Sus dedos se cierran sobre el bajo de la camiseta. Se la quita por la
cabeza y luego estira el brazo para abrir el grifo de la ducha.
—¡No podemos ducharnos juntos! Estamos en casa de tu padre, y Landon y
Dakota volverán en cualquier momento —digo.
La idea de ver a Pedro completamente desnudo en la ducha hace que me
estremezca de placer, pero esto es demasiado.
—Vale —repone—, pues entonces voy a darme una buena ducha calentita
mientras tú te quedas aquí fuera mareando la perdiz.
Sus pantalones caen al suelo. Y su bóxer. Luego se mete bajo el agua. La
piel desnuda de su espalda es muy tersa, prieta contra los músculos. Recorre
con la mirada mi cuerpo vestido del mismo modo en que mis ojos se pasean por su
cuerpo desnudo. Está empapado y los tatuajes brillan bajo el agua. No me doy ni
cuenta de que lo estoy mirando hasta que corre la cortina de golpe, escondiendo
su cuerpo perfecto.
—¿No crees que una buena ducha es lo mejor al final del día? —El agua
amortigua su voz, pero aun así percibo su tono de satisfacción.
—No sabría decírtelo: un tío desnudo y maleducado me ha robado mi ducha —
protesto, y lo oigo reír.
—¿Un tío desnudo, sexi y maleducado? —me provoca—. Anda, ven aquí antes de
que se acabe el agua caliente.
—Yo...
Quiero meterme en la ducha, pero ducharse con alguien es algo muy íntimo.
Demasiado.
—Venga, mujer. Es sólo una ducha de nada —dice descorriendo la cortina—.
Por favor.
Me ofrece la mano y mis ojos examinan su torso, largo y tatuado, reluciente
por las gotas de agua que bañan su piel.
—Vale —susurro y me desvisto sin que él me quite los ojos de encima—. Deja
de mirarme así —lo regaño.
Entonces finge que he herido sus sentimientos llevándose la mano al
corazón.
—¿Te cuestionas mi decencia? —Se echa a reír y asiento mientras intento
contener la sonrisa—. Me has ofendido.
Me ofrece la mano para ayudarme a meterme en la ducha. No me puedo creer
que me esté duchando con alguien. Hago lo que puedo para cubrirme con los
brazos mientras espero que me deje sitio bajo el agua.
—¿Es muy raro que me guste lo pudorosa que eres? —dice apartándome los
brazos que me servían de escudo.
Me quedo callada y, con delicadeza, tira de mí para acercarme al agua, que
cae sobre su cuerpo.
Baja la cabeza y me empapa el hombro desnudo.
—Creo que me atrae que seas tan tímida e inocente, y que aun así me dejes
hacerte todo lo que me gusta. —Su aliento quema más que el agua. Parpadeo y sus
manos descienden por mis brazos—. Y sé que te gusta que te diga guarradas.
Trago saliva y sonríe contra mi cuello.
—¿Ves cómo se te acelera el pulso?... Prácticamente puedo ver cómo palpita
bajo tu suave piel...—Pone un dedo en el pulso de mi cuello.
No tengo ni idea de cómo es que sigo en pie. Mis piernas son un flan y mi
cerebro está en cortocircuito.
Sus manos recorren mi cuerpo y dejo de preocuparme por no estar solos en
casa. Quiero perder la cabeza y permitir que Pedro me haga todo lo que quiera.
Cuando sus dedos largos llegan a mis caderas, me acerco a él sin darme cuenta.
—Te quiero, Pau. Me crees cuando te lo digo, ¿verdad? —pregunta.
Asiento. ¿Por qué me lo preguntará justamente ahora, después de que nos lo
hemos dicho tantas veces en las últimas veinticuatro horas?
—Sí, te creo. —Tengo la voz ronca y me aclaro la garganta.
—Bien. Nunca antes he querido a nadie. —Pasa de juguetón a seductor y a
ponerse serio a tal velocidad que a duras penas consigo seguirle el ritmo.
—¿Nunca? —inquiero.
Creo que ya lo sabía, pero la sensación es distinta cuando es él quien lo
dice, sobre todo si estamos así. Pensaba que a estas alturas ya tendría la
cabeza entre mis muslos, no que estaría expresando sus sentimientos.
—No, nunca. Ni siquiera nada parecido —confiesa.
Me pregunto si alguna vez ha tenido novia. No, en realidad no quiero
saberlo. Me ha dicho que no había salido nunca con nadie, así que me quedo con
eso.
—Ah —es todo lo que puedo decir.
—¿Me quieres igual que querías a Noah?
De mi boca sale algo entre un grito ahogado y una tos, y miro hacia otro
lado. Cojo el champú.
Aún no he empezado a asearme y ya llevamos aquí un rato.
—¿Y bien? —insiste.
No sé qué contestar a eso. Con Pedro es completamente distinto de como era
con Noah. Yo quería a Noah, creo. Sé que lo quería, sólo que no así. Querer a
Noah era cómodo y seguro; siempre fue muy tranquilo. Con Pedro es salvaje y
emocionante; me tiene siempre en ascuas y no me canso de estar en su compañía.
No quiero estar sin él. Lo echaba de menos hasta cuando me volvía loca y me
costaba muchísimo mantenerme lejos de él.
—Me lo tomaré como un no —dice dándome la espalda, y me da pleno acceso al
agua.
Me agobio en este espacio tan reducido y me falta el aire, hay demasiado
vapor del agua caliente.
—No es lo mismo —digo finalmente.
¿Cómo voy a poder explicárselo sin que parezca que me falta un tornillo?
Baja los hombros. Sé que tiene el ceño fruncido. Le rodeo la cintura con la
mano y lo beso en la espalda.
—No es lo mismo, pero no por lo que tú te imaginas —añado—. A ti te quiero
de otra manera. Estar con Noah me resultaba tan cómodo que parecía que fuera de
mi familia. Sentía que se suponía que tenía que quererlo, pero en realidad no
lo quería, al menos no como te quiero a ti. Hasta que me di cuenta de que te
amaba a ti, no vi lo diferente que era el amor de como yo creía que tenía que
ser. No sé si tiene mucho sentido...
Siento una punzada de culpabilidad por decir que no quiero a Noah, pero
creo que lo sé desde la primera vez que besé a Pedro.
—Lo tiene —replica.
Cuando se vuelve hacia mí, su mirada se ha suavizado. El deseo y la
ansiedad de después han desaparecido. Ahora hay... ¿amor? O alivio... No sé
decirlo, pero me da un beso en la frente.
—Quiero ser la única persona a la que ames; así serás mía.
¿Cómo es que antes era un capullo integral y ahora me dice estas cosas tan
bonitas? A pesar del toque posesivo en su voz, sus palabras son muy dulces y
sorprendentemente humildes, viniendo de él.
—En lo que importa de verdad, lo eres —le prometo.
Parece satisfecho con mi respuesta y la sonrisa vuelve a su rostro.
—Y ¿ahora puedes apartarte para que me saque la tierra de encima antes de
que se enfríe el agua? —digo con ternura mientras lo quito de en medio.
—Ya me encargo yo.
Coge la esponja y le echa jabón.
Contengo la respiración todo el rato que dedica a enjabonarme y a eliminar
la suciedad de mi cuerpo. Me estremezco cuando pasa por las zonas sensibles y
se detiene un poco en ellas.
—Te pediría que me enjabonases — dice—, pero no podría detener lo que
pasaría después. — Me guiña un ojo y me ruborizo.
Quiero descubrir qué pasaría después y me encantaría acariciar cada centímetro
de su cuerpo, pero seguramente Karen ya habrá terminado de cocinar y es posible
que no tarde en venir a buscarnos.
Sé que lo más sensato y responsable es salir de la ducha, aunque me cuesta
ser responsable cuando lo tengo desnudo delante de mí. Alargo la mano y le cojo
el pene. Pedro da un paso atrás, pegándose a la pared de la ducha. Me mira
fijamente mientras la acaricio arriba y abajo sin soltarla.
—Pau —gime apoyando la cabeza en los azulejos.
No lo suelto y gime otra vez. Me encantan los ruidos que hace. Bajo la vista
y admiro cómo el agua salpica nuestros cuerpos y me ayuda a deslizar la mano
con facilidad por toda su extensión.
—No sabes el gusto que me das.
Su mirada me pone un poco nerviosa, pero el modo en que aprieta los dientes
y entorna los ojos es como si estuviera intentando mantenerlos abiertos para
pedirme que le dé más placer. Mi pulgar acaricia la punta de su pene y Pedro
maldice en voz baja.
—Voy a correrme ya. Joder...
Cierra los ojos y siento su orgasmo tibio que se mezcla en mi mano con el
agua caliente. No puedo evitar mirarlo fijamente hasta que sólo queda el agua.
A continuación se acerca a mí, sin aliento, y me besa en la boca.
—Alucinante —susurra, y me besa otra vez.
