Pau
—¡ Pedro! —exclama Trish.
—¿Qué? Sólo le estoy ofreciendo una bebida. Estoy siendo sociable —dice.
Observo a Ken y veo que se debate entre morder o no el anzuelo de su hijo;
no sabe si dejar que esto se convierta en una gran discusión.
—Para —le susurro a Pedro.
—No seas grosero —le dice Trish.
Por fin, Ken reacciona.
—No pasa nada —dice, y bebe un sorbo de agua.
Analizo la sala. Karen está blanca como la cal. Landon está mirando el
enorme televisor de la pared. Trish bebe vino. Ken parece desconcertado, y Pedro
lo fulmina con la mirada. Entonces muestra una sonrisa tranquilizadora.
—Ya sé que no pasa nada.
—Sé que sólo estás furioso —añade Ken—, así que, adelante, di lo que tengas
que decir.
No debería haber dicho eso. No debería haber tratado las emociones de Pedro
con respecto a esta situación tan a la ligera, como si sólo fuera la opinión de
un niño al que apenas tiene que aguantar un momento.
—¿Furioso? No estoy furioso —replica él con calma—. Molesto y divertido con
todo esto, sí, pero furioso no.
—¿Qué es lo que te divierte? —pregunta Ken.
«Ay, Ken, cierra la boca.»
—Me divierte el hecho de que estés actuando como si nada hubiera pasado,
como si no fueses una puta mierda. —Señala a Ken y a Trish—. Os estáis
comportando de una forma ridícula.
—Te estás pasando de la raya —le advierte su padre.
«Por Dios, Ken.»
—¿Ah, sí? Y ¿desde cuándo decides tú dónde está el límite? —lo desafía él.
—Desde que ésta es mi casa. Por eso puedo decidir.
Pedro se levanta inmediatamente. Lo agarro del brazo para detenerlo, pero
él se me quita de encima con facilidad. Me apresuro a dejar mi copa de vino en
la mesita auxiliar y me pongo de pie.
—¡ Pedro, para! —le ruego, y lo agarro del brazo de nuevo.
Todo iba bien. Algo incómodo, pero bien. Sin embargo, Pedro ha tenido que
soltar ese comentario tan grosero. Sé que está enfadado con su padre por los
errores que cometió, pero el día de Navidad no es el momento más apropiado para
sacar todo eso. Pedro y Ken habían empezado a reconstruir su relación, y como Pedro
no deje esto ya, las cosas se pueden poner muy feas.
Su padre se levanta con aire autoritario.
—Creía que estábamos superando esto. ¿No viniste a la boda? —pregunta como
lo haría un profesor.
Están sólo a unos centímetros de distancia, y sé que esto no va a acabar
bien.
—¿Superando qué? ¡Ni siquiera te haces responsable de nada! ¡Te limitas a
fingir que no ocurrió!
Ahora Pedro está gritando. La cabeza me da vueltas y lamento haber
extendido la invitación de Landon a Pedro y a Trish. Una vez más he causado una
discusión familiar.
—Hoy no es el día para hablar de esto, Pedro —dice Ken—. Estábamos teniendo
una jornada agradable, pero tenías que iniciar una pelea conmigo.
Pedro levanta las manos en el aire.
—Y ¿cuándo es el día? Joder, ¡este tío es increíble! —exclama.
—Cualquiera que no sea Navidad. Hacía años que no veía a tu madre, ¿de
verdad tenías que elegir este momento para sacar todo esto?
—¡Si hacía años que no la veías es porque la abandonaste! Nos dejaste sin
nada, sin dinero, sin coche..., ¡sin nada! —grita Pedro, y se acerca a la cara
de su padre.
Ken se está poniendo rojo de ira. Y entonces comienza a gritar:
—¿Sin dinero? ¡Enviaba dinero todos los meses! ¡Mucho dinero! ¡Y tu madre
no quiso aceptar el coche que le ofrecí!
—¡Embustero! —le espeta Pedro —. ¡No enviaste una mierda! ¡Por eso vivíamos
en esa casa destartalada y ella tenía que trabajar cincuenta horas a la semana!
— Pedro..., no está mintiendo —interviene Trish.
Él se vuelve hacia su madre al instante.
—¿Qué?
Esto es un desastre. Un desastre mucho más grande que el que había
imaginado.
—Enviaba dinero —explica Trish.
Deja la copa y se acerca a él.
—Y ¿dónde está ese dinero? —inquiere Pedro con tono de incredulidad.
—Pagando tus estudios.
Él señala entonces a su padre con un dedo furioso.
—¡Me dijiste que los estaba pagando él! —chilla, y se me parte el corazón
al verlo así.
—Y así es, con el dinero que guardé durante todos esos años. El dinero que
él enviaba.
—¿Qué coño dices? — Pedro se frota la frente con la mano.
Me coloco detrás de él y entrelazo los dedos con los de su mano libre.
Trish apoya una mano en el hombro de su hijo.
—No lo usé todo para tus estudios. También pagaba las facturas con él.
