Por cambiar de tema, Pedro pregunta:
—Ahora que tenemos el apartamento, supongo que ya no querrás pasar la noche
en casa de mi padre, ¿no?
Intento olvidar la cara nueva de Zed.
—Supones bien. —Sonrío—. A menos que Karen nos lo pida. Sabes que no puedo
decirle que no.
Estoy nerviosa por tener que ver a Ken después de lo que Pedro me contó
anoche. Estoy intentando apartarlo de mi mente, pero es mucho más difícil de lo
que creía.
—Ah, casi se me olvida —dice encendiendo la radio.
Lo miro y, con el dedo, me hace un gesto para que espere.
—He decidido darle otra oportunidad a The Fray —me informa.
—¿De veras? Y ¿cuándo ha sido eso?
—Después de nuestra cita en el arroyo, aunque no abrí el CD hasta la semana
pasada —confiesa.
—Aquello no fue una cita —me burlo, y se parte de la risa.
—Me dejaste que te follara con los dedos. Para mí, eso es una cita.
Me coge la mano cuando intento pegarle un manotazo y me la besa. Sonrío y
entrelazo los dedos con los suyos, largos y finos. Me inundan los recuerdos: yo
tumbada sobre la camiseta mojada mientras Pedro me regalaba mi primer orgasmo.
Él sonríe.
—Estuvo bien, ¿verdad? —presume, y me echo a reír.
—En fin, cuéntame qué opinas ahora de The Fray.
—Bueno, no están tan mal. Se me ha pegado una canción.
Me muero de curiosidad.
—¿De verdad?
—Sí... —admite, y mira un instante la carretera antes de poner el CD.
La música inunda el interior del vehículo y sonrío.
—Se titula Never Say Never —dice Pedro, como si me estuviera contando algo
que no supiera, cuando es una de mis favoritas.
Escuchamos la letra en silencio y no puedo evitar que se me dibuje una
enorme sonrisa en la cara.
Sé que le da un poco de vergüenza escuchar una canción como ésta conmigo,
así que me callo y no digo nada. Me limito a disfrutar de este momento tan
tierno.
Pedro se pasa el resto del trayecto poniéndome una canción tras otra del
disco y diciéndome qué opina de cada una. Es un gesto pequeño, pero para mí es
un mundo. Me encantan estos momentos en los que me muestra una nueva faceta de
sí mismo. Ésta va a ser una de mis preferidas.
Cuando llegamos a la casa de su padre, toda la calle está llena de coches.
Al
salir, el viento frío me hiela los huesos y me estremezco. Me he puesto una
chaqueta muy fina, y el vestido tampoco es que cubra mucho. Pedro se quita la
chaqueta y me la echa por los hombros. Abriga más de lo que parece, y huele a
él, mi perfume favorito.
—Pero quién se iba a imaginar que podías ser todo un caballero —lo chincho.
—No hagas que te meta en el coche y te eche un polvo aquí mismo —me dice, y
ahogo un grito de falsa indignación que le resulta de lo más divertido—. ¿Te
cabe mi móvil en esa... esa especie de bolso?
—Es una cartera de mano, y la respuesta es sí. —Sonrío al tiempo que
extiendo la mano en su dirección.
Me entrega su móvil y lo meto en la pequeña cartera. El fondo de pantalla
ya no es gris, lo ha cambiado por la foto que me ha hecho mientras hablaba con
él en el apartamento. Tengo los labios entreabiertos y los ojos llenos de vida;
las mejillas sonrosadas y la piel resplandeciente. Es muy raro verme así, pero
ése es el efecto que tiene Pedro en mí: con él me siento viva.
—Te quiero —le digo, y cierro el bolso sin hacer ningún comentario sobre su
nuevo fondo de pantalla.
La casa de Ken y Karen está llena de gente, y Pedro me coge de la mano con
fuerza después de retirar su chaqueta de mis hombros y volver a ponérsela.
—Vamos a buscar a Landon —sugiero.
Él asiente y encabeza la expedición. Encontramos a su hermanastro en la
sala de estar, junto a la vitrina que sustituye a la que Pedro rompió la
primera noche que vine aquí. Parece que fue hace siglos. Landon está rodeado de
un grupo de sesentones, y uno de ellos le pone la mano en el hombro.
