Pedro se marcha después de discutir un buen rato sobre fútbol americano con
mi jefe. Me disculpo por tener visita, pero el señor Vance no le da ninguna
importancia; me dice que Pedro es como de la familia y que siempre será
bienvenido. No puedo dejar de imaginarme a Pedro haciéndome el amor encima de
la mesa, y mi jefe tiene que repetirme lo que ha dicho sobre la siguiente
nómina tres veces antes de que yo vuelva al mundo real.
Sigo leyendo el manuscrito; estoy tan enfrascada que cuando levanto la
vista son las cinco pasadas. Debería haber salido hace una hora y tengo una
llamada perdida de Pedro. Lo llamo en cuanto llego al coche, pero no lo coge.
Hay algo de tráfico y, cuando llego a mi habitación, me sorprende encontrar a
Steph en la cama. A veces se me olvida que ella también vive aquí.
—¡Cuánto tiempo sin verte! —bromeo dejando caer el bolso y quitándome los
tacones.
—Sí... —dice sorbiendo por la nariz.
—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —Me siento en su cama junto a ella.
—Creo que Tristan y yo hemos roto. — Solloza.
Es muy poco frecuente ver a Steph llorar, normalmente es muy fuerte y tiene
mucho carácter.
—¿Por qué? Y ¿qué significa eso de creo? —le pregunto mientras le paso la
mano por los hombros para consolarla.
—Nos hemos peleado y he roto con él, pero sin querer. No sé por qué lo he
hecho. Me he enfadado porque estaba sentado con ésa, y sé muy bien cómo se las
gasta.
—¿Quién? —pregunto, aunque creo que ya lo sé.
—Molly. Deberías haber visto cómo coqueteaba con él y se bebía sus
palabras.
—Pero ella sabe que estáis juntos, ¿no es amiga tuya?
—Eso a ella le da igual. Haría cualquier cosa con tal de que los hombres le
presten atención.
Observo a Steph llorar y secarse las lágrimas, y cada segundo que pasa
detesto un poco más a la dichosa Molly.
—No creo que Tristan pique, he visto cómo te mira. Le importas de verdad.
Creo que deberías llamarlo y hablar del tema —le sugiero.
—¿Y si está con ella?
—No está con ella —le aseguro.
No veo a Tristan dejándose seducir por la serpiente de pelo rosa.
—¿Cómo lo sabes? A veces uno cree que conoce a las personas, pero no es así
—dice, y me mira a los ojos—. Ped...
—Hola —dice Pedro entrando en la habitación como Pancho por su casa. Luego
procesa el cuadro que tiene delante—. Uy..., ¿mejor vuelvo dentro de un rato?
Se revuelve, incómodo. Pedro no es de los que consuelan a una chica
llorosa, por muy amiga suya que sea.
—No, voy a ver si encuentro a Tristan y hacemos las paces —dice ella
poniéndose en pie—. Muchas gracias, Pau.
Me abraza y mira a Pedro.
Intercambian unas miradas muy raras antes de que Steph salga de la
habitación.
Él se vuelve y me da un beso.
—¿Tienes hambre?
—Sí, la verdad es que sí —le digo.
Tengo que ponerme con los deberes, pero voy bastante adelantada. No tengo
ni idea de cómo ni cuándo saca tiempo Pedro para estudiar y trabajar.
—Estaba pensando que, después de cenar algo, podrías llamar a Karen o a
Landon y preguntarles qué debo ponerme para..., ya sabes, la boda.
Cuando menciona el nombre de Landon me remuerde la conciencia. Hace días
que no hablo con él, y lo echo de menos. Quiero hablarle de las prácticas y
puede que incluso le cuente cómo me va con Pedro. Esto último no lo tengo claro
pero, aun así, quiero hablar con él.
—Sí, llamaré a Landon. ¡Una boda, qué emocionante! —digo, y entonces pienso
en que yo también tengo que comprarme ropa para el gran día.
—Sí, una pasada. Estoy que no quepo en mí de gozo —replica poniendo los
ojos en blanco, y yo me echo a reír.
—Bueno, me alegro de que al menos vayas a ir. Significa mucho para Karen y
para tu padre.
Menea la cabeza, pero ha cambiado mucho desde que lo conocí, y de eso no
hace tanto.
—Ya, ya... Vamos a cenar —refunfuña y coge mi chaqueta de la silla.
—Espera, voy a cambiarme primero — protesto.
Siento sus ojos fijos en mí mientras me desnudo, saco unos vaqueros y una
sudadera de la WCU del armario y me los pongo rápidamente.
—Estás adorable. Ejecutiva sexi de día y dulce estudiante de noche —me
pincha.
Tengo mariposas en el estómago. Me pongo de puntillas y le doy un beso en
la mejilla.
Decidimos ir al centro comercial a cenar para poder ir de compras a
continuación. Llamo a Landon en cuanto nos sentamos y me dice que le preguntará
a su madre qué debería ponerse Pedro y que me llamará en cuanto lo averigüe.
