Divina

Divina

domingo, 15 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 44


Pau

Me coge de las manos y las sostiene durante un segundo antes de rodearme con los brazos como si fuera a desaparecer si me soltara.

Mientras pronunciaba las palabras «quiero estar contigo» me he dado cuenta de lo liberador que resulta todo esto. Ya no tengo que preocuparme por el hecho de que secretos del pasado de Pedro vuelvan para atormentarnos. Ya no tengo que esperar a que nadie me suelte una bomba. Lo sé todo. Por fin sé todo lo que había estado ocultando. No puedo evitar pensar en la frase «A veces es mejor permanecer en la oscuridad que ser cegados por la luz», pero no creo que eso se aplique a mi caso en estos momentos. Me perturban las cosas que ha hecho, pero lo quiero y he elegido no dejar que su pasado nos siga afectando.

Pedro se aparta y se sienta en el borde de la cama.

—¿En qué estás pensando? ¿Tienes alguna pregunta sobre algo? Quiero ser sincero contigo.

Me coloco entre sus piernas. Él da la vuelta a mis manos y empieza a trazar pequeños patrones en las palmas mientras inspecciona mi rostro buscando pistas de cómo me siento.

—No... Me gustaría saber qué fue de Natalie..., pero no tengo ninguna pregunta.

—Ya no soy esa persona, lo sabes, ¿verdad?

Ya se lo he dicho, pero sé que necesita oírlo otra vez.

—Lo sé. Lo sé, cariño.

En cuanto pronuncio esa palabra, sus ojos se fijan en los míos.

—¿«Cariño»? —Enarca una ceja.

—No sé por qué he dicho eso... —Me ruborizo.

Nunca le había llamado nada que no fuera Pedro, así que me resulta un poco raro hacerlo ahora.

—No..., me gusta. —Sonríe.

—Echaba de menos tu sonrisa —le digo, y sus dedos dejan de moverse.

—Yo también echaba de menos la tuya —replica, y a continuación frunce el ceño—. No te hago sonreír lo suficiente.

Deseo decir algo para eliminar la expresión de duda de su rostro, pero no quiero mentirle. Es preciso que sepa cómo me siento.

—Sí..., tenemos que trabajar en eso —respondo.

Sus dedos reanudan sus movimientos y trazan pequeños corazones en la palma de mi mano.

—No sé por qué me quieres —dice.

—La razón no importa. Lo que importa es que lo hago.

—La carta era estúpida, ¿verdad?

—¡No! ¿Quieres dejar ya de odiarte tanto? —replico—. Ha sido maravillosa. La he leído tres veces seguidas. Me ha gustado mucho leer las cosas que pensabas sobre mí..., sobre nosotros.

Levanta la mirada con una expresión de suficiencia y de preocupación a la vez.

—Ya sabías que te quería.

—Sí..., pero es bonito saber esos detalles, que te acuerdes de lo que llevaba puesto. Ese tipo de cosas. Nunca dices esa clase de cosas.

—Vaya. —Parece avergonzado.

Me sigue resultando algo desconcertante el hecho de que Pedro sea el vulnerable de la relación. Ese papel siempre había sido el mío.

—No te avergüences —le digo.

Me envuelve la cintura con sus brazos y tira de mí para colocarme sobre su regazo.

—No lo hago —miente.
Le paso una de mis manos por el pelo y enrosco mi otro brazo alrededor de su hombro.

—Pues yo creo que sí —lo desafío suavemente. Él se echa a reír y entierra la cabeza en mi cuello.

—Menuda Nochebuena. Ha sido un día larguísimo —protesta, y no me queda más remedio que estar de acuerdo.

—Sí, ha sido demasiado largo. No me puedo creer que mi madre haya venido aquí. Es increíble.

—En realidad, no —dice, y yo me aparto para mirarlo.

—¿Qué?

—La verdad es que no está siendo irracional. Sí, sus maneras no son las más adecuadas, pero no la culpo por no querer que estés con alguien como yo.

Cansada de esta charla, y de que piense que mi madre tiene en cierto modo razón con respecto a él, lo miro con el ceño fruncido y me retiro de su regazo para sentarme a su lado en la cama.

—Pau, no me mires así. Sólo digo que, ahora que he pensado en todo el mal que he hecho, no la culpo por estar preocupada.

Pedro, mi madre se equivoca, y dejemos ya de hablar de ella —protesto.

El torbellino emocional del día, y de los últimos meses, me tiene agotada y malhumorada. No puedo creer que el año esté a punto de terminar.

—Vale, y ¿de qué quieres hablar? —pregunta.

—No lo sé... de algo más ligero. —Sonrío para obligarme a estar menos irritable—. Como, por ejemplo, de lo romántico que puedes llegar a ser.

—Yo no soy romántico —resopla.

—Desde luego que sí. Esa carta es un clásico —le digo de broma.
Pone los ojos en blanco.

