Llevamos por lo menos media hora sin movernos cuando por fin Pedro levanta
la cabeza de mi pecho y dice:
—¿Cenamos?
—Sí.
Le sonrío débilmente y empiezo a bajarme de su regazo, pero me estrecha
contra su pecho.
—No he dicho que tuvieras que moverte. Sólo pásame mi plato —me dice, y
sonríe a su vez.
Le alcanzo el plato y extiendo el brazo para coger el mío del otro lado de
la pequeña mesa. Aún estoy recuperándome de la impresión, y no me siento del
todo bien por tener que ir mañana a la boda.
Sé que Pedro no quiere hablar más de lo que acaba de contarme. Tomo otro
bocado de mi plato y digo:
—Cocinas mejor de lo que imaginaba. Ahora que lo sé, espero que me prepares
la cena más a menudo.
—Ya veremos —replica con la boca llena, y terminamos de cenar en un cómodo
silencio.
Más tarde, cuando estoy metiendo los platos en el lavavajillas, se me
acerca por detrás y me pregunta:
—¿Sigues enfadada?
—No exactamente —le contesto—. No me hace ninguna gracia que te pasaras la
noche por ahí, y quiero saber con quién te peleaste y por qué razón. —Abre la
boca para hablar, pero lo detengo—: Pero esta noche no.
No creo que ninguno de los dos pudiera soportarlo.
—Vale —dice con voz dulce.
La preocupación brilla en sus ojos, pero decido no insistir.
—Ah, y tampoco me hizo ninguna gracia que me restregaras lo de las
prácticas por la cara. Eso me dolió de verdad.
—Lo sé, y por eso lo dije —responde con demasiada sinceridad para mi gusto.
—Lo sé, y por eso precisamente no me gusta.
—Lo siento.
—No vuelvas a hacerlo, ¿vale? —le digo, y asiente—. Estoy agotada —
refunfuño en un débil intento por cambiar de tema.
—Yo también. Vamos a pasarnos la velada panza arriba. Ya nos han puesto la
tele por cable.
—Se supone que de eso tenía que encargarme yo —lo regaño.
Pone los ojos en blanco y, ya en la habitación, se sienta en la cama a mi
lado.
—Ya me darás luego el dinero...
Miro la pared.
—¿A qué hora tenemos que salir mañana para la boda?
—Cuando nos dé la gana.
—Empieza a las tres. Creo que deberíamos estar allí sobre las dos — digo.
—¿Una hora antes? —protesta, y asiento —. No sé por qué te empeñas en... —
dice, pero lo interrumpe el tono de mi móvil.
Pedro se demuda cuando se inclina para cogerlo y me dice quién es el que
llama.
—Pero ¿por qué te llama? —resopla.
—No lo sé, pero creo que debería responder —digo.
Le quito el teléfono de la mano.
—¿Noah? —contesto en voz baja y
temblorosa mientras Pedro echa chispas por los ojos.
—Hola, Pau. Perdona que te llame tan
tarde pero... —Parece asustado.
—¿Qué? —Le meto prisa porque
siempre tarda más de lo necesario en explicar situaciones estresantes. Pedro gesticula
para que conecte el manos libres.
Le lanzo una mirada que expresa mi negativa, pero al final pongo a Noah por
el altavoz para que Pedro pueda escuchar la conversación.
—Tu madre ha recibido una llamada del
supervisor de la residencia para decirle que ya está pagado el último recibo,
así que sabe que te has mudado. Le he dicho que no tengo ni idea de dónde vives
ahora, lo cual es verdad, pero no me cree. Va hacia allá.
—¿Al campus?
—Sí, eso creo. No lo sé seguro, pero
dijo que iba a ir a buscarte, y no está siendo nada razonable. Está furiosa.
Sólo quería avisarte de que va a ir hacia allá.
—¡Esa mujer es increíble! —grito.
Luego le doy las gracias a Noah y cuelgo. Me tumbo en la cama.
—Genial... Qué forma más maravillosa de pasar la velada.
Pedro se apoya en un codo a mi lado.
—No podrá encontrarte. Nadie sabe que vivimos aquí —me asegura, y me aparta
un mechón de la frente.
—Puede que no me encuentre, pero le va a hacer un tercer grado a Steph y
acribillará a preguntas a todo el que vea por la residencia y a montar un
numerito que no veas. —Me tapo la cara con las manos—. Debería ir a la
residencia.
—O podrías llamarla, darle nuestra dirección y dejar que venga aquí.
Estarás en tu territorio, lo cual es una ventaja —sugiere.
—¿Te parece bien? —Me destapo un poco la cara.
—Por supuesto. Es tu madre, Pau.
Le lanzo una mirada inquisitiva, dado lo mal que se lleva él con su padre.
Pero cuando comprendo que lo dice en serio, recuerdo que está dispuesto a
intentar arreglar las cosas con sus padres. Yo también debería ser valiente.
—Voy a llamarla —digo.
Me quedo un rato mirando el móvil antes de respirar hondo y marcar su
número. Está tensa y habla muy deprisa. Sé que se está conteniendo para cuando
me tenga cara a cara. No le doy detalles del apartamento ni le cuento que vivo
aquí. Sólo le digo que me encontrará en esta dirección y cuelgo todo lo deprisa
que puedo.
Instintivamente, salto de la cama y me pongo a ordenar la casa.
—El apartamento está limpio. Apenas hemos tocado nada —dice Pedro.
