Pau
Pedro no hace el más mínimo gesto de dolor mientras le limpio las heridas.
Sumerjo la toalla en el lavabo lleno de agua en un intento de diluir la sangre
de la tela blanca. Él me observa sentado en el váter mientras permanezco de pie
entre sus piernas. Levanta las manos una vez más.
—Tenemos que comprar algo para ponértelo en el pulgar —le digo mientras
retuerzo la toalla para escurrir el exceso de agua.
—Ya se curará —dice.
—No, mira lo profunda que es la herida —lo reprendo—. La piel en sí es ya
prácticamente tejido cicatrizal, y no paras de abrírtela una y otra vez.
No dice nada, simplemente analiza mi rostro.
—¿Qué pasa? —le pregunto.
Vacío la pila de agua rosada y espero a que me responda.
—Nada... —miente.
—Dímelo.
—No entiendo cómo puedes aguantar todas mis mierdas —dice.
—Yo tampoco. —Sonrío, y observo que tuerce el gesto—. Pero merece la pena
—añado con sinceridad.
Él sonríe a su vez, acerca mi mano a su rostro y me pasa la almohadilla del
pulgar por el hueco de su hoyuelo.
Su sonrisa se intensifica.
—Seguro que sí —dice, y se levanta—. Necesito una ducha. —Se quita la
camiseta y se inclina para abrir el grifo.
—Te espero en la habitación —le digo.
—¿Por qué? Dúchate conmigo.
—Tu madre está en la habitación de al lado —le explico en voz baja.
—¿Y qué? Sólo es una ducha. Por favor.
No puedo negarme, y lo sabe. La sonrisa de superioridad en su rostro cuando
suspiro vencida lo demuestra.
—¿Me bajas la cremallera? —le pido, y me pongo de espaldas a él.
Me levanto el pelo y empieza a desabrochármela inmediatamente.
—Me gusta ese vestido —dice cuando la tela verde se acumula en el suelo.
Se quita los pantalones y el bóxer y yo intento no mirar su cuerpo desnudo
mientras deslizo los tirantes de mi sujetador por mis brazos. Cuando estoy
totalmente desnuda, Pedro se mete en la ducha y me ofrece la mano. Recorre mi
cuerpo con la mirada y se detiene a la altura de mis muslos con el ceño
fruncido.
—¿Qué pasa? —pregunto al tiempo que trato de cubrirme con los brazos.
—Tienes sangre. —Señala algunas manchas leves.
—No pasa nada —aseguro.
Cojo la esponja de lufa y me froto la piel con ella. Entonces, Pedro me la
quita de las manos y vierte jabón en ella.
—Déjame a mí —dice.
Se arrodilla y se me ponen todos los pelos de punta al verlo ahí abajo
delante de mí. Asciende la esponja vegetal por mis muslos y traza círculos con
ella. Este chico tiene línea directa con mis hormonas. Acerca el rostro a mi
piel e intento no retorcerme cuando sus labios rozan mi cadera izquierda. Apoya
una de sus manos en la parte trasera de mi muslo para mantenerme en el sitio
mientras hace lo mismo con la derecha.
—Pásame la alcachofa —dice interrumpiendo mis lascivos pensamientos.
—¿Qué?
—Que me pases la alcachofa —repite.
Asiento, saco el grifo del soporte y se lo entrego. Mirándome con un brillo
en los ojos y con el agua goteando desde su nariz, hace girar la alcachofa en
la mano y la dirige hacia mi vientre.
—¿Qué... qué estás haciendo? —pregunto al ver que la baja un poco más.
El agua caliente golpea mi piel y observo sus actos con anticipación.
—¿Te gusta?
Asiento.
—Pues si esto te gusta, veamos qué pasa si la bajamos un poquito más...
Todas las células de mi cuerpo se debilitan y danzan bajo mi piel mientras Pedro
juega a torturarme. Doy un brinco cuando el agua me toca, y él sonríe con
petulancia.
Es una sensación mucho más agradable de lo que había imaginado. Me aferro a
su pelo y me muerdo el labio inferior para sofocar mis gemidos. Su madre está
en la habitación de al lado, pero no puedo detenerlo, me gusta demasiado.