—¿Por qué no me lo contaste? Debería estar pagándolos él, y no con el
dinero con el que se supone que tenía que alimentarnos y mantenernos en una
casa diariamente. —Se vuelve hacia su padre—. Aun así, nos abandonaste,
¡enviases dinero o no! Te marchaste y ni siquiera fuiste capaz de llamarme para
mi puto cumpleaños.
El exceso de saliva se acumula en las comisuras de la boca de Ken y empieza
a parpadear rápidamente.
—¿Qué querías que hiciera, Pedro? —replica—. ¿Que me quedara allí? Era
alcohólico.
Un alcohólico que no valía para nada, y vosotros dos merecíais algo
mejor de lo que yo podía ofreceros.
Después de aquella noche... supe que tenía que marcharme.
Pedro se pone rígido y su respiración se vuelve irregular.
—¡No hables de aquella noche! ¡Todo pasó por tu culpa!
Pedro aparta la mano de la mía, Trish parece enfadada, Landon aterrado, y
Karen... Karen sigue llorando, y entonces me doy cuenta de que voy a tener que
ser yo quien detenga toda esta situación.
—¡Ya lo sé! Y no sabes cuánto me gustaría poder borrar eso, hijo. ¡Esa
noche me ha atormentado durante los últimos años! —responde Ken con voz ronca,
intentando no llorar.
—¿Que te atormenta? ¡Yo vi cómo pasó, hijo de puta! ¡Fui yo quien tuvo que
limpiar la maldita sangre del suelo mientras tú seguías fuera poniéndote como
una cuba! —responde Pedro formando puños con las manos.
Karen solloza y se tapa la boca antes de salir de la estancia. No se lo
reprocho. No me había dado cuenta de que yo también estaba llorando hasta que
las cálidas lágrimas golpean mi pecho. Tenía la sensación de que algo iba a
pasar hoy, pero no me esperaba esto.
Ken levanta las manos en el aire.
—¡Lo sé, Pedro! ¡Lo sé! ¡Y no puedo hacer nada para cambiarlo! ¡Ahora estoy
sobrio! ¡Hace años que no bebo! ¡No puedes seguir guardándome rencor por ello
eternamente!
Trish grita cuando Pedro carga contra su padre. Landon corre para intentar
ayudar, pero es demasiado tarde. Pedro empuja a Ken contra la vitrina de la
vajilla, la que sustituye a la que ya rompió hace meses. Ken agarra a su hijo
de la pechera e intenta retenerlo, pero éste le propina un puñetazo en la
barbilla.
Me quedo helada, como siempre, mientras Pedro golpea a su propio padre.
Ken consigue esquivar el siguiente golpe de Pedro, que acaba alcanzando la
puerta de cristal de la vitrina. Al ver la sangre, salgo de mi estupor y lo
agarro de la camiseta.
Entonces da un golpe hacia atrás con el brazo y me lanza
contra una mesa. Una copa de vino tinto se cae y mancha mi rebeca blanca.
—¡Mira lo que has hecho! —le grita Landon a Pedro, y corre a mi lado.
Trish está junto a la puerta y le lanza a su hijo una mirada asesina. Ken
observa la vitrina rota y después a mí mientras Pedro detiene su ataque contra
su padre y se vuelve en mi dirección.
—¡Pau! Pau, ¿estás bien? —pregunta.
Asiento en silencio desde el suelo mientras observo un hilo de sangre que
cae por sus brazos desde los nudillos. No estoy herida, y el hecho de que mi
chaqueta se haya manchado es algo demasiado trivial como para mencionarlo en
medio de este caos.
—Aparta —le suelta Pedro a Landon mientras ocupa su lugar a mi lado—.
¿Estás bien? Creía que eras Landon —dice, y me ayuda a levantarme con la mano
magullada que no está manchada de sangre.
—Estoy bien —repito, y me aparto de él una vez de pie.
—Nos marchamos —gruñe, y se dispone a rodearme la cintura con el brazo.
Me alejo más de él. Observo cómo Ken utiliza la manga de su camisa blanca
impoluta para limpiarse la sangre de la boca.
—Deberías quedarte aquí, Pau —me dice Landon.
—¡No me provoques, Landon! —le advierte Pedro, pero él no parece
impresionado. Debería estarlo.
— Pedro, ya basta —intervengo.
Al ver que hace ademán de hablar pero no discute, me vuelvo hacia mi amigo.
—Estaré bien —le aseguro.
Es por Pedro por quien debería preocuparse.
—Vamos —ordena él, pero conforme se dirige hacia la puerta se vuelve para
asegurarse de que voy detrás de él.
—Siento mucho... todo esto —le digo a Ken mientras sigo a su hijo.
—No es culpa tuya, sino mía —oigo que responde con voz suave a mi espalda.
Trish está callada. Pedro está callado. Y yo estoy helada. Los fríos
asientos de piel me tocan las piernas desnudas, y mi chaqueta mojada tampoco
ayuda. Subo la calefacción al máximo. Pedro me mira, pero yo me concentro en
mirar por la ventanilla. No sé si debería enfadarme con él. Ha echado a perder
la cena y ha atacado a su padre, literalmente, delante de todo el mundo.
