Pau
Cuando el apartamento está limpio como a mí me gusta, me dirijo a la tienda
para comprar tampones y algunas cosas más por si vienen Ken, Karen y Landon. Pedro
quería acompañarme, pero sabía que no iba a parar de hacer bromas sobre los
tampones, así que lo he obligado a quedarse en casa.
Al volver, lo encuentro sentado en el mismo sitio en el sofá.
—¿Has llamado ya a tu padre? —pregunto desde la cocina.
—No..., te estaba esperando —responde, y se acerca a la cocina y se sienta
a la mesa, suspirando —. Voy a llamarlo ahora.
Me siento frente a él mientras se lleva el teléfono a la oreja.
—Eh..., hola —dice Pedro, y pone
el teléfono en manos libres y lo deja sobre la mesa, entre ambos.
—¿ Pedro? —pregunta Ken sorprendido.
—Sí... Hum..., oye, ¿os
apetece pasaros por aquí o algo?
—¿Pasarnos?
Pedro me mira y noto que su paciencia ya se está agotando. Alargo la mano,
la dejo sobre la suya y asiento para mostrarle mi apoyo.
—Sí... Tú, Karen y
Landon. Para intercambiar regalos, ya que no lo hicimos ayer. Mamá se ha ido —dice.
—¿Estás seguro? —pregunta Ken a su
hijo.
—De lo contrario, no te
lo habría preguntado, ¿no? —responde Pedro, y yo le aprieto la mano—. Digo..., sí, claro —se corrige, y le
sonrío.
—Bien, bueno, deja que
hable con Karen, pero sé que estará entusiasmada. ¿A qué hora os viene bien?
Pedro me mira. Articulo con los labios que a las dos, y él se lo dice a su
padre.
—Bien... Bueno, nos
vemos a las dos entonces.
—Pau le enviará a Landon
la dirección en un mensaje —añade Pedro, y cuelga el teléfono.
—No ha estado mal, ¿no? —digo.
Pone los ojos en blanco.
—Lo que tú digas.
—¿Qué me pongo?
Señala con la mirada mis vaqueros y mi camiseta de la WCU.
—Eso.
—De eso, nada. Ésta es nuestra Navidad.
—No, es el día después de Navidad, así que deberías llevar vaqueros.
—Sonríe y se tira con los dedos del aro del labio.
—No voy a llevar vaqueros. —Me río y me dirijo a la habitación para decidir
qué ponerme.
Sostengo mi vestido blanco contra mi pecho delante del espejo cuando Pedro entra
en el dormitorio. —No sé si es buena idea que vayas de blanco. —Sonríe.
—Pero ¿a ti qué te pasa? ¡Para ya! —protesto.
—Estás muy mona cuando te ruborizas.
A continuación saco el vestido granate. Me trae muchos recuerdos. Me lo
puse para ir a la primera fiesta de la fraternidad con Steph. Echo de menos a
Steph a pesar de lo enfadada que estoy... que estaba con ella. Me siento
traicionada, pero la verdad es que tenía cierta parte de razón cuando dijo que
no era justo que perdonara a Pedro y a ella no.
—¿En qué piensa esa cabecita? —pregunta él entonces.
—En nada... Sólo me acordaba de Steph.
—¿Qué pasa con ella?
—No lo sé... La echo de menos. ¿Echas de menos a tus amigos? —pregunto. No
los ha mencionado desde la carta.
—No. —Se encoge de hombros—. Prefiero pasar el tiempo contigo.
Me gusta este Pedro sincero, aunque señalo:
—Pero también puedes quedar con ellos.
—Supongo. No lo sé, la verdad es que me da bastante igual. ¿Quieres quedar
con ellos..., ya sabes, después de todo aquello? —Mira al suelo.
—No lo sé..., pero supongo que podría intentarlo a ver qué tal. Pero con
Molly, no. —Frunzo el ceño.
Levanta la vista con expresión pícara.
—¿Por qué? Con lo buenas amigas que sois.
—Uf. No hablemos de ella. ¿Qué crees que harán en Nochevieja? —pregunto.
No sé cómo me sentiré con ellos, pero echo de menos tener amigos, o lo que
yo creía que eran amigos.
