La mujer con la que he vivido toda mi vida valora su capacidad para mantener
el control de sí misma hasta tal punto que pocas veces he logrado sorprenderla,
y mucho menos dejarla estupefacta. No obstante, en esta ocasión he conseguido
dejar patidifusa a mi madre. Está erguida y con la cara larga.
—¿Qué acabas de decir? —pregunta muy despacio.
—Ya me has oído. Éste es nuestro apartamento, vivimos aquí los dos — repito
poniendo los brazos en jarras para causar mayor efecto.
—Es imposible que vivas aquí. ¡No puedes permitirte un sitio como éste! —
se mofa.
—¿Quieres ver nuestro contrato de alquiler? Porque tengo una copia.
—La situación es mucho peor de lo que imaginaba... —dice, y mira fijamente
detrás de mí, como si yo no mereciera que me mirara siquiera, mientras calcula
la fórmula adecuada para mi vida—. Sabía que estabas haciendo la tonta con
ese... chico, ¡pero mudarte con él ya es ser muy idiota! ¡Si ni siquiera lo
conoces! No has conocido a sus padres... ¿No te da vergüenza que te vean con él
en público?
Me hierve la sangre. Miro a la pared intentando no perder la compostura,
pero esto es demasiado, y antes de que pueda contenerme le estoy gritando
pegada a su cara.
—¿Cómo te atreves a venir a mi casa a insultarlo? ¡Lo conozco mejor que
nadie y él me conoce mucho mejor que tú! Por cierto, conozco a su familia, al
menos a su padre. ¿Quieres saber quién es? ¡Es el puñetero rector de la WCU!
—le grito
—. Eso debería satisfacer tu triste y amargada necesidad de juzgarlo
todo.
Odio usar el título del padre de Pedro como arma arrojadiza, pero es de las
pocas cosas que podrían desestabilizarla.
Probablemente porque ha oído que se me quebraba la voz, Pedro sale del
dormitorio con expresión preocupada. Se acerca, se queda de pie detrás de mí e
intenta apartarme de mi madre, igual que la última vez.
—¡Genial! ¡Hablando del rey de Roma...! —se burla ella manoteando en el
aire
—. Su padre no es el rector... —dice medio riéndose.
Tengo la cara roja como un tomate y bañada en lágrimas, pero me importa un
rábano.
—Lo es. ¿Sorprendida? Si no estuvieras siempre tan ocupada calculándolo
todo y acumulando prejuicios, podrías haber hablado con él y enterarte por ti misma.
¿Sabes qué? No te mereces conocerlo. Me ha apoyado como tú nunca lo has hecho,
y no hay nada, y quiero decir nada, que puedas hacer para separarme de él.
—¡No me hables así! —me grita dando un paso hacia mí—. ¿Te crees que por
haber encontrado un bonito apartamento y llevar lápiz de ojos ya eres toda una
mujer? Cariño, odio tener que ser yo quien te lo diga, pero pareces una fulana.
¡Mira que vivir con un chico a los dieciocho años!
Pedro entrecierra los ojos en señal de advertencia, pero ella no le hace ni
caso.
—Más te vale ponerle fin a esto antes de que pierdas tu virtud, Pau. Mírate
al espejo, ¡y luego míralo a él! ¡Estáis ridículos juntos! Tenías a Noah, que
era perfecto para ti, y lo has echado a perder por... ¡esto! —escupe señalando
a Pedro.
—Noah no tiene nada que ver en esto — replico.
Pedro aprieta la mandíbula y le suplico en silencio que no diga nada.
—Noah te quiere y sé que tú lo quieres a él —insiste mi madre—. Ahora
déjate de rebeldías absurdas y ven conmigo. Te encontraré otra habitación en la
residencia, y estoy segura de que Noah te
perdonará —dice al tiempo que extiende una mano autoritaria, como si yo fuera a
aceptarla y a marcharme con ella.