—Lo sé —contesto—. Pero así me siento mejor.
Después de doblar y guardar la ropa que había en el suelo, enciendo una
vela en la sala de estar y espero a que aparezca mi madre sentada a la mesa con
Pedro. No debería estar tan nerviosa, soy una adulta y tomo mis propias
decisiones, pero la conozco y sé que le va a dar algo. Ya tengo las emociones a
flor de piel gracias a la breve visita al pasado de Pedro de hace una hora, y
no sé si estoy en condiciones de enzarzarme en una batalla campal con mi madre
esta noche.
Miro el reloj. Ya son las ocho. Con suerte no se quedará mucho, y Pedro
y yo podremos acostarnos pronto y abrazarnos mientras ambos intentamos lidiar
con la familia que nos ha tocado en suerte.
—¿Quieres que me quede o prefieres que os dé tiempo para hablar de vuestras
cosas? —me pregunta al cabo de un rato.
—Creo que deberíamos estar un tiempo a solas —le respondo.
Por mucho que yo quiera tenerlo a mi lado, sé que mi madre se pondrá hecha
un basilisco si lo ve.
—Espera... —digo—. Acabo de acordarme de algo que ha dicho Noah. Me ha
comentado que el último recibo de la residencia ya estaba pagado. —Miro a Pedro
con una ceja enarcada.
—Sí, ¿y?
—¡No me digas que lo has pagado tú! — exclamo. No estoy cabreada, sólo
molesta y sorprendida.
—¿Y? —Se encoge de hombros.
— Pedro, tienes que dejar de gastarte el dinero en mí. Me hace sentir
incómoda.
—No veo dónde está el problema. Tampoco era tanto —me discute.
—¿Es que eres rico o algo así? ¿Traficas con drogas?
—No, sólo es que tenía mucho dinero ahorrado que no me gastaba en nada. El
año pasado no gasté en alojamiento, con lo que las pagas se iban acumulando. Nunca
había tenido nada en lo que gastarme el dinero... Ahora ya lo tengo. —Me sonríe
la mar de contento—. Y me gusta gastármelo en ti. No discutamos por eso.
—Tienes suerte de que mi madre esté al caer y sólo me queden fuerzas para
pelearme con uno de los dos —bromeo, y Pedro suelta una carcajada muy larga que
se va apagando hasta que simplemente permanecemos esperando, cogidos de la mano
y en silencio.
A los pocos minutos llaman a la puerta... Bueno, más bien aporrean la
puerta. Pedro se levanta.
—Estaré en la otra habitación. Te quiero —dice, y me da un beso rápido
antes de esfumarse.
Cojo aire y abro la puerta. Mi madre está tan perfecta que asusta, como
siempre. No se le ha corrido ni un poco el lápiz de ojos del que suele abusar,
y lleva los labios pintados de rojo, sedosos y perfectos, y el pelo rubio
recogido y en su sitio; casi parece un halo alrededor de su cabeza.
—Pero ¡¿qué demonios te crees que estás haciendo? ¿Cómo se te ocurre marcharte
de la residencia sin decirme nada?! —grita sin miramientos, y me aparta de un
empellón para entrar en el apartamento.
—No me dejaste elección — contraataco, y me concentro en respirar y en
permanecer todo lo calmada que me sea posible.
Ella se vuelve como si tuviera un resorte y me lanza una mirada asesina.
—¿Perdona? ¿Cómo que no te dejé elección?
—Amenazaste con no ayudarme a pagar la residencia —le recuerdo cruzándome
de brazos.
—Entonces sí que te dejé elección, sólo que has elegido mal —me espeta.
—No, tú eres la que está obrando mal.
—¡Pero ¿tú te has oído?! ¡¿Y te has visto?! No eres la misma Pau que traje
a la universidad hace apenas tres meses. —Mueve los brazos arriba y abajo
señalando mi cuerpo—. Me estás desafiando. ¡Me estás gritando! ¡Tienes mucho
valor, jovencita! Lo he hecho todo por ti, y ahora... Lo estás tirando todo por
la borda.
—¡No estoy tirando nada! Estoy haciendo unas prácticas estupendas y muy
bien pagadas. Tengo un coche y una media de matrícula de honor. ¡¿Qué más
quieres que haga?! — le devuelvo el grito.
La he desafiado y le brillan los ojos. Su voz es puro veneno cuando me
dice:
—Para empezar, al menos podrías haberte cambiado de ropa antes de que yo
llegara. De verdad, Pau, estás horrible. —Bajo la vista para mirar mi pijama y
ella pasa a criticar el siguiente punto—. Y ¿qué es eso que llevas en la
cara?... ¿Ahora te maquillas? ¿Tú quién eres? Tú no eres mi Pau, eso seguro. Mi
Paula no pasaría el rato en pijama en el apartamento de un adorador de Satán un
sábado por la noche.
—No hables así de él —mascullo—. Ya te lo he advertido.
Mi madre entorna los ojos y rompe a reír. Echa la cabeza hacia atrás riendo
y tengo que contenerme para no cruzarle la cara perfectamente maquillada. De
inmediato me avergüenzo de mis pensamientos violentos, pero es que me está
llevando al límite.
—Una cosa más —digo muy despacio, con calma, asegurándome de pronunciarlo
correctamente —. El apartamento no es sólo suyo: es nuestro.
Y con eso consigo que deje de reír en el acto.
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