Pau
Conforme desdoblo el papel, abro unos ojos como platos de la sorpresa. Toda
la hoja está llena de garabatos negros, por delante y por detrás. Es una carta
de Pedro.
Casi tengo miedo de leerla..., pero sé que debo hacerlo.
Pau:
Puesto que no se me dan bien las palabras a la hora de relatar mi vida
interior, puede que le haya robado
algunas al señor Darcy, ese que tanto te gusta. Te escribo sin ninguna
intención de afligirte ni de humillarme a mí mismo insistiendo en unos deseos que,
para la felicidad de ambos, no pueden olvidarse tan fácilmente; el esfuerzo de
redactar y de leer esta carta podría haberse evitado si mi modo de ser no me
obligara a escribirla y a que tú la leas. Por tanto, perdóname que me tome la
libertad de solicitar tu atención; aunque ya sé que habrás de concedérmela de
mala gana, te lo pido en justicia...
Sé que te he hecho
demasiadas putadas, y que no te merezco, pero te pido..., no, te ruego que, por
favor, pases por alto las cosas que he hecho. Soy consciente de que siempre te
pido demasiado, y lo lamento. Si pudiera volver atrás y borrarlo todo, lo
haría. Sé que estás enfadada y decepcionada por mis actos, y eso me mata. En
lugar de inventarme excusas que justifiquen mi manera de ser, voy a hablarte
sobre mí, sobre la persona que no conociste. Voy a empezar por las cosas que
recuerdo. Seguro que hay más, pero juro que a partir de hoy no volveré a
ocultarte nada a propósito. Cuando tenía nueve años, robé la bici de mi vecino
y rompí la rueda, y mentí al respecto. Ese mismo año lancé una pelota de
béisbol por la ventana del salón y también mentí al respecto. Ya sabes lo de mi
madre y los soldados. Mi padre se marchó poco después, y yo me alegré cuando lo
hizo.
No tenía muchos amigos
porque era un capullo. Me metía con los chicos de mi clase a menudo.
Prácticamente todos los días. Fui un imbécil con mi madre. Ése fue el último
año que le dije que la quería. Seguí metiéndome con la gente y comportándome
como un gilipollas con todo el mundo hasta ahora, así que no puedo nombrar
todas las situaciones, pero quiero que sepas que fueron muchas. A los trece
años, unos amigos y yo entramos en una tienda y robamos un montón de cosas de
forma aleatoria. No sé por qué lo hicimos, pero cuando pillaron a uno de mis
amigos, lo amenacé para que asumiese toda la culpa, y lo hizo. Me fumé mi
primer cigarrillo a los trece. Me supo a mierda y me pasé diez minutos
tosiendo. No volví a fumar hasta que empecé con la hierba, pero ya llegaremos
ahí.
A los catorce perdí la
virginidad con la hermana mayor de mi amigo Mark. Era una puta y tenía
diecisiete años entonces. Fue una experiencia incómoda, pero aun así me gustó.
Se acostó con todos nuestros amigos, no sólo conmigo. Después de hacerlo por
primera vez, no volví a hacerlo hasta los quince años, pero después de eso ya
no paré. Me enrollaba con cualquiera en fiestas, siempre mentía acerca de mi
edad y las chicas eran fáciles. A ninguna de ellas le importaba una mierda, ni
ellas a mí tampoco. Empecé a fumar hierba ese mismo año, y lo hacía con
frecuencia. Comencé a beber más o menos al mismo tiempo, mis amigos y yo
robábamos alcohol de casa o de cualquier sitio que podíamos. Empecé a pelearme
mucho también. Recibí lo mío algunas veces, pero la mayoría ganaba yo. Siempre
estaba muy enfadado, siempre, y me hacía sentir bien herir a otros. Provocaba
peleas todo el tiempo por diversión. La peor fue con un chico llamado Tucker,
que provenía de una familia pobre. Llevaba ropa vieja y gastada y yo lo
torturaba por ello. Le hacía marcas en la camisa con un boli sólo para
demostrar cuántas veces se la ponía sin lavarla. Sí, sé que fui un capullo.
