Pau
A la mañana siguiente me despierto temprano, me ducho y, todavía enrollada
en la toalla, empiezo a preparar el elixir de la vida: café. Mientras observo
cómo se va haciendo me doy cuenta de que me pone algo nerviosa la idea de ver a
Kimberly. No sé cómo reaccionará cuando sepa que Pedro y yo hemos vuelto. No
suele juzgar a la gente, pero si las cosas fueran al revés y fuera ella la que
estuviera en mi misma situación con Christian, no sé cómo reaccionaría yo. No
conoce todos los detalles, pero sabe que eran lo bastante malos como para que
no quisiera contárselos.
Con una humeante taza en la mano, me acerco al ventanal del salón. Cae una
nieve densa; ojalá parase ya. Detesto conducir cuando nieva, y casi todo el
trayecto hasta Vance es por la autopista.
—Buenos días —me sorprende la voz de Pedro desde el pasillo.
—Buenos días. —Sonrío y doy otro sorbo al café—. ¿No deberías estar
durmiendo? —le pregunto mientras se quita las legañas de los ojos.
—¿Y tú no deberías estar vestida? —responde.
Sonrío de nuevo y paso por su lado en dirección al dormitorio para
vestirme, pero él tira de la toalla y me la quita del cuerpo. Dejo escapar un
grito y corro a la habitación. Al oír sus pasos por detrás, cierro la puerta
con pestillo. Cualquiera sabe lo que pasará si lo dejo entrar. Me arde la piel
sólo de pensarlo, pero ahora no tengo tiempo para eso.
—Muy maduro por tu parte —dice desde el otro lado.
—Nunca he dicho que sea madura.
Sonrío y me acerco al armario. Me decido por una falda negra larga y una
blusa roja. No es mi mejor conjunto, pero es mi primer día después de
vacaciones y está nevando. Me maquillo ligeramente frente al espejo de cuerpo
entero del armario y ya sólo me falta peinarme. Cuando abro la puerta no veo a Pedro
por ninguna parte. Me seco el pelo un poco antes de recogérmelo en un moño
seguro.
—¿ Pedro? —Cojo mi bolso y saco mi móvil para llamarlo.
No contesta. «¿Dónde se habrá metido?» El corazón se me acelera mientras
recorro el apartamento. Un minuto después, la puerta de la entrada se abre y
aparece cubierto de nieve.
—¿Dónde estabas? Me estaba poniendo
nerviosa.
—¿Nerviosa? ¿Por qué? —pregunta.
—La verdad es que no lo sé. Por si estabas herido o algo. —Qué ridícula
soy.
—He salido a quitar la nieve de tu coche y a arrancar el motor para que
esté calentito cuando bajes.
Se quita la chaqueta y las botas empapadas y deja un charco de nieve
derretida en el hormigón. Me quedo patidifusa.
—¿Quién eres tú? —Me echo a reír.
—No empieces con esa mierda o vuelvo abajo y te rajo las ruedas —dice.
Pongo los ojos en blanco y me río ante su falsa amenaza.
—En fin, gracias.
—¿Quieres... quieres que te lleve? —dice, y me mira a los ojos.
Ahora sí que no sé quién es. Ayer fue amable la mayor parte del día, y
ahora ha bajado a calentar mi coche y se está ofreciendo a llevarme al trabajo,
por no hablar de que anoche se puso a llorar de risa. Ser honesto le sienta de
maravilla.
—¿O mejor no? —añade al ver que me tomo mi tiempo para responder.
—Me encantaría —digo, y vuelve a calzarse las botas.
Cuando llegamos abajo y empezamos a salir de la plaza de aparcamiento, me
suelta:
—Menos mal que tu coche es una mierda. De lo contrario, alguien podría
haberlo robado mientras estaba aquí en marcha.
—¡No es ninguna mierda! —me defiendo mirando la pequeña raja en la
ventanilla del pasajero—. Oye, estaba pensando que la semana que viene, cuando
empiecen las clases, podríamos ir juntos en coche al campus, ¿no? Tus horarios
coinciden más o menos con los míos, y los días que tenga que ir a Vance me
llevaré mi coche y nos veremos después en casa.
