Pau
La última noche con la madre de Pedro la pasamos básicamente bebiendo té y
escuchando historias embarazosas de cuando era pequeño. Trish nos hizo prometer
unas diez veces que el año que viene pasaríamos la Navidad en Inglaterra y que
no quería excusas.
La idea de celebrar la Navidad con Pedro dentro de un año hace que sienta
mariposas en el estómago. Por primera vez desde que nos conocemos, soy capaz de
imaginar un futuro con él. Y no me refiero a tener hijos o a que nos casemos,
sino a que por fin me siento lo bastante segura de sus sentimientos como para
plantearme el futuro dentro de un año.
A la mañana siguiente, cuando Pedro regresa de dejar a Trish en el
aeropuerto demasiado temprano, me despierto. Oigo que tira la ropa al suelo y
vuelve a meterse en la cama vestido sólo con el bóxer. Me rodea con los brazos
una vez más. Sigo algo cabreada con él por lo sucedido ayer, pero tiene los
brazos fríos y lo he echado de menos el tiempo que se ha ausentado de la cama.
—Vuelvo a trabajar mañana —digo al cabo de unos minutos, sin saber si ya se
ha quedado dormido o no.
—Ya lo sé —responde.
—Estoy ilusionada por poder volver a Vance.
—¿Por qué?
—Porque me encanta, y ya llevo más de una semana de vacaciones. Echo de
menos trabajar.
—Qué aplicada —se burla, y sé que está poniendo los ojos en blanco aunque
no pueda verle la cara.
Cuando lo pienso, pongo los ojos en blanco también.
—Perdona si me encantan mis prácticas y a ti no te gusta tu trabajo —digo.
—Me gusta mi trabajo, y te recuerdo que tuve el mismo trabajo que tú. Pero
lo dejé por algo mejor —alardea.
—Y ¿la razón de que te guste más es que puedes hacerlo desde casa?
—Sí, ésa es la razón principal.
—¿Cuál es la otra razón?
—Sentía que la gente pensaba que sólo había obtenido el empleo por Vance.
No es ninguna novedad, pero es una respuesta más sincera de lo que esperaba
por su parte. Esperaba una palabra o dos acerca de que el trabajo era una
mierda o un coñazo.
—¿De verdad crees que la gente pensaba eso? —Me pongo boca arriba y él se
apoya en el codo para mirarme.
—No lo sé. Nunca nadie me dijo nada, pero tenía la sensación de que todos
lo pensaban. Sobre todo después de que me hiciese un contrato como empleado, no
de prácticas.
—¿Crees que se enfadó cuando te marchaste a trabajar a otra parte?
Esboza una sonrisa que parece especialmente amplia en la penumbra del
dormitorio.
—No lo creo. Sus empleados siempre se estaban quejando de mi supuesta
actitud.
—¿«Supuesta actitud»? —pregunto, medio en broma.
Me coge de la mejilla y agacha la cabeza para besarme en la frente.
—Sí, supuesta. Soy una persona encantadora. No tenía ningún problema de
actitud. —Sonríe pegado a mi piel. Me río y sonríe todavía más y pega la frente
a la mía—. ¿Qué quieres que hagamos hoy? —pregunta.
—No lo sé. Había pensado llamar a Landon e ir a la tienda.
Retrocede un poco.
—¿Para qué?
—Para hablar con él y preguntarle cuándo puede quedar conmigo. Me gustaría
darle esas entradas.
—Los regalos están en su casa, seguro que ya los han abierto.
—No creo que los abran si no estamos allí.
—Yo creo que sí.
—Pues por eso lo digo —bromeo.
Sin embargo, Pedro se ha puesto serio en cuanto he mencionado a su familia.
—¿Crees que... crees que debería disculparme? Bueno, disculparme no...,
pero ¿y si lo llamo? Ya sabes..., a mi padre.
Sé que tengo que andar con cuidado en lo que a Pedro y a Ken se refiere.
—Creo que deberías llamarlo. Creo que deberías intentar asegurarte de que
lo que pasó ayer no estropea la relación que estabas empezando a establecer con
él.
—Supongo... —suspira—. Después de que le golpease, por un segundo pensé que
te quedarías allí y que me dejarías.
—¿En serio?
—Sí. Me alegro de que no lo hicieras, pero es lo que pensé.
Levanto la cabeza del colchón y lo beso en la mandíbula en lugar de
responder. He de admitir que, de no haberse sincerado previamente sobre su
pasado, probablemente lo habría hecho. Eso lo ha cambiado todo para mí. Ha
cambiado mi modo de verlo, y no de una manera negativa o positiva, sino de una
manera más comprensiva.
Pedro mira en mi dirección, hacia la ventana.
—Supongo que puedo llamarlo hoy.
—¿Crees que podríamos ir a su casa? De verdad que me gustaría darles los
regalos.
Me mira perplejo y dice:
—Podríamos decirles que los abran mientras hablas con ellos por teléfono.
Es prácticamente lo mismo, pero así no tenemos que ver sus sonrisas falsas
cuando descubran tus espantosos regalos.
—¡ Pedro! —protesto.
Se ríe y apoya la cabeza en mi pecho.
—Es broma, eres la mejor haciendo regalos. El llavero del equipo deportivo
equivocado fue lo más. —Se ríe.
—Vuelve a la cama —digo tocándole el pelo alborotado.
—¿Qué necesitas de la tienda? —me pregunta mientras se tumba de nuevo.
Había olvidado que había dicho eso.
—Nada.
