Divina

Divina

jueves, 5 de noviembre de 2015

After Capítulo 81


Pedro se marcha después de discutir un buen rato sobre fútbol americano con mi jefe. Me disculpo por tener visita, pero el señor Vance no le da ninguna importancia; me dice que Pedro es como de la familia y que siempre será bienvenido. No puedo dejar de imaginarme a Pedro haciéndome el amor encima de la mesa, y mi jefe tiene que repetirme lo que ha dicho sobre la siguiente nómina tres veces antes de que yo vuelva al mundo real.

Sigo leyendo el manuscrito; estoy tan enfrascada que cuando levanto la vista son las cinco pasadas. Debería haber salido hace una hora y tengo una llamada perdida de Pedro. Lo llamo en cuanto llego al coche, pero no lo coge. Hay algo de tráfico y, cuando llego a mi habitación, me sorprende encontrar a Steph en la cama. A veces se me olvida que ella también vive aquí.

—¡Cuánto tiempo sin verte! —bromeo dejando caer el bolso y quitándome los tacones.

—Sí... —dice sorbiendo por la nariz.

—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —Me siento en su cama junto a ella.

—Creo que Tristan y yo hemos roto. — Solloza.

Es muy poco frecuente ver a Steph llorar, normalmente es muy fuerte y tiene mucho carácter.

—¿Por qué? Y ¿qué significa eso de creo? —le pregunto mientras le paso la mano por los hombros para consolarla.

—Nos hemos peleado y he roto con él, pero sin querer. No sé por qué lo he hecho. Me he enfadado porque estaba sentado con ésa, y sé muy bien cómo se las gasta.

—¿Quién? —pregunto, aunque creo que ya lo sé.

—Molly. Deberías haber visto cómo coqueteaba con él y se bebía sus palabras.

—Pero ella sabe que estáis juntos, ¿no es amiga tuya?

—Eso a ella le da igual. Haría cualquier cosa con tal de que los hombres le presten atención.

Observo a Steph llorar y secarse las lágrimas, y cada segundo que pasa detesto un poco más a la dichosa Molly.

—No creo que Tristan pique, he visto cómo te mira. Le importas de verdad. Creo que deberías llamarlo y hablar del tema —le sugiero.

—¿Y si está con ella?

—No está con ella —le aseguro.
No veo a Tristan dejándose seducir por la serpiente de pelo rosa.

—¿Cómo lo sabes? A veces uno cree que conoce a las personas, pero no es así —dice, y me mira a los ojos—. Ped...

—Hola —dice Pedro entrando en la habitación como Pancho por su casa. Luego procesa el cuadro que tiene delante—. Uy..., ¿mejor vuelvo dentro de un rato?

Se revuelve, incómodo. Pedro no es de los que consuelan a una chica llorosa, por muy amiga suya que sea.

—No, voy a ver si encuentro a Tristan y hacemos las paces —dice ella poniéndose en pie—. Muchas gracias, Pau.

Me abraza y mira a Pedro.
Intercambian unas miradas muy raras antes de que Steph salga de la habitación.
Él se vuelve y me da un beso.

—¿Tienes hambre?

—Sí, la verdad es que sí —le digo.

Tengo que ponerme con los deberes, pero voy bastante adelantada. No tengo ni idea de cómo ni cuándo saca tiempo Pedro para estudiar y trabajar.

—Estaba pensando que, después de cenar algo, podrías llamar a Karen o a Landon y preguntarles qué debo ponerme para..., ya sabes, la boda.

Cuando menciona el nombre de Landon me remuerde la conciencia. Hace días que no hablo con él, y lo echo de menos. Quiero hablarle de las prácticas y puede que incluso le cuente cómo me va con Pedro. Esto último no lo tengo claro pero, aun así, quiero hablar con él.

—Sí, llamaré a Landon. ¡Una boda, qué emocionante! —digo, y entonces pienso en que yo también tengo que comprarme ropa para el gran día.

—Sí, una pasada. Estoy que no quepo en mí de gozo —replica poniendo los ojos en blanco, y yo me echo a reír.

—Bueno, me alegro de que al menos vayas a ir. Significa mucho para Karen y para tu padre.

Menea la cabeza, pero ha cambiado mucho desde que lo conocí, y de eso no hace tanto.

—Ya, ya... Vamos a cenar —refunfuña y coge mi chaqueta de la silla.

—Espera, voy a cambiarme primero — protesto.

Siento sus ojos fijos en mí mientras me desnudo, saco unos vaqueros y una sudadera de la WCU del armario y me los pongo rápidamente.

—Estás adorable. Ejecutiva sexi de día y dulce estudiante de noche —me pincha.

Tengo mariposas en el estómago. Me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla.

Decidimos ir al centro comercial a cenar para poder ir de compras a continuación. Llamo a Landon en cuanto nos sentamos y me dice que le preguntará a su madre qué debería ponerse Pedro y que me llamará en cuanto lo averigüe.