Me tiro del dobladillo de la camiseta con ambas manos.
—Estás loca. De verdad, mamá. ¿Tú te has oído? No quiero irme contigo. Vivo
aquí con Pedro y lo quiero a él, no a Noah. Noah me importa, pero tu influencia
fue lo que me hizo creer que lo quería, porque creía que eso era lo correcto.
Pues perdóname, pero quiero a Pedro y él me quiere a mí.
—¡Pau! Él no te quiere. Sólo quiere meterse en tus bragas y, tan pronto
como lo consiga, te dejará tirada. ¡Abre los ojos, pequeña!
Hay algo en su forma de llamarme pequeña que es la gota que colma el vaso.
—¡Ya se ha metido en mis bragas y sigue aquí! —le grito.
Pedro y mi madre comparten por un momento la misma expresión atónita,
aunque de inmediato la de ella se transforma en asco y Pedro frunce el ceño. Él
me entiende.
—Te diré una cosa, Paula: cuando te rompa el corazón y no tengas adónde
ir... Más te vale no llamarme.
—No te preocupes, que no lo haré. Por eso siempre vas a estar sola. Ya no
puedes controlarme: soy adulta. ¡Que no pudieras controlar a mi padre no te da
derecho a intentar controlarme a mí!
Me arrepiento de lo que he dicho en cuanto las palabras salen de mi boca.
Sé que meter a mi padre en esto es un golpe muy bajo. Antes de que me dé tiempo
a disculparme, siento el golpe en la mejilla. Me duele más la sorpresa que el
bofetón.
Pedro se interpone entre las dos y le pone una mano en el hombro. Me
escuece la cara y me muerdo el labio para no romper a sollozar.
—Si no se larga de nuestro apartamento de una puta vez, llamaré a la
policía — le advierte. El tono calmado de su voz me pone los pelos de punta.
Noto que mi madre se estremece. Está claro que a ella también la asusta.
—No te atreverás —replica.
—Acaba de ponerle las manos encima, delante de mis narices. ¿De verdad cree
que no voy a llamar a la policía? Si no fuera su madre, haría algo mucho peor.
Tiene cinco segundos para largarse —dice, y yo miro a mi madre con unos ojos
como platos y me llevo la mano a la mejilla dolorida.
No me gusta que la haya amenazado, pero quiero que se marche. Después de un
intenso duelo de miradas, Pedro ruge:
—Dos segundos.
Mi madre resopla y se dirige a la puerta. Sus tacones resuenan en el suelo
de hormigón.
—Espero que estés contenta con tu decisión, Paula —dice antes de cerrar de
un portazo.
Pedro me envuelve con los brazos y es el abrazo más agradable y
reconfortante del mundo. Es justo lo que necesitaba.
—Lo siento, nena —dice con los labios en mi pelo.
—Lamento que haya dicho todas esas cosas feas sobre ti.
La necesidad que siento de defenderlo es más fuerte que mi preocupación por
mi madre o por mí misma.
—Calla. No te preocupes por mí. La gente habla mal de mí a todas horas — me
recuerda.
—Eso no significa que esté bien.
—Pau, por favor, no te preocupes por mí. ¿Qué necesitas? ¿Puedo hacer algo
por ti? — pregunta.
—¿Me traes hielo? —sollozo.
—Claro, nena.
Me besa en la frente y se dirige a la nevera.
Sabía que si mi madre venía la cosa iba a acabar en llanto y chirriar de
dientes, pero no me esperaba que fuera tan trágico. Por un lado, estoy muy
orgullosa de haberle plantado cara, pero al mismo tiempo me siento muy culpable
por lo que he dicho de mi padre. Sé que mi madre no tuvo la culpa de que se
marchara, y soy consciente de que ha estado muy sola estos últimos ocho años.