Sonríe al vernos, se disculpa con los señores y abandona la conversación.
Está muy guapo y lleva un traje parecido al de Pedro.
—¡Pensé que no viviría para verte con traje y corbata! —dice muerto de la
risa.
—Si vuelves a mencionarlo, no vas a vivir mucho —lo amenaza Pedro, aunque
es evidente que lo dice de broma.
Sé que empieza a gustarle Landon, y eso me hace feliz. Él es uno de mis
mejores amigos y una persona que me importa mucho.
—A mi madre le va a encantar. Pau, estás preciosa —me dice dándome un
abrazo.
Pedro no me suelta ni siquiera cuando intento devolverle el abrazo, y tengo
que apañármelas con una sola mano.
—¿Quién es toda esta gente? — pregunto.
Sé que Ken y Karen viven aquí hace menos de un año, por eso me sorprende que
haya, por lo menos, unas doscientas personas.
—La mayoría son amigos de Ken de la universidad y los demás son familiares
y amigos. Yo sólo conozco a la mitad —explica Landon riendo—. ¿Os apetece una
copa? Tenemos que estar todos fuera dentro de unos diez minutos.
—¿Quién tuvo la brillante idea de celebrar una boda en el jardín en
diciembre? —protesta Pedro.
—Mi madre —contesta Landon—. Aunque las carpas están climatizadas.—Mira a
todos los invitados y luego a Pedro —. Deberías decirle a tu padre que has llegado.
Está arriba, y mi madre está escondida con mi tía pero no sé dónde.
—Paso... Prefiero quedarme aquí abajo —responde Pedro.
Le acaricio la mano con el pulgar y me da un apretón de agradecimiento.
Landon asiente.
—Bueno, yo tengo que irme, pero os veo luego —dice, y nos deja con una
sonrisa.
—¿Te apetece salir? —le pregunto a Pedro. Asiente—. Te quiero —le repito.
Sonríe, con hoyuelos y todo.
—Te quiero, Pau —me dice y me da un beso en la mejilla.
Abre la puerta de atrás y me presta su chaqueta otra vez. Al salir veo que
el patio parece un cuento de hadas. Hay dos carpas gigantescas que ocupan casi
todo el patio, y de los árboles y del porche cuelgan cientos de pequeños
farolillos. Son bonitos incluso de día. La verdad es que es digno de ver.
—Creo que es aquí —dice Pedro señalando la carpa más pequeña.
Entramos por una abertura lateral. Pedro estaba en lo cierto. Las hileras
de sillas de madera están colocadas de cara a un altar muy sencillo, de las
paredes cuelgan unas preciosas flores blancas y todos los invitados van de
blanco y negro. La mitad de los asientos están ocupados, así que nos sentamos
en la penúltima fila porque sé que Pedro no quiere verlo de cerca.
—Nunca pensé que asistiría a la boda de mi padre —me dice.
—Lo sé, y estoy muy orgullosa de ti por haber venido. Significa mucho para
ellos y, por tu forma de hablar, parece que crees que también será bueno para
ti.
Apoyo la cabeza en su hombro y me rodea con el brazo.
Empezamos a hablar del buen gusto con el que han decorado la carpa, toda en
blanco y negro. Es sencillo y elegante. Tan sencillo que siento como si me
hubieran invitado a compartir un momento íntimo en familia, a pesar de la
cantidad de asistentes que hay.
—Supongo que la recepción será en la otra carpa —dice Pedro, y retuerce un
mechón de mi pelo entre el índice y el pulgar.
—Eso creo. Seguro que es aún más bonita que...
—¿ Pedro? ¿Eres tú? —dice entonces una voz de mujer.
Ambos volvemos la cabeza hacia la izquierda. Una anciana ataviada con un
vestido de flores blanco y negro y zapato plano nos mira con unos ojos como
platos.
—¡Dios santo, si eres tú!
Lleva el pelo gris recogido en un sencillo moño y apenas un toque de maquillaje
que le da un aspecto sano y radiante.
Por su parte, Pedro se ha quedado lívido. Se levanta y la saluda.
—Abuela.
Ella le da un abrazo tremendo.
