Pedro
Al abrir la puerta, la cara de mi padre capta inmediatamente mi atención.
Tiene un enorme moratón en la mejilla, y un corte pequeño en el centro del
labio inferior.
Los saludo con un gesto de la cabeza porque no sé qué coño decir.
—Qué casa tan bonita —sonríe Karen, y los tres permanecen en el
descansillo, sin saber qué hacer. Pay aparece entonces y salva la situación.
—Pasad. Puedes dejar eso bajo el árbol —le dice a Landon, señalando la bolsa
de regalos que sostiene.
— También hemos traído los que vosotros dejasteis en casa —tercia mi padre.
El ambiente está cargado de tensión, pero no de una tensión furiosa, sino
tremendamente incómoda.
Pau sonríe con dulzura.
—Muchísimas gracias.
Se le da tan bien hacer que la gente se sienta a gusto... Al menos, uno de
nosotros lo está.
Landon es el primero en entrar en la cocina, seguido de Karen y de Ken.
Agarro a Pau de la mano y la uso como anclaje contra mi ansiedad.
—¿Qué tal el trayecto? —dice Pau en un intento de entablar conversación.
—No ha ido mal, conducía yo —responde Landon.
La conversación pasa de algo incómoda al principio a bastante relajada
mientras comemos. Entre plato y plato, Pau me aprieta la mano por debajo de la
mesa.
—La comida estaba deliciosa —dice Karen mirando a Pau.
—Ah, no, no la he preparado yo: ha sido Pedro —responde ella, y me coloca
la mano en el muslo. —¿En serio? Pues estaba exquisita, Pedro. —Me sonríe.
No me habría importado que Pau se llevara el mérito por la comida. Sentir
cuatro pares de ojos mirándome me está dando ganas de vomitar. Pau aplica más
presión en mi pierna esperando que diga algo.
Miro a Karen.
—Gracias —respondo, y ella me aprieta de nuevo para instarme a ofrecerle a
Karen una sonrisa incómoda de la hostia.
Tras unos segundos de silencio, Pau se levanta y recoge su plato de la
mesa. Se dirige al fregadero y yo me debato entre seguirla o no.
—La comida estaba muy buena, hijo, estoy impresionado —dice mi padre,
interrumpiendo el silencio.
—Ya, es sólo comida —farfullo. Desvía la mirada al suelo y me corrijo—:
Quería decir que Pau cocina mejor que yo, pero gracias.
Parece satisfecho con mi respuesta, y bebe un sorbo de su vaso. Karen
sonríe incómoda y me mira con esos extraños ojos casi consoladores que tiene.
Aparto la mirada. Pau vuelve antes de que nadie más tenga la oportunidad de
elogiar la comida.
—¿Abrimos los regalos? —pregunta Landon.
—Sí —responden Karen y Pau al unísono.
Me mantengo lo más cerca posible de Pau mientras pasamos al salón. Mi
padre, Karen y Landon se sientan en el sofá. Cojo la mano de Pau y tiro de ella
para que se siente en mi regazo, en el sillón. Veo que mira a nuestros
invitados, y Karen intenta reprimir una sonrisa. Pau aparta la mirada
avergonzada, pero no se levanta de mi regazo. Me pego más a ella y estrecho su
cintura con más fuerza.
Landon se levanta y coge los regalos. Los reparte y yo me centro en Pau y
en el modo en que se emociona con estas cosas. Me encanta el hecho de que se
entusiasme por todo, y me encanta que haga que la gente se sienta cómoda.
Incluso en un «segundo intento de Navidad».
Landon le pasa una caja pequeña en la que se lee: «De Ken y Karen».
Desgarra el papel y aparece una caja azul con la marca Tiffany & Co.
escrita en la parte delantera en letras plateadas.
—¿Qué es? —pregunto en voz baja.
No tengo ni puta idea de joyería, pero sé que esa marca es cara.
—Una pulsera.
La saca y deja colgando una pulserita de eslabones de plata delante de mí.
Unos charms con forma de lazo y de corazón penden del caro metal. El brillante
objeto hace que la pulsera que tiene en la muñeca, el regalo que yo le hice,
parezca una auténtica mierda.
—Cómo no —digo entre dientes.
Pau me mira con el ceño fruncido y se vuelve de nuevo hacia ellos.
—Es preciosa; muchísimas gracias —dice radiante.
—Ya tenía... —empiezo a protestar.
Detesto que le hayan hecho un regalo mejor que el mío. Sí, ya sé que tienen
pasta. Pero ¿no podrían haberle regalado otra cosa, lo que fuera?
Sin embargo, Pau se vuelve hacia mí y me ruega en silencio que no haga que
la situación sea aún más incómoda. Suspiro derrotado y me apoyo contra el
respaldo del sillón.
—¿Qué te han regalado a ti? —sonríe Pau, intentando calmar mi humor.
Se acerca y me besa en la frente. Mira la caja en el brazo de la butaca y
me insta a abrirla. Cuando lo hago, sostengo el caro contenido en alto para que
lo vea.
—Un reloj. —Se lo muestro, intentando contentarla lo mejor que puedo.
En serio, sigo cabreado de la hostia con lo de la pulsera. Quería que
llevara la mía todos los días. Quería que fuera su regalo favorito.
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