Divina

Divina

miércoles, 4 de noviembre de 2015

After Capítulo 77


Me molesta muchísimo la actitud de Pedro, pero intento olvidarme del tema.

Me desenredo el pelo mojado y me pongo el conjunto de ropa interior rosa que he comprado hoy y una camiseta. Luego preparo las cosas para mañana. Lo único en lo que puedo pensar es adónde habrá ido. Sé que soy obsesiva y que estoy un poco loca, pero no puedo evitar pensar que está con Molly.

Mientras decido si lo llamo o no, recibo un mensaje de Steph. No va a volver esta noche. No entiendo cómo es que no se va a vivir con Tristan y con Nate, si se queda a dormir allí cinco veces a la semana y Tristan la adora. Seguro que le habló de su trabajo en la segunda cita y que no es borde con ella sin razón.

«Qué suerte tiene Steph», me digo mientras cojo el mando a distancia de la tele. 

Pulso los botones sin pensar y la dejo puesta en un episodio repetido de «Friends» que he visto por lo menos cien veces. No recuerdo la última vez que me senté a ver la tele, pero es genial tumbarse en la cama a disfrutar de una comedia sin complicaciones para escapar de la última escaramuza sin sentido con Pedro.

Después de varios episodios de distintas series, noto que empieza a entrarme sueño. En mi duermevela, se me olvida que estoy enfadada y le escribo un mensaje de buenas noches a Pedro. Me duermo sin recibir respuesta.

—Mierda.

Un golpe seco me despierta. Me sobresalto, enciendo la lámpara y veo a un Pedro tambaleante que intenta encontrar su camino a oscuras.

—¿Qué haces? —le pregunto.

Levanta la vista. Tiene los ojos rojos y brillantes. Está borracho. «Genial.»

—He venido a verte —dice desplomándose en la silla.

—¿Por qué? —protesto.

Lo quiero aquí, pero no borracho y a las dos de la madrugada.

—Porque te echaba de menos.

—Entonces ¿por qué te has ido?

—Porque me estabas dando la tabarra.

«Ayyy.»

—Vale. Voy a seguir durmiendo. Estás borracho y es evidente que vas a volver a tratarme mal.

—No te trato mal, Pau, y no estoy borracho... Bueno, sí que lo estoy, ¿y?

—Me da igual que estés borracho, pero es entre semana y necesito dormir.

Me quedaría toda la noche despierta con él si supiera que no va a decirme burradas sólo por hacerme daño.

—«Es entre semana»... —me imita en tono de burla—. ¿Podrías ser más cuadriculada? —Se echa a reír como si hubiera dicho la cosa más divertida del mundo.

—Será mejor que te vayas.

Me acuesto y le doy la espalda. No me gusta este Pedro. Quiero que me devuelvan a mi Pedro medio cariñoso, no este capullo borracho.

—Venga, nena... No te enfades conmigo —dice, pero no le hago ni caso—. ¿Quieres que me vaya de verdad? Ya sabes lo que pasa cuando no duermo contigo —dice apenas en un susurro.

Se me cae el alma a los pies. Sé lo que pasa, pero no es justo que lo utilice en mi contra cuando está borracho.

—Bien. Quédate. Yo me voy a dormir.

—¿Por qué? ¿No quieres estar un rato conmigo?

—Estás borracho y estás siendo un borde —replico volviéndome para decírselo a la cara.

—No estoy siendo un borde —dice con expresión neutra—. Lo único que he dicho es que me dabas la tabarra.

—Es muy borde decir eso de alguien, sobre todo cuando lo único que he hecho ha sido preguntarte por tu trabajo.

—Dios, otra vez no. Vamos, Pau, déjalo ya. No me apetece hablar del tema —dice con tono quejumbroso y arrastrando las palabras.

—¿Por qué has bebido esta noche?

No me importa que beba, no soy su madre y ya es mayorcito. Lo que me molesta es que siempre bebe por algo, detrás siempre hay una razón. No bebe por diversión.
Desvía la mirada hacia la puerta, como si buscara una escapatoria.

—Yo... No lo sé... Me apetecía tomarme una copa... o varias. Deja de estar enfadada conmigo, por favor... Te quiero —dice buscándome con los ojos.