—¿Y si compramos lo tuyo primero? — sugiere.
—Yo tampoco sé qué ponerme —digo con una carcajada.
—Bueno, tienes la suerte de que estarás preciosa te pongas lo que te
pongas.
—Eso no es verdad. Tú llevas como nadie el estilo ese de «Me importa una
mierda mi aspecto pero siempre voy perfecto».
Me mira con suficiencia y se reclina en la silla.
—¿Tú también te has dado cuenta?
Pongo los ojos en blanco y noto que me vibra el móvil.
—Es Landon.
—Hola —dice—, mi madre me ha dicho que le gustaría que tú fueras de blanco. Sé que
no es lo habitual, pero eso es lo que ella quiere. E intenta que Pedro se ponga
pantalón de vestir y corbata, aunque, si te soy sincero, no creo que esperen
gran cosa de él.
—Vale, haré lo que pueda para que se
ponga corbata. —Miro a Pedro, que frunce el ceño con gesto divertido.
—Buena suerte. ¿Qué tal las
prácticas?
—Bien, de hecho, fenomenal. Son un
sueño hecho realidad. Es increíble: tengo mi propio despacho y básicamente me
pagan por leer. Es perfecto. ¿Y las clases? Echo de menos literatura.
Pedro tiene el ceño fruncido y se ha puesto serio. Sigo la dirección de su
mirada hacia el centro de la zona de restauración. Zed, Logan y un tío al que
no había visto en la vida se acercan a nosotros.
Zed me saluda con la mano y le sonrío sin pensar. Pedro me lanza una mirada
asesina y se levanta.
—Vuelvo enseguida —dice, y va a su encuentro.
Intento seguir hablando con Landon y observar a Pedro al mismo tiempo, pero
no sé qué hacer.
—Sí, no es lo mismo sin ti, pero me
alegro de que te vaya bien. Al menos Pedro no aparece por clase, así que no
tengo que verlo —dice Landon.
—¿Cómo que no aparece por clase? ¿Hoy
o más días? Ayer fue a clase, ¿no?
—No. Pensé que la había dejado porque tú ya no ibas, y es obvio que no
puede estar más de cinco minutos sin ti —se burla, y mi corazón se alegra a
pesar de que me preocupa que esté faltando a clase.
Miro en dirección a Pedro, que está de espaldas a mí, pero por la postura
de los hombros sé que está tenso. El tío al que no conozco luce una sonrisa
repugnante y Zed menea la cabeza. Logan no parece muy interesado, prefiere
mirar a un grupo de chicas que tiene cerca. Pedro da un paso hacia el tío y no
sé si están de broma o no.
—Perdona, Landon. Ahora te llamo
— digo, y cuelgo.
Dejo las bandejas sobre la mesa y me acerco a ellos. Espero que nadie toque
nuestra comida.
—Hola, Pau, ¿cómo estás? —pregunta Zed, y se adelanta para abrazarme.
Me sonrojo y le devuelvo el abrazo por educación. Sé que lo mejor será que
no mire a Pedro en un rato. Zed lleva el pelo liso y despeinado hacia adelante
y está para comérselo. Va todo de negro y lleva puesta una chaqueta de cuero
llena de parches por delante y por detrás.
—Pedro, ¿no vas a presentarme a tu amiga? —dice el extraño.
Sonríe y se me ponen los pelos como escarpias. Sé que no es buena persona.
—Sí —dice Pedro señalando a uno y a otro—. Ésta es mi amiga Pau; Pau, te
presento a Jace.
¿Amiga? Me siento como si me hubieran dado una patada en el estómago. Hago
lo que puedo por ocultar mi humillación y sonreír.
—¿Estudias en la WCU? —pregunto. Mi voz suena mucho más entera de lo que me
siento.
—No, por Dios. Yo paso de la universidad. —Se ríe como si fuera lo más—. Pero
si todas las universitarias son tan guapas como tú, voy a tener que
replanteármelo.
Trago saliva y espero a que Pedro diga algo. Ah, no, si sólo soy su amiga.
¿Por qué iba a decir nada? Permanezco en silencio. ¿Por qué no me habré quedado
en la mesa?
—Vamos a ir a los muelles esta noche. Deberíais pasaros —dice Zed.
—No podemos. La próxima vez será — contesta Pedro.
Me planteo interrumpir y decir que yo sí que puedo, pero estoy demasiado
ofendida para hablar.
—¿Por qué no? —pregunta Jace.
—Mañana trabaja. Supongo que yo podría pasarme más tarde. Solo —añade él.
—Qué lástima. —Jace me sonríe. El pelo rubio de color arena le cae sobre
los ojos y se lo aparta con un movimiento de la cabeza.
Pedro aprieta la mandíbula y lo mira. Me he perdido algo. Y ¿quién es este
tío?
—Ya. Bueno, os llamo cuando esté de camino —dice Pedro, y yo echo a andar.
