Divina

Divina

martes, 10 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 7


Pau

—Pau, nena, despierta —me susurra Pedro mientras con sus labios acaricia la piel sensible de debajo de mi oreja—. Estás preciosa por las mañanas.

Sonrío y le tiro del pelo para poder verle los ojos. Le doy un beso de esquimal y se ríe. —Te quiero —dice, y sus labios toman los míos.
Soy la única que puede disfrutarlos.

—¿ Pedro? —pregunto entonces—. ¿ Pedro?

Pero se desvanece...

Abro los ojos y aterrizo en la fría realidad. La habitación está oscura como la noche y por un instante no sé dónde estoy. Hasta que me acuerdo: en la habitación de un motel. Sola. Cojo el teléfono de la mesilla: sólo son las cuatro de la mañana. Me enjugo las lágrimas y cierro los ojos para intentar regresar junto a Pedro, aunque sea sólo en sueños.

Cuando vuelvo a despertarme son las siete. Me meto en la ducha e intento disfrutar del agua caliente, que me relaja. Me seco el pelo con el secador y me maquillo. Hoy es el primer día en el que quiero estar presentable. Necesito librarme de este... caos que llevo dentro. Como no sé qué otra cosa hacer, sigo el ejemplo de mi madre y me pinto una cara perfecta para enterrar lo que siento.

Para cuando termino no sólo parezco bien descansada, sino que tengo muy buen aspecto. Me rizo el pelo y saco el vestido blanco de la maleta. Ay. Menos mal que hay una plancha en la habitación. Hace demasiado frío para este vestido, que no me llega a las rodillas, pero no voy a estar mucho rato en la calle. Escojo unas bailarinas negras y las dejo sobre la cama, junto al vestido.

Antes de vestirme, vuelvo a hacer las maletas para ordenar su contenido. Espero que mi madre me llame con buenas noticias sobre la residencia. De lo contrario, tendré que quedarme aquí hasta que lo haga, cosa que me dejará pronto sin los pocos ahorros que tengo. A lo mejor debería buscar apartamento. Tal vez pueda permitirme uno pequeño cerca de Vance.

Abro la puerta y veo que el sol de la mañana ha derretido casi toda la nieve. Menos mal. Voy a abrir el coche cuando Trevor sale de su habitación, que está a dos puertas de la mía. Lleva un traje negro y corbata verde; va impecable.

—¡Buenos días! Podría haberte ayudado a llevarlas —dice cuando me ve cargada con las maletas.

Anoche, después de comernos la pizza, vimos un rato la tele y compartimos historias de la universidad. Él tenía muchas más que yo porque ya se ha graduado y, aunque disfruté mucho escuchando cómo podría haber sido mi vida en la facultad, cómo debería haber sido, me entristeció un poco. No debería haber estado yendo de fiesta en fiesta con gente como Pedro. Debería haberme buscado un pequeño grupo de amigos de verdad. Todo habría sido muy distinto y mucho mejor.

—¿Has dormido bien? —me pregunta sacando un juego de llaves del bolsillo.
Con un clic, el BMW se pone en marcha. Tenía que ser suyo.

—¿Tu coche arranca solo? —me río.
Levanta la llave.

—Con ayuda de esto.

—Muy bonito. —Sonrío con algo de sarcasmo.

—Muy cómodo —contraataca él.

—¿Extravagante?

—Un poco. —Se echa a reír—. Pero sigue siendo muy cómodo. Estás preciosa, como de costumbre.

Meto mi equipaje en el maletero.

—Gracias. Hace un frío horrible —digo sentándome.

—Nos vemos en la oficina, Pau —repone él al tiempo que se monta en su BMW.

A pesar de que brilla el sol, hace un frío que pela, así que me apresuro a arrancar el motor y pongo la calefacción.

«Clic..., clic..., clic», es todo cuanto responde mi coche.

Lo intento de nuevo con el ceño fruncido. Nada.

—¿Es que no puede salirme nada bien? —exclamo en voz alta golpeando el volante con las palmas de las manos.

Intento arrancar el coche por tercera vez pero, cómo no, sigue sin funcionar. Esta vez ni siquiera emite sonido alguno. Levanto la vista y doy las gracias de que Trevor siga en el aparcamiento. Baja la ventanilla y no puedo evitar reírme de mi mala suerte.

—¿Te importaría llevarme al trabajo? —pregunto, y asiente.

—Cómo no. Creo que sé adónde vas... —Se echa a reír y salgo de mi coche.