—¡No me puedo creer que hayas venido! Hace años que no te veo. Eres un
chico muy guapo. Perdón, un hombre muy guapo. ¡Estás muy alto! Pero ¿qué es
todo esto? —dice frunciendo el ceño mientras señala los piercings que lleva en
la cara.
Pedro se ruboriza y se ríe incómodo.
—¿Cómo estás? —le pregunta revolviéndose en el sitio.
—Muy bien, cielo. Te he echado mucho de menos —dice ella y se seca los
ojos. Tras una pausa, me mira y pregunta con gran interés—: Y ¿quién es esta
adorable jovencita?
—Ah... Perdona. Te presento a Pau... Pau. Mi... novia —contesta él—. Pau,
ella es... mi abuela.
Sonrío y me levanto. Nunca se me había ocurrido que iba a conocer a los
abuelos de Pedro.
Pensaba que estaban muertos, como los míos. Nunca ha hablado de ellos, pero
no me sorprende.
Creo que yo tampoco he hablado de los míos.
—Es un placer conocerla —digo ofreciéndole la mano, pero sus planes van más
allá de un apretón. Tira de mí, me da un abrazo y un beso en la mejilla.
—El placer es mío. ¡Eres una chica preciosa! —dice con un acento mucho más
marcado que el de Pedro —. Me llamo Adele, pero puedes llamarme abuela.
—Gracias —digo ruborizándome.
Da un par de palmadas. Es evidente que está feliz.
—Todavía no me creo que estés aquí; ¿has visto a tu padre recientemente?
¿Sabe que has venido? —pregunta volviendo a centrar la atención en Pedro.
Él se mete las manos en los bolsillos.
—Sí, ya lo sabe. He estado viniendo por aquí últimamente.
—Me alegra mucho oír eso. No tenía ni idea —dice, y sé que está a punto de
echarse a llorar otra vez.
—Damas y caballeros, vayan tomando asiento. La ceremonia está a punto de comenzar
—anuncia un hombre por el micrófono de la tarima.
La abuela coge a Pedro del brazo sin darle tiempo a rechistar.
—Venid a sentaros con la familia. No deberíais estar aquí atrás.
Él me mira pidiéndome socorro, pero me limito a sonreír y a seguirlos. Nos
sentamos junto a alguien que se parece mucho a Karen, imagino que será su
hermana. Pedro me coge de la mano y a su abuela no se le escapa el gesto
afectuoso y lo coge de la otra mano.
Ken se pone en posición y la expresión de su rostro al ver a su hijo
sentado en primera fila es indescriptible: conmovedora y desgarradora al mismo
tiempo. Pedro hasta le sonríe un poco, y Ken le devuelve la sonrisa. No cabe en
sí de gozo. Landon está de pie al lado de Ken, en la tarima, pero a Pedro no
parece importarle. Jamás habría accedido a subirse ahí arriba.
Cuando Karen entra, todos los presentes suspiran. No hay palabras para
describir lo bonita que está mientras camina hacia el altar. La expresión de su
rostro al ver al novio hace que me apoye en el hombro de Pedro. Irradia
felicidad y su sonrisa ilumina la carpa. Lleva un vestido largo y tiene las
mejillas resplandecientes. Es perfecto.
La ceremonia es preciosa, y cuando a Ken se le quiebra la voz y deja
escapar un pequeño sollozo mientras recita sus votos se me llenan los ojos de
lágrimas. Pedro me mira y sonríe, me suelta la mano y me seca las mejillas.
Karen es una novia preciosa, y su primer beso como marido y mujer hace que los
asistentes aplaudan y los vitoreen.
—Cursilona —me dice Pedro cuando apoyo de nuevo la cabeza en su hombro
mientras la gente empieza a salir.
Poco después acompañamos a su abuela a la otra carpa. Estaba en lo cierto:
es aún más bonita que la primera. Cerca de las paredes hay mesas vestidas con
manteles blancos y servilletas negras.
Los centros de mesa son flores blancas y negras. El techo está cubierto de
farolillos como los del jardín, que proporcionan una iluminación cálida y muy
agradable que se refleja en la cristalería nueva y en los relucientes platos
blancos. El centro de la carpa está despejado. El suelo es de azulejos blancos
y negros, y creo que será la pista de baile. Los camareros están en posición, esperando
que todo el mundo tome asiento.