No ha tenido una sola cita desde que él se fue. Me ha dedicado todo su tiempo
para hacer de mí la mujer que quería que yo fuera. Desea que sea como ella, pero
eso a mí no me vale. La respeto y sé lo duro que ha trabajado, pero necesito
labrarme mi propio camino y ella tiene que comprender que no puede corregir sus
errores a través de mí. Yo ya cometo demasiados por mí misma como para que ese
plan le funcione. Ojalá pudiera alegrarse por mí y ver lo mucho que quiero a Pedro.
Sé que, de entrada, su aspecto deja a la gente un poco perpleja, pero si se
tomara su tiempo para conocerlo, estoy segura de que lo querría tanto como yo.
Siempre y cuando deje de ser tan maleducado... Cosa poco probable, aunque
últimamente noto pequeños cambios. Como, por ejemplo, que ya me coge de la mano
en público y que, cada vez que nos cruzamos en el apartamento, se para y me da
un beso. A lo mejor soy la única persona a la que se lo deja ver, la única a la
que le revela sus secretos y la única a la que ama. Por mí, perfecto. Para ser
sinceros, a mi parte egoísta le encanta.
Pedro aparta la silla que hay junto a mí y me coloca la improvisada bolsa
de hielo en la mejilla.
El suave paño de cocina es una maravilla para mi piel hipersensible.
—No me puedo creer que me haya pegado —digo muy despacio.
Se me cae el paño al suelo y se agacha para recogerlo.
—Yo tampoco. He estado a punto de perder los nervios —confiesa mirándome a
los ojos.
—Me lo he imaginado —digo sonriéndole débilmente.
El día se me ha hecho eterno. Ha sido el más largo y agotador de mi vida.
Estoy rendida y sólo quiero que me lleven en brazos, a ser posible a la cama
con Pedro, para olvidarme del giro trágico que se ha producido en la relación
con mi madre.
—Te quiero demasiado, de lo contrario... —Me sonríe y me besa los párpados
cerrados.
Prefiero pensar que nunca le haría daño a mi madre, que habla
metafóricamente. Sé que, pese a su ira imparable, nunca haría nada tan terrible,
y eso hace que lo quiera aún más. He aprendido que Pedro ladra pero apenas
muerde.
—Quiero irme a la cama —le digo, y asiente.
—Por supuesto.
Retiro la manta antes de acostarme en mi lado de la cama.
—¿Crees que mi madre será siempre así? —le pregunto.
Se encoge de hombros y tira uno de los cojines de decoración al suelo.
—Yo diría que no, que la gente cambia y madura. Pero tampoco quiero darte
falsas esperanzas.
Me acuesto boca abajo y entierro la cara en la almohada.
—Oye... —dice Pedro con los labios en mi cuello mientras resigue con los
dedos la curva de mi espalda.
Me doy la vuelta y suspiro al ver la preocupación que brilla en sus ojos.
—Estoy bien —miento.
Necesito distraerme. Le acaricio la cara y le paso el pulgar por los labios
carnosos. Le doy vueltas al aro de metal y sonríe.
—¿Te lo pasas bien observándome como si fuera un experimento en la clase de
ciencias? —se burla.
Asiento y sigo dándole vueltas al aro de metal con los dedos. Con la otra
mano le toco el de la ceja.
—Bueno es saberlo. —Pone los ojos en blanco y me muerde el pulgar.
Lo aparto y me doy con la mano contra la cabecera de la cama. Me coloco
encima de él, como suelo hacer siempre, y me coge la mano dolorida entre las
suyas y se la lleva a la boca. Me pongo de morros hasta que su lengua dibuja
círculos en la punta de mi índice del modo más sexi y provocador.
Sigue así con todos los dedos hasta que estoy jadeante y deseosa de más.
¿Cómo lo hace? Sus extrañas muestras de cariño me afectan sobremanera.
—¿Mejor? —pregunta colocándome la mano en el regazo. Asiento otra vez con
la cabeza; no consigo articular palabra—. ¿Quieres más?
Se pasa la lengua por los labios para humedecérselos.
