Pedro da un portazo justo cuando termino de subir la escalera. Giro el
pomo, esperando encontrarme la puerta de su habitación cerrada, pero se abre.
—Pedro, ¿estás bien? —pregunto sin saber qué otra cosa decir.
Me responde cogiendo la lámpara de la mesilla de noche y estampándola
contra la pared. La base de cristal se hace añicos. Doy un salto y grito sin
querer. De dos zancadas, llega al escritorio, coge el pequeño teclado, lo
arranca del ordenador de sobremesa y lo estrella contra el suelo.
—¡Pedro, para, por favor! —exclamo.
No me mira pero lanza el monitor contra el suelo y empieza a gritar.
—¿Por qué? ¿Por qué, Pau? ¡Pueden permitirse comprar otro puto ordenador!
—Tienes razón —digo, y piso el teclado, aplastándolo un poco más.
—Pero ¿qué haces? —pregunta cuando lo cojo y lo estrello de nuevo contra el
suelo.
No estoy muy segura de lo que estoy haciendo, pero el teclado ya está roto
y ahora mismo es lo mejor que se me ocurre.
—Te estoy ayudando —le digo, y la confusión le cruza la mirada.
Luego parece que va a echarse a reír.
Cojo el monitor y lo arrojo por tierra. Lo levanto otra vez, sonríe y me
detiene antes de que lo vuelva a tirar. Me lo quita de las manos y lo deja de
nuevo sobre el escritorio.
—¿No estás enfadada conmigo por haberle gritado a mi padre? —me pregunta
cogiéndome la cara entre las manos y acariciándome las mejillas con los
pulgares mientras sus ojos verdes se funden con los míos.
—No. Tienes derecho a expresarte. Nunca me enfadaría por eso.
¿Acaba de pelearse con su padre pero lo que lo preocupa es que yo me enfade
con él?
—A menos que estés siendo odioso sin motivo, pero en este caso no es así.
—Vaya... —dice.
Sin embargo, la pequeña distancia que separa nuestros labios es demasiado
tentadora. La acorto y pego la boca a la suya. De inmediato la abre y el beso
se vuelve más profundo. Mis dedos se enroscan en su pelo, gime y yo tiro con
más fuerza. La ira se desvanece como una ola al llegar a la orilla. Lo empujo
ligeramente y me vuelve para que me apoye en el escritorio. Me coge de las
caderas y me sienta encima.
«Soy su distracción.»
La idea de ser lo que Pedro precisa hace que me sienta necesitada de un
modo que desconocía.
Me siento más real, fundamental en su vida, y echo la cabeza atrás mientras
lo tengo entre las piernas y su lengua baila con la mía.
—Más cerca —gime en mi boca.
Sus manos me cogen por la corva de las rodillas y tiran hasta que estoy
sentada justo en el borde.
Me agarro a sus vaqueros y separa nuestras bocas.
—¿Qué...? —dice mirándome con una ceja enarcada.
Debe de pensar que estoy loca. Primero vengo a ayudarlo a romper cosas y
ahora intento desnudarlo. Es posible que lo esté, pero ahora mismo no me
importa. Lo único que importa son las sombras curvas en la clavícula de Pedro,
bañada por la luz de la luna que entra por la ventana, el modo en que me coge
la cara como si fuera muy frágil a pesar de que hace unos minutos estaba dispuesto
a romper todo lo que hay en la habitación.
Le respondo sin palabras enroscando las piernas en su cuerpo y
estrechándolo con fuerza.
—Creía que ibas a entrar hecha una furia y a mandarme a paseo —sonríe, y
apoya la frente en la mía.
—Pues te has equivocado —replico con una sonrisa de satisfacción.
—Mucho. No quiero volver a bajar esta noche —me dice estudiando mi
reacción.
—Me parece bien. No tienes por qué.
Se relaja y esconde la cabeza en el hueco de mi cuello. Me sorprende lo
fácil que resulta.
Esperaba que la pagara conmigo, que intentara echarme, pero aquí está,
apoyado en mi hombro. Se nota que está tratando de llevar esta relación lo
mejor que sabe, pese a que el chico es la contradicción andante.
—Te quiero —le digo, y noto cómo el aro del labio se mueve contra mi cuello
cuando sonríe.
—Te quiero —contesta.
—¿Quieres hablarlo? —pregunto, pero él niega con la cabeza todavía
escondida en mi cuello—. Vale. ¿Te apetece ver una película? ¿Una comedia?
—sugiero.
Tras una larga pausa, mira la cama.
—¿Te has traído el portátil? —Asiento y continúa—: Vamos a ver Todos los
días de mi vida — sugiere, y me echo a reír.
—¿Quieres decir esa película que tanto detestas?
—Sí... Bueno, detestar es una palabra muy fuerte. Sólo creo que es una
historia de amor sentimental y mediocre —me corrige.
—Entonces ¿por qué quieres verla?
—Porque quiero verte a ti viéndola — responde convencido.
Recuerdo cómo me estuvo mirando todo el rato cuando la vimos en mi
habitación. Parece que hace siglos de aquello. No tenía ni idea de lo que iba a
pasar entre nosotros. Nunca me habría imaginado que acabaríamos así.
