Divina

Divina

lunes, 16 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 56



Pau

The Fray cantan en voz baja sobre el perdón cuando llegamos a la antigua casa de la fraternidad de Pedro. Me he pasado todo el trayecto bastante nerviosa, y los dos estábamos muy callados. Un montón de recuerdos, la mayoría malos, me vienen a la mente, pero decido ignorarlos. Pedro y yo ahora tenemos una relación, una relación de verdad, así que supongo que todo será diferente; ¿o no?

Pedro permanece cerca de mí mientras recorremos la casa atestada de gente hasta el salón repleto de humo. De inmediato nos colocan unos vasos rojos en la mano, pero Pedro se deshace del suyo al instante y me quita el mío. Me dispongo a cogerlo de nuevo y me mira con el ceño fruncido.

—Creo que no deberíamos beber esta noche —dice.

—Creo que tú no deberías beber esta noche.

—Vale, sólo uno —me advierte, y me devuelve el vaso.

—¡Alfonso! —exclama una voz familiar.

Nate aparece proveniente de la cocina y le da unas palmaditas a Pedro en la espalda antes de ofrecerme una sonrisa amistosa. Casi había olvidado lo mono que es. Intento imaginármelo sin todos esos tatuajes y piercings, pero me resulta imposible.

—Vaya, Pau, estás... distinta —dice.

Pedro pone los ojos en blanco, me coge el vaso de las manos y bebe un trago antes de devolvérmelo. Quiero quitárselo, pero no me apetece provocar una discusión. Por una bebida no va a pasar nada. Le meto mi teléfono en uno de los bolsillos traseros para poder sostener mi vaso más fácilmente.

—Vaya, vaya, vaya... Mira a quién tenemos aquí —dice entonces una voz femenina al mismo tiempo que una melena de pelo rosa aparece por detrás de un tipo grande y grueso.

—Genial —gruñe Pedro mientras Molly camina contoneándose hacia nosotros.

—Cuánto tiempo —dice con una sonrisa siniestra.

—Sí —responde Pedro, y me quita de nuevo el vaso.

Después, Molly me mira a mí.

—¡Vaya, Pau! No te había visto —dice con sarcasmo.

Decido pasarlo por alto y Nate me ofrece otro vaso.

—¿Me has echado de menos? —le pregunta Molly a Pedro.

Lleva más ropa que de costumbre, aunque sigue pareciendo que va desnuda. Su blusa negra está rasgada por delante, a propósito, supongo. Los shorts rojos son tremendamente cortos, con cortes en la tela a los lados para revelar todavía más su piel pálida.

—No mucho —responde él sin mirarla.

Me llevo el vaso a los labios para ocultar mi sonrisa de satisfacción.

—No te creo —replica.

—Vete a la mierda —gruñe él.

Ella pone los ojos en blanco como si todo formara parte de un juego.

—Vaya, alguien está de mal humor.

—Vamos, Pau. — Pedro me coge de la mano y me aleja de allí.

Nos dirigimos a la cocina y dejamos a Molly indignada y a Nate riéndose detrás.

—¡Pau! —exclama Steph entonces levantándose al instante de uno de los sofás—. ¡Joder, tía! ¡Qué sexi estás! ¡Vaya! —Y añade—: ¡Eso me lo pondría yo!

—Gracias. —Sonrío.

Me resulta algo incómodo ver a Steph, pero no tanto como ver a Molly. La verdad es que la echaba de menos, y espero que la noche transcurra lo bastante bien como para que podamos explorar la posibilidad de reconstruir nuestra amistad.
Me abraza.

—Me alegro de que hayas venido.

—Voy a hablar con Logan, quédate aquí —me ordena Pedro antes de marcharse.

Steph lo observa con humor.

—Veo que sigue igual de grosero que siempre —dice, y se ríe sonoramente por encima de la estruendosa música y el barullo de la multitud presente.

—Sí..., algunas cosas nunca cambian.

Sonrío y termino el último trago de la bebida dulce que tengo en el vaso. Detesto pensar en ello, pero el sabor a cerezas me recuerda mi beso con Zed. Su boca era fría, y su lengua, dulce. Es como si aquello hubiera pasado en otra vida, como si hubiera sido otra Pau la que compartió aquel beso con él.

Como si me hubiese leído la mente, Steph me da unas palmaditas en el hombro.

—Ahí está Zed. ¿Lo has visto desde...? ya sabes. —Señala con su uña pintada con rayas de cebra hacia un chico de pelo negro.

—No..., la verdad es que no he visto a nadie. Excepto a Pedro.