Una vez limpia y más tranquila, aunque incandescente por las caricias de
Pedro, me seco a toda velocidad y me pongo las mallas de hacer yoga y la
camiseta que saco de la bolsa. Me cepillo el pelo y me hago un moño en la
coronilla. Pedro se envuelve una toalla alrededor de la cintura y se queda de
pie detrás de mí, mirándome a través del espejo. Está divino, y es todo mío.
—Esas mallas van a ser una distracción —dice.
—¿Siempre has tenido una mente tan sucia? —me burlo, y él asiente.
Hasta que entramos en la cocina no me doy cuenta de las pintas que llevamos.
Los dos llevamos el pelo mojado. Salta a la vista que acabamos de ducharnos
juntos. A Pedro no parece importarle, pero eso es porque no tiene modales.
—Hay sándwiches en la encimera — anuncia Karen alegremente señalando hacia
el lugar donde Ken está sentado con una pila de carpetas delante.
No parece que le sorprenda ni que le moleste nuestro aspecto; a mi madre le
habría dado un ataque si supiera lo que acabo de hacer. Sobre todo con alguien
como Pedro.
—Muchísimas gracias —digo.
—Lo he pasado muy bien hoy, Pau — comenta Karen, y empezamos a hablar otra
vez del invernadero mientras cogemos un sándwich cada uno y nos sentamos a
comer.
Pedro come en silencio y me mira de vez en cuando.
—Podríamos seguir con el invernadero el fin de semana que viene —sugiero,
pero enseguida me corrijo—: Quiero decir, dentro de dos semanas —digo entre
risas.
—Sí, por supuesto.
—¿La boda tiene algún tema? — interrumpe Pedro.
Ken levanta la vista del trabajo.
—Bueno, en realidad no tiene ningún tema, pero hemos elegido la decoración
en blanco y negro —dice Karen nerviosa.
Estoy segura de que es la primera vez que hablan con Pedro de la boda desde
el día que Ken le dijo que iba a casarse y él la lio parda.
—Ah. Entonces ¿qué debería ponerme? —pregunta sin darle mucha importancia.
Después de ver la reacción de su padre, me muero por comerme a Pedro a
besos.
—¿Vas a venir? —pregunta Ken, sorprendido y muy feliz.
—Sí..., supongo. —Pedro se encoge de hombros y le da otro mordisco a su
sándwich.
Karen y Ken se miran y sonríen. Él se levanta y se acerca a Pedro.
—Gracias, hijo, significa mucho para mí —dice al tiempo que le da a Pedro
una palmada en el hombro.
Él se pone tenso pero premia a su padre con una pequeña sonrisa.
—¡Qué gran noticia! —exclama Karen dando palmas.
—No es nada —gruñe Pedro.
Me siento a su lado y le cojo la mano por debajo de la mesa. Nunca pensé
que podría convencerlo de que fuera a la boda, mucho menos hablar sobre ella
delante de Ken y Karen.
—Te quiero —le susurro al oído cuando ellos están a otra cosa.
Sonríe y me aprieta la mano.
—Te quiero —me susurra.
—Pedro, ¿cómo van las clases? — pregunta Ken.
—Bien.
—He visto que has vuelto a cambiar de asignaturas.
—Sí. ¿Y?
—Vas a graduarte en Inglés, ¿no? — continúa Ken, que, sin saberlo, está tentando
su suerte. Noto que Pedro empieza a mosquearse.
—Sí —responde.
—¡Eso está muy bien! Recuerdo cuando tenías diez años y recitabas pasajes
de El gran Gatsby todos los días, a todas horas. Ya entonces se notaba que se
te iba a dar muy bien la literatura —dice su padre.
—¿De verdad? ¿Eso recuerdas? —El tono de Pedro es muy áspero.
Le estrecho la mano intentando decirle que se calme.
—Sí, claro que me acuerdo —contesta Ken muy tranquilo.
Las aletas nasales de Pedro se agitan y pone los ojos en blanco.
—Me cuesta de creer —replica—, porque estabas siempre borracho y, lo que yo
recuerdo, y lo recuerdo como si fuera ayer, es que hiciste pedazos ese libro
porque tropecé con tu whisky y lo derramé. Así que no intentes impresionarme
con el baúl de los recuerdos a menos que sepas de qué coño estás hablando.
Se levanta y Karen y yo tragamos saliva.
—¡Pedro! —lo llama Ken cuando se va de la cocina.
Corro tras él y oigo a Karen gritarle a Ken:
—¡No deberías haber ido tan lejos, Ken!
Acaba de acceder a venir a la boda. ¡Creía que habíamos acordado ir poco a
poco! Y tú vas y le dices una cosa así. ¿Por qué no lo has dejado estar?
Aunque es obvio que está enfadada, su voz entrecortada me indica que está
llorando.
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