Esas dos palabras diluyen casi todo mi enfado y de repente me muero por que me estreche en sus brazos.

—No estoy enfadada contigo, sólo es que no quiero que nuestra relación vaya hacia atrás. No me gusta cuando la pagas conmigo sin motivo y desapareces. Si estás enfadado por algo, quiero que me lo digas y lo hablemos.

—No te gusta no tenerlo todo bajo control —replica, y se tambalea ligeramente.

—¿Perdona?

—Eres de lo más controlador —añade, y se encoge de hombros como si fuera algo de dominio público.

—No, eso no es verdad. Sólo es que me gustan las cosas de cierta manera.

—Sí, a tu manera.

—Imagino que hemos terminado de discutir sobre eso. ¿Hay algo más que quieras restregarme, ya puestos? —salto.

—No, sólo que eres muy controladora y que de verdad quiero que te vengas a vivir conmigo.

«¿Qué?» Sus cambios de humor son como una montaña rusa.

—Deberías venirte a vivir conmigo. He encontrado un apartamento hoy. No he firmado nada, pero es bonito.

—¿Cuándo? —Me cuesta seguirles el ritmo a las cinco personalidades de Pedro Alfonso.

—Cuando me he ido de aquí.

—¿Antes de emborracharte?

Pone los ojos en blanco. La luz de la lámpara se refleja en el metal del aro de su ceja y lucho por hacer caso omiso de lo atractivo que me resulta.

—Sí, antes de emborracharme. ¿Qué me dices? ¿Te vienes a vivir conmigo?

—Sé que eres nuevo en esto de salir con alguien, pero normalmente uno no insulta a su novia y, en la misma frase, le pide que se vaya a vivir con él —lo informo mordiéndome el labio inferior para reprimir una sonrisa.

—Bueno, a veces ciertas novias deberían relajarse un poco —sonríe. Incluso borracho es encantador a rabiar.

—Bueno, a veces ciertos novios deberían dejar de comportarse como unos capullos — contraataco.

Se echa a reír, se levanta de la silla y se acerca a mi cama.

—Estoy intentando no ser un capullo, de verdad. A veces no puedo evitarlo. —Se sienta en el borde—. ¡Se me da de maravilla!

—Lo sé —suspiro.

A pesar del episodio de esta noche, sé que se ha estado esforzando por ser más amable. No quiero buscarle excusas, pero ha hecho más de lo que esperaba.

—¿Te vienes a vivir conmigo? —sonríe esperanzado.

—Jesús, un paso detrás de otro. De momento, voy a dejar de estar enfadada contigo —le digo, y me incorporo—. Ahora ven a la cama.

Enarca una ceja como diciéndome: «¿Lo ves? Eres muy controladora», pero se pone en pie para bajarse los vaqueros. Cuando se quita la camiseta, la deja en la cama delante de mí. Me encanta que tenga las mismas ganas que yo de que me la ponga.

Me quito la que llevo puesta y me detiene.

—Joder —masculla, y levanto la vista —. ¿Qué llevas puesto?

Ha abierto mucho los ojos y su mirada es muy intensa.

—Me he comprado ropa interior nueva. —Me ruborizo y bajo la vista.

—Ya lo veo... Joder —repite.

—Eso ya lo has dicho. —Me río nerviosa.

La luz de los ojos de Pedro me ciega y me produce un cosquilleo en la piel.

—Estás increíble. —Traga saliva—. Siempre estás increíble, pero esto es...

Con la boca seca miro el bulto que crece en su bóxer. Es la quinta vez que la energía entre nosotros cambia esta noche.

—Iba a enseñártela antes, pero estabas muy ocupado comportándote como un gilipollas.

—Mmm —musita.

Está claro que no ha oído lo que acabo de decir. Apoya la rodilla en la cama y me mira de arriba abajo antes de colocarse encima de mí.

Sabe a whisky y a menta, una combinación celestial. Nuestros besos son tiernos e incitantes, nuestros labios se acercan y se separan, su lengua baila juguetona con la mía. Me coge del pelo y siento su erección contra mi vientre. Me suelta el pelo para apoyarse en un codo y acariciarme con la otra mano. Sus largos dedos recorren las costuras de mi sujetador de encaje, se meten dentro y vuelven a salir. Se relame los labios cuando lleva la mano entre mis muslos y empieza a moverla arriba y abajo.

—No consigo decidir si quiero que te dejes esto puesto... —dice.

Me da igual: sus dedos maravillosos sobre mi piel me tienen totalmente fascinada.

—Va, fuera —dice finalmente desabrochándome el sujetador.

Arqueo la espalda para que me lo pueda quitar y gruñe cuando su entrepierna se aprieta contra la mía.

—¿Qué quieres hacer, Pau? —pregunta con voz temblorosa y sin control.

—Ya te lo dije —contesto mientras aparta mis bragas.

Ojalá no hubiera bebido esta noche, aunque a lo mejor su embriaguez me hace parecer menos rara e incómoda.

Grito cuando me penetra con los dedos y lo rodeo con un brazo, intentando agarrarme a lo que sea. Pongo la otra mano entre nosotros y se la acaricio con la palma. Gime, aprieto y subo y bajo la mano con suavidad.

—¿Estás segura? —jadea, y veo la incertidumbre en sus cristalinos ojos verdes.

—Sí, estoy segura. ¡No le des más vueltas!

Cómo se han vuelto las tornas. Ahora soy yo la que le dice eso.

—Te quiero, lo sabes, ¿verdad?

—Sí. —Aprieto los labios contra los suyos—. Te quiero, Pedro —le digo sin separarme de su boca.

Sus dedos continúan, dentro y fuera, muy despacio, y su boca se cierra sobre mi cuello. Chupa con fuerza y luego me lame para aliviar el dolor. Lo repite una y otra vez, y es como si todo mi cuerpo estuviera en llamas.

—Pedro..., voy a... —comienzo a decir, y me saca los dedos al instante.

Me besa cuando gimoteo en protesta. Se echa un poco atrás, enrosca los dedos en mis bragas y me las baja. Luego me pone las manos en los muslos y me da un apretón antes de besarme el vientre y soplar con delicadeza en mi sexo húmedo. Mi cuerpo se arquea sin que yo se lo ordene y su lengua se mueve arriba y abajo mientras él tiene los brazos enroscados en mis muslos para mantenerme bien abierta. A los pocos segundos empiezan a temblarme las piernas; me agarro a las sábanas mientras él sigue dibujando círculos con la lengua.

—Dime lo mucho que te gusta —me pide sin apartar la boca.

De mis labios escapan sonidos guturales, intento decir algo, lo que sea. Pedro sigue soltando guarradas y lamiéndome entre una y otra. Es un ritmo exquisito, me tiembla el cuerpo y estiro los pies extasiada. Cuando recupero el conocimiento me besa en la boca. Mi pecho sube y baja y mi respiración es irregular.

—¿Estás...?

—Calla... Sí, estoy segura —le digo, y lo beso con ganas.

Le clavo las uñas en la espalda y le bajo el bóxer por debajo del culo. Suspira al verse libre y ambos gemimos cuando nuestras pieles vuelven a entrar en contacto.

—Pau, yo...

—Calla... —le repito. Lo deseo más que nada y no quiero que siga hablando.

—Pero Pau, tengo que contarte...

—Calla ya, Pedro, por favor —le suplico, y lo beso otra vez.

Cojo su erección y la acaricio cuan larga es. Él cierra los ojos y suspira. El instinto toma el control y le paso el pulgar por la punta para limpiar la gota que se acumula allí y sentirla palpitar en la mano.

—Si vuelves a hacer eso, me corro — jadea.

De repente, se levanta de un salto de la cama. Antes de que pueda preguntarle adónde va, saca un pequeño envoltorio de sus vaqueros.

«Vamos a hacerlo de verdad.»

Sé que debería estar asustada o nerviosa, pero lo único que siento es lo mucho que lo quiero y lo mucho que él me quiere a mí.


Sé lo que va a pasar, y la anticipación me llena de asombro y el tiempo parece que pasa mucho más despacio mientras aguardo a que vuelva a la cama. 

Siempre pensé que mi primera vez sería con Noah, en nuestra noche de bodas. 

Sería en una cama gigantesca en un bonito bungalow en una isla del trópico. En cambio, aquí estoy, en mi diminuta habitación de la residencia de estudiantes, con Pedro, y no cambiaría un solo detalle al respecto.

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