Un día lo vi caminando y
lo golpeé en el hombro sólo por joder. Él se enfadó y me llamó capullo, de modo
que le metí una buena paliza. Le rompí la nariz, y su madre ni siquiera tenía
dinero para llevarlo al médico. Después de aquello seguí haciéndole la vida
imposible. Unos meses después, su madre murió y él acabó en una casa de
acogida, de gente rica, por suerte para él. El día que yo cumplía dieciséis
años, pasó por delante de mí en un coche. Era un vehículo de último modelo.
Verlo me cabreó y quise buscarlo para romperle la nariz otra vez pero, ahora,
al pensarlo, me alegro por él.
Voy a saltarme el resto
de los dieciséis porque lo único que hice fue beber, drogarme y pelearme. Y eso
se aplica asimismo a los diecisiete. Robé algunos coches y también rompí
algunas ventanas. A los dieciocho años conocí a James. Me caía bien porque no
le importaba nada una mierda, como a mí. Bebíamos todos los días, el grupo entero.
Llegaba a casa borracho todas las noches y potaba en el suelo, y después mi
madre tenía que limpiarlo. Rompía algo nuevo casi a diario... Teníamos nuestra
pequeña panda y nadie se metía con nosotros, sabían que no les convenía.
Entonces empezaron los
juegos, los que ya te he contado, y ya sabes lo que pasó con Natalie. Eso fue
lo peor de todo, te lo juro. Sé que te disgusta que no me importara lo que le
sucediera. No sé por qué no me importó, pero así fue. Justo ahora, mientras
conducía hasta esta habitación de hotel vacía, estaba pensando en Natalie. Sigo
sin sentirme tan mal como debería, pero me he puesto a pensar en qué pasaría si
alguien te hiciera eso a ti. Casi he tenido que detener el coche para vomitar
sólo de pensar que algún día pudieras estar en su lugar. Estuvo mal, muy mal lo
que le hice. Una de las otras chicas, Melissa, también se colgó de mí, pero no pasó nada. Era
odiosa y le gustaba llamar la atención. Le dije a todo el mundo que tenía
problemas de higiene ahí abajo..., de modo que todo el mundo se metió con ella
y dejó de molestarme. Me arrestaron una vez por estar borracho en público, y mi
madre se enfadó tanto que me dejó en la comisaría toda la noche. Y cuando la
gente se enteró de lo de Natalie..., aquello ya fue la leche. Me puse hecho una
furia cuando mencionó que iba a mandarme a Estados Unidos. No quería dejar mi
vida, por muy jodida que ésta fuera, por muy jodido que estuviera yo. Pero
cuando le di una paliza a alguien delante de una multitud durante un festival,
me mandó aquí. Solicité plaza en la WCU y me admitieron, claro.
Al principio de llegar a
Estados Unidos lo odiaba. Lo odiaba todo. Estaba tan enfadado por tener que
vivir cerca de mi padre que me rebelé todavía más. Bebía y estaba de fiesta en
la casa de la fraternidad todo el tiempo. Conocí a Steph. Me enrollé con ella
en una fiesta, y ella me presentó al resto de sus amigos. Nate y yo hicimos
buenas migas. Dan y Jace eran unos capullos, Jace el peor de los dos. Ya sabes
lo de la hermana de Dan, así que me saltaré esa parte. Me tiré a unas cuantas
tías después, pero no tantas como puedas pensar. Me acosté con Molly una vez
después de que tú y yo nos besáramos, pero sólo lo hice porque no podía dejar
de pensar en ti. No podía sacarte de mi cabeza, Pau.