—¿Y si compramos lo tuyo primero? — sugiere.

—Yo tampoco sé qué ponerme —digo con una carcajada.

—Bueno, tienes la suerte de que estarás preciosa te pongas lo que te pongas.

—Eso no es verdad. Tú llevas como nadie el estilo ese de «Me importa una mierda mi aspecto pero siempre voy perfecto».
Me mira con suficiencia y se reclina en la silla.

—¿Tú también te has dado cuenta?
Pongo los ojos en blanco y noto que me vibra el móvil.

—Es Landon.

Hola —dice—, mi madre me ha dicho que le gustaría que tú fueras de blanco. Sé que no es lo habitual, pero eso es lo que ella quiere. E intenta que Pedro se ponga pantalón de vestir y corbata, aunque, si te soy sincero, no creo que esperen gran cosa de él.

Vale, haré lo que pueda para que se ponga corbata. —Miro a Pedro, que frunce el ceño con gesto divertido.

Buena suerte. ¿Qué tal las prácticas?

Bien, de hecho, fenomenal. Son un sueño hecho realidad. Es increíble: tengo mi propio despacho y básicamente me pagan por leer. Es perfecto. ¿Y las clases? Echo de menos literatura.

Pedro tiene el ceño fruncido y se ha puesto serio. Sigo la dirección de su mirada hacia el centro de la zona de restauración. Zed, Logan y un tío al que no había visto en la vida se acercan a nosotros.

Zed me saluda con la mano y le sonrío sin pensar. Pedro me lanza una mirada asesina y se levanta.

—Vuelvo enseguida —dice, y va a su encuentro.

Intento seguir hablando con Landon y observar a Pedro al mismo tiempo, pero no sé qué hacer.

Sí, no es lo mismo sin ti, pero me alegro de que te vaya bien. Al menos Pedro no aparece por clase, así que no tengo que verlo —dice Landon.

¿Cómo que no aparece por clase? ¿Hoy o más días? Ayer fue a clase, ¿no?

No. Pensé que la había dejado porque tú ya no ibas, y es obvio que no puede estar más de cinco minutos sin ti —se burla, y mi corazón se alegra a pesar de que me preocupa que esté faltando a clase.

Miro en dirección a Pedro, que está de espaldas a mí, pero por la postura de los hombros sé que está tenso. El tío al que no conozco luce una sonrisa repugnante y Zed menea la cabeza. Logan no parece muy interesado, prefiere mirar a un grupo de chicas que tiene cerca. Pedro da un paso hacia el tío y no sé si están de broma o no.

Perdona, Landon. Ahora te llamo — digo, y cuelgo.

Dejo las bandejas sobre la mesa y me acerco a ellos. Espero que nadie toque nuestra comida.

—Hola, Pau, ¿cómo estás? —pregunta Zed, y se adelanta para abrazarme.

Me sonrojo y le devuelvo el abrazo por educación. Sé que lo mejor será que no mire a Pedro en un rato. Zed lleva el pelo liso y despeinado hacia adelante y está para comérselo. Va todo de negro y lleva puesta una chaqueta de cuero llena de parches por delante y por detrás.

—Pedro, ¿no vas a presentarme a tu amiga? —dice el extraño.
Sonríe y se me ponen los pelos como escarpias. Sé que no es buena persona.

—Sí —dice Pedro señalando a uno y a otro—. Ésta es mi amiga Pau; Pau, te presento a Jace.

¿Amiga? Me siento como si me hubieran dado una patada en el estómago. Hago lo que puedo por ocultar mi humillación y sonreír.

—¿Estudias en la WCU? —pregunto. Mi voz suena mucho más entera de lo que me siento.

—No, por Dios. Yo paso de la universidad. —Se ríe como si fuera lo más—. Pero si todas las universitarias son tan guapas como tú, voy a tener que replanteármelo.

Trago saliva y espero a que Pedro diga algo. Ah, no, si sólo soy su amiga. ¿Por qué iba a decir nada? Permanezco en silencio. ¿Por qué no me habré quedado en la mesa?

—Vamos a ir a los muelles esta noche. Deberíais pasaros —dice Zed.

—No podemos. La próxima vez será — contesta Pedro.
Me planteo interrumpir y decir que yo sí que puedo, pero estoy demasiado ofendida para hablar.

—¿Por qué no? —pregunta Jace.

—Mañana trabaja. Supongo que yo podría pasarme más tarde. Solo —añade él.

—Qué lástima. —Jace me sonríe. El pelo rubio de color arena le cae sobre los ojos y se lo aparta con un movimiento de la cabeza.

Pedro aprieta la mandíbula y lo mira. Me he perdido algo. Y ¿quién es este tío?

—Ya. Bueno, os llamo cuando esté de camino —dice Pedro, y yo echo a andar.