Sin embargo, siento lástima por él. Ha sufrido mucho, y su padre es la raíz
de todos sus problemas, de las pesadillas, del miedo, de su falta de respeto
por las mujeres. Nunca tuvo a nadie que le enseñara a ser un hombre.
Cuando Pedro me coloca la mano sobre el muslo, no se la aparto. Me duele la
cabeza y no entiendo cómo las cosas se han podido ir a la mierda tan rápido.
— Pedro, tenemos que hablar de lo que acaba de pasar —dice Trish al cabo de
unos minutos.
—No —responde él.
—Sí, tenemos que hablar. Te has pasado mucho de la raya.
—¿Que yo me he pasado? ¿Cómo puedes haber olvidado todo lo que ha hecho?
—No he olvidado nada, Pedro —asegura ella—. He elegido perdonarlo; no
quiero vivir odiándolo. Pero la violencia nunca es la solución. Además, esa
clase de ira te acaba consumiendo; se apodera de tu vida si la dejas. Te
destruye si te aferras a ella. No quiero vivir así. Quiero ser feliz, Pedro, y
perdonar a tu padre hace que me resulte más fácil serlo.
Su fortaleza nunca deja de sorprenderme, y la testarudez de Pedro tampoco.
Se niega a perdonar a su padre por sus errores del pasado, aunque él no deja de
reclamar mi perdón a cada instante. Pero tampoco se perdona a sí mismo. Qué
irónico.
—Bueno, pues yo no quiero perdonarlo. Creía que podía hacerlo, pero después
de lo de hoy no puedo.
—Hoy no te ha hecho nada —lo reprende Trish—. Tú lo has provocado con lo de
la bebida sin ningún motivo.
Pedro aparta la mano de mi piel, dejando una mancha de sangre en su lugar.
—No va a irse de rositas sin más, mamá.
—No se trata de eso. Hazte esta pregunta: ¿qué ganas estando tan furioso
con él? ¿Qué consigues aparte de unas manos ensangrentadas y una vida
solitaria?
Pedro no responde. Se limita a mantener la vista al frente.
—Exacto —dice ella, y el resto del trayecto transcurre en silencio.
Cuando volvemos al apartamento, me dirijo directamente al dormitorio.
—Le debes una disculpa, Pedro —oigo que le dice Trish por detrás de mí.
Me deshago de la rebeca manchada y la dejo caer al suelo. Me quito los
zapatos y me aparto el pelo de la cara, colocándome los mechones sueltos detrás
de las orejas. Unos segundos después, Pedro abre la puerta del dormitorio; mira
la prenda manchada de rojo tirada en el suelo y después a mí.
Se coloca delante de mí y me coge de las manos con ojos suplicantes.
—Lo siento mucho, Pau. No pretendía empujarte así.
—No deberías haber hecho eso. Hoy, no.
—Lo sé... ¿Te he hecho daño? —pregunta secándose las manos heridas contra
los vaqueros negros.
—No.
Si me hubiese hecho daño físico, tendríamos problemas mucho más graves.
—Lo siento, de verdad. Estaba furioso. Creía que eras Landon...
—No me gustas cuando estás así, tan enfadado.
Mis ojos se inundan de lágrimas al recordar las manos de Pedro llenas de
cortes.
—Lo sé, nena. —Se inclina ligeramente hasta quedar a la altura de mis
ojos—. Jamás te haría daño a propósito. Lo sabes, ¿verdad?
Me acaricia la sien con el pulgar y yo asiento lentamente. Sé que jamás me
haría daño, al menos no físicamente. Siempre lo he sabido.
—¿A qué ha venido ese comentario sobre la bebida? Las cosas iban bien
—digo.
—Porque se estaba comportando como si nada hubiera pasado, como un capullo
pretencioso, y mi madre le seguía la corriente. Alguien tenía que interceder
por ella —explica con una voz suave, confundida, totalmente opuesta a como era
hace media hora cuando le gritaba a su padre.
Se me rompe el corazón de nuevo; era su forma de defender a su madre. Una
manera errónea, pero instintiva para él. Se aparta el pelo de la frente y se
mancha la piel de sangre.
—Intenta ponerte en su lugar —digo—. Va a tener que vivir siempre con ese
sentimiento de culpa, Pedro, y tú no se lo pones nada fácil. No digo que no
tengas derecho a estar enfadado, porque ésa es una reacción natural, pero
precisamente tú tendrías que estar más dispuesto a perdonar.
—Yo...
—Y esa violencia tiene que acabar. No puedes ir por ahí golpeando a la
gente cada vez que te enfadas. No está bien, y no me gusta nada.
— Lo sé. —Mantiene la vista fija en el suelo de hormigón.
Suspiro y cojo sus manos entre las mías.
—Y ahora vamos a curarte, aún te sangran los nudillos —digo.
Y lo llevo al cuarto de baño para limpiarle las heridas por enésima vez desde
que lo conozco.
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