—Vale... —dice con la mirada fija al frente.
—¿Qué pasa?
—Que me habría gustado que me dijeras en qué clases te ibas a matricular.
—¿Para qué?
—No sé... A lo mejor podría haberme matriculado en alguna contigo, pero
claro, prefieres apuntarte con tu querido compañero del alma Landon.
—Tú ya has dado literatura francesa y estadounidense, y no creía que te
interesara religión internacional.
—Y no me interesa —resopla.
Sé que esta conversación no nos lleva a ninguna parte, de modo que me
siento aliviada cuando veo la enorme «V» del edificio Vance. La nieve ha
amainado, pero Pedro se detiene cerca de la puerta principal para minimizar mi
exposición al frío.
—Volveré a recogerte a las cuatro —dice, y yo asiento antes de acercarme
para darle un beso de despedida.
—Gracias por traerme —susurro contra sus labios, rozándolos una vez más.
—Mmm... —murmura, y me aparto.
Cuando salgo del coche, Trevor aparece a unos metros de distancia, con su
traje negro salpicado de nieve blanca. Se me revuelve el estómago cuando veo
que me ofrece una cálida sonrisa.
—¡Hola! ¡Cuánto tiem...!
—¡Pau! —grita Pedro, y cierra la puerta del coche y corre a mi lado.
Trevor mira a Pedro, después a mí, y su sonrisa desaparece.
—Te has dejado algo... —dice Pedro, y me entrega una pluma estilográfica.
«¿Una pluma?»
Enarco una ceja.
Él asiente y me coge de la cintura y me besa con fuerza. Si no estuviéramos
en un aparcamiento público y no supiera que ésta es su enfermiza forma de
marcar su territorio, me derretiría ante la agresiva manera con la que su
lengua me separa los labios. Al apartarme, veo en su rostro una expresión de
petulancia. Noto un escalofrío y me paso las manos por los brazos. Debería
haberme puesto una chaqueta más gruesa.
—Me alegro de verte... Trenton, ¿verdad? —dice Pedro con falsa sinceridad.
Sé que sabe perfectamente cómo se llama. Qué maleducado es.
—Eh..., sí. Lo mismo digo —farfulla Trevor, y desaparece a través de las
puertas correderas.
—¿A qué narices ha venido eso? —lo reprendo.
—¿El qué? —Sonríe con malicia.
Gruño.
—Eres lo peor.
—No te acerques a él, Pau. Por favor —me ordena Pedro, y me besa en la
frente para suavizar sus duras palabras.
Pongo los ojos en blanco y me dirijo al edificio pisando el suelo con
fuerza como una niña.
—¿Qué tal las Navidades? —pregunta Kimberly mientras cojo un donut y un
café.
Seguramente no debería beberme otra taza, pero la escenita de cavernícola
de Pedro me ha cabreado, y el aroma de los granos de café me relaja.
—Pues...
«Verás, volví con Pedro, después descubrí que había grabado vídeos sexuales
con varias chicas para destrozarles la vida, pero luego volví con él otra vez.
Mi madre apareció en mi apartamento y montó una escena, y ahora no nos
hablamos. La madre de Pedro vino a visitarnos, de modo que tuvimos que fingir
que estábamos juntos, aunque en realidad no lo estábamos, lo que básicamente
hizo que acabásemos juntos de nuevo, y todo iba de perlas hasta que mi madre le
contó a la suya que me había desvirgado por una apuesta. Ah, y en Navidad, para
celebrar el día, Pedro le pegó una paliza a su padre y atravesó de un puñetazo
una vitrina de cristal. Ya sabes, lo normal.» —... genial. ¿Y las tuyas?
—respondo, decantándome por la versión corta.
Kimberly empieza a narrarme sus magníficas fiestas con Christian y su hijo.
El niño lloró al ver la bicicleta nueva que «Santa» le había traído, e incluso
llamó a Kimberly «mami Kim», cosa que le enterneció el corazón, pero hizo que
se sintiera incómoda al mismo tiempo.
—Se me hace raro verme como la responsable de alguien o lo que sea que soy
—dice—. No estoy casada, ni prometida, con Christian, así que no sé muy bien
cuál es mi posición con respecto a Smith.
