Divina

Divina

jueves, 5 de noviembre de 2015

After Capítulo 83

Pedro ve a Jace al mismo tiempo que yo y se vuelve a mirarme a mí, luego mira otra vez a Jace y se tensa al instante. Durante un segundo parece que va a dar media vuelta para sacarnos de aquí, pero no hay duda de que Jace nos ha visto, y sé que Pedro no va a arriesgarse a hacerle el feo de darle la espalda y largarse. A nuestro alrededor la fiesta no para, pero yo sólo veo la risa maquiavélica de Jace, que me pone los pelos como escarpias.

Llegamos a lo alto de la escalera, Jace hace un gesto teatral de sorpresa y dice:

—No pensaba encontraros aquí. Como no ibais a poder veniros a los muelles y todo eso...

—Sí, sólo hemos venido a... —empieza a decir Pedro.

—No, si ya sé por qué habéis venido. — Jace sonríe y le da una palmada en el hombro. Me muero de vergüenza cuando mira hacia mí—. Es todo un placer volver a verte, Pau —dice con frialdad.
Miro a Pedro pero él sólo tiene ojos para Jace.

—Igualmente —consigo responder.

—Menos mal que no habéis ido a los muelles. Ha llegado la pasma y nos ha aguado la fiesta, así que la hemos trasladado aquí.

Lo que significa que los amigos babosos de Jace también rondan por la casa. Genial, más gente que a Pedro no le cae bien. Ojalá nos hubiéramos quedado en mi cuarto. Por la cara que pone, sé que él está pensando lo mismo.

—Qué mal, tío —dice, e intenta avanzar por el pasillo.
Entonces Jace coge a Pedro por el brazo.

—Deberíais bajar a tomar una copa con nosotros.

—Ella no bebe —responde Pedro en tono molesto.
Por desgracia, lo único que consigue es alentar a Jace.

—Ah, no pasa nada. Bajad de todas maneras a pasar un buen rato. Insisto — dice.

Pedro se vuelve hacia mí y lo miro fijamente con los ojos muy abiertos, como intentando decirle que no telepáticamente. Pero entonces asiente. «¿Por qué?»

—Ahora bajo. Dame un minuto para que... la deje instalada —masculla.

Acto seguido me tira de la muñeca para que echemos a andar hacia su habitación antes de que Jace pueda decir esta boca es mía. Abre la puerta, me mete dentro a toda prisa y cierra.

—No quiero bajar —le digo cuando deja mi bolsa en el suelo.

—No vas a bajar.

—Y ¿tú sí?

—Sí, pero sólo cinco minutos. No tardaré. —Se pasa la mano por la nuca.

—¿Por qué no le has dicho que no y punto? —pregunto.

Pedro afirma que no le tiene miedo a Jace, pero lo veo bastante acobardado.

—Ya te he dicho que es difícil decirle que no.

—¿Es que te hace chantaje o algo?

—¿Qué? —Se sonroja—. No... Sólo es un capullo y no quiero follones, y menos estando tú aquí —dice acercándose—. No tardaré en subir, pero lo conozco y, si no me tomo una copa con él, vendrá a darnos la lata y no lo quiero cerca de ti —explica, y me besa en la mejilla.

—Está bien —suspiro.

—Necesito que me esperes aquí. Sé que no es lo ideal, con todo el jaleo y la música de la fiesta, pero tampoco quiero arriesgarme a bajar, aunque sea para marcharnos.

—Está bien —repito.

No me apetece en absoluto tener que bajar. Odio estas fiestas y no quiero ver a Molly ni en pintura.

—Lo digo en serio, ¿vale? —me ordena con voz dulce.

—He dicho que está bien. Pero no me dejes mucho rato aquí sola —le suplico.

—No tardaré. Deberíamos ir mañana mismo a firmar el contrato del apartamento, en cuanto salgas de Vance. No quiero tener que preocuparme más de estas mierdas.

Yo tampoco quiero tener que soportar estas fiestas ni seguir en mi habitación compartida en la residencia de estudiantes. Quiero comer en una cocina, no en un comedor de estudiantes, y quiero tener la libertad de ser adulta. Vivir y estudiar en el campus no hace más que recordarme lo jóvenes que somos.

—Vale, vuelvo enseguida. Cierra la puerta cuando me vaya y no la abras. Yo tengo llave. —Me da un beso rápido y se aleja.

—Jesús, actúas como si alguien fuera a venir a asesinarme —bromeo para quitarle hierro al asunto, aunque él no se ríe antes de salir del cuarto.

Pongo los ojos en blanco pero cierro de todas maneras; lo último que quiero es tener que echar de aquí a algún borracho en busca del cuarto de baño.