—Supongo que habrá una fiesta. Logan está obsesionado con el Año Nuevo.
¿Estás segura de que quieres salir con ellos?
Sonrío.
—Sí... Si me estalla en la cara, el año que viene nos quedaremos en casa.
Pedro abre los ojos como platos cuando menciono el año que viene, pero
finjo no darme cuenta. Necesito que nuestro segundo intento de celebrar la
Navidad transcurra de manera pacífica. Hoy me centro en el presente.
—Tengo que preparar algo para comer. Deberíamos haberles dicho a las tres,
ya es mediodía, y ni siquiera estoy lista. —Me paso las manos por la cara sin
maquillaje.
—Tranquila, arréglate. Ya preparo algo yo... —dice él, y sonríe con
malicia—. Pero asegúrate de no comer nada más que lo que yo ponga en tu plato.
—Bromeando sobre envenenar a tu padre, ¿eh? Encantador... —suelto.
Se encoge de hombros y desaparece.
Me lavo la cara y me maquillo un poco antes de soltarme la coleta y rizarme
las puntas. Para cuando he terminado de arreglarme, detecto un delicioso aroma
a ajo que proviene de la cocina.
Cuando llego junto a Pedro, veo que ha preparado un par de bandejas de
fruta y verdura y ya ha puesto la mesa. Estoy impresionada, aunque tengo que
contener el impulso de reorganizar algunas cosas. Me alegra mucho que Pedro esté
dispuesto a invitar a su padre a nuestro apartamento, y me alivia ver que hoy
parece estar de muy buen humor. Miro el reloj y veo que nuestros invitados
estarán aquí dentro de media hora, de modo que me pongo a recoger el pequeño
desorden que ha creado Pedro mientras cocinaba para asegurarme de que el
apartamento está impecable de nuevo. Me abrazo a su cintura mientras está de
pie frente al horno.
—Gracias por hacer todo esto.
Se encoge de hombros.
—No es nada.
—¿Estás bien? —pregunto, y lo suelto y le doy la vuelta para verle la cara.
—Sí..., estoy bien.
—¿Seguro que no estás un poco nervioso? —insisto. Sé que lo está.
—No... Bueno, sólo un poco. Se me hace raro de cojones que vengan aquí,
¿sabes?
—Ya, estoy muy orgullosa de que los hayas invitado.
Pego la mejilla a su pecho y él desliza las manos hasta mi cintura.
—¿De verdad?
—Por supuesto que sí, ca... Pedro.
—¿Qué ibas a decir?
Escondo la cara.
—Nada.
No sé de dónde sale ahora esa necesidad de llamarle apelativos cariñosos,
pero es muy embarazoso.
—Dímelo —arrulla, y me levanta la barbilla para obligarme a salir de mi
escondite.
—No sé por qué, pero casi te llamo «cariño» otra vez. —Me muerdo el labio
inferior y su sonrisa se intensifica.
—Venga, llámamelo —dice.
—Te vas a burlar de mí. —Sonrío débilmente.
—No, no lo haré. Yo te llamo «nena» todo el tiempo.
—Ya..., pero cuando tú lo haces es diferente.
—¿Por qué?
—No lo sé... Suena como más sexi o algo cuando lo haces tú..., más
romántico. No lo sé. —Me ruborizo.
—Hoy estás muy vergonzosa. —Sonríe y me besa en la frente—. Pero me gusta.
Venga, dímelo. Lo abrazo con más fuerza.
—Está bien.
—¿Está bien, qué?
—Está bien..., cariño. —La palabra me sabe raro mientras se desliza por mi
lengua.
—Repítelo.
Dejo escapar un alarido de sorpresa cuando me levanta, me deja sobre la
fría encimera y se coloca entre mis muslos.
—No creas que esto me va a detener. —Sus dedos trazan círculos en mis
medias negras.
—Puede que no, pero la..., ya sabes, sí lo hará.
Unos golpes en la puerta me hacen dar un brinco y Pedro sonríe y me guiña
un ojo.
Mientras se marcha para abrirla, dice por encima del hombro:
—Nena..., eso tampoco lo hará.
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