Divina

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domingo, 15 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 52


Pedro

A Karen se le ilumina la cara al ver el juego de moldes para tartas que le compró Pau.

—¡Hace tiempo que quería unos como éstos!

Pau creía que no iba a darme cuenta de que había añadido mi nombre en las etiquetas con forma de muñeco de nieve, pero lo vi, lo que pasa es que no me apetecía tacharlo.

—Me siento fatal por haberte regalado una tarjeta regalo cuando tú me has comprado estas magníficas entradas —le dice Landon a Pau.

He de admitir que me alegro de que le haya comprado algo tan impersonal: una tarjeta regalo para el libro electrónico que le regalé por su cumpleaños. Si le hubiese comprado algo más meditado, me habría cabreado, pero viendo la sonrisa de Pau, cualquiera diría que le ha regalado la puta primera edición de la novela de Austen. Sigo sin poder creer que le hayan regalado una pulsera cara, qué ganas de presumir de dinero. ¿Y si ahora prefiere llevar ésta en lugar de la mía?

—Gracias por los regalos, son estupendos —dice mi padre, y me mira sosteniendo el llavero que Pau escogió erróneamente para él.

Me siento un poco culpable al ver su cara de decepción, pero al mismo tiempo la extraña combinación de colores en su rostro me resulta ligeramente divertida. Quiero disculparme por mi arrebato de ayer. Bueno, yo no diría que quiero, pero he de hacerlo. No quiero dar pasos hacia atrás con él. Supongo que no estaba mal pasar tiempo en su compañía. Karen y Pau se llevan bastante bien, y me siento obligado a darle la oportunidad de que tenga una figura materna cerca, ya que es culpa mía que su madre y ella hayan acabado tan mal. 

Aunque esté feo decirlo, a mí me conviene que estén así, porque es una persona menos que se entromete en nuestra relación.

—¿ Pedro? —me dice Pau al oído.

Levanto la vista y me doy cuenta de que uno de ellos debe de haberme dicho algo.

—¿Te gustaría ir al partido con Landon? —pregunta.

—¿Qué? No —me apresuro a contestar.

—Gracias, tío. —Landon pone los ojos en blanco.

—Quiero decir que no creo que a Landon le apetezca —me corrijo.

Ser correcto es mucho más difícil de lo que pensaba. Sólo estoy haciendo esto por ella... Bueno, para ser sincero, un poco por mí también, ya que las palabras de mi madre acerca de que la ira sólo me proporcionará manos ensangrentadas y una vida solitaria no paran de reproducirse en mi cabeza.

—Si tú no vienes, iré con Pau —me dice Landon.

¿Por qué intenta provocarme para una vez que trato de ser amable?
Ella sonríe.

—Sí, yo iré con él. No sé nada de hockey, pero haré lo que haga todo el mundo.
Sin darme cuenta siquiera, rodeo su cintura con el otro brazo y la pego a mi pecho.

 —Iré —cedo.

El rostro de Landon se torna divertido y, aunque está de espaldas, estoy convencido de que el de Pau muestra la misma expresión.

—Me gusta mucho cómo habéis dejado el piso, Pedro —dice mi padre.

—Ya venía decorado, pero gracias —respondo.

He llegado a la conclusión de que me siento mucho menos incómodo cuando lo estoy golpeando que cuando intentamos evitar una discusión.
Karen me sonríe.

—Ha sido muy amable por tu parte el invitarnos.

Mi vida sería mucho más sencilla si fuese una zorra asquerosa, pero, hay que joderse, es una de las personas más agradables que he conocido en mi vida.

—No es nada... —digo—. Después de lo de ayer es lo menos que podía hacer.
Sé que mi voz suena más forzada y temblorosa de lo que me gustaría.

—Tranquilo..., esas cosas pasan —me asegura Karen.

—No es verdad, no creo que la violencia sea una tradición navideña —respondo.

—Puede que lo sea a partir de ahora. Pau puede golpearme a mí el año que viene —bromea Landon en un triste intento de animarme.

—Puede que lo haga. —Pau le saca la lengua y yo sonrío ligeramente.

—No volverá a ocurrir —digo, y miro a mi padre.
Él me observa pensativo.

—En parte fue culpa mía, hijo. Debería haber imaginado que no iba a salir bien, pero espero que ahora que has dejado la ira un poco aparcada podamos volver a intentar establecer una relación —me dice.

Pau coloca sus pequeñas manos sobre las mías para infundirme ánimos, y asiento.

—Eh... Sí..., genial —respondo tímidamente—. Sí... —Me muerdo un carrillo.

Landon se da una palmada en las rodillas con las manos y se pone de pie.

—Bueno, tenemos que irnos. Dime algo si de verdad quieres venir al partido. Y gracias a los dos por habernos invitado.

Pau los abraza a los tres mientras yo me apoyo en la pared. La cosa no ha ido mal, pero no pienso abrazar a nadie. Menos a Pau, claro, aunque después de lo bien que me he portado todo el día debería darme algo más que un abrazo. Observo cómo su vestido ancho oculta sus preciosas curvas y tengo que controlarme ligeramente para no arrastrarla hasta el dormitorio. Recuerdo la primera vez que la vi con ese espantoso vestido. Bueno, por aquel entonces me lo parecía; ahora lo adoro. Salió de su residencia como si en vez de a una fiesta fuese a un entierro. Me puso los ojos en blanco cuando me metí con ella mientras se subía en el coche, pero entonces no tenía ni idea de que acabaría enamorándome.

Me despido con la mano una vez más de nuestros invitados y, cuando se han marchado, exhalo el aire que no me había dado cuenta que estaba conteniendo. Un partido de hockey con Landon, ¿por qué coño habré aceptado?

—Ha sido agradable, tú has sido agradable —me elogia Pau, y se quita inmediatamente los tacones y los coloca de manera ordenada junto a la puerta.

Me encojo de hombros.

—Sí, supongo que ha estado bien.

—Ha estado mucho mejor que bien —dice sonriéndome.

—Lo que tú digas —replico en un tono exageradamente gruñón, y ella se ríe.

—Te quiero mucho. Lo sabes, ¿verdad? —pregunta mientras se dirige al salón para ordenarlo.

Bromeo sobre su obsesión por la limpieza, pero lo cierto es que el apartamento estaría hecho un asco si estuviera viviendo yo solo aquí.

—¿Qué te ha parecido el reloj? ¿Te gusta? —pregunta.

—No, es espantoso, y yo nunca llevo relojes.

—A mí me parece bonito.

—¿Y tu pulsera? —digo con vacilación.

—Es bonita.

—Ah... —Aparto la mirada—. Es cara y elegante —añado.

—Sí... Me sabe mal que se hayan gastado todo ese dinero cuando no me la voy a poner mucho. Tendré que ponérmela cuando vayamos a verlos alguna que otra vez.

—¿Por qué no vas a ponértela?

—Porque ya tengo una pulsera favorita. —Sacude la muñeca de un lado a otro haciendo que los charms choquen entre sí.

—Vaya. ¿Te gusta más la mía? —digo sin poder ocultar una estúpida sonrisa. Ella me mira con una ligera expresión de reproche.

—Pues claro que sí, Pedro.


Intento conservar la poca dignidad que me queda, pero no puedo evitar levantarla por la parte trasera de las piernas. Pau grita, y me echo a reír con ganas. No recuerdo haberme reído así en toda mi vida.

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