Divina

Divina

lunes, 2 de noviembre de 2015

After Capitulo 70


Me doy una ducha rápida y me cambio de ropa a pesar de que voy a ensuciarme en el invernadero con Karen. Pedro me espera pacientemente, curioseando mi cajón de la ropa interior para entretenerse. Cuando he terminado, me dice que coja ropa para pasar otra noche con él y eso me hace sonreír. Pasaría con él todas las noches, si pudiera.
En el trayecto de vuelta, le pregunto:

—¿Quieres que vayamos a recoger tu coche y lo llevemos a casa de tu padre?

—No, no hace falta. Estaré bien siempre y cuando dejes de serpentear por la carretera.

—¿Perdona? Soy una conductora de primera —digo a la defensiva.
Hace un gesto de burla pero no dice nada.

—¿Cómo es que te decidiste a comprarte un coche?

—Por las prácticas, y porque no quería tener que coger el autobús o depender de que otros me llevaran a todas partes.

—Ah... ¿Fuiste tú sola? —pregunta mirando por la ventanilla.

—Sí... ¿Por?

—Simple curiosidad —miente.

—Estaba sola. Ese día fue horrible para mí —le digo, y él se encoge en el asiento.

—¿Cuántas veces has quedado con Zed?
«¿A cuento de qué viene eso ahora?»

—Dos veces: salimos a cenar y a ver una película y a la hoguera. No tienes nada de qué preocuparte.

—¿Sólo te ha besado una vez?
«Uy...»

—Sí, sólo una vez. Además de... la que viste. ¿Podemos cambiar de tema?
¿Acaso te pregunto yo por Molly? —salto.

—Vale, vale. No nos peleemos. Creo que nunca habíamos pasado tanto tiempo sin sacarnos los ojos, a ver si no lo estropeamos —dice, y me coge la mano. Dibuja pequeños círculos con el pulgar sobre mi piel.

—Está bien —asiento, aunque todavía estoy un poco molesta. El recuerdo de Molly en su regazo me pone mala.

—Vamos, Pau... No te pongas de morros. —Se echa a reír y me hace cosquillas.
No puedo evitar una risita nerviosa.

—¡No me distraigas, que estoy conduciendo!

—Es probable que éste sea el único momento en que no vas a dejar que te toque.

—Ya te digo. No te lo creas tanto.
Nuestras risas se mezclan en el coche y es un sonido adorable. Pone la mano en mi muslo y lo acaricia arriba y abajo con sus largos dedos.

—¿Estás segura? —Su voz áspera me hace cosquillas en la piel. Mi cuerpo responde a él al instante. Se me acelera el pulso. Trago saliva y asiento. Suspira y retira la mano —. Sé que no es verdad... Pero prefiero que no te salgas de la carretera. Tendré que esperar a follarte con los dedos.
Le lanzo una mirada aplastante, roja como un tomate.

—¡Pedro!

—Perdona, nena.

Sonríe y levanta las manos poniendo cara de inocente. Luego mira por la ventanilla. Me encanta que me llame nena. Noah y yo pensábamos que todos esos apelativos cariñosos que usa la gente eran demasiado juveniles para nosotros pero, viniendo de Pedro, la sangre me hierve en las venas.

Cuando llegamos de vuelta a casa de sus padres, Ken y Karen están esperándonos en el jardín. Él parece un pez fuera del agua, con vaqueros y una camiseta de la WCU. Nunca lo he visto con ropa informal y, vestido así, tiene un aire a Pedro. Nos saludan con una sonrisa que Pedro intenta devolverles, aunque se lo ve incómodo, se revuelve y se mete las manos en los bolsillos.

—Cuando quieras —le dice su padre.

Parece estar tan incómodo como él, aunque más bien son nervios.
Pedro no parece muy entusiasmado. Me mira y yo asiento con la cabeza para decirle que adelante. Me sorprende haberme convertido de repente en la persona que le infunde seguridad.
Parece que nuestra dinámica ha cambiado drásticamente, y eso me hace más feliz de lo que había imaginado.

—Estaremos en el invernadero, sólo tenéis que traernos la tierra —dice Karen, y le da a Ken un breve beso en la mejilla.

Pedro mira a otra parte y por un segundo pienso que también va a besarme, pero no.
Sigo a Karen al invernadero y, nada más entrar, ahogo una exclamación. Es inmenso, mucho más grande de lo que parece desde fuera, y no bromeaba al decir que hay que darle un buen empujón. Está prácticamente vacío.
Con un gesto teatral, se lleva las manos a las caderas y dice alegremente:

—Es un proyecto muy ambicioso, pero creo que lo conseguiremos.

—Yo también lo creo —digo.

Pedro y Ken entran cargando dos sacos de tierra cada uno. Guardan silencio y los dejan donde Karen les dice. Luego se marchan otra vez. Veinte sacos de tierra y cientos de semillas de flores y verduras más tarde, se podría decir que la cosa promete.
No me he dado ni cuenta de que el sol ha empezado a desaparecer tras el horizonte. Llevo varias horas sin ver a Pedro. Espero que Ken y él sigan con vida.

—Creo que por hoy ya hemos hecho bastante —dice Karen secándose el sudor de la frente. Las dos vamos de tierra hasta las orejas.

—Sí. Será mejor que vaya a ver qué tal le va a Pedro —comento, y ella se echa a reír.

—Significa mucho para nosotros, sobre todo para Ken, que Pedro venga más por casa. Sé que te lo debemos a ti. ¿Habéis arreglado vuestras diferencias?

—Creo que sí... Más o menos. —Se me escapa una risa nerviosa—. Seguimos siendo muy diferentes.
Si ella supiera...

Me dedica una sonrisa comprensiva.

—Bueno, a veces eso es justo lo que necesitamos. Y los retos son interesantes.

—Desde luego, es todo un reto.

Las dos nos echamos a reír y me da un abrazo.

—Jovencita, has hecho por nosotros más de lo que imaginas.
Noto que se me llenan los ojos de lágrimas y asiento.

—Espero que no le importe que me haya quedado a dormir tan a menudo. Pedro me ha pedido que me quede aquí también esta noche.

—Por supuesto que no. Sois adultos y confío en que estéis tomando precauciones.
«Joder.»
Sé que me estoy poniendo más roja que los bulbos que acabamos de plantar.

—Pues... es que no... Yo no... — tartamudeo.
¿Por qué le estoy contando esto a la futura madrastra de Pedro?

—Ah —dice ella igual de avergonzada —. Vayamos adentro.
La sigo hacia la casa. Nos quitamos los zapatos antes de entrar. En el salón, veo a Pedro en el borde del sofá. Ken está sentado en un sillón. Los ojos de Pedro no tardan en dar con los míos y su mirada se torna de alivio.

—Prepararé algo de cenar mientras te aseas —dice Karen.
Pedro se levanta y se acerca. Parece muy contento de no tener que seguir en la misma habitación que su padre.

—Bajo enseguida —digo siguiendo a Pedro escaleras arriba.
»¿Qué tal ha ido? —pregunto cuando entramos en su habitación.

En vez de responder, me coge de la coleta y me besa. Andamos hacia atrás y nos pegamos a la puerta, su cuerpo contra el mío.

—Te echaba de menos.
Me derrito.

—¿De verdad?

—Sí. Acabo de pasar horas, incómodo y en silencio, con mi padre y luego hemos tenido que hacer un par de comentarios irrelevantes aquí y allá. Necesito distraerme.

Me pasa la lengua por el labio inferior y me deja sin aire en los pulmones. Esto es distinto. Se agradece, y es ardiente, pero muy muy distinto.
Sus manos viajan por mi vientre y se detienen en el primer botón de mis vaqueros.

—Pedro, tengo que ducharme. Voy llena de tierra —digo entre risas.
Me lame la mejilla.

—Me gustas así: dulce y sucia.

Me regala la sonrisa de los hoyuelos, pero lo aparto y cojo mi bolsa de aseo antes de salir hacia el cuarto de baño. Tengo la respiración entrecortada y estoy un poco desorientada, por eso no entiendo lo que sucede cuando intento cerrar la puerta del cuarto de baño y ésta se queda entornada.
Hasta que miro hacia abajo y veo la bota de Pedro.


—¿Puedo hacerte compañía? —sonríe, y entra en el baño sin esperar respuesta.

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