Enciendo el televisor, esperando que amortigüe el jaleo de abajo, pero no dejo de pensar qué estará pasando. ¿Por qué a Pedro lo intimida tanto Jace? ¿Por qué Jace da tanta grima? ¿Estarán jugando otra vez al estúpido jueguecito para críos de Verdad o desafío? ¿Y si retan a Pedro a que bese a Molly? ¿Y si está sentada encima de Pedro como en la última fiesta? Odio tenerle tantos celos, me vuelve loca. Sé que Pedro se ha acostado y ha estado liado con un montón de chicas, entre ellas Steph, pero por alguna razón Molly me pone mala. Puede que sea porque sé que no le caigo bien e intenta fastidiarme recordándome que ha estado con Pedro

«Y porque la pillaste sentada a horcajadas encima de él y metiéndole la lengua hasta las amígdalas la primera vez que la viste», me recuerda mi subconsciente.
Al final no puedo soportarlo más. Sé que debería esperarlo aquí con la puerta cerrada a cal y canto, pero mis pies tienen otros planes y, antes de darme cuenta, ya estoy bajando los escalones de dos en dos, en busca de Pedro.
Cuando llego abajo veo el horrendo pelo rosa de Molly y su vestido cinturón. 

Respiro aliviada cuando no encuentro a Pedro por ningún sitio.

—Pero bueno... —dice una voz a mis espaldas. Me vuelvo y veo a Jace a menos de un metro de mí—. Pedro nos ha dicho que no te encontrabas bien. Le va a crecer la nariz...

Se ríe y se saca un mechero del bolsillo. Le quita la tapa con el pulgar, lo enciende y se lo lleva al bajo de los vaqueros para quemar los flecos.
Decido no dejar mal a Pedro .

—He bajado porque me encontraba mejor —le digo.

—Qué rapidez. —Se ríe. Está claro que le parece divertidísimo.
La habitación se ve ahora mucho más pequeña y la fiesta mucho más grande.
Asiento e inspecciono el salón, intentando desesperadamente encontrar a Pedro.

—Ven, quiero que conozcas a mis amigos —dice Jace. Cada vez que habla me entran escalofríos.

—Es que... creo que debería buscar a Pedro —tartamudeo.

—Venga, mujer. Pedro estará con ellos —dice, e intenta pasarme el brazo por los hombros.

Doy un paso para fingir que no me he dado cuenta de lo que iba a hacer. Pienso en si debería volver arriba para que Pedro no se entere de que he bajado, pero estoy segura de que Jace me seguiría o se lo contaría a él. O las dos cosas.

—Vale —asiento dando mi brazo a torcer.

Sigo a Jace entre la multitud y me lleva al jardín trasero. Está oscuro, iluminado únicamente por las luces del porche. Empieza a preocuparme lo de seguir a este tipo afuera, pero sólo hasta que mis ojos encuentran los de Pedro. Los abre como platos, primero de sorpresa y luego de enfado, y hace amago de levantarse pero al final se queda sentado.

—Mira a quién he encontrado vagando en solitario —dice Jace señalándome.

—Ya lo veo —masculla Pedro. Está cabreado.

Estoy frente a un pequeño círculo de caras que no conozco, sentadas alrededor de lo que parece el foso de una hoguera hecho con pedruscos, sólo que no hay ningún fuego encendido. Hay algunas chicas, pero casi todo son tíos con pinta de duros.

—Ven —dice Pedro haciéndose a un lado para que me siente en la misma piedra que él.

Me instalo junto a él y me lanza una mirada de esas que dicen que, de no ser porque estamos rodeados de gente, me gritaría hasta desgañitarse. Jace le dice algo al oído a un tío que tiene el pelo negro y lleva una camiseta blanca rota.

—¿Por qué no estás en mi habitación? —me dice Pedro esforzándose por hablarme en voz baja.

—No lo sé... Pensé que Molly... —En cuanto empiezo a decirlo me doy cuenta de lo tonto que suena.

—No lo dirás en serio —replica con un toque de exasperación en la voz mientras se pasa la mano por el pelo.
Todo el mundo nos mira cuando el tío de pelo negro me pasa una botella de vodka.

—Ella no bebe —dice Pedro. quitándomela de las manos.

—Joder, Alfonso, la chica tiene boca — repone otro tío. Tiene una bonita sonrisa y no da tanta grima como Jace o el tipo del pelo negro. Pedro se ríe, aunque sé que la risa es falsa.

—Nadie te ha dado vela en este entierro, Ronnie —dice en tono de broma.

—¿Y si jugamos a algo? —pregunta Jace.
Miro a Pedro.

—Por favor, decidme que vosotros no jugáis a la tontería esa de Verdad o desafío en las fiestas —refunfuño—. De verdad, no le veo la gracia a tanto jueguecito.

—Me cae bien. Tiene un par —comenta Ronnie, y me río.

