Pau
Mi excitación aumenta cuando Pedro me levanta la gruesa tela de la falda
hasta la cintura.
—Relájate, Pau. Desconecta la mente, no va a ser distinto de otras veces
—me promete.
Intento ocultar la vergüenza cuando entra dentro de mí; no noto nada
diferente. Bueno, en todo caso, la verdad es que es aún mejor. Más atrevido.
Hacer algo tan alejado de mis normas, algo tan tabú, lo hace más emocionante.
La mano de Pedro desciende por mi columna y hace que tiemble de anticipación.
Su estado de ánimo ha cambiado radicalmente. Después de ver su actitud al salir
del ascensor, esperaba que montara una escena.
—¿Estás bien? —pregunta.
Asiento y gimo en respuesta.
Me agarra de la cadera con una mano y del pelo con la otra para mantenerme
en el sitio.
—Me encanta estar dentro de ti, nena —dice con voz grave mientras entra y
sale.
Su mano pasa de mi pelo a mis senos. Tira del escote y deja mi pecho al
descubierto. Encuentra mi pezón y lo retuerce suavemente entre los dedos.
Sofoco un grito y arqueo la espalda mientras repite esa misma acción una y otra
vez.
—Joder —exhalo, y cierro la boca con fuerza.
Soy consciente de que estamos en mi despacho, pero por alguna razón no me
preocupa tanto como me preocuparía habitualmente. Mis pensamientos empiezan con
Pedro y acaban con el placer. La realidad de la situación y el tabú que supone
nuestro acto no me parece relevante en estos momentos.
—Te gusta, ¿verdad, nena? Ya te lo decía, no hay ninguna diferencia...,
bueno, al menos no hay ninguna diferencia negativa. —Gime y me rodea la cintura
con el brazo. Casi me resbalo del borde de la mesa cuando cambia de posición y
me coloca tumbada con la espalda contra la dura madera—. Joder, te quiero; lo
sabes, ¿verdad? —jadea en mi oreja.
Asiento, pero sé que necesita más.
—Dilo —insiste.
—Sé que me quieres —le aseguro.
Mi cuerpo se tensa y él endereza la espalda y acerca los dedos para
acariciar mi clítoris. Me asomo para intentar ver cómo los dedos hacen magia
con mi cuerpo, pero la sensación es demasiado para mí.
—Vamos, córrete, nena. — Pedro acelera el ritmo y me levanta más una de las
piernas.
Pone los ojos en blanco, y yo estoy tan cerca de un clímax tan intenso y
tan abrumador que no veo nada más que estrellas mientras me aferro a sus brazos
tatuados. Aprieto los labios con fuerza para evitar gritar su nombre mientras
pierdo el control. El final de Pedro no es tan silencioso: se inclina hacia
abajo, entierra la cabeza en mi cuello y grita mi nombre una vez antes de pegar
la boca a mi piel para acallar su voz.
Luego se retira y me besa el hombro. Me levanto y me arreglo la ropa,
aunque supongo que no tardaré en ir al aseo. «Dios, qué raro es esto.» No negaré
que lo he disfrutado, pero no puedo quitarme esa idea de la cabeza.
—¿Lista? —pregunta.
—¿Para qué? —digo con la respiración todavía agitada.
—Para irnos a casa.
—No puedo irme a casa. Son sólo las dos —respondo, y señalo el reloj de la
pared.
—Llama al despacho de Vance mientras salimos. Vente a casa conmigo —ordena Pedro,
y coge mi bolso de la mesa—. Aunque supongo que querrás ponerte otro tapón
antes de que nos vayamos.
Saca un tampón de mi bolso y me da unos toquecitos en la nariz con él.
Le aparto el brazo de una palmada.
—¡Deja de decir eso! —gruño, y vuelvo a meterlo en mi bolso mientras él se
ríe.
Cuatro días después, me encuentro esperando pacientemente a que Pedro me
recoja, mirando por el enorme ventanal del vestíbulo y agradecida de que no haya
nevado últimamente. El único rastro de las nevadas de los días anteriores es el
montón negro de hielo que se acumula a los lados de la acera.
Para mi fastidio, Pedro ha insistido en llevarme a trabajar todos los días
desde nuestra discusión sobre Trevor. Todavía me sorprende haber conseguido
calmarlo de esa manera. No sé qué habría hecho si hubiera atacado a Trevor en
la oficina; Kimberly se habría visto obligada a llamar a seguridad, y
probablemente habrían arrestado a Pedro.
Se suponía que iba a recogerme a las cuatro y media, y ya son las cinco y
cuarto. Casi todo el mundo se ha marchado ya, y varias personas se han ofrecido
a acercarme a casa, incluido Trevor, aunque me lo dijo desde mil metros de
distancia. No quiero que las cosas estén raras entre nosotros, y me gustaría
seguir siendo amiga suya, a pesar de las «órdenes» de Pedro.
Por fin, detiene el coche en el aparcamiento y yo salgo a la calle. Hoy no
hace tanto frío como los últimos días, y el sol brillante añade un poco de
calidez, pero no la suficiente.