Imaginé que eras tú todo
el tiempo con la esperanza de que eso ayudara, pero no fue así. Sabía que no
eras tú. Tú lo habrías hecho mejor. No paraba de repetirme que si te veía una
vez más me daría cuenta de que lo que sentía no era más que una fascinación
absurda, pura lujuria. Pero cada vez que te veía quería más y más. Se me
ocurrían maneras de cabrearte sólo para oír cómo pronunciabas mi nombre. Quería
saber qué pensabas en clase cuando mirabas tu libro con el ceño fruncido.
Quería alisarte la arruga que se te formaba entre las cejas. Quería saber qué
susurrabais Landon y tú.
Quería saber hasta lo que escribías en tu puta agenda.
Casi te la quito aquel día que se te cayó y yo te la di. No lo recordarás, pero
llevabas puesta una camisa morada y aquella horrible falda gris que solías
ponerte casi todos los días.
Después de aquella vez
que tiré tus apuntes al aire en tu cuarto y te besé contra la pared, estaba
demasiado prendado como para mantenerme alejado de ti. Pensaba en ti
constantemente. Consumías todos mis pensamientos. Al principio no sabía qué
era, no sabía por qué me había obsesionado tanto contigo. La primera vez que
pasaste la noche conmigo, lo supe. Supe que te quería. Supe que haría cualquier
cosa por ti. Sé que no me creerás, después de todo lo que te he hecho sufrir,
pero es la verdad. Te lo juro.
Me pasaba el día soñando
despierto. Soñaba con la vida que podía tener contigo. Te imaginaba sentada en
el sillón con un boli entre los dientes, leyendo una novela, con los pies en mi
regazo. No sé por qué, pero no podía quitarme esa imagen de la cabeza. Me
torturaba quererte así sabiendo que tú jamás sentirías lo mismo. Amenacé a todo
aquel que intentaba sentarse en el asiento al lado del tuyo. Amenacé a Landon
para asegurarme de poder sentarme ahí, sólo para estar cerca de ti. Me repetía
mil veces que sólo hacía todas esas cosas extrañas para ganar la apuesta. Sabía
que me estaba engañando a mí mismo, pero no estaba preparado para admitir la
verdad. Hacía cosas, tonterías, que alimentaban mi obsesión por ti. Subrayaba frases
en mis novelas que me recordaban a ti.
¿Quieres oír la primera? Era: «Bajó a la
pista, evitando mirarla durante un buen rato, como si se tratara del sol; pero,
aunque no la miraba, la veía, como sucede con el sol». Supe que te amaba
mientras subrayaba a Tolstói.
Cuando te dije que te
quería delante de todos, lo decía de verdad, pero fui un gilipollas por no
admitirlo cuando me rechazaste. El día que me dijiste que me querías, fue la
primera vez que sentí que había esperanza, esperanza para mí, para nosotros. No
sé por qué seguí haciéndote daño y tratándote como lo hice. No voy a hacerte
perder el tiempo con una excusa, porque no tengo ninguna. Sólo tengo estos
malos instintos y costumbres, y estoy intentando combatirlos por ti. Lo único
que sé es que me haces feliz, Pau. Me quieres a pesar de que no deberías, y te
necesito. Siempre te he necesitado y siempre lo haré. Cuando me dejaste la
semana pasada creía que me iba a morir. Estaba muy perdido. Estaba
completamente perdido sin ti. Salí con una chica la semana pasada. No iba a
contártelo, pero no quiero arriesgarme a volver a perderte. En realidad no fue
nada. No pasó nada entre nosotros. Estuve a punto de besarla, pero me detuve.
No podía besarla, no podía besar a nadie que no fueras tú. Era aburrida y no
podía compararse contigo. Nadie puede, y nadie podrá.
Sé que seguramente ya es
muy tarde, y más ahora que sabes todo el mal que he hecho. Sólo me queda cruzar
los dedos y esperar para que me quieras del mismo modo después de leer esto. Y,
si no es así, no importa. Lo entiendo. Sé que puedes encontrar a alguien mejor
que yo. Yo no soy romántico; nunca te escribiré un poema ni te cantaré una
canción.
Ni siquiera soy
simpático.