—¿Pau...? —dice él esperando una respuesta.
—También. Déjala ahí —jadeo, y él se ríe y me acerca el agua para añadir
más presión.
Cuando siento la suave lengua de Pedro lamiéndome justo debajo del agua
casi pierdo el equilibrio. Esto es demasiado. Sus lametones y las caricias del
agua hacen que me tiemblen las rodillas.
— Pedro..., no puedo... —No sé qué estoy intentando decir, pero cuando su
lengua se acelera, le tiro del pelo con fuerza.
Me empiezan a temblar las piernas, y él suelta entonces la alcachofa y usa
las dos manos para sostenerme.
—Joder... —maldigo en voz baja, y espero que el ruido de la ducha ahogue
mis gemidos.
Noto cómo sonríe pegado a mí antes de continuar llevándome al límite.
Cierro los ojos con fuerza y dejo que el placer se apodere de mi cuerpo.
Pedro aparta la boca de mí el tiempo justo para decir:
—Vamos, nena, córrete.
Y lo hago.
Cuando abro los ojos, él sigue de rodillas, con la mano en la polla, que
está dura y ansiosa. Recuperando todavía el aliento, me pongo de rodillas,
coloco la mano alrededor de la suya y lo acaricio.
—Levántate —le ordeno en voz baja.
Baja la vista, asiente y se pone de pie. Me llevo su sexo a la boca y le
lamo la punta.
—Joder...
Inspira hondo y le doy varios lametones. Enrosco los brazos alrededor de la
parte trasera de sus piernas para mantener el equilibrio sobre el suelo mojado
de la ducha y me meto su polla hasta la garganta. Pedro hunde los dedos en mi
pelo mojado y me sostiene quieta mientras menea las caderas y me penetra la
boca.
—Podría pasarme horas follándote la boca.
Sus movimientos se aceleran un poco, y gimo. Sus sucias palabras hacen que
mis labios lo succionen con más fuerza, lo que lo obliga a maldecir de nuevo.
Este modo salvaje con el que reclama mi boca es algo nuevo. Tiene el control
absoluto, y me encanta.
—Me voy a correr en tu boca, nena.
Tira de mi pelo un poco más, y siento cómo los músculos de sus piernas se
tensan bajo mis manos y gime mi nombre varias veces mientras se vacía en mi
garganta.
Después de unos cuantos jadeos, me ayuda a levantarme y me besa en la
frente.
—Creo que ya estamos limpios. —Sonríe y se lame los labios.
—Yo diría que sí —contesto con la respiración entrecortada, y cojo el
champú.
Cuando ambos estamos definitivamente limpios y listos para salir de la
ducha, le paso las manos por los abdominales y recorro con los dedos el tatuaje
de su estómago. Mis manos reptan hacia abajo, pero Pedro me agarra de la muñeca
y me detiene.
—Sé que cuesta resistirse a mí, pero mi madre está en la habitación de al
lado. Contrólate, jovencita —bromea, y le doy una palmada en el brazo antes de
salir de la ducha y coger una toalla.
—Eso, viniendo de alguien que acaba de usarme... —Me pongo colorada y soy
incapaz de terminar la frase.
—Te ha gustado, ¿no? —Enarca una ceja y pongo los ojos en blanco.
—Tráeme la ropa del cuarto —le digo con tono autoritario.
—Sí, señora.
Se coloca la toalla alrededor de la cintura y desaparece del baño repleto
de vapor.
Paso la mano por el espejo después de envolverme el pelo con una toalla.
Esta Navidad ha sido agitada y muy estresante. Debería llamar a Landon más
tarde, pero antes quiero hablar con Pedro sobre su idea de regresar a
Inglaterra al terminar los estudios. Nunca me lo había mencionado.
—Aquí tienes.
Me pasa un montón de ropa y me deja sola en el baño mientras me visto. Me
hace gracia encontrar el conjunto de bragas y sujetador de encaje con un
pantalón de chándal y una camiseta negra limpia. Limpia, porque la que llevaba
hoy está llena de sangre.
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