—Siento llegar tarde, me he quedado dormido —me dice mientras me meto en el
coche calentito.
—No pasa nada —le aseguro, y miro por la ventanilla.
Estoy algo nerviosa por la Nochevieja esta noche, y no quiero añadir una
pelea con Pedro a mi lista de factores de estrés. Todavía no hemos decidido qué
vamos a hacer, cosa que me pone histérica.
Quiero conocer todos los detalles y tener la noche planificada.
He estado debatiéndome entre responder o no a los mensajes de texto que
Steph me envió hace un par de días. A una parte de mí le apetece verla,
demostrarle a ella y a todo el mundo que no pudieron conmigo, que me
humillaron, sí, pero que soy más fuerte de lo que imaginan. Dicho esto, la otra
parte de mí se siente tremendamente incómoda ante la idea de ver a los amigos
de Pedro. Sé que seguramente pensarán que soy una idiota por haber vuelto con
él.
No sabré cómo actuar delante de ellos, y la verdad es que me da miedo que
las cosas sean diferentes cuando salgamos de nuestra pequeña burbuja. ¿Y si Pedro
pasa de mí todo el tiempo, o si Molly está allí? Me hierve la sangre sólo de
pensarlo.
—¿Adónde quieres ir? —pregunta.
Le he comentado antes que necesitaba comprarme algo para esta noche.
—Al centro comercial. Tenemos que decidir adónde vamos a ir para saber qué
tengo que comprarme.
—¿De verdad quieres quedar con todos, o prefieres que salgamos los dos
solos? A mí aún me apetece que nos quedemos en casa.
—No quiero quedarme en casa, eso lo hacemos siempre. —Sonrío.
Me encanta quedarme en casa con Pedro, pero él solía salir todo el tiempo,
y a veces me preocupa que se acabe aburriendo de mí si lo tengo constantemente
encerrado.
Al llegar al centro comercial, me deja en la entrada de Macy’s y yo me
apresuro a entrar. Cuando se reúne conmigo, ya tengo tres vestidos en los
brazos.
—¿Qué es eso? —dice arrugando la nariz al ver un vestido amarillo canario
en lo alto del montón —. Ese color es espantoso.
—A ti te parecen espantosos todos los colores menos el negro.
Se encoge de hombros ante mi veraz afirmación y pasa el dedo por la tela
del vestido dorado que hay debajo.
—Éste me gusta —dice.
—¿De verdad? Pues es justo el que menos me convencía a mí. No quiero llamar
la atención, ¿sabes?
Enarca una ceja.
—¿Y no la llamarías con el amarillo?
Tiene razón. Devuelvo el vestido amarillo a su sitio y le muestro uno
blanco sin tirantes.
—¿Qué te parece éste?
—Pruébatelos —sugiere con una sonrisa traviesa.
—Pervertido —bromeo.
—A mucha honra.
Sonríe con petulancia y me sigue a los probadores.
—Tú te quedas fuera —le digo, y cierro la puerta dejando sólo el espacio
justo para asomar la cabeza.
Pone morritos y se sienta en el sillón negro de piel que hay frente al
probador.
—Quiero verlos todos —dice cuando cierro la puerta del todo.
—Cállate.
Oigo cómo se ríe y me dan ganas de asomarme sólo para ver su sonrisa, pero
decido no hacerlo. Me pruebo primero el vestido blanco sin tirantes y me cuesta
subirme la cremallera de la espalda. Es estrecho. Demasiado estrecho. Y corto.
Demasiado corto. Por fin consigo subírmela y tiro de la falda hacia abajo antes
de abrir la puerta del probador.
—¿ Pedro? —digo casi en un susurro.
—¡Joder! —exclama boquiabierto y me ve con el vestido casi inexistente.
—Es muy corto —digo, y me pongo roja.
—Sí, ése no —conviene, y me mira de arriba abajo.
—Lo llevaré si quiero —le digo para recordarle que él no va a dictar qué
puedo y qué no puedo ponerme.
Me lanza una mirada asesina durante un instante y luego responde:
—Lo sé... Sólo quería decir que no deberías hacerlo. Enseña demasiado para
tu gusto.
—Eso es lo que he pensado yo —replico, y me miro en el espejo de cuerpo
entero una vez más.
Pedro sonríe con malicia y lo pillo mirándome el trasero.
—Aunque la verdad es que es tremendamente sexi.
—Siguiente —digo, y entro de nuevo en el probador.
El vestido dorado resulta ser muy suave, a pesar de que está cubierto de
minúsculas lentejuelas. Me llega hasta la mitad del muslo y las mangas son de
tres cuartos. Esto es más de mi estilo, sólo que con un toque más arriesgado
que de costumbre. Las mangas hacen que parezca algo más conservador, pero la
longitud de la tela y el modo en que se ciñe a mi cuerpo indican lo contrario.
—Pau —protesta Pedro impaciente desde fuera.
Abro la puerta y su reacción me levanta el ánimo.
—Joder. —Traga saliva.
—¿Te gusta? —pregunto mordiéndome el labio inferior.