No puedo prometerte que
no volveré a hacerte daño, pero sí puedo jurarte que te amaré hasta el día que
me muera. Soy una persona horrible y no te merezco, pero espero que me des la
oportunidad de hacer que recuperes la fe en mí. Siento todo el dolor que te he
causado, y entenderé que no puedas perdonarme.
Lo siento, no pretendía
que esta carta fuera tan larga. Supongo que la he cagado más veces de las que
imaginaba. Siempre te querré.
PEDRO
Me quedo sentada mirando el papel con la boca abierta y después lo releo
dos veces. No sé qué esperaba, pero desde luego no era esto. ¿Cómo puede decir
que no es romántico? La pulsera de charms que llevo en la muñeca y esta
preciosísima carta, aunque algo perturbadora, demuestran lo contrario. Incluso
ha utilizado el primer párrafo de la carta de Darcy a Elizabeth.
Ahora que me ha expuesto su alma, no puedo sino amarlo más todavía. Ha
hecho muchas cosas que yo jamás haría, cosas horribles que han causado daño a
mucha gente, pero a mí lo que más me importa es que ya no las hace. No siempre
ha hecho lo correcto, pero no puedo pasar por alto todos sus esfuerzos por
demostrarme que está cambiando e intentando cambiar, por demostrarme que me
quiere. Detesto admitirlo, pero me resulta poético el hecho de que nunca le
haya importado nadie más que yo.
Miro la carta un poco más hasta que oigo unos golpes en la puerta de la
habitación. Doblo la hoja y la guardo en el último cajón de la cómoda. No
quiero que Pedro trate de obligarme a tirarla o a romperla ahora que la he
leído.
—Pasa —digo, y me acerco a la puerta para recibirlo.
Abre, ya con la mirada en el suelo.
—¿Has...?
—Sí... —Alargo la mano y le levanto la barbilla para que me mire como
siempre lo hace.
Sus ojos rojos están muy abiertos y tristes.
—Lo siento, ha sido una estupidez..., sabía que no debería haber...
—empieza.
—No, no lo ha sido. No ha sido una estupidez en absoluto. —Retiro la mano
de su barbilla, pero él mantiene la mirada fija en la mía—. Pedro, es justo lo
que llevaba esperando que me dijeras desde hace mucho.
—Siento haber tardado tanto, y haberlo escrito... Me resultaba más fácil.
No se me da bien decir las cosas. —El rojo de sus ojos cautelosos es precioso
en contraste con el brillante verdor de sus iris.
—Ya lo sé.
—¿Has...? ¿Quieres que hablemos de ello? ¿Necesitas más tiempo ahora que
sabes lo horrible que soy en realidad? —Frunce el ceño y mira al suelo de
nuevo.
—No lo eres. Lo eras... Has hecho muchas cosas... malas, Pedro. —Asiente.
No soporto verlo sintiéndose tan mal consigo mismo, incluso a pesar de su
pasado—. Pero eso no significa que seas mala persona. Has hecho cosas malas,
pero ya no eres mala persona. Levanta la vista.
—¿Qué?
Cojo su cara entre las manos.
—He dicho que no eres mala persona, Pedro.
—¿De verdad lo piensas? ¿Has leído lo que he escrito?
—Sí, y el hecho de que lo hayas escrito lo demuestra.
Su rostro perfecto refleja claramente su confusión.
—¿Cómo puedes decir eso? No lo entiendo. Querías que te diera espacio, y
has leído toda esa mierda, ¿y aun así dices eso? No entiendo...
Le acaricio las mejillas con los pulgares.
—La he leído, y ahora que sé todo lo que has hecho, sigo sin cambiar de
opinión.
—Vaya... —Sus ojos se vuelven vidriosos.
Me duele pensar que vaya a llorar otra vez, y especialmente de que lo haga
delante de mí. Está claro que no entiende lo que quiero decirle.
—Ya me había decidido mientras estabas fuera. Y después de leer lo que has
escrito quiero estar contigo más que nunca. Te amo, Pedro.
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