Pedro
—¿En serio? ¿En serio? —pregunto agitando las manos en el aire de manera
dramática.
Pau se queda boquiabierta, pero no dice nada mientras mira al puto Trevor y
luego otra vez a mí. «Joder, Pau.» La ira me invade y empiezo a visualizar las
múltiples maneras en las que quiero golpear a ese tío.
—Gracias por la comida, Pau. Nos vemos —dice él con voz tranquila antes de
marcharse.
Miro a Kimberly y veo que sacude la cabeza con gesto de desaprobación antes
de coger una carpeta de su mostrador y dejarnos solos. Pau mira a su amiga y yo
casi me echo a reír.
Se excusa y se encamina hacia su despacho.
—Sólo hemos comido, Pedro. Puedo comer con quien quiera. Así que no
empieces —me advierte.
Cuando ambos estamos dentro, cierro la puerta con pestillo.
—Ya sabes lo que pienso de él. —Me apoyo en la pared.
—Habla en voz baja. Esto es mi trabajo.
—Tus prácticas —la corrijo.
—¿Qué? —Me mira con unos ojos como platos.
—No eres una empleada de verdad, sólo estás haciendo prácticas —le
recuerdo.
—¿Otra vez con eso?
—No, sólo estaba constatando un hecho.
Soy un capullo: otro hecho.
—¿En serio? —me desafía.
Aprieto los dientes y miro a la testaruda de mi chica.
—¿Qué estás haciendo aquí? —inquiere, y se sienta en su silla detrás de la
mesa.
—He venido para llevarte a comer, para que no tuvieras que caminar bajo la
nieve —respondo—. Pero parece ser que sabes cómo hacer que otros tíos te
ayuden.
—No es para tanto. Hemos ido a comer y hemos vuelto. Tienes que aprender a
controlar tus celos.
—No estoy celoso.
Por supuesto que lo estoy. Y asustado. Pero no pienso admitirlo.
—Somos amigos, Pedro. Déjalo estar y ven aquí.
—No —contesto.
—Por favor... —me ruega.
Pongo los ojos en blanco ante mi falta de autocontrol mientras me acerco hacia
ella. Se inclina por encima de su mesa y tira de mí para que me ponga delante.
—Sólo te quiero a ti, Pedro. Te quiero y no quiero estar con nadie más.
Sólo contigo. —Me observa con tanta intensidad que aparto la mirada—. Siento
que Trevor no te caiga bien, pero no puedes decirme de quién puedo ser amiga.
Cuando me sonríe, intento aferrarme a mi ira, pero noto cómo ésta se disipa
lentamente.
«Joder, es buena.»
—No lo soporto —digo.
—Es inofensivo. De verdad. Además, se traslada a Seattle en marzo.
Se me hiela la sangre en las venas, pero intento mostrar indiferencia.
—¿En serio?
Cómo no, Trevor va a mudarse a Seattle, el lugar al que Pau quiere ir. El
lugar al que yo no pienso ir jamás. Me pregunto si habrá pensado en marcharse
con él.
«No, ella no haría eso. ¿O sí? Joder, no lo sé.»
—Sí, así que ya no estará por aquí. Por favor, déjalo en paz. —Me aprieta
las manos.
La miro.
—Vale, joder, vale. No lo tocaré. —Suspiro.
«No me puedo creer que acabe de acceder a dejar que se vaya de rositas
después de haber intentado besarla.»
—Gracias. Te quiero mucho —me dice mirándome con sus ojos grises.
—Aunque sigo cabreado porque intentó seducirte. Y contigo también, por no
escucharme.
—Lo sé, y ahora cállate... —Se pasa la lengua por el labio inferior—. ¿Me
dejas que te quite el disgusto? —pregunta con voz temblorosa. «¿Qué?»
—Me gustaría... me gustaría demostrarte que sólo te quiero a ti.
Sus mejillas se ruborizan con intensidad y desliza las manos hasta mi
cinturón mientras se levanta y se pone de puntillas para besarme.
Estoy confundido, cabreado... y tremendamente cachondo. Lame con la lengua
mi labio inferior. Gruño inmediatamente y la coloco sobre la mesa. Sus manos
temblorosas juguetean de nuevo con mi cinturón y me despojan de él. Agarro el
dobladillo de su falda excesivamente larga y se la levanto hasta la parte
superior de los muslos, agradecido de que hoy no se haya puesto medias.
—Te quiero, cariño —susurra contra mi cuello, envolviendo mi cintura con
las piernas.
Gimo al oír esas palabras saliendo de sus carnosos labios, y me encanta su
repentina toma de control cuando empieza a bajarme los pantalones.
—¿No estás...? —pregunto, refiriéndome a su regla—. No, no la tienes.
Se pone colorada y me coge la polla con la mano. Silbo entre dientes y Pau
sonríe mientras me masturba despacio, demasiado despacio.
—No juegues conmigo.
Gruño y ella menea la mano más rápido mientras me chupa el cuello. Si ésta
es su manera de compensarme, no me importaría que la cagara más a menudo.
Siempre y cuando no implique a otro tipo.
La agarro del pelo y tiro de su cabeza para que me mire.
—Quiero follarte.
Niega con la cabeza y una tímida sonrisa se forma en sus labios.
—Sí —insisto.
—No podemos. —Mira hacia la puerta.
—Lo hemos hecho antes.
—Me refiero a... ya sabes.
—No pasa nada —digo quitándole importancia. La verdad es que no es tan
terrible como la gente piensa.
—¿Eso es... normal?
—Sí. Es normal —decreto, y abre unos ojos como platos.
A pesar de su tímida actitud, sus pupilas dilatadas me indican lo mucho que
quiere hacerlo también. Su mano sigue en mi miembro, meneándose lentamente. Le
separo más las piernas. Tiro del hilo de su tampón y lo arrojo a la papelera.
Después le aparto la mano y me pongo el condón.
Ella se baja y se inclina sobre el escritorio, levantándose la falda hasta
el culo.
Joder, esto es lo más excitante que he visto en mi vida, a pesar de las
circunstancias.
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