Los nervios me pueden mientras avanzo por el bar. ¿Cómo es que esto me ha
parecido una buena idea? Pedro me va a matar, y Steph va a pensar que me he
vuelto loca.
Cuando me ve, sonríe de oreja a oreja y exclama:
—Pero ¿qué haces tú aquí?
Y me da un fuerte abrazo.
—Pues... Te estaba buscando —le digo.
—¿Va todo bien? ¿O es que me echabas de menos? —Se echa a reír.
—Te echaba de menos. —Con eso basta, por ahora.
—Cuánto tiempo sin verte, Pau —dice Nate dándome un abrazo—. ¿Dónde te
tenía escondida Pedro?
Tristan aparece detrás de Steph y le rodea la cintura con los brazos. Por
cómo lo mira ella, sé que han solucionado la pelea que tuvieron por culpa de
Molly.
Steph me sonríe.
—Ven, siéntate con nosotros. Los demás aún no han llegado.
«¿Aún?» Me pregunto si querrá decir que Pedro llegará enseguida. Los sigo a
un reservado temiendo la respuesta a esa pregunta. Una pregunta que decido no
hacer. En vez de eso pido una hamburguesa con patatas fritas. No he comido nada
en todo el día y ya son las tres pasadas.
—Me aseguraré de que no lleven kétchup —me dice la camarera con una sonrisa
antes de volver a la cocina.
Se acuerda de la escena que Pedro le montó la última vez que estuve aquí.
Me muerdo las uñas pintadas y espero a que la camarera me traiga mi
Coca-Cola.
—Anoche te perdiste la mejor fiesta del mundo —dice Nate. Alza la jarra y
se termina la cerveza.
—¿Sí? —Sonrío.
Lo más frustrante de mi relación con Pedro es que nunca sé qué puedo y qué
no puedo contarle a la gente. Si nuestra relación fuera normal, podría decirle
que ayer nos lo pasamos pipa en la boda del padre de Pedro. Pero como mi
relación de normal no tiene nada, me quedo callada.
—Sí, fue una pasada. Fuimos a los muelles, no a la fraternidad. —Se echa a
reír—. En los muelles podemos hacer más el tonto y después no tenemos que
limpiar.
—Ah, ¿es que Jace vive en los muelles? —pregunto fingiendo que no me
interesa.
—¿Qué? No, los muelles son muelles de verdad, para barcos. Vive cerca
porque de día trabaja allí.
—Ah... —Mordisqueo mi pajita.
—Hacía un frío de narices y Tristan, que iba muy pedo, se tiró al agua
—dice Steph sin poder contener la risa.
Tristan le saca el dedo.
—No fue para tanto —se ríe—. Estaba tan fría que no sentí nada.
La comida llega junto con las alitas de Tristan y otra ronda de cerveza
para los tres.
—¿No te apetece una cerveza, Pau? No te van a pedir el carnet —me informa
Nate.
—No, no. Tengo que conducir. Pero gracias.
—¿Qué tal la nueva residencia? —me pregunta Steph robándome una patata
frita.
—¿Qué?
—La nueva residencia —me repite más despacio.
—No estoy en una residencia.
¿Eso le ha dicho Pedro, que me he trasladado a otra residencia de
estudiantes?
—Sí, porque desde luego en la mía ya no vives. Tus cosas desaparecieron de
repente y Pedro dijo que te habías cambiado de residencia, que tu madre se
había cabreado contigo o algo así — explica, y le da un buen trago a su
cerveza.
En ese instante decido que me importa un pimiento si Pedro se cabrea: no
pienso mentir. Estoy furiosa y avergonzada porque sigue ocultándole al mundo
nuestra relación.
— Pedro y yo nos hemos ido a vivir juntos —les digo.
—¡¿Qué?! —exclaman los tres al mismo tiempo.
—Sí, la semana pasada. Alquilamos un apartamento a veinte minutos del
campus —les explico.
Los tres me miran como si tuviera dos cabezas.
—¿Qué? —inquiero perdiendo la paciencia.
—Nada. Es sólo que... Vaya..., no sé. Es que nos ha pillado por sorpresa
—dice Steph.
—¿Por? —salto.
Sé que no es justo que la pague con ella cuando con quien estoy realmente
enfadada es con Pedro, pero no puedo evitarlo.
Frunce el ceño y me mira como si estuviera pensando si debe hablar o no.
—No lo sé. Sólo es que no me puedo imaginar a Pedro viviendo con alguien,
eso es todo. No sabía que lo vuestro iba tan en serio. Ojalá me lo hubieras
dicho.
Estoy a punto de preguntarle qué quiere decir con eso cuando Tristan y Nate
miran en dirección a la puerta y luego a mí. Cuando me vuelvo, veo a Molly, a Pedro
y a Jace. Pedrose está sacudiendo la nieve del pelo y limpiándose las botas en
la alfombrilla de paja. Aparto la mirada con el corazón desbocado. Son
demasiadas cosas a la vez: Molly está con Pedro, lo cual me cabrea sobremanera.
Jace está con Pedro, cosa que no entiendo. Y acabo de contarle a todo el
mundo que estamos viviendo juntos, cosa que parece haber causado una gran
conmoción.
—Pau —me saluda Pedro, enfadado, detrás de mí.
Lo miro y veo que tiene el rostro contorsionado de pura rabia. Está haciendo
un esfuerzo por contenerse, lo sé, pero no creo que lo consiga.