No puedo evitar encender el móvil durante el corto trayecto hasta Vance. Para mi sorpresa, no hay un solo sms de Pedro. Tengo unos pocos mensajes en el buzón de voz, pero no sé si son suyos o de mi madre. Prefiero no escucharlos, por si acaso. Le escribo a mi madre para preguntarle por la residencia. Trevor me deja en la puerta para que no tenga que andar con este frío. Es muy considerado.

—Se te ve descansada —me dice Kimberly con una sonrisa cuando paso por delante de su mostrador y cojo un donut.

—Me encuentro algo mejor —digo sirviéndome una taza de café.

—¿Lista para mañana? Me muero por pasar fuera el fin de semana. Seattle es genial para ir de compras y, mientras el señor Vance y Trevor van de reunión en reunión, seguro que se nos ocurren mil cosas para hacer... y... ¿Has hablado con Pedro?
Tardo un segundo en decidirme a contárselo. Se va a enterar de todas maneras.

—No. Recogí mis cosas ayer —le digo, y ella frunce el ceño.

—No sabes cuánto lo siento. Se te pasará con el tiempo.

No sé, eso espero.

El día transcurre más rápido de lo que esperaba y termino el manuscrito de esta semana antes de lo previsto. Tengo muchas ganas de ir a Seattle, y espero poder quitarme a Pedro de la cabeza, aunque sólo sea un rato. El lunes es mi cumpleaños, aunque no me hace ninguna ilusión. Si las cosas no se hubieran torcido tan rápido, el martes estaría de camino a Inglaterra con Pedro. Tampoco me apetece pasar la Navidad con mi madre. Espero estar en una residencia para entonces, aunque esté vacía durante las fiestas. Así podré pensar en una buena razón para no tener que ir a su casa. Sé que es Navidad y que es horrible que piense así, pero no estoy para fiestas.

Mi madre me contesta al final de la jornada. No hay respuesta de ninguna residencia. Fantástico.

Al menos sólo falta una noche para el viaje a Seattle. Esto de ir de un lado para otro es una lata.
Cuando me estoy preparando para salir recuerdo que no he venido en mi coche. Espero que Trevor no se haya ido ya.

—Hasta mañana. Nos vemos aquí. El chófer de Christian nos llevará a Seattle —me informa Kimberly.

«¿El señor Vance tiene chófer?» Cómo no.

Al salir del ascensor veo a Trevor sentado en uno de los sofás negros del vestíbulo. El contraste del sofá negro, el traje negro y sus ojos azules es muy atractivo.

—No sabía si ibas a necesitar que te llevara o no, y no quería importunarte en tu despacho —me dice.

—Gracias, de verdad. Voy a buscar a alguien que me arregle el coche en cuanto vuelva al motel.

Hace menos frío que esta mañana, pero sólo un poco.

—Puedo ayudarte, si quieres. Ya me han arreglado las cañerías, así que no voy a dormir en el motel. Pero puedo acompañarte si... —Deja de hablar de repente y abre unos ojos como platos.

—¿Qué? —pregunto siguiendo su mirada.

Pedro está en el aparcamiento, de pie junto a su coche, y nos mira furioso.
Me ha dejado sin aire en los pulmones de nuevo. ¿Cómo es que cada vez esto va a peor?

—¿Qué haces aquí, Pedro? —pregunto acercándome a él a grandes zancadas.

—No me has dejado otra opción: no me coges el teléfono —dice.

—Si no te lo cojo, será por algo. ¡No puedes aparecer así como así en mi lugar de trabajo! —le grito.

Trevor parece incómodo y lo intimida la presencia de Pedro, pero permanece a mi lado.

—¿Estás bien? —dice—. Avísame cuando estés lista.

—¿Lista para qué? —replica Pedro con mirada de loco.

—Va a llevarme de vuelta al motel porque mi coche no arranca.

—¡Un motel! —exclama Pedro levantando la voz.

Antes de que pueda detenerlo se abalanza sobre Trevor, lo coge de la solapa del traje y lo empotra contra una camioneta roja.

—¡ Pedro, para! ¡Suéltalo! ¡No compartimos habitación! —le explico.

No sé por qué le estoy dando explicaciones, pero no quiero que le haga daño a Trevor.
Pedro suelta entonces a Trevor pero sigue pegado a su cara.

—Aparta, Pedro. —Lo cojo del hombro y se relaja un poco.

—No te acerques a ella —espeta a pocos centímetros de la cara de Trevor.

Él está lívido y, una vez más, he metido a un inocente en este embrollo.

—Lo siento mucho —le digo a Trevor.

—No pasa nada. ¿Todavía necesitas que te lleve? —pregunta.

—No —responde Pedro por mí.

—Sí, por favor —le digo a Trevor—. Dame un minuto.


Como es todo un caballero, él asiente y se marcha hacia su coche para darnos un poco de intimidad.

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