—No desaparezcas. Quiero volver a verte esta noche —dice la abuela de Pedro
antes de dejarnos.
—Es la boda más lujosa a la que he ido —comenta él, y mira la tela blanca
que adorna el techo.
—Yo no he estado en una boda desde que era pequeña —replico, y sonríe.
—Eso me gusta —dice y me besa en la mejilla.
No estoy acostumbrada a que me demuestre afecto en público, pero podría
acostumbrarme rápidamente.
—¿El qué? —pregunto cuando se sienta a una de las mesas.
—Que no hayas estado en ninguna boda con Noah —responde, y me echo a reír
para no tener que mirarlo mal.
—A mí también —le aseguro.
La comida está exquisita. Yo pido el pollo y Pedro el filete. Lo sirven
todo en una especie de bufet para que parezca informal, pero esta comida de
informal no tiene nada. Rebaño la salsa cremosa con un trozo de pollo y me
llevo el tenedor a la boca, pero Pedro me lo roba y se lo come. Se atraganta un
poco porque le cuesta reír y tragar a la vez.
—Eso te pasa por quitarme la comida —lo regaño, y me llevo otro trozo a la
boca antes de que me lo robe de nuevo.
Se ríe y apoya la frente en mi hombro. Enfrente de nosotros hay una mujer
mirándonos. No parece que le haga gracia ver a Pedro besarme en el hombro. Le
devuelvo una mirada igual de borde que la suya y aparta la vista.
—¿Te traigo otro plato? —le pregunto a Pedro lo bastante alto como para que
la mujer me oiga.
Ella mira al hombre que tiene al lado y enarca una ceja. Él no parece
prestarle la menor atención y eso la cabrea aún más. Sonrío y cojo la mano de Pedro.
Al igual que el hombre de enfrente, no se ha enterado de nada. Mejor.
—Sí, por favor —dice—. Y gracias.
Le doy un beso en la mejilla y me voy a la cola de la comida.
—¿Pau? —dice una voz familiar.
Levanto la vista y veo a Christian Vance y a Trevor a unos pocos metros de
distancia.
—Hola. —Sonrío.
—Estás espectacular —dice Trevor, y le agradezco el cumplido en voz baja.
—¿Qué tal va el fin de semana? —me pregunta el señor Vance.
—Fabuloso. Aunque los días laborales tampoco desmerecen —le aseguro.
—Ya, ya... —Se echa a reír y coge un plato.
—¡Nada de carne roja! —le dice Kimberly por detrás.
Él hace un gesto de pegarse un tiro en la sien y le lanza un beso. ¿Estos
dos salen juntos? Quién lo habría imaginado. El lunes le pediré detalles a
Kimberly.
—Mujeres —dice Vance, y llena un plato mientras yo preparo otro para Pedro —.
Nos vemos luego.
Sonríe y se va con su cita. Kimberly me saluda con la mano y consigue que
el niño que tiene sentado en brazos haga lo mismo. Les devuelvo el saludo y me
pregunto si será hijo suyo.
Trevor se acerca y me resuelve la duda.
—Es el hijo del señor Vance.
—Ah —digo apartando la vista de Kimberly.
Trevor sigue mirando a mi jefe.
—Su mujer falleció hace cinco años, justo después de que naciera el niño.
No había vuelto a salir con nadie hasta que conoció a Kim. Sólo llevan unos
meses juntos, pero está coladito por ella. —Se vuelve hacia mí y me sonríe.
—Ahora ya sé a quién recurrir para estar al tanto de los cotilleos de la
oficina —bromeo, y los dos nos reímos.
—Nena... —dice Pedro rodeándome por la cintura con los brazos, marcando
territorio.
—Me alegro de verte. Pedro, ¿no es así? —pregunta Trevor.
—Sí —es todo lo que contesta él—. Será mejor que volvamos a la mesa. Landon
te está buscando. —Me estrecha con fuerza y con su silencio le dice a Trevor
que se largue.
—¡Te veo luego, Trevor! —Sonrío educadamente y le doy a Pedro su plato
mientras regresamos a nuestros asientos.
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