—Háblame, nena —insiste.
—Sí. Más, por favor —digo finalmente.
Está claro que mi cerebro no funciona. Necesito que me toque, que siga
distrayéndome. Cambia de postura, tira del cordón de mis pantalones de pijama
con una mano y se aparta el pelo de la frente con la otra. Me baja las bragas
hasta los tobillos y mis pantalones acaban en el suelo. Se coloca entre mis
piernas abiertas.
—¿Sabías que el clítoris de la mujer está creado sólo para el placer? No
tiene otra función —me informa presionándolo con el pulgar. Gimo y recuesto la
cabeza en la almohada—. Es verdad, lo leí en alguna parte.
—¿En la revista Playboy? —lo pincho, aunque me cuesta pensar, y hablar, no
digamos.
Parece que el comentario le hace gracia y sonríe mientras baja la cabeza.
En cuanto su lengua encuentra mi sexo, me agarro a las sábanas. Pedro se esmera
y rápidamente combina sus dedos con su boca perfecta. Le hundo las manos en el
pelo y, en silencio, le doy las gracias a quien descubriera esta maravilla
mientras Pedro me lleva al orgasmo. Dos veces.
Luego me abraza con fuerza y me susurra lo mucho que me quiere. Me quedo
dormida pensando que menudo día hemos tenido: la relación con mi madre se ha
ido al traste y es posible que no tenga arreglo, y Pedro ha compartido más
detalles de su infancia conmigo.
En sueños veo a un niño asustado de pelo rizado que llora por su madre.
Me alegra comprobar que la agresión de mi madre no ha dejado marcas
visibles. Aún me duele el pecho porque se ha roto del todo nuestra ya maltrecha
relación, pero hoy no quiero pensar en eso.
Me ducho y me rizo el pelo. Me lo recojo en alto para que no me estorbe
mientras me maquillo y me pongo la camiseta que Pedro llevaba ayer. Le cubro
los hombros de besos para despertarlo y, cuando me rugen las tripas, voy a la
cocina a preparar el desayuno. Quiero empezar el día lo mejor posible para que
los dos estemos contentos y felices antes de la boda. Para cuando acaba mi
sesión de terapia culinaria, estoy bastante orgullosa del resultado: beicon,
huevos, tortitas dulces y tortitas de patata. Es demasiado sólo para nosotros
dos, pero Pedro come como una fiera, así que no creo que sobre mucho.
Unos brazos fuertes me rodean la cintura.
—Madre mía... ¿Qué es todo eso? — pregunta con la voz rasposa y soñolienta
—. Por esto era precisamente por lo que quería que viviéramos juntos —me
susurra pegado a mi cuello.
—¿Para que pueda prepararte el desayuno? —me río.
—No... Bueno, sí. Y para encontrarte medio desnuda en la cocina al
despertarme.
Me muerde en el cuello. Intenta levantarme el bajo de la camiseta y darme
un apretón en los muslos. Me vuelvo y blando la espátula en su cara.
—Las manos en los bolsillos hasta después del desayuno, Alfonso.
—Sí, señora.
Se echa a reír, coge un plato y se lo llena hasta arriba.
Después de desayunar, obligo a Pedro a que se dé una ducha a pesar de que
él insiste en arrastrarme de vuelta a la cama. Parece haber olvidado lo que me
contó ayer y la pelea con mi madre. Me quedo sin aliento cuando sale del
dormitorio vestido para la boda. Aunque los pantalones negros del traje son
ajustados, le cuelgan de las caderas como a nadie.
Lleva la corbata alrededor del cuello pero aún no se ha abotonado la camisa
y puedo ver su pecho duro y delicioso.
—La verdad, no sé ni por dónde empezar a hacerme el nudo de la corbata —dice
encogiéndose de hombros.
Tengo la boca seca y no puedo quitarle los ojos de encima. Casi no consigo
decir:
—Ya te ayudo yo.
