Sólo he visto un condón en clase de educación sexual, e imponía bastante.
Pero ahora mismo sólo quiero arrancárselo a Pedro de las manos y ponérselo
lo más rápido que pueda. Menos mal que no puede leer mis pensamientos
indecentes, aunque él dice cosas mucho más guarras que las que yo he pensado
nunca.
—¿Estás...? —dice con voz ronca.
—Si me lo preguntas otra vez, te mato.
Me sonríe y agita el preservativo que sostiene entre el índice y el pulgar.
—Iba a preguntarte si quieres ayudarme a ponérmelo o lo hago yo solo...
Me muerdo el labio.
—Ah. Me gustaría hacerlo yo, pero... vas a tener que enseñarme cómo se
hace.
Lo que aprendí sobre el preservativo en clase de educación sexual no me
preparó para lo que se siente en un momento como éste, y no quiero fastidiarla.
—Bien.
Se sienta en la cama y yo cruzo las piernas. Me da un beso rápido en la frente.
Rasga el envoltorio y alargo la mano, pero él suelta una carcajada y menea la
cabeza.
—Ahora verás. —Me coge la mano, saca el pequeño disco y usa nuestras manos
entrelazadas para colocarse el condón en la punta. El látex es viscoso y
resbaladizo—. Ahora hay que desenrollarlo —dice con las mejillas coloradas.
Nuestras manos deslizan el condón por su piel firme. Entorna los ojos y su
erección crece un poco más.
—No ha estado mal para una virgen y un borracho —me río.
Me levanta una ceja y sonríe. Me alegro de que podamos bromear y no sea
todo tan serio e intenso; eso hace que lo que va a suceder a continuación me
ponga menos nerviosa.
—No estoy borracho, nena. Me he tomado un par de copas pero me he despejado
discutiendo contigo, como siempre. —Me regala unos hoyuelos y me acaricia el
labio inferior con el pulgar.
Es un alivio saberlo. No me apetece en absoluto que se duerma a la mitad, o
que me vomite encima. Me río de pensarlo y lo miro otra vez. Tiene la mirada
despejada, no de borracho como hace una hora.
—Y ¿ahora qué? —pregunto sin poder contenerme.
Se ríe, me coge la mano y se la lleva al paquete.
—¿Me tienes ganas? —pregunta.
Asiento.
—Yo también te tengo ganas —confiesa, y me encanta sentir lo dura que está
en mi mano.
Cambia de postura y se pone encima de mí. Con una rodilla me abre de
piernas y luego me acaricia con los dedos.
Me pregunto si será cariñoso... Eso espero.
—Estás muy mojada, eso lo hará más fácil —dice, y coge aire.
Su boca encuentra la mía y me besa despacio, jugando con la lengua. Sus
labios parecen hechos para los míos, a medida. Se separa un poco, me besa las
comisuras, la nariz y otra vez en los labios.
Lo abrazo intentando sentirlo más cerca.
—Despacio, nena. Tenemos que ir despacio —me susurra al oído—. Al principio
te va a doler. Si quieres que pare, dímelo. Lo digo en serio —dice con ternura
mientras me mira a los ojos esperando mi respuesta.
—Vale —asiento, y trago saliva.
He oído que perder la virginidad duele, pero no puede ser tan malo. O, al
menos, eso espero.
Pedro me besa otra vez. Noto el roce del condón en mi piel y me estremezco.
Un segundo después intenta metérmela. Es una sensación muy rara... Cierro los
ojos y me oigo jadear.
—¿Estás bien?
Asiento y la mete un poco más. Hago una mueca de dolor, es como si me
pellizcaran muy adentro.
Es tan malo como dice todo el mundo... O incluso peor.
—¡Joder! —gime Pedro.
Está muy quieto, tenso, pero sigue siendo increíblemente desagradable.
—¿Puedo moverme? —pregunta con la voz estrangulada.
—Sí... —digo.
El dolor continúa, pero Pedro me
besa por todas partes: en los labios, en las mejillas, en la nariz, en el
cuello, en las lágrimas que se agolpan en mis ojos. Me concentro en agarrarme a
sus brazos y en su lengua tibia en mi cuello.
—Dios... —gime, y echa la cabeza hacia atrás—. Te quiero, te quiero con
locura, Pau —susurra pegado a mi mejilla.
Su voz me sirve de consuelo y hace que me olvide un poco del dolor, pero
éste se agudiza cuando sus caderas empujan un poco más contra las mías.
Quiero decirle lo mucho que lo quiero, pero me da miedo que, si abro la
boca para hablar, me eche a llorar.
—¿Quieres...? Joder... ¿Quieres que pare? —tartamudea. En su voz puedo
percibir cómo el placer y la preocupación libran una batalla en su interior.
Niego con la cabeza y, cuando cierra los ojos, lo observo fascinada.