—Creo que tanto Smith como Christian tienen suerte de que estés en sus
vidas, independientemente del cargo que ocupes —le aseguro.
—Eres una chica muy inteligente para tu edad, señorita Chaves.
Sonríe y yo me apresuro a llegar a mi despacho al ver la hora que es. A
mediodía, Kimberly no está en su puesto. Bajo en el ascensor y, cuando se
detiene en la tercera planta, chillo para mis adentros al ver entrar a Trevor.
—Hola —lo saludo tímidamente.
No sé por qué se me hace tan incómoda la situación. No estaba saliendo con
Trevor ni nada.
Quedamos una vez y lo pasamos bien. Disfruto de su compañía y él de la mía,
eso es todo.
—¿Qué tal las vacaciones? —pregunta, y sus ojos azules brillan bajo la luz
fluorescente.
Ojalá todo el mundo dejase de preguntarme eso de una vez.
—Bien, ¿y las tuyas?
—Bien también, el comedor social estuvo muy concurrido: dimos de comer a
más de trescientas personas —dice sonriendo con orgullo.
—¡Vaya! ¿Trescientas personas? Es estupendo. —Sonrío a mi vez.
Es una persona muy agradable, y la tensión entre nosotros casi ha
desaparecido.
—La verdad es que fue genial; con suerte, el año que viene tendremos
todavía más recursos y podremos alimentar a quinientas. —Cuando ambos salimos
del ascensor, me pregunta—: ¿Vas a comer?
—Sí, iba a ir a Firehouse, ya que no he venido en mi coche —respondo sin
querer hablar sobre Pedro y yo en estos momentos.
—Puedes acompañarme, si quieres. Yo voy a Panera, pero si quieres te acerco
a Firehouse; no deberías ir caminando si está nevando —se ofrece amablemente.
—¿Sabes qué? Me voy contigo a Panera. —Sonrío y nos dirigimos a su coche.
Los asientos térmicos de su BMW me hacen entrar en calor antes incluso de
salir del aparcamiento. En el restaurante, Trevor y yo permanecemos casi todo
el tiempo en silencio mientras pedimos la comida y nos sentamos a una mesa
pequeña en la parte de atrás.
—Estoy pensando en trasladarme a Seattle —me cuenta él mientras mojo pan
tostado en mi sopa de brócoli.
—¿En serio? ¿Cuándo? —pregunto en voz alta, intentando que se me oiga por
encima del barullo del comedor.
—Dentro de un par de meses. Christian me ha ofrecido un trabajo allí, un
ascenso a jefe de finanzas en la nueva oficina, y me lo estoy planteando en
serio.
—¡Es una noticia fantástica! ¡Enhorabuena, Trevor!
Se limpia las comisuras de la boca con la servilleta.
—Gracias. Me encantaría dirigir todo el departamento financiero, y más
todavía mudarme a Seattle.
Hablamos sobre Seattle durante el resto de la comida y, para cuando hemos
terminado, no puedo parar de pensar: «¿Por qué Pedro no siente lo mismo
respecto a esa ciudad?».
Cuando volvemos a Vance, la nieve se ha transformado en una lluvia gélida y
los dos corremos hacia el edificio. Al llegar al ascensor estoy tiritando.
Trevor me ofrece la chaqueta de su traje, pero me apresuro a rechazarla.
—Entonces ¿ Pedro y tú habéis vuelto? —dice, formulando por fin la pregunta que había
estado esperando.
—Sí... Estamos trabajando en ello. —Me muerdo un carrillo.
—Vaya... ¿Estás contenta? —pregunta mirándome.
—Sí —asiento mirándolo a mi vez.
—Bien, me alegro por ti. —Se pasa las manos por el pelo negro y sé que está
mintiendo, pero le agradezco que no haga que la situación sea más incómoda
todavía. Eso también forma parte de su buen talante.
Cuando salimos del ascensor, Kimberly tiene una expresión extraña. Me
confunde la manera en que está mirando a Trevor, hasta que la dirección de su
mirada me lleva hasta Pedro, que está apoyado contra la pared.
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