Mi sonrisa es toda la respuesta que necesita. Me coge de la cintura.
—Agárrate a mí con las piernas —me ordena, y me lleva hasta la cama.
A los pocos minutos lo tengo acurrucado a mi lado, estudiando mi cara
mientras veo la película.
Pero más o menos a la mitad, empiezan a pesarme los párpados.
—Me está entrando sueño —digo con un bostezo.
—Mueren los dos; no te pierdes gran cosa.
Le doy un codazo.
—Estás fatal.
—Y tú estás adorable medio dormida.
Cierra el portátil y me coloca a su lado en la cama.
—Y tú eres muy amable cuando estoy medio dormida.
—No, soy amable porque te quiero — susurra, y yo babeo—. Duerme, preciosa.
Me besa en la frente y tengo demasiado sueño para pedir más.
A la mañana siguiente brilla el sol. Brilla demasiado. Me vuelvo para
hundir la cara en el hombro de Pedro, que suspira en sueños y me estrecha
contra su pecho. Cuando vuelvo a abrir los ojos, veo que está despierto,
mirando al techo. Tiene los ojos entornados y una expresión indescifrable.
—¿Estás bien? —pregunto acurrucándome más en su pecho.
—Sí, muy bien —responde, pero sé que está mintiendo.
—Pedro, si algo va mal... —empiezo a decir.
—No, todo va bien.
Decido dejarlo estar. No hemos discutido en todo el fin de semana y para
nosotros eso es todo un récord. No quiero estropearlo. Levanto la cabeza y le
doy un beso en la mandíbula. Me abraza con fuerza.
—Tengo cosas que hacer. Cuando estés arreglada, ¿podrías acercarme a casa?
—pregunta.
El estómago me da un vuelco. Su voz ha sonado distante.
—Claro —mascullo, y me libero de su abrazo.
Intenta cogerme de la muñeca pero me muevo demasiado rápido. Cojo mi bolsa
y me voy al baño a cambiarme y a cepillarme los dientes. Hemos pasado el fin de
semana en nuestra pequeña burbuja, pero me temo que sin la protección de estas
cuatro paredes no va a ser lo mismo.
Es un alivio no tropezarme con Landon o con Dakota en el pasillo y, gracias
a Dios, Pedro ya está completamente vestido cuando vuelvo a la habitación.
Quiero acabar con esto. Ha recogido los cristales del suelo, el teclado está en
la papelera y, junto a ella, ha dejado el monitor y la lámpara.
Abajo, me despido de Ken y de Karern. Pedro se va sin decirles nada. Les
aseguro que Pedro irá a la boda, a pesar del numerito de anoche. Les cuento lo
sucedido con el ordenador y la lámpara pero no le dan mucha importancia.
—¿Estás enfadada o qué? —me pregunta Pedro tras diez minutos de silencio.
—No, no estoy enfadada, sólo... nerviosa, creo. Noto que algo ha cambiado
entre nosotros y esperaba que todo siguiera siendo como durante el fin de
semana.
—A mí me parece que sigue igual.
—Pues a mí no.
—Vas a tener que explicármelo.
—Estás otra vez distante, y ahora quieres que te deje en la fraternidad. Yo
pensaba que estábamos bien.
—¿Estás molesta porque tengo cosas que hacer?
Ahora que lo dice, me doy cuenta de lo ridícula y obsesiva que parezco.
«¿Por eso estoy preocupada? ¿Porque no va a pasar el día conmigo?»
—Puede. —Me río de mi propia estupidez—. Es que no quiero verte tan
distante.
—No lo estoy... O, al menos, no lo hago a propósito. Siento haberte hecho
sentir así. —Me pone la mano en el muslo—. Nada va a cambiar, Pau.
Sus palabras me tranquilizan, pero detrás de mi sonrisa sigue habiendo un
poco de incertidumbre.
—¿Te apetece venir conmigo? —dice al final.
—No, estoy bien. Además, tengo que estudiar.
—Vale. Pau, tienes que recordar que esto es nuevo para mí. No estoy
acostumbrado a tener en cuenta a otra persona cuando hago planes.
—Lo sé.
—¿Puedo ir a verte a la residencia cuando haya terminado? O quizá podríamos
salir a cenar o algo.
Le acaricio la mejilla con la mano y luego lo peino con los dedos.
—Estoy bien, de verdad, Pedro. Sólo avísame cuando hayas terminado y ya
vemos qué hacemos.
Cuando paro el coche, me da un beso rápido y se apea.
—Te mando un mensaje —dice, y sube los escalones de la maldita fraternidad.
-----------------------------------------------------------------------------------
holisss a partir de hoy voy a subir 4 cap por dia y los findes 8 cap, asi termino rapido la primera parte,,,,,,
-----------------------------------------------------------------------------------
holisss a partir de hoy voy a subir 4 cap por dia y los findes 8 cap, asi termino rapido la primera parte,,,,,,
se pone cada vez mejor esta historia
ResponderEliminar