—No, has dicho que tenías que ir a la tienda. ¿Qué quieres? ¿Tapones o
algo?
—¿Tapones?
—Sí, para... cerrar el grifo.
«¿Qué?» —No lo pillo...
—Tampones.
Me ruborizo, y estoy segura de que me pongo roja de pies a cabeza.
—Eh..., no.
—¿Nunca tienes la regla?
—Por favor, Pedro, deja de hablar de ello.
—¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza hablar de tu mens-trua-ción conmigo? —Levanta
la cara
para mirarme y veo que está sonriendo con malicia.
—No me da vergüenza. Es que no es apropiado —me defiendo tremendamente
abochornada.
Él sonríe de nuevo.
—Hemos hecho muchas cosas inapropiadas, Paula.
—No me llames Paula, ¡y deja de hablar de ello! —protesto, y me tapo la
cara con las manos.
—¿Estás sangrando ahora? —Noto cómo su mano desciende por mi vientre.
—No... —miento.
Hasta ahora he conseguido librarme de esta situación porque, como siempre
estamos dejándolo y volviendo, nunca ha coincidido. Ahora que vamos a estar
juntos de una manera más estable, sabía que esto sucedería, sólo estaba
evitándolo.
—Entonces no te importará que... —Desliza la mano por el elástico de mis
bragas.
—¡ Pedro! —chillo, y le aparto la mano de una palmada.
Se ríe.
—Pues admítelo; di: « Pedro, tengo la regla».
—No pienso decir eso.
Sé que debo de tener la cara como un tomate ahora mismo.
—Venga, mujer, sólo es un poco de sangre.
—Eres asqueroso.
—Eso puede arreglarse. —Sonríe con petulancia, claramente orgulloso de su
estúpido chiste.
—Eres repulsivo.
—Relájate, déjate llevar, aprende a fluir... —Se ríe con más ganas.
—¡Para ya! Está bien, si lo digo, ¿dejarás de hacer bromitas sobre la
menstruación?
—Sí, al menos durante un período de tiempo.
Su risa es contagiosa y es estupendo estar tumbada en la cama riendo con él
a pesar del tema de conversación.
— Pedro, tengo la regla. Me ha bajado justo antes de que llegaras a casa.
¿Contento?
—¿Por qué te da vergüenza?
—No me la da, es sólo que no creo que sea algo de lo que las mujeres deban
hablar.
—Menuda tontería, a mí no me molesta un poco de sangre. —Se pega a mi
cuerpo.
—Eres un guarro —replico arrugando la nariz.
—Me han llamado cosas peores. —Sonríe.
—Hoy estás de buen humor.
—Quizá tú también lo estarías si no estuvieras en esos días del mes.
Gruño y cojo la almohada que tengo detrás para taparme la cara con ella.
—¿Podemos hablar de otra cosa, por favor? —digo a través de la tela.
—Claro..., claro... No te hagas mala sangre —replica, y se ríe.
Me aparto la almohada de la cara y lo golpeo con ella en la cabeza antes de
levantarme de la cama. Oigo cómo sigue riendo mientras abre la cómoda, supongo
que para sacar unos pantalones. Es temprano, sólo son las siete de la mañana,
pero estoy totalmente despierta. Preparo café y echo cereales en un cuenco. Es
increíble que haya pasado ya la Navidad; dentro de unos días terminará el año.
—¿Qué sueles hacer en Nochevieja? —le pregunto a Pedro cuando se sienta a
la mesa vestido con unos pantalones blancos de algodón con cordones.
—Pues salir.
—¿Adónde?
—A alguna fiesta o a un club. O las dos cosas. El año pasado fueron las dos
cosas.
—Vaya. —Le paso el cuenco de cereales que he preparado.
—¿Qué te apetece hacer?
—No lo sé. Salir, creo —contesto.
Enarca una ceja.
—¿En serio?
—Sí... ¿A ti no?
—La verdad es que me importa una mierda lo que hagamos, pero si quieres
salir, eso es lo que haremos.
Se lleva una cucharada de frosties a la boca.
—Vale... —asiento sin saber muy bien adónde iremos. Me preparo otro cuenco
para mí—. ¿Vas a preguntarle a tu padre si podemos pasarnos hoy? —añado
sentándome a su lado.
—No lo sé...
—¿Y si les decimos que vengan ellos? —sugiero.
Pedro me mira con recelo.
—De eso, nada.
—¿Por qué no? Te sentirías más cómodo aquí, ¿no?
Cierra los ojos un momento antes de abrirlos de nuevo.
—Supongo. Luego los llamo.
Termino de desayunar rápidamente y me levanto de la mesa.
—¿Adónde vas? —pregunta.
—A limpiar, claro.
—¿A limpiar qué? La casa está impoluta.
—No, no lo está, y quiero que esté perfecta si vamos a tener invitados.
—Enjuago mi cuenco y lo meto en el lavavajillas—. Podrías ayudarme a limpiar,
¿no? Ya que siempre eres tú el que más ensucia y desordena —señalo.
—Uy, no. Tú limpias mucho mejor que yo —replica.
Pongo los ojos en blanco. No me importa limpiar, porque la verdad es que
tengo mis manías a la hora de hacerlo todo, y lo que Pedro entiende por limpiar
no es precisamente limpiar. Se limita a guardar las cosas donde quepan sin
ningún orden.
—Ah, y no olvides que tenemos que ir a la tienda a por tus tapones. —Se
ríe.
—¡Deja de llamarlos así!
Le tiro un trapo a la cara y oigo cómo se ríe con más intensidad ante mi
pudor.
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