Aprieta la mandíbula para concentrarse. Sus músculos duros y firmes se contraen
y se relajan bajo su piel tatuada. Viéndolo disfrutar así casi ni me acuerdo
del dolor.
Me acaricia la mejilla con los dedos y me besa otra vez antes de
enterrar la cara en mi cuello. Su respiración se acelera, caliente y salvaje
contra mi piel.
Levanta la cabeza y abre los ojos. Soportaría el dolor una y otra vez con
tal de poder sentirme así, de notar esta profunda conexión con Pedro, que llega
a lugares dentro de mí que no sabía siquiera que existieran.
Sus ojos verdes brillan de emoción cuando me mira, y se me caen las
lágrimas. Hacen que me olvide de todo, y luego me atrae de nuevo hacia sí. Lo
quiero y no tengo ni la menor duda de que él también me quiere a mí. Aunque no
dure para siempre, aunque acabemos por no dirigirnos la palabra, siempre sabré
que este momento lo fue todo para mí.
Sé que le está costando mucho controlarse, ir despacio por mí, y eso hace
que aún lo quiera más.
El tiempo transcurre cada vez más despacio hasta que se detiene; acelera y
se detiene otra vez al ritmo al que Pedro entra y sale de mí. Lleva en los
labios el sabor salado del sudor cuando me besa, y quiero más. Lo beso en el
cuello y en ese punto debajo de la oreja que sé que lo vuelve loco.
Se estremece y gime mi nombre.
—Lo estás haciendo muy bien, nena. Te quiero mucho.
Ya no duele, pero sigue siendo incómodo y sigue molestándome un poco cada
vez que me embiste. Mis labios rozan su cuello y le tiro del pelo.
—Te quiero, Pedro —consigo decir.
Gime y me besa con los labios hinchados.
—Voy a correrme, nena. ¿Te parece bien? —dice apretando los dientes.
Asiento y lo beso y le chupo el cuello. Los ojos de Pedro permanecen fijos
en los míos mientras se corre. Me promete amor incondicional para siempre
mientras se tensa y se desploma con cuidado sobre mí.
Siento el fuerte latir de su corazón contra mi pecho y le beso el pelo
húmedo de la coronilla. Su pecho deja de subir y bajar, se incorpora y sale de
mí. Hago un gesto de dolor ante el repentino vacío. Se quita el condón, le hace
un nudo y lo deja sobre el envoltorio, en el suelo.
—¿Te encuentras bien? ¿Cómo te sientes? —Sus ojos estudian mi rostro y
parece mucho más vulnerable de lo que imaginaba posible.
—Estoy bien —le aseguro.
Cierro los muslos para aliviar el dolor. Veo la sangre en las sábanas pero
no quiero moverme.
Pedro se aparta el pelo de la frente.
—¿Ha sido... ha sido como esperabas?
—Mejor —respondo con sinceridad.
A pesar del dolor, la experiencia ha sido deliciosa. No puedo dejar de
fantasear con la próxima vez.
—¿De verdad? —Sonríe.
Asiento y se acerca más a mí y apoya la frente en la mía.
—¿A ti te ha gustado? —digo—. Será mejor cuando tenga un poco más de...
experiencia.
Su sonrisa se desvanece y con los dedos me levanta la barbilla para que lo
mire a la cara.
—No digas eso. Ha sido genial, nena. Ha sido mejor que genial, ha sido...
El mejor —dice, y pongo los ojos en blanco.
Estoy segura de que ha estado con chicas mucho mejores que yo, que sabían
lo que tenían que hacer en cada momento.
Como si me leyera el pensamiento, me responde:
—No estaba enamorado de ellas. Es una experiencia completamente diferente
cuando amas a la otra persona. De verdad, Pau. Es incomparable. Por favor, no
dudes de ti misma ni degrades lo que acabamos de hacer.
Su voz es dulce y sincera. Siento que mi corazón está henchido de felicidad
y lo beso en el puente de la nariz.
Sonríe y me rodea la cintura con el brazo. Me estrecha contra su pecho.
Huele de maravilla.
Pedro sudado, mi perfume favorito.
—¿Te duele?
Me peina con los dedos y enrosca un mechón entre ellos.
—Un poco. —Me río—. Me da miedo levantarme.
Me estrecha más fuerte y me besa en el hombro.
—Nunca lo había hecho con una virgen —dice en voz baja.
Alzo la vista y sus ojos son tiernos, sin una sombra de burla.
—Ah.
En mi cabeza se forman cientos de preguntas sobre su primera vez. Cuándo,
dónde, con quién y por qué. Pero me las quito de la cabeza: no la quería. Nunca
ha amado a nadie, sólo a mí. Ya no me importan las mujeres de su pasado. Son
sólo eso: pasado. Lo único que me importa es el hombre guapo e imposible que
acaba de hacer el amor por primera vez en su vida.
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llego la Primera ves de Pau
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