Pedro
Mi padre pone la cara más estúpida que he visto en mi vida. Siempre la pone cuando intenta parecer autoritario, como ahora, con los brazos cruzados, plantado en el umbral de la puerta principal.
—No va a venir aquí, Pedro. Sabe que la encontrarías.
Lucho contra el impulso de empotrarle los dientes en el paladar. Me paso los dedos por el pelo y hago una mueca cuando siento el dolor en los nudillos. Esta vez, los cortes son más profundos que de costumbre. Darle de puñetazos a la pared de ladrillo del apartamento ha causado más daño en mis manos del que pensaba. No es nada comparado con cómo me siento por dentro. No sabía que esta clase de dolor existiera, es mucho peor que cualquier dolor físico que pueda infligirme a mí mismo. —Hijo, creo que deberías darle un tiempo.
«¿Éste quién coño se cree que es?»
—¿Un tiempo? ¡No necesita tiempo! ¡Lo que necesita es volver a casa! —grito.
La vieja de al lado se vuelve a mirarnos y levanto los brazos en su dirección.
—Por favor, no seas maleducado con mis vecinos —me advierte mi padre.
—¡Pues diles a tus puñeteros vecinos que se vayan a tomar por saco! —Estoy seguro de que la bruja lo ha oído.
—Adiós, Pedro—dice mi padre con un suspiro, y cierra la puerta.
—¡Joder! —grito dando vueltas en el sitio hasta que me decido a volver al coche.
«¿Dónde mierda se habrá metido?» Estoy enloquecido, preocupado a más no poder por ella. ¿Estará acompañada? ¿Tendrá miedo? Ja, es Pau. No le teme a nada. Estará repasando las razones que tiene para odiarme. De hecho, seguro que las está poniendo por escrito. Su estúpida necesidad de controlarlo todo y sus ridículas listas solían ponerme de los nervios, pero ahora me muero por verla anotar las chorradas más irrelevantes. Daría cualquier cosa por verla morderse el carnoso labio inferior cuando se concentra, o que me dirija su adorable mirada asesina una vez más. Ahora que está con Noah y con su madre, la oportunidad que creía tener se ha esfumado. Cuando le recuerden que es demasiado buena para mí, volverá a ser suya.
La llamo de nuevo pero salta el buzón de voz por enésima vez. Maldita sea, soy un imbécil integral. Después de conducir durante una hora a todas las bibliotecas y librerías de la zona, decido volver al apartamento. «Puede que vuelva, puede que vuelva...», me digo. Aunque sé perfectamente que no volverá.
Pero ¿y si vuelve? Necesito limpiar el desastre que he liado y comprar una vajilla nueva para reemplazar los platos que he lanzado contra las paredes. Por si vuelve a casa.
Una voz masculina retumba en el aire y en mis huesos.
—¿Dónde estás, Alfonso?
—Lo he visto salir del bar. Sé que está aquí —dice otro hombre.
El suelo está frío cuando salgo de la cama. Al principio creía que eran papá y sus amigos. Ahora sé que no.
—¡Sal! ¡Sal si eres tan valiente! —dice la voz más grave, y oigo un terrible estruendo.
—Aquí no está —oigo que contesta mi madre cuando llego al pie de la escalera y puedo verlos a todos. Mi madre y cuatro hombres.
—Vaya, vaya... Mira lo que tenemos aquí —dice el más alto de todos ellos—. Quién se iba a imaginar que la mujer de Alfonso estaba tan buena.
Coge a mi madre del brazo y la levanta del sofá de un tirón.
Ella le agarra la camisa con desesperación.
—Por favor... No está aquí. Si os debe dinero, os daré todo lo que tengo. Podéis llevaros lo que queráis. Llevaos el televisor...
Pero el hombre se ríe de ella.
—¿El televisor? No quiero una puta tele.
Veo cómo mi madre se revuelve para intentar liberarse, igual que un pez que cogí en una ocasión.
—Llevaos mis joyas... No son gran cosa, pero... Por favor...
—¡Cierra el pico! —dice otro hombre abofeteándola.
—¡Mamá! —grito corriendo en dirección a la sala de estar.
—¡Pedro, sube a tu cuarto! —me chilla, pero no pienso dejar a mi madre con esos hombres malos.
—Lárgate, mocoso —me espeta uno de ellos, y me da un empujón tan fuerte que me caigo de culo —. Verás, zorra, el problema es que tu marido me ha hecho esto —dice señalándose la cabeza. Un tajo enorme le cruza la calva—. Y, como no está en casa, lo único que queremos es a ti. —Sonríe y mi madre intenta darle una patada.
—Pedro, cariño, vete a tu habitación... ¡Corre! —me grita.
«¿Por qué está enfadada conmigo?»
—Creo que quiere mirar —dice el del tajo en la cabeza, y la tira en el sofá.
Me despierto violentamente y me siento en la cama.
«Mierda.»
No cesan. Cada noche es peor que la anterior. Me había acostumbrado a no tenerlas y a poder dormir. Gracias a ella. Todo gracias a ella.
Pero aquí estoy, a las cuatro de la mañana, con las sábanas manchadas de sangre de mis nudillos y un dolor de cabeza espantoso a causa de las pesadillas.
Cierro los ojos e intento fingir que ella está aquí conmigo, y rezo para poder volver a dormirme.
continuara.......................................
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les dejo el comienzo del segundo libro, este cuenta como ya lo habia dicho antes relatos de Pau y Pedro.. son 123 capitulos, voy a tratar de subir 6 cap por dia y los finde 8 hasta terminar.....
me encantaron, volvió con todo, Pepe la va tener que remar mal
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