—Zed se sintió como un gilipollas después de todo. Casi me daba pena —asegura.

—¿Podemos hablar de otra cosa, por favor? —le ruego al tiempo que los ojos de Zed se encuentran con los míos, y aparto la mirada.

—Claro, joder. Perdona. ¿Te apetece otra copa? —pregunta Steph. Sonrío para aliviar la tensión.

—Sí, claro.

Entramos en la cocina y miro en dirección hacia el lugar donde estaba Zed, pero ha desaparecido. Me muerdo un carrillo y miro de nuevo a Steph, que está observando su vaso. Ninguna de las dos sabemos qué decir.

—Vamos a buscar a Tristan —sugiere.

Pedro...

Empiezo a decir que me ha pedido que me quede aquí. Pero lo cierto es que no me lo ha pedido, sino que me lo ha ordenado, y eso me fastidia. Inclino el vaso y engullo el resto de la fría bebida. Ya tengo las mejillas calientes a causa del alcohol... Estoy algo menos nerviosa, y cojo otro vaso antes de seguir a Steph hasta el salón.

La casa está más llena que nunca, y no veo a Pedro por ninguna parte. La mitad del salón está ocupada por una larga mesa repleta de hileras de vasos rojos. Universitarios borrachos lanzan bolas de ping-pong a los vasos y después se beben su contenido. Nunca entenderé la necesidad de jugar a toda clase de juegos mientras están ebrios, pero al menos en esta ocasión no hay besos de por medio. Veo a Tristan sentado en el sofá junto a un tipo pelirrojo al que recuerdo haber visto aquí antes. La última vez se estaba fumando un porro con Jace. Zed está sentado en el brazo del sofá y dice algo al grupo. Acto seguido, Tristan inclina la cabeza hacia atrás muerto de risa. Al ver a Steph, le sonríe. El compañero de cuarto de Nate me gustó desde el momento en que lo conocí. Es un chico muy simpático, y parece que ella le importa de verdad.

—¿Qué tal van las cosas entre vosotros? —le pregunto a Steph mientras nos acercamos a ellos.
Gira el cuerpo entero hacia mí y sonríe.

—Pues la verdad es que nos va genial. ¡Creo que lo quiero!

—¿«Crees»? ¿Todavía no os lo habéis dicho? —pregunto sorprendida.

—No... ¡Claro que no! ¡Sólo llevamos tres meses saliendo!

—Ah...

Pedro y yo nos lo dijimos incluso antes de estar saliendo de verdad.

Pedro y tú sois diferentes —se apresura a decir ella, reforzando mis sospechas de que me lee el pensamiento—. ¿Qué tal os va? —pregunta, y mira detrás de mí.

—Bien, nos va bien.

Es genial poder decir que estamos bien para variar.

—Sois una pareja de lo más extraña.

Me río.

—Sí, lo somos.

—Pero eso es bueno. ¿Te imaginas que Pedro saliera con una chica como él? No querría conocerla en la vida, te lo aseguro. —Se echa a reír.

—Yo tampoco —digo, y me uno a sus risas.
Tristan saluda a Steph con la mano y ella se acerca y se sienta en su regazo.

—Aquí está mi chica. —La besa dulcemente en la mejilla y me mira—. ¿Cómo estás, Pau?

—Estupendamente. ¿Qué tal estás tú? —pregunto. Parezco un político. «Relájate, Pau.»

—Bien. Como una cuba, pero bien. —Se echa a reír.

—¿Dónde está Pedro? No lo he visto —me pregunta el chico pelirrojo.

—Está..., pues no tengo ni idea —respondo, y me encojo de hombros.

—Seguro que está por ahí, en alguna parte. No creo que se aleje mucho de ti —tercia Steph intentando consolarme.

La verdad es que no me importa no haber visto a Pedro en un rato, porque el alcohol ha conseguido que esté menos nerviosa, aunque me gustaría que volviera para estar conmigo. Éstos son sus amigos, no los míos. Excepto Steph, de la que todavía me lo estoy pensando. Sin embargo, ahora mismo él es la persona que más conozco, y no quiero quedarme aquí plantada, incómoda y sola.

Alguien se topa conmigo y me tambaleo hacia adelante ligeramente; por suerte, mi vaso estaba vacío, así que al caer al suelo sobre la moqueta ya manchada sólo unas cuantas gotas de líquido rosa salpican la superficie.

—Mierda, lo siento —balbucea una chica, borracha.

—Tranquila, no pasa nada —respondo.