—Tengo que hablar contigo —masculla.
—¿Ahora? —digo tratando de no darle importancia, aunque estoy de los
nervios.
—Sí, ahora —contesta, e intenta cogerme del brazo. Me levanto y lo sigo a
una esquina del pequeño bar—. ¿Qué coño estás haciendo aquí? —dice en voz baja
con la cara a unos centímetros de la mía.
—He venido a pasar un rato con Steph. —No es del todo mentira, pero tampoco
es del todo verdad.
Me pilla.
—Y una mierda. —Le cuesta no gritar, pero la gente ya nos está mirando—.
Tienes que irte —me dice.
—¿Cómo dices?
—Tienes que volver a casa.
—¿A casa? ¿Quieres decir a mi nueva residencia de estudiantes? —lo desafío.
Se queda lívido —. Sí, se lo he dicho —prosigo—. Les he contado que estamos
viviendo juntos; ¿cómo es que no lo sabían? Me has hecho quedar como una
imbécil. Pensé que lo de esconder lo nuestro era cosa del pasado, que ya no era
tu secreto.
—No eras mi secreto —miente.
—Estoy harta de engaños y secretitos, Pedro. Cada vez que pienso que vamos
progresando...
—Perdona. No era mi intención mantenerlo en secreto. Sólo quería esperar un
poco —dice atropelladamente.
Casi puedo ver la lucha interna que se está librando tras esos ojos verdes.
No deja de mirar a un lado y a otro, y me preocupa verlo tan asustado.
—No puedo seguir así, eres consciente de eso, ¿verdad? —le digo.
—Sí, ya lo sé —suspira, coge entre los dientes el aro del labio inferior y
se pasa la mano por el pelo húmedo—. ¿Podemos irnos a casa y hablarlo?
Asiento.
Lo sigo de vuelta al reservado, donde ya se han sentado todos.
—Nosotros nos vamos —anuncia Pedro.
Jace me dirige una sonrisa siniestra.
—¿Tan pronto?
Los hombros de Pedro se tensan.
—Sí —contesta.
—¿Volvéis a vuestro apartamento? — pregunta Steph.
Le lanzo una mirada asesina. «¡No es el momento!», le grito en silencio.
—¿Adónde has dicho? —dice Molly desternillándose de risa. La verdad, si por
mí fuera, no volvería a verla en la vida.
—A su apartamento. Están viviendo juntos —contesta Steph la mar de
contenta.
Sé que sólo está intentando fastidiar a Molly y, en circunstancias
normales, le aplaudiría, pero estoy demasiado cabreada con Pedropara pensar en
esta tipa.
—Bueno, bueno, bueno... —exclama Molly golpeando la mesa con sus uñas rojo
chillón—. Pero qué noticia tan interesante —dice mirando fijamente a Hardin.
—Molly... —le advierte. Juraría que a Pedrole está entrando el pánico.
Ella enarca una ceja.
—¿No te parece que lo estás llevando demasiado lejos? —añade ella.
—Molly, te juro por Dios que si no cierras el pico...
—¿Qué es lo que está llevando demasiado lejos? —inquiero. Tenía que
preguntarlo.
—Pau, sal afuera —me ordena, pero no le hago caso.
—No quiero. ¿Qué es lo que está llevando demasiado lejos? ¡Dímelo! — grito.
—Espera..., estás en el ajo, ¿no? — Molly se echa a reír y continúa—: ¡Lo
sabía!
Le dije a Jace que tú lo sabías pero no me creyó. Pedro, le debes a Zed
una pasta gansa. —Echa la cabeza atrás y se levanta.
Pedro parece un fantasma. Es como si no le quedara una gota de sangre en el cuerpo.
A mí la cabeza me da vueltas y estoy hecha un lío. Miro a Nate, a Tristan y a
Steph, que no le quitan los ojos de encima a Pedro.
—¿En qué ajo estoy metida? —Me tiembla la voz.
Pedro me coge del brazo e intenta tirar de mí, pero me suelto y me planto delante
de Molly.
—No te hagas la tonta conmigo. Sé que lo sabes. ¿Qué ha hecho? ¿Te ha dado
la mitad del dinero? —pregunta.
Pedro me coge de la mano. Tiene los dedos fríos como el hielo.
—Pau...
Aparto la mano y lo miro fijamente con unos ojos como platos.
—¡Explícate! ¡¿De qué está hablando?! —le grito.
Las lágrimas amenazan con desbordarse por mis mejillas mientras intento
mantener bajo control la avalancha de emociones.
Pedro me deja atónita cuando abre la boca y vuelve a cerrarla en el acto.
—Hostia —se burla Molly—. ¿De verdad que no lo sabes? Es asombroso. ¡Vamos
a cobrar entrada!
—Cállate, Molly —le escupe Steph.
—¿Seguro que quieres que te lo cuente, princesa? —prosigue ella con una sonrisa
triunfante.
Oigo los latidos de mi propio corazón y por un instante me pregunto si los
demás también los estarán oyendo.
—Cuéntamelo —le ordeno.
Molly ladea la cabeza... Luego hace una pausa.
—No, creo que le corresponde a Pedro hacerlo.
Y empieza a reírse y a pasarse el aro que lleva en la lengua entre los
dientes. Es un sonido horrible, peor que cuando uno araña la pizarra con las
uñas.
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