Por suerte, Pedro no me pregunta dónde he aprendido a hacer nudos de
corbata. Se pondría de un humor de perros al oír el nombre de Noah.
—Estás guapísimo —le digo en cuanto he terminado.
Se encoge de hombros y se pone la chaqueta negra que completa el conjunto.
Se ruboriza y no puedo evitar echarme a reír. No esperaba que se sonrojara.
Sé que vestido de esa manera se siente como un pez fuera del agua... Y es
adorable.
—¿Cómo es que aún no te has vestido?
—Estaba dejándolo para el final porque mi vestido es blanco —lo informo, y
se burla juguetón.
Me retoco el maquillaje, cojo los zapatos y me pongo el vestido. Es aún más
corto de lo que recordaba, pero a Pedro parece que le gusta. No le quita ojo a
mi pecho después de haberme visto ponerme un sujetador sin tirantes. Como de
costumbre, me hace sentir bonita y deseada.
—Siempre y cuando todos los hombres presentes en la boda de mi padre sean
de su edad, no creo que tengamos ningún problema — bromea mientras me sube la
cremallera.
Pongo los ojos en blanco y me besa los hombros desnudos. Me suelto el pelo
y dejo que los rizos me caigan por los hombros. La tela pálida del vestido se
pega a mi cuerpo, y sonrío al ver nuestra imagen en el espejo.
—Estás más buena que el pan —me dice, y me besa otra vez.
Nos aseguramos de que llevamos todo lo que necesitamos para la boda,
incluyendo la invitación y una tarjeta de felicitación que he comprado. Meto el
teléfono en mi pequeña cartera de mano y Pedro me coge de la cintura.
—Sonríe —dice sacando su móvil.
—Creía que no te gustaba hacer fotos.
—Te dije que haría una, y ésa vamos a hacer.
Sonríe como un payaso, como un crío, y me encanta. Sonrío a mi vez, me pego
a él y hace la foto.
—Otra más —dice, y saco la lengua en el último segundo.
Ha hecho la foto en el momento justo: salgo con la lengua en su mejilla y a
él le ríen los ojitos.
—Ésa es mi favorita —le digo.
—Si sólo hay dos.
—Aun así. —Lo beso y saca otra foto.
—Ha sido por accidente —miente, y oigo cómo saca otra mientras le lanzo una
mirada asesina.
Pedro para a poner gasolina cerca de la casa de su padre para que no
tengamos que hacerlo a la vuelta. Mientras está llenando el depósito, un
vehículo que me resulta familiar aparca y veo a Nate en el asiento del
acompañante. Zed se detiene dos surtidores más allá y sale del coche para
entrar en la gasolinera.
Me quedo sin habla al verlo: tiene el labio partido, los dos ojos a la
funerala y un enorme cardenal en la mejilla. Cuando ve a Pedro, su rostro
hermoso y magullado adopta una terrible expresión asesina. «Pero ¿qué
diablos...?» No nos saluda siquiera, como si no nos hubiera visto.
A los pocos segundos Pedro sube al coche y me coge de la mano. Miro
nuestros dedos entrelazados y trago saliva al ver sus nudillos llenos de
costras.
—¡Tú! —digo, y enarca las cejas—. ¡Tú le has dejado la cara como un mapa!
¡La otra noche te peleaste con él y por eso ni nos ha saludado!
—¿Quieres calmarte? —me ruge subiendo mi ventanilla antes de arrancar el
coche.
— Pedro... —Miro hacia el lugar donde estaba Zed hace un instante y luego a Pedro.
—¿Podemos hablar de ello después de la boda? Ya estoy bastante de los
nervios. Por favor... — me ruega, y asiento.
—De acuerdo. Después de la boda — accedo apretando con cariño la mano que
tanto daño le ha hecho a mi amigo.
continuara................................
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solo 5 mas y termina el primer libro
se puso buenísima, no soporto a la madre de Pau, es una vieja insoportable
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