—No era una carta, era una nota. Una nota que en un principio iba a ser de un párrafo como mucho.

—Vale. Pues una nota romántica, entonces.

—Ay, ¿te quieres callar? —gruñe de manera cómica.
Enrosco uno de sus rizos en mi dedo y me río.

—¿Es ahora cuando vas a empezar a chincharme para que diga tu nombre?

Actúa demasiado deprisa como para que me dé tiempo a reaccionar. Me agarra de la cintura y me empuja contra la cama mientras él permanece frente a mí con las manos en las caderas.

—No. Desde entonces he hallado nuevas maneras de hacer que digas mi nombre —exhala con los labios contra mi oreja.

Mi cuerpo entero se enciende con sólo unas pocas palabras de Pedro.

—¿Ah, sí? —digo con voz grave.

Pero de repente, la figura sin rostro de Natalie aparece en mi mente y hace que se me revuelva el estómago.

—Creo que deberíamos esperar a que tu madre no esté en la habitación de al lado —sugiero, en parte porque es evidente que necesito más tiempo para volver a la normalidad de nuestra relación, pero también porque ya me resultó bastante incómodo hacerlo la otra vez estando ella aquí.

—Puedo echarla ahora mismo —bromea, pero se tumba a mi lado.

—O yo podría echarte a ti.

—No pienso volver a marcharme. Ni tú tampoco. —La seguridad en su voz me hace sonreír.

Permanecemos tumbados el uno al lado del otro, ambos mirando al techo.

—Bueno, pues ya está. Se acabó el volver y dejarlo, ¿no? —pregunto.

—Sí. Se acabaron los secretos, y se acabó el huir. ¿Crees que podrás aguantar al menos una semana entera sin dejarme?
Le doy un codazo y me río.

—Y ¿tú crees que podrás aguantar al menos una semana entera sin cabrearme?

—Seguramente no —responde. Sé que está sonriendo.
Me vuelvo y, tal y como esperaba, compruebo que una enorme sonrisa cubre su rostro.

—Tendrás que quedarte a dormir conmigo en mi residencia de vez en cuando —digo—. Esto está muy lejos.

—¿En tu residencia? No vas a vivir en una residencia. Vives aquí.

—Acabamos de volver a estar juntos, ¿crees que es buena idea?

—Vas a quedarte aquí —replica—. No pienso discutir eso.

—Es evidente que estás confundido para estar hablándome así —digo. Me apoyo sobre un codo y lo miro. Sacudo la cabeza ligeramente y le regalo una leve sonrisa—. No quiero vivir en la residencia, sólo quería ver lo que decías.

—Bueno —dice incorporándose e imitando mis gestos—. Me alegro de ver que vuelves a ser tan irritante como de costumbre.

—Y yo me alegro de ver que vuelves a ser un grosero. Después de lo de la carta romántica, me preocupaba que hubieses perdido tu encanto.

—Como vuelvas a decir que soy romántico pienso tomarte aquí y ahora, me da igual que esté mi madre.

Abro unos ojos como platos y él se echa a reír como nunca antes lo había oído.

—¡Es broma! ¡Deberías verte la cara! —grita.
También me echo a reír irremediablemente.

—Siento que no deberíamos reírnos después de todo lo que ha pasado hoy —admite cuando paramos.

—Igual por eso precisamente deberíamos reírnos.
Eso es lo que hacemos siempre: pelearnos y reconciliarnos después.

—Nuestra relación es un desastre. —Sonríe.

—Sí..., un poco —admito. Hasta ahora ha sido como una montaña rusa.

—Pero ya no lo será, ¿de acuerdo? Lo prometo.

—De acuerdo. —Me inclino y le doy un beso rápido en los labios.

Pero no es suficiente. Nunca lo es. Vuelvo a pegar la boca a la suya, y esta vez la mantengo ahí. Nuestros labios se abren al mismo tiempo y desliza la lengua en mi boca. 

Mis manos se aferran a su pelo y Pedro me coloca encima de él mientras su lengua masajea la mía. Por muy desastrosa que haya sido nuestra relación, no se puede negar que nuestra pasión sigue intacta. Empiezo a menear las caderas, me pego con fuerza a él y siento cómo sonríe contra mis labios.

—Creo que ya es suficiente por ahora —dice.

Asiento, me aparto y apoyo la cabeza sobre su pecho, disfrutando de la sensación de tener sus brazos alrededor de mi espalda.

—Espero que mañana vaya bien —digo después de unos minutos de silencio.
No responde. Y, cuando levanto la cabeza, veo que tiene los ojos cerrados y los labios ligeramente separados, dormido. Debe de estar agotado. Y la verdad es que yo también lo estoy.


Me incorporo y miro la hora. Son más de las once. Le quito los vaqueros con suavidad para no despertarlo y me acurruco a su lado. Mañana es Navidad, y espero que el día transcurra mucho mejor que éste.

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