Su pelo negro es tan brillante que me ciega, y tengo que entornar los ojos. «¿Cómo es posible?» Debo de estar más perjudicada de lo que suponía.

—Ven y siéntate antes de que te aplasten —bromea Steph.

Me río y tomo asiento en un extremo del sofá.

—¿Te has enterado de lo de Jace? —pregunta Tristan.

—No, ¿qué ha pasado? —La mera mención de su nombre hace que se me revuelva el estómago.

—Lo detuvieron. Salió de la cárcel justo ayer —me explica.

—¿En serio? ¿Por qué? ¿Qué hizo? —pregunto.

—Matar a alguien —responde el pelirrojo.

—¡Dios mío! —exclamo, y todo el mundo empieza a reírse. Mi voz es mucho más aguda ahora que estoy al borde de la borrachera.

—Te está tomando el pelo; lo pararon y llevaba hierba encima —dice Tristan entre risas.

—Eres un idiota, Ed —replica Steph, y le da una palmada al chico en el brazo, pero no puedo evitar reír al ver lo rápido que me lo he tragado.

—Deberías haberte visto la cara —dice Tristan, y se echa a reír de nuevo.

Pasa otra media hora sin rastro de Pedro. Su ausencia comienza a cabrearme, pero cuanto más bebo, menos me importa. Esto en parte se debe también al hecho de que tengo a Molly a la vista, y puedo ver que se ha buscado un juguete rubio para pasar la noche. Él no para de sobarle los muslos, y ambos están tan borrachos que da vergüenza ajena verlos. Aun así, mejor él que Pedro.

—¿Quién quiere jugar? Es obvio que Kyle ya no puede más —dice un chico de gafas señalando con la mirada a su amigo ebrio, tumbado en posición fetal sobre la moqueta.
Miro la mesa repleta de vasos y sumo dos más dos.

—¡Yo! —grita Tristan, dándole un toquecito a Steph para que se levante de su regazo.

—¡Y yo! —se apunta ella.

—Sabes que se te da fatal —la provoca Tristan de broma.

—No es verdad. Lo que pasa es que te da rabia que sea mejor que tú. Pero ahora estoy en tu equipo, así que no tienes por qué sentirte intimidado —responde, y parpadea de manera juguetona. Él sacude la cabeza, riendo.

»¡Pau, juega tú también! —grita por encima de la música.

—Eh... No, da igual —digo.

No tengo ni idea de a qué están jugando, pero seguro que se me da fatal.

—¡Vamos! Será divertido. —Steph une las manos como si me lo estuviera rogando.

—¿Qué juego es?

—Birra pong. —Se encoge de hombros de manera dramática y empieza a reírse sin parar
—. No has jugado nunca, ¿verdad? —añade.

—No, no me gusta la cerveza.

—Podemos usar vodka sour de cereza si lo prefieres. Hay garrafas preparadas. Voy a la nevera a por una. —Se vuelve hacia Tristan—. Ve colocando los vasos.

Quiero protestar, pero al mismo tiempo quiero divertirme esta noche. Deseo estar relajada y desmelenarme. Puede que el «Birra pong» no esté tan mal. Seguro que no es peor que estar sentada en ese sillón sola esperando a que Pedro vuelva de donde narices esté.
Tristan empieza a colocar los vasos formando un triángulo que me recuerda a la disposición de los bolos en la pista.

—¿Vas a jugar? —me pregunta.

—Supongo. Pero no sé cómo se juega —le digo.

—¿Quién quiere jugar con ella? —pregunta Tristan.

Me siento idiota cuando nadie se ofrece. Genial. Sabía que esto era...

—¿Zed? —dice Tristan, interrumpiendo mis pensamientos.

—Eh..., no sé... —responde él sin mirarme a la cara. Me ha estado evitando todo el tiempo que llevo aquí.

—Sólo una ronda, tío.

Los ojos de color miel de Zed me miran por un instante, a continuación vuelve a mirar a Tristan y asiente.

—Vale, está bien, sólo un juego.

Se acerca y se coloca a mi lado. Ambos permanecemos en silencio mientras Steph rellena los vasos con el alcohol.

—¿Se han estado usando los mismos vasos toda la noche? —le pregunto, intentando ocultar el asco que me da pensar que varias bocas hayan bebido de ellos.

—No pasa nada —dice ella riéndose—. ¡El alcohol mata los gérmenes!


Con el rabillo del ojo veo que Zed también se ríe, pero cuando me vuelvo en su dirección mira hacia otro lado. Sí, va a ser un juego muy largo.

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