—¿Qué tiene de malo jugar un poco de vez en cuando? —replica Jace arrastrando las palabras, y Pedro se pone tenso a mi lado.

—En realidad, estábamos pensando en el strip póquer —dice otro tío.

—Ni de coña —contesto.

—¿Y si jugamos a chupar y soplar? — dice Jace, y me entra el miedo y me ruborizo.

No sé qué es eso, pero no suena a algo a lo que me apetezca jugar con esta panda.

—No sé lo que es, pero no, gracias — digo.

Veo a Pedro sonreír con el rabillo del ojo.

—Es un juego muy divertido, sobre todo con un par de copas encima —explica alguien por detrás de mí.

Me planteo quitarle la botella a Pedro y echarle un trago, pero mañana tengo que madrugar y no quiero tener resaca.

—Nos faltan chicas para el chupar y soplar —dice Ronnie.

—Voy a por unas cuantas —decide
Jace, y desaparece en la casa antes de que nadie pueda protestar.

—Vuelve arriba, por favor —me dice Pedro en voz baja para que nadie más pueda oírlo.

—Si te vienes conmigo —respondo.

—Vale, vámonos.
Pero en cuanto nos ponemos en pie, el círculo nos abuchea.

—¿Adónde vas, Alfonso? —pregunta uno de los tíos.

—Arriba.

—Venga, tío, hace meses que no te vemos el pelo. Quédate un rato más.
Pedro me mira y me encojo de hombros.

—Bueno, vale —cede él conduciéndome de vuelta a la piedra—. Enseguida vuelvo —me dice—. Y esta vez no te muevas de aquí. Va en serio.

Pongo los ojos en blanco. Es irónico que me deje sola con los que en teoría son los más macarras de toda la fiesta.

—¿Adónde vas? —pregunto antes de que se marche.

—A por una copa. Es probable que tú necesites una también.

Sonríe y entra en la casa.

Me quedo mirando el cielo y el foso para el fuego e intento evitar conversaciones incómodas. No da resultado.

—Entonces ¿desde cuándo conoces a Pedro? —me pregunta Ronnie echándose un trago al gaznate.

—Desde hace unos meses —respondo educadamente.
Ronnie tiene algo que me tranquiliza; no me pone en alerta roja como Jace.

—Vamos, que no hace mucho —dice.

—No, supongo que no. No mucho. ¿Cuánto hace que lo conoces tú? — pregunto.

Voy a aprovechar la ocasión para reunir toda la información que pueda sobre Pedro.

—Desde el año pasado.

—¿Dónde os conocisteis? —añado, aunque intento no parecer demasiado interesada.

—En una fiesta. Bueno, en muchas fiestas —se ríe.

—Entonces ¿sois amigos?

—Pero qué curiosona eres —interviene el tío del pelo negro.

—Mucho —respondo, y se echa a reír.

Bueno, al fin y al cabo, tampoco parecen tan terribles como decía Pedro. Por cierto, ¿dónde demonios se habrá metido?

Regresa al poco con Jace y tres chicas detrás. Pero ¿a qué viene esto? Jace y Pedro están hablando, a lo suyo. Jace le da entonces una palmada en la espalda y los dos se echan a reír.

Pedro lleva dos vasos de plástico rojos, uno en cada mano. Es un alivio que Molly no esté en el grupo de chicas que caminan detrás. Se sienta a mi lado y me dedica una mirada juguetona. Al menos parece estar un poco más relajado que antes.

—Toma —me dice, y me da uno de los vasos.

Lo miro un instante antes de aceptarlo.

Una copa no va a hacerme daño. Reconozco el sabor al instante. Es lo que estuvimos bebiendo la noche en que Zed y yo nos besamos. Pedro se me queda mirando y me relamo para recoger hasta la última gota de bebida.

—Ahora ya tenemos suficientes chicas —dice Jace señalando a las recién llegadas.

Las miro y tengo que contenerme para no juzgarlas. Llevan unas faldas minúsculas y unas camisetas idénticas, salvo por los colores. La de la camiseta rosa me sonríe, así que decido que es la que mejor me cae.

—Tú no juegas —me susurra Pedro al oído.

Quiero decirle que haré lo que me dé la gana, pero se me acerca y me rodea la cintura con el brazo. Levanto la vista sorprendida pero él se limita a sonreír.

—Te quiero —me susurra. Tiene los labios fríos, y me estremezco.

—Vale, ya sabéis todos cómo va esto — dice Jace—. Tenemos que juntarnos en un círculo un poco más pequeño. Pero primero, que empiece la fiesta.

Se ríe muy satisfecho y se saca algo blanco del bolsillo. También vuelve a hacer acto de presencia el mechero, con el que enciende el pequeño canuto blanco.

—Es hierba —me dice Pedro en voz baja.