Oigo sus botas a mi espalda pero sigo andando. No me llama porque no quiere que sus amigos se imaginen cosas, pero viene detrás de mí. Acelero el paso, me meto en Macy’s y doblo la esquina con la esperanza de despistarlo. No hay suerte. Me coge del codo y me vuelve para que lo mire.

—¿Qué te pasa? —Es obvio que está molesto.

—¡Ah, pues no sé, Pedro! —grito.
Una anciana se me queda mirando y le sonrío a modo de disculpa.

—¡Yo tampoco! ¡Tú eres la que ha abrazado a Zed! —me chilla.

Empezamos a tener público, pero estoy que echo humo, así que ahora mismo me da igual.

—¿Es que te avergüenzas de mí? Vamos, que lo entiendo, no soy precisamente la chica más molona, pero pensé que...

—¿Qué? ¡No! Por supuesto que no me avergüenzo de ti. ¿Estás loca? — resopla.

Ahora mismo sí que siento que he enloquecido.

—¿Por qué me has presentado como si fuera una amiga? No te cansas de repetirme que nos vayamos a vivir juntos... ¿y luego vas y les dices que somos amigos? ¿Qué intentas hacer?, ¿ocultarme? No seré el secreto de nadie. Si no soy lo bastante buena para que tus amigos sepan que estamos juntos, puede que no me apetezca seguir contigo.

Doy media vuelta y me alejo para poner punto y final a mi pequeño discurso.

—¡Pau! Maldita sea... —dice, y me sigue por la tienda. Llego a los probadores y los miro de reojo.

—Me meteré contigo —dice leyéndome el pensamiento.
Y es capaz de hacerlo. Me vuelvo hacia la salida más cercana.

—Llévame a casa —le ordeno.

No digo nada más y voy por lo menos diez metros por delante de Pedro. Salimos del centro comercial y llegamos a su coche. Intenta abrirme la puerta pero se echa atrás cuando lo fulmino con la mirada. Si yo fuera él, guardaría las 
distancias.

Miro por la ventanilla y pienso en todas las cosas terribles que podría decirle pero permanezco en silencio. Me avergüenza que sienta que no puede contarle a la gente que estamos juntos. Sé que no soy como sus amigos y que probablemente piensen que soy una perdedora, o que no soy popular, pero eso a él no debería importarle. Me pregunto si Zed ocultaría nuestra relación a sus amigos, y no puedo evitar pensar que no lo haría.

Ahora que lo pienso, Pedro nunca se ha referido a mí como su novia. Debería haber esperado a que me confirmara que estamos saliendo antes de acostarme con él.

—¿Se te ha pasado la pataleta? —me pregunta cuando nos metemos en la autopista.

—¿La pataleta? ¿Me tomas el pelo? — Mis gritos llenan el pequeño coche.

—No sé por qué le das tanta importancia a que haya dicho que eras mi amiga. Sabes que no era eso lo que quería decir. Sólo es que me han pillado por sorpresa —miente. Sé que miente por cómo desvía la mirada.

—Si te avergüenzas de mí, creo que no quiero volver a verte —digo.
Me clavo las uñas en la pierna para no echarme a llorar.

—No me digas eso. —Se pasa las manos por el pelo y respira hondo—. Pau, ¿por qué supones que me avergüenzo de ti? Eso es absurdo —ruge.

—Que te diviertas esta noche en la fiesta.

—Por favor, no voy a ir. Sólo lo he dicho para librarme de Jace. Sé que no es buena idea decir lo que voy a decir, pero tengo que demostrarle una cosa.

—Si no te avergüenzas de mí, llévame a la fiesta.

—Eso sí que no —masculla.

—Lo que yo decía —salto.

—No voy a llevarte porque, para empezar, Jace es un gilipollas. Además, no deberías ir a esa clase de sitios.

—¿Por qué no? Soy mayorcita.

—Jace y sus amigos son demasiado para ti, Pau. Joder, son demasiado hasta para mí. Unos porretas y unos desechos humanos.

—Entonces ¿por qué eres amigo suyo? —Pongo los ojos en blanco.

—Hay una gran diferencia entre ser cordial y ser amigos.

—Vale, entonces ¿cómo es que Zed sale con ellos?

—No lo sé. Jace no es la clase de tío al que uno puede decirle que no —explica.

—Vamos, que le tienes miedo. Por eso no le has dicho nada cuando se ha puesto baboso conmigo —recalco.

Jace debe de ser muy malo para que Pedro le tenga miedo.
Me sorprende echándose a reír.

—No le tengo miedo, pero no quiero provocarlo. Le gusta jugar y, si lo provoco contigo, lo convertirá en un juego. —Agarra el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos.

—Entonces es una suerte que sólo seamos amigos —replico, y miro por la ventanilla las maravillosas vistas de la ciudad.


No soy perfecta y sé que me estoy comportando como una cría, pero no puedo evitarlo. Sé que Jace es lo peor y entiendo por qué Pedro ha hecho lo que ha hecho, pero no por eso duele menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario