Me echo hacia atrás apoyándome en las manos mientras Pedro levanta la
cabeza de Dan, al que tiene cogido del cuello, y la golpea contra el césped.
Por un segundo me pregunto si habría hecho lo mismo si estuviéramos en el
porche, que tiene el suelo de cemento, o cerca de las piedras del foso. La respuesta
llega cuando levanta el puño y lo estrella contra la mandíbula de Dan.
—¡ Pedro! —grito poniéndome en pie.
Los demás se limitan a mirar. Jace parece que se lo está pasando en grande,
y Ronnie también lo encuentra divertido.
—¡Detenedlo! —les suplico, pero Jace menea la cabeza mientras el puño de Pedro
destroza un poco más la cara sanguinolenta de Dan.
—Hacía tiempo que esto se veía venir. Deja que lo resuelvan —me contesta
sonriente—. ¿Una copa?
—¿Qué? ¡No, no quiero una copa! Pero ¡¿es que estás mal de la cabeza?! —le
grito.
Hay un corrillo de gente mirando y unos cuantos se dedican a animar.
Todavía no he visto a Dan pegarle a Pedro, cosa de la que me alegro, pero
quiero que Pedro deje de pegarle a él. Me da miedo intentar separarlos yo sola,
así que cuando Zed aparece, lo llamo a gritos. Sus ojos me encuentran y se
acerca al trote.
—¡Detenlo, por favor! —grito. Todo el mundo lo encuentra muy emocionante
menos yo. Si Pedro sigue dándole de palos, lo va a matar. Lo sé.
Zed asiente y se acerca a Pedro. Lo coge de la camisa y tira de él. Pilla a
Pedro por sorpresa, por lo que consigue separarlo del cuerpo tendido de Dan con
facilidad. Furioso, Pedro intenta pegarle a Zed, pero él esquiva el puñetazo y
lo sujeta por los hombros. Le dice algo que no consigo oír y asiente en
dirección a mí. A Pedro le saltan chispas por los ojos, tiene los nudillos ensangrentados,
y Zed le ha roto la camiseta al tirar de él. Su pecho sube y baja a gran
velocidad, como si fuera un animal salvaje después de la caza. No me acerco a
él, sé que está muy cabreado conmigo. Lo noto. No le tengo tanto miedo como
debería. A pesar de que acabo de verlo perder los papeles de la peor manera
posible, sé que nunca me pondría la mano encima.
La emoción se disipa y casi todo el mundo emprende el camino de vuelta a la
casa. El cuerpo maltrecho de Dan sigue tendido en el suelo, y Jace se agacha a
ayudarlo. Se levanta tambaleante y se limpia la cara bañada en sangre con el
bajo de la camisa. Escupe una mezcla de sangre y saliva que me hace apartar la
vista.
Pedro se vuelve hacia Dan e intenta dar un paso en su dirección, pero Zed
lo sujeta con fuerza.
—¡Que te jodan, Alfonso! —grita Dan. Jace se interpone entre ambos. Ah,
parece que ahora quiere hacer algo—. ¡Tú espera a que tu pequeña...! —grita
Dan.
—Cierra el pico —le espeta Jace, y el otro obedece.
Entonces me mira y doy un paso atrás. Me pregunto a qué se refería Jace
cuando ha dicho eso de que hacía tiempo que se veía venir. Pedro y Dan parecían
tan amigos hace cinco minutos.
—¡Vete adentro! —grita Pedro, y de inmediato sé que me lo está diciendo a
mí.
Decido obedecer, por una vez; doy media vuelta y corro a la casa. Sé que
todo el mundo me está mirando pero me da igual. Me abro paso entre la multitud
del vestíbulo y subo a toda prisa hacia la habitación de Pedro. Se me ha
olvidado cerrarla con llave al salir y, para empeorar las cosas, hay una enorme
mancha roja en la moqueta. Habrá entrado alguien por accidente y se le ha caído
la bebida en la moqueta de color tostado. Genial. Voy rápidamente al baño, cojo
una toalla y abro el grifo del lavabo. Cierro la puerta de Pedro en cuanto
entro y froto la mancha con furia, pero el agua sólo consigue que la mancha se
extienda.
Entonces oigo la puerta, que se abre, e intento ponerme de pie antes
de que Pedro entre.
—¿Qué coño estás haciendo? —Mira primero la toalla que llevo en la mano y
luego mira la mancha que hay en el suelo.
—Alguien... He olvidado cerrar la puerta con llave antes de bajar —digo. Lo
miro. Sus aletas nasales se agitan y respira hondo—. Lo siento —añado.
Está que echa humo, y ni siquiera puedo enfadarme con él porque todo esto
es culpa mía. Si le hubiera hecho caso y me hubiera quedado en la habitación,
nada de esto habría ocurrido.
Se pasa las manos por la cara, frustrado, y me acerco a él. Tiene los dedos
magullados y sanguinolentos, me recuerda a cuando se peleó en el estadio. Para
mi sorpresa, me quita la toalla de las manos y, por instinto, doy un paso
atrás. En sus ojos brilla la confusión, ladea la cabeza un poco y usa la parte
seca de la toalla para limpiarse los nudillos.
Esperaba que entrara cargando por la puerta y empezara a gritarme y a romper
cosas, no este silencio. Esto es mucho peor.
—¿No vas a decir nada? —suplico.
Las palabras brotan de su boca más despacio que de costumbre.
—Ahora mismo es mejor que no diga nada, Pau.
—No lo creo —le digo. No soporto su silencio iracundo.
—Pues créetelo —ruge.
—¡No! Necesito que me hables, que me expliques lo que ha pasado. —Gesticulo
con las manos en dirección hacia la ventana y veo que aprieta los puños.
—¡Maldita sea, Pau! ¡Siempre tienes que presionar más y más! ¡Te he dicho
mil veces que te quedaras en mi habitación! Y ¿qué coño has hecho tú? ¡No
hacerme ni caso, como siempre! ¡¿Por qué te resulta tan difícil hacer lo que te
pido?! —chilla, y empotra el puño contra un lateral de la cómoda.
La madera se agrieta.
—¡Porque no eres nadie para decirme lo que puedo o no puedo hacer, Pedro! —
le grito.
—No es eso lo que intentaba hacer. Estaba tratando de mantenerte lejos de
mierdas como la que acaba de pasar. Ya te advertí que no eran buena gente, ¡y
aun así apareces contoneándote con Jace y luego vas y te ofreces voluntaria
para jugar a ese puto juego! ¿A santo de qué?
Las venas de su cuello están tan tensas contra su piel que me da miedo que
le reviente alguna.
—¡No sabía en qué consistía el juego!
—Sabías que no quería que jugaras, y la única razón por la que te has
empeñado en hacerlo es porque alguien ha mencionado a Molly. ¡Y tú estás
obsesionada con ella!
—¿Perdona? ¿Que yo estoy obsesionada? ¡Probablemente porque no me gusta que
mi novio soliera acostarse con ella!
Me arden las mejillas. Los celos y la tirria que le tengo a Molly son de
locos, pero Pedro casi estrangula a un tipo sólo porque ha estado a punto de
besarme.
—Pues siento decirte que, si vas a cogerles manía a todas las chicas con
las que me he acostado, deberías ir pensando en cambiarte de universidad
—exclama, y la mandíbula me llega al suelo—. No he visto que les pusieras
tantas pegas a las chicas de antes —añade, y el corazón se me sale del pecho.
—¿Qué chicas? —Me falta el aire—.¿Las que estaban jugando con nosotros?
—Sí, y prácticamente todas las que han venido a la fiesta. —Me taladra con
la mirada, pero su voz no muestra ni pizca de emoción.
Intento pensar en algo que decir, pero me he quedado sin palabras. El hecho
de que Pedro se haya acostado con esas chicas, con las tres, y básicamente con
toda la población femenina de la WCU me revuelve el estómago, y lo peor es que
me lo acaba de restregar por las narices. Debo de parecer una imbécil, colgada
de Pedro, cuando todo el mundo sabe que no debo de ser más que otra de las
muchas a las que se ha tirado. Sabía que se enfadaría, pero esto es demasiado,
incluso tratándose de él. Siento que hemos vuelto hacia atrás en el tiempo, a
la época en que lo conocí y me hacía llorar a propósito prácticamente a diario.
—¿Qué? ¿Sorprendida? Pues no deberías —dice.
—No —replico.
De verdad que no me sorprende, ni un poco. Estoy dolida. No por su pasado,
sino por cómo acaba de tratarme por puro enfado. Lo ha dicho de esa manera sólo
para hacerme daño. Parpadeo rápidamente para impedir que se me salten las lágrimas
pero, como no da resultado, me vuelvo para secarme los ojos.
—Vete —me dice dirigiéndose hacia la puerta.
—¿Qué? —le pregunto volviéndome para mirarlo a la cara.
—Que te vayas, Pau.
—¿Adónde?
Ni siquiera me mira.
—Vuelve a la residencia... Qué sé yo...
Pero aquí no puedes quedarte.
Esto no es lo que yo esperaba. El dolor en el pecho aumenta con cada
segundo de silencio. Una parte de mí quiere suplicarle que me deje quedarme y
discutir con él hasta que me diga por qué ha reaccionado de esa manera con Dan,
pero una parte aún mayor se siente dolida y avergonzada por la frialdad con la
que acaba de mandarme a paseo. Cojo mi bolsa de la cama y me la echo al hombro.
Cuando llego a la puerta, miro atrás, a Pedro, con la esperanza de que me pida
disculpas o cambie de opinión, pero él se vuelve hacia la ventana y me ignora
por completo. No tengo ni idea de cómo voy a volver a la residencia. Hemos
venido en su coche, y tenía la intención de pasar la noche aquí con él. No
recuerdo la última vez que dormí sola en mi habitación, y me entra angustia
sólo de pensarlo. El trayecto a su casa parece que fue hace días, no hace
apenas unas horas.
Cuando llego al pie de la escalera, alguien me tira de la sudadera y
contengo la respiración mientras me vuelvo, rezando para que no sea ni Jace ni
Dan.
Es Pedro.
—Vuelve arriba —me dice con los ojos rojos y voz de desesperación.
—¿Por qué? Creía que querías que me fuera. —Miro a la pared que tiene
detrás.
Suspira, me coge la bolsa y empieza a subir la escalera. Me planteo dejar que
se quede con la bolsa y marcharme igualmente, pero mi cabezonería es la que me
ha metido en este embrollo.
Resoplo y lo sigo de vuelta a su cuarto.
Cuando la puerta se cierra, da media vuelta y me acorrala contra ella.
Me mira a los ojos.
—Lo siento —dice.
Sus labios cubren mi boca y apoya una mano contra la puerta, a la altura de
mi cabeza, para que no pueda moverme.
—Yo también —susurro.
—Yo... A veces pierdo el control. No me he acostado con esas chicas. Bueno,
no con las tres.
Me siento un poco aliviada. Pero sólo un poco.
—Cuando me enfado, mi primera reacción es golpear más fuerte, herir a la
otra persona todo lo que pueda. Pero no quiero que te vayas, y siento que te
asustaras al verme pegarle a Dan la paliza de su vida. Estoy intentando cambiar
por ti... Para ser lo que te mereces, pero para mí es muy duro. Sobre todo
cuando haces cosas a propósito para cabrearme —dice.
Me acaricia la mejilla con la mano y me seca las lágrimas que quedan.
—No me has dado miedo —repongo.
—¿Por qué no? Parecías aterrorizada cuando te he quitado la toalla.
—No... Bueno, en ese momento sí, pero por la mancha del suelo. Durante la
pelea con Dan, en realidad temía por ti.
—¿Por mí? —Se endereza y presume—: Ni siquiera me ha rozado.
Pongo los ojos en blanco.
—Quiero decir que me daba miedo que lo mataras o algo así. Podrías haberte
metido en un buen lío al abalanzarte sobre él de ese modo —le explico.
Pedro se ríe a carcajadas.
—A ver si lo entiendo: ¿te daban miedo las repercusiones legales de la
pelea?
—No te rías. Sigo enfadada contigo —le recuerdo, y me cruzo de brazos.
No estoy muy segura de por qué estoy enfadada exactamente, además de porque
me haya pedido que me marche.
—Ya, yo también sigo enfadado contigo, pero es que tienes mucha gracia. —
Apoya la frente en la mía—. Me vuelves loco —asegura.
—Lo sé.
—Nunca me haces caso y siempre me lo discutes todo. Eres una cabezota y
rozas lo insoportable.
—Lo sé —repito.
—Me provocas y me estresas lo indecible sin necesidad, por no mencionar que
has estado a punto de darte el lote con Dan delante de mis narices. —Sus labios
rozan mi mejilla y me estremezco.
—Dices cosas horribles y te comportas como un crío cuando te enfadas.
A pesar de que me está insultando y de que se queja de cosas que, en el
fondo, sé que le encantan de mí, siento mariposas en el estómago cuando me besa
la piel y continúa con su ataque verbal.
Presiona las caderas contra las mías, esta vez con más fuerza.
—Y dicho esto... También estoy locamente enamorado de ti —añade, y succiona
sin piedad la piel sensible de debajo de mi oreja.
Le paso las manos por el pelo. Pedro gime, me coge de la cintura y me atrae
hacia sí. Sé que queda mucho por decir, muchos problemas por resolver, pero
ahora mismo todo lo que quiero es perderme en él y olvidar esta noche.
continuara.....................................................
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esta semana termina el primer libro ... Atentissss
Se puso super buenísima, que lindo que Pepe la fue a buscar
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