Me lo había imaginado, aunque nunca antes había visto marihuana. Asiento y observo a Jace llevarse el porro a los labios y darle una buena calada antes de pasárselo a Pedro. Él niega con la cabeza rechazándolo. Ronnie lo coge, inhala con todas sus fuerzas y se pone a toser.

—¿Pau? —dice luego ofreciéndomelo.

—No, gracias —respondo acurrucándome contra Pedro.

—Hora de jugar —anuncia una de las chicas, y saca algo del bolso mientras todos mueven las piedras en las que estaban sentados y forman un círculo más pequeño en el césped.

—¡Venga, Pedro! —gruñe Jace, pero él niega con la cabeza.

—Estoy bien así, tío —contesta.

—Nos falta una chica, a menos que prefieras arriesgarte a que Dan te meta la lengua hasta la campanilla —dice Ronnie entre risas.

Dan debe de ser el tío del pelo negro. Un pelirrojo calladito con una barba muy densa le pega una calada al porro y se lo devuelve a Jace.
Me termino mi copa y voy a por la de Pedro. Él levanta una ceja pero deja que la coja.

—Voy a buscar a Molly. Se apunta fijo —dice la chica de la camiseta rosa.
Nada más oír su nombre, el odio que siento hacia ella supera mi sentido común y espeto:

—Ya juego yo.

—¿De verdad? —pregunta Jace.                                                     

—¿Se lo tienes permitido? —dice Dan en tono de burla mirando a Pedro.

—Soy libre de hacer lo que me plazca, gracias —replico con mi sonrisa más inocente a pesar de mi tono borde.

Más me vale no mirar a Pedro. Ya me ha dicho que no jugara, pero no he podido mantener cerrada mi bocaza. Me bebo su copa y me siento junto a la chica de la camiseta rosa.

—Tienes que sentarte entre dos chicos —me dice.

—Ah, vale —asiento, y vuelvo a levantarme.

—Yo también juego —masculla Pedro sentándose.

Me siento a su lado por instinto, pero sigo apartando la mirada. Jace se sienta junto a mí.

—Creo que Pedro debería sentarse aquí para que el juego fuera más interesante —dice Dan, y el pelirrojo asiente.

Pedro pone los ojos en blanco y se sienta enfrente de mí. No entiendo el objetivo de la distribución de asientos. ¿Qué más da quién se siente con quién? Cuando Dan se acerca para colocarse a mi lado, me pongo nerviosa.

Estar sentada entre Jace y él es terriblemente incómodo.

—¿Empezamos ya? —gimotea la chica de la camiseta verde. Está sentada entre Pedro y el pelirrojo.

Una de las chicas le da a Jace lo que parece ser un trozo de papel y éste lo sujeta entre los labios.

«¿Qué...?»

—¿Lista? —me pregunta Jace.

—No sé cómo se juega —confieso, y una de las chicas se desternilla.

—Pones los labios en el otro lado del papel y succionas —me explica—. El objetivo del juego es que el papel no se caiga. Si se te cae, besas a la otra persona.

«No. No, no, no...» Miro a Pedro, pero sólo tiene ojos para Jace.

—Empieza por este lado para que pueda ver cómo se hace —dice la chica que está sentada al otro lado de Jace.

No me gusta este juego. Ni pizca. Espero que se acabe antes de que me toque a mí. O a Pedro.

Además, parecen mayorcitos para estar jugando a estas chorradas. ¿Qué les pasa a los universitarios, que están deseando besar a cualquiera a la menor oportunidad? Observo cómo el papel pasa de los labios de Jace a los de la chica. 

No se cae. Contengo la respiración cuando Pedro lo coge de los labios de una chica y se lo pasa a otra. Si besa a una de las dos... Respiro aliviada cuando veo que el papel no se les cae. Se cae entre el pelirrojo y la chica de la camiseta amarilla y sus labios se encuentran. Ella abre la boca y se besan con lengua. 

Aparto la mirada con una mueca. Quiero levantarme y dejar el círculo, pero mi cuerpo no se mueve. Soy la siguiente.

«Mierda... Me toca.»

Trago saliva y Dan se vuelve hacia mí con el papel en los labios. Sigo sin estar muy segura de lo que tengo que hacer, así que cierro los ojos, pego la boca al otro lado y succiono. Noto el aire tibio que atraviesa el papel cuando Dan sopla para soltarlo. Ha soplado con demasiada fuerza y es imposible que el papel no se caiga. Apenas lo noto aterrizar sobre mi pierna que ya tengo el aliento de Dan en la cara y su boca se acerca a la mía. En cuanto sus labios rozan los míos, se aparta de inmediato.


Abro los ojos pero, para cuando mi mente se percata de lo sucedido, Pedro ya está encima de Dan, agarrándolo del cuello.

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