Oigo sus botas a mi espalda pero sigo andando. No me llama porque no quiere
que sus amigos se imaginen cosas, pero viene detrás de mí. Acelero el paso, me
meto en Macy’s y doblo la esquina con la esperanza de despistarlo. No hay
suerte. Me coge del codo y me vuelve para que lo mire.
—¿Qué te pasa? —Es obvio que está molesto.
—¡Ah, pues no sé, Pedro! —grito.
Una anciana se me queda mirando y le sonrío a modo de disculpa.
—¡Yo tampoco! ¡Tú eres la que ha abrazado a Zed! —me chilla.
Empezamos a tener público, pero estoy que echo humo, así que ahora mismo me
da igual.
—¿Es que te avergüenzas de mí? Vamos, que lo entiendo, no soy precisamente
la chica más molona, pero pensé que...
—¿Qué? ¡No! Por supuesto que no me avergüenzo de ti. ¿Estás loca? —
resopla.
Ahora mismo sí que siento que he enloquecido.
—¿Por qué me has presentado como si fuera una amiga? No te cansas de
repetirme que nos vayamos a vivir juntos... ¿y luego vas y les dices que somos
amigos? ¿Qué intentas hacer?, ¿ocultarme? No seré el secreto de nadie. Si no
soy lo bastante buena para que tus amigos sepan que estamos juntos, puede que
no me apetezca seguir contigo.
Doy media vuelta y me alejo para poner punto y final a mi pequeño discurso.
—¡Pau! Maldita sea... —dice, y me sigue por la tienda. Llego a los
probadores y los miro de reojo.
—Me meteré contigo —dice leyéndome el pensamiento.
Y es capaz de hacerlo. Me vuelvo hacia la salida más cercana.
—Llévame a casa —le ordeno.
No digo nada más y voy por lo menos diez metros por delante de Pedro.
Salimos del centro comercial y llegamos a su coche. Intenta abrirme la puerta
pero se echa atrás cuando lo fulmino con la mirada. Si yo fuera él, guardaría
las
distancias.
Miro por la ventanilla y pienso en todas las cosas terribles que podría
decirle pero permanezco en silencio. Me avergüenza que sienta que no puede
contarle a la gente que estamos juntos. Sé que no soy como sus amigos y que
probablemente piensen que soy una perdedora, o que no soy popular, pero eso a
él no debería importarle. Me pregunto si Zed ocultaría nuestra relación a sus
amigos, y no puedo evitar pensar que no lo haría.
Ahora que lo pienso, Pedro nunca se ha referido a mí como su novia. Debería
haber esperado a que me confirmara que estamos saliendo antes de acostarme con
él.
—¿Se te ha pasado la pataleta? —me pregunta cuando nos metemos en la
autopista.
—¿La pataleta? ¿Me tomas el pelo? — Mis gritos llenan el pequeño coche.
—No sé por qué le das tanta importancia a que haya dicho que eras mi amiga.
Sabes que no era eso lo que quería decir. Sólo es que me han pillado por
sorpresa —miente. Sé que miente por cómo desvía la mirada.
—Si te avergüenzas de mí, creo que no quiero volver a verte —digo.
Me clavo las uñas en la pierna para no echarme a llorar.
—No me digas eso. —Se pasa las manos por el pelo y respira hondo—. Pau,
¿por qué supones que me avergüenzo de ti? Eso es absurdo —ruge.
—Que te diviertas esta noche en la fiesta.
—Por favor, no voy a ir. Sólo lo he dicho para librarme de Jace. Sé que no
es buena idea decir lo que voy a decir, pero tengo que demostrarle una cosa.
—Si no te avergüenzas de mí, llévame a la fiesta.
—Eso sí que no —masculla.
—Lo que yo decía —salto.
—No voy a llevarte porque, para empezar, Jace es un gilipollas. Además, no
deberías ir a esa clase de sitios.
—¿Por qué no? Soy mayorcita.
—Jace y sus amigos son demasiado para ti, Pau. Joder, son demasiado hasta
para mí. Unos porretas y unos desechos humanos.
—Entonces ¿por qué eres amigo suyo? —Pongo los ojos en blanco.
—Hay una gran diferencia entre ser cordial y ser amigos.
—Vale, entonces ¿cómo es que Zed sale con ellos?
—No lo sé. Jace no es la clase de tío al que uno puede decirle que no
—explica.
—Vamos, que le tienes miedo. Por eso no le has dicho nada cuando se ha puesto
baboso conmigo —recalco.
Jace debe de ser muy malo para que Pedro le tenga miedo.
Me sorprende echándose a reír.
—No le tengo miedo, pero no quiero provocarlo. Le gusta jugar y, si lo
provoco contigo, lo convertirá en un juego. —Agarra el volante con tanta fuerza
que los nudillos se le ponen blancos.
—Entonces es una suerte que sólo seamos amigos —replico, y miro por la
ventanilla las maravillosas vistas de la ciudad.
No soy perfecta y sé que me estoy comportando como una cría, pero no puedo
evitarlo. Sé que Jace es lo peor y entiendo por qué Pedro ha hecho lo que ha
hecho, pero no por eso duele menos.
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