta chica que está montando a este macarra y pidiéndole permiso para tocarlo... ahí abajo?» Vuelvo a pensar en lo que me ha dicho antes acerca de que soy yo misma cuando estoy con él. Puede que tenga razón. Me encanta cómo me siento ahora mismo. Me gusta la electricidad que recorre mi cuerpo cuando estamos así.

Asiente.

—Por favor.

De modo que bajo la mano, por debajo de la prenda interior, y alcanzo lentamente el ligero bulto que se esconde bajo la tela. Contiene el aliento mientras lo rozo con la mano. No sé qué hacer, así que simplemente sigo tocándolo, pasando los dedos arriba y abajo. Me da demasiada vergüenza mirarlo, por lo que mantengo la vista fija en su creciente entrepierna.

—¿Quieres que te enseñe lo que tienes que hacer? —pregunta en voz baja y temblorosa.

Su actitud presuntuosa se ha transformado en algo misterioso.
Asiento y Pedro coloca la mano sobre la mía y me la baja para que lo toque de nuevo. Me abre la mano y coloca mis dedos unidos alrededor de su miembro. Cuando lo oigo coger aire súbitamente, lo miro con los ojos entornados. Aparta la mano de la mía y me proporciona control absoluto.

—Joder, Pau, no hagas eso —gruñe.
Confundida, detengo la mano y estoy a punto de retirarla cuando dice:

—No, no, eso no. Sigue haciendo eso. Me refería a que no me miraras de esa manera.

—¿De qué manera?

—De esa manera tan inocente, porque me dan ganas de hacerte un montón de perversiones. 

Quiero tumbarme sobre la cama y dejar que me haga lo que quiera. Quiero ser suya, liberarme por un momento de lo que sea que hace que tenga tanto temor algunas veces. Le sonrío débilmente y empiezo a mover la mano de nuevo. Quiero quitarle los calzoncillos, pero me da miedo. Un gemido escapa de sus labios y lo agarro con más fuerza; quiero oír ese sonido de nuevo. No sé si debería mover la mano más rápido o no, de modo que mantengo mis movimientos lentos pero firmes, y a él parece gustarle. Me inclino y pego los
labios contra la húmeda piel de su cuello, lo que provoca otro gemido por su parte.

—Joder, Pau, me encanta sentir tu mano alrededor de mí. —Aprieto con algo más de fuerza y hace una mueca de dolor—. No tan fuerte, nena —dice con una voz suave que suena como si nunca pudiera volver a ser la misma que se burlaba de mí.

—Perdona —repongo, y le beso el cuello de nuevo.

Lamo la piel que tiene debajo de la oreja y su cuerpo salta como un resorte. Apoya las manos sobre mis pechos.

—¿Puedo... quitarte... el... sujetador? — dice con voz áspera y descontrolada.

Me fascina el efecto que ejerzo sobre él. Asiento, y sus ojos se iluminan de emoción. Cuela sus manos temblorosas por debajo de la camiseta, asciende por mi espalda y me desabrocha el sujetador en cuanto sus dedos tocan los corchetes con tanta destreza que por un momento pienso en cuántas veces lo habrá hecho antes. Me obligo a no pensar en eso, y Pedro desliza los tirantes por mis brazos, obligándome a soltarlo. Tira mi sujetador al suelo, vuelve a meter las manos por debajo de la camiseta y me coge los pechos de nuevo. Me pellizca ligeramente los pezones al tiempo que se inclina para besarme. Gimo en su boca y alargo la mano para volver a agarrar su miembro.

—Joder, Pau, voy a correrme —dice, y siento cómo la humedad de mis bragas aumenta a pesar de que únicamente me está tocando el pecho.

Creo que podría correrme también con sólo oír sus gemidos y sentir sus manos masajeándome los senos. Sus piernas se tensan por debajo de mí y su beso se vuelve descuidado. Deja caer las manos a los costados. Entonces siento cómo la humedad se extiende a través de su bóxer y aparto la mano.

Nunca había hecho que nadie se corriera. Me arde el pecho, henchido con la nueva y extraña sensación de que estoy un paso más cerca de ser una mujer. 

Observo la mancha de humedad en los calzoncillos de Pedro y me encanta el control que siento que tengo sobre él. Me encanta ser capaz de proporcionarle a su cuerpo tanto placer como él se lo proporciona al mío.

Él deja caer la cabeza hacia atrás y respira hondo unas cuantas veces mientras yo permanezco sentada sobre sus muslos sin saber qué hacer. Al cabo de un momento, abre los ojos, levanta la cabeza y me mira. Una leve sonrisa se dibuja en su rostro, y se inclina hacia adelante para besarme en la frente.

—Nunca me había corrido así —dice, y vuelvo a sentir vergüenza.

—¿No lo he hecho bien? —pregunto, e intento levantarme de sus piernas. Me lo impide.

—¿Qué? No, lo has hecho de maravilla. Normalmente necesito algo más aparte de que alguien me toque por encima de los calzoncillos.

Me muero de celos. No quiero pensar en todas las otras chicas que habrán hecho que Pedro se sienta así. Al percatarse de mi silencio, me coge de las mejillas y me acaricia la sien con el pulgar.

Me consuela el hecho de que las demás hayan tenido que esforzarse más que yo, pero aun así desearía que no hubiese otras. No sé por qué me siento de este modo. Pedro y yo no estamos juntos.

Nunca vamos a salir ni a hacer nada más que esto pero, ahora mismo, sólo quiero disfrutar del momento, solos él y yo. Me río al pensar eso. No soy de esa clase de personas que «viven el momento».

—¿En qué estás pensando? —me pregunta, pero yo niego con la cabeza.
No quiero hablarle de mis celos. No es justo, y no quiero tener esa conversación.

—Vamos, Pau, dímelo —dice, y yo niego con la cabeza otra vez.

Entonces hace algo nada propio de él: me agarra de las caderas y empieza a hacerme cosquillas.

Grito muerta de la risa y me dejo caer sobre la blanca cama. Sigue haciéndome cosquillas hasta que ya no puedo respirar. Su risa retumba por toda la habitación, y es el sonido más bonito que he oído jamás. Nunca lo había oído reír de esta manera, y algo me dice que casi nadie lo habrá hecho. A pesar de sus muchos defectos, me siento afortunada de poder verlo así.

—¡Vale, vale! ¡Te lo diré! —chillo, y se detiene.

—Buena decisión —asiente. Pero entonces baja la mirada y añade—: Pero espera un momento. Tengo que cambiarme los calzoncillos.


Me ruborizo.

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