Me siento bastante segura con el vestido, y más después de ver que las
mejillas de Pedro se ruborizan y cambia el peso de su cuerpo hacia adelante y
hacia atrás de un pie a otro.
—Mucho.
Esto es algo tan típico de parejas, probarme ropa para él en Macy’s, que se
me hace raro, aunque resulta muy reconfortante. Hace unos días me entró el
pánico cuando se enteró de lo de mi cena con Trevor en Seattle.
—Entonces me quedo con éste —digo.
Después de encontrar un par de zapatos de plataforma negros y bastante
intimidantes, nos dirigimos a la caja. Pedro insiste en que lo deje pagar, pero
me niego, y en esta ocasión gano la batalla.
—Es verdad, de hecho, deberías comprarme algo tú a mí..., ya sabes, para
compensar la escasez de regalos que me hiciste en Navidad —bromea mientras
salimos del centro comercial.
Me dispongo a golpearlo en el brazo, pero él me agarra de la muñeca antes
del impacto. Pega los labios contra mi palma, me coge de la mano y me dirige
hacia el coche. «Ir cogidos de la mano en público no es lo nuestro...» Justo
mientras se me pasa ese pensamiento por la cabeza, parece darse cuenta de lo
que estamos haciendo y me suelta.
Paso a paso, supongo.
De regreso al apartamento, después de decirle por octava vez que quiero
salir con sus amigos, los nervios empiezan a apoderarse de mí mientras imagino
las posibles situaciones que podrían darse esta noche. Sin embargo, no podemos
escondernos del mundo eternamente. Cómo se comporte Pedro delante de sus amigos
me demostrará lo que siente de verdad por mí, lo que siente respecto a
nosotros.
En la ducha, me paso la cuchilla por las piernas tres veces y permanezco
debajo del agua caliente hasta que empieza a salir fría. Cuando salgo, le
pregunto a Pedro qué ha dicho Nate sobre esta noche, aunque no estoy muy segura
de si quiero saber la respuesta.
—Me ha mandado un mensaje para quedar en la casa... en mi antigua casa. A
las nueve. Parece ser que van a dar una gran fiesta.
Miro la hora. Ya son las siete.
—Bien, voy a prepararme —asiento.
Me maquillo y me seco el pelo con el difusor rápidamente para rizármelo. Me
recojo el flequillo hacia atrás, como de costumbre. Estoy... bien...
«Aburrida. Aburrida.» Me veo igual que siempre. Tengo que estar mejor que
nunca para mi reaparición. Es mi manera de demostrarles que no acabaron
conmigo. Si Molly se encuentra allí, probablemente irá vestida para llamar la
atención de todo el mundo, incluida la de Pedro. Por mucho que la deteste, debo
reconocer que es preciosa. Con su pelo rosa ardiendo en mi memoria, cojo el
lápiz de ojos negro y me pinto una raya gruesa en el párpado superior. Por
primera vez, consigo que me salga recta, afortunadamente.
Hago lo mismo en el
inferior y me aplico un poco más de colorete en las mejillas antes de quitarme
la horquilla del pelo y de tirarla a la papelera.
Sin embargo, la recojo al instante. Vale, puede que todavía no esté
preparada para deshacerme de ellas, pero esta noche no las usaré. Me pongo
cabeza abajo y me paso los dedos por los gruesos rizos. La imagen del espejo me
deja perpleja. Parezco la típica chica que encontrarías en una discoteca, una
chica salvaje..., incluso sexi. La última vez que me puse tanto maquillaje fue
en aquella ocasión que Steph me hizo un «cambio de imagen» y
Pedro se burló de
mí. Esta vez estoy aún más guapa.
—¡Son las ocho y media, Pau! —me avisa desde el salón.
Compruebo el espejo por última vez, respiro hondo y corro al dormitorio
para vestirme antes de que Pedro me vea. «¿Y si no le gusta?» La última vez no
le dio ninguna importancia a mi nuevo y mejorado aspecto. Aparto esos
pensamientos de mi mente y me meto el vestido por la cabeza, me subo la
cremallera y me pongo los tacones nuevos.
¿Debería llevar medias? No. Tengo que relajarme y dejar de darle tantas
vueltas a esto.
—¡Pau, en serio, tenemos que...! —empieza a gritar Pedro mientras entra en
la habitación, pero se interrumpe a media frase.
—¿Estoy...?
—Sí, joder, sí —dice prácticamente gruñendo.
—¿No te parece que es demasiado, con todo este maquillaje?
—No, está..., eh... es bonito, quiero decir que... está bien —tartamudea.
Es evidente que se ha quedado sin palabras, algo que no le sucede nunca, e
intento no reírme.
—Venga..., vámonos o no saldremos nunca de este apartamento —masculla.
Su reacción dispara mi seguridad en mí misma. Sé que no debería ser así,
pero es la verdad. Él está perfecto como siempre, con una camiseta negra
sencilla y unos vaqueros negros ceñidos. Las Converse que tanto me gustan completan
lo que yo denomino el «look Pedro ».
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