Pau
«¿Qué diablos voy a hacer?»
Me dirijo al dormitorio y me siento en el borde de la cama. Todo esto me ha
revuelto el estómago. Sabía que Pedro no había sido una buena persona en el
pasado, y sabía que habría más cosas que no me gustaría oír, pero de todo a que
me había imaginado que podía estar refiriéndose Trish, esto no se me había
pasado por la cabeza ni por un instante.
Abusó de esa chica de una manera
espantosa y deplorable, y no tuvo ningún tipo de remordimientos; apenas si los
tiene ahora.
Intento inspirar y espirar lentamente mientras las lágrimas descienden por
mis mejillas. Para mí, la peor parte es saber su nombre. Sé que es triste, pero
si se tratara sólo de una chica anónima podría fingir de alguna manera que no
existió. Saber que se llama Natalie me genera demasiados pensamientos. ¿Qué
aspecto tiene? ¿Qué pensaba estudiar en la universidad antes de que Pedro le
arrebatase su beca? ¿Tiene hermanos o hermanas? ¿Vieron ellos el vídeo? Y, si
Trish no lo hubiera mencionado, ¿me habría enterado de esto alguna vez?
¿Cuántas veces se acostaron? ¿Le gustó a Pedro?... Claro que le gustó. Es
sexo, y es evidente que él lo practicaba con mucha frecuencia. Con otras
chicas. Con muchas otras chicas. ¿Se quedó a pasar con Natalie la noche después
de hacerlo? ¿Por qué siento celos de ella? Debería sentir lástima, no envidia
por haber tocado a Pedro. Descarto ese
pensamiento y vuelvo a centrarme en la
clase de persona que es él en realidad.
Debería haberle dicho que se quedara para hablar de todo esto; siempre me
marcho o, en este caso, hago que se marche él. El problema es que su presencia
elimina todo el autocontrol que debería tener.
Me gustaría saber qué le sucedió a Natalie después de que Pedro le
arruinase la vida; saber si ahora es feliz y lleva una buena vida. Así me
sentiría algo mejor. Ojalá tuviera una amiga con la que hablar de todo esto,
alguien que supiera aconsejarme. Pero aunque la tuviera, jamás divulgaría la
indiscreción de Pedro. No quiero que nadie sepa lo que les ha hecho a esas
chicas. Sé que es absurdo que intente protegerlo cuando no se lo merece, pero
no puedo evitarlo. No quiero que nadie piense mal de él, y sobre todo no quiero
que él tenga un concepto peor de sí mismo del que ya tiene.
Me recuesto sobre las almohadas y me quedo mirando el techo. Acababa de
superar..., bueno, estaba superando el hecho de que me hubiera utilizado para
ganar una apuesta. Y ¿ahora me entero de todo esto? Natalie, y cuatro chicas
más, ya que ha dicho que lo de ella fue en la quinta semana. Y luego la hermana
de Dan. Es una especie de ciclo, así es como actúa. ¿Será capaz de dejar de
hacerlo?
¿Qué me habría pasado si no se hubiera enamorado de mí?
Sé que me quiere, que me quiere de verdad. Lo sé.
Y yo lo amo a pesar de todos los errores que comete y que ha cometido en el
pasado. He visto cambios en él, incluso durante la última semana. Nunca había
expresado lo que siente por mí como lo ha hecho hoy. Ojalá esa bonita
declaración no hubiera venido acompañada de esa espantosa revelación.
Dijo que yo era su única oportunidad de ser feliz, que soy la única
oportunidad que tiene de no pasarse la vida solo. Qué afirmación tan enorme,
tan veraz. Nadie lo amará nunca como yo lo hago. No porque no sea merecedor de
ello, sino porque nadie lo conocerá jamás como lo conozco yo. O lo conocía. ¿Lo
conozco todavía? No estoy segura, pero quiero creer que sí, que conozco a su
verdadero ser. La persona que es ahora no es la misma que era hace sólo unos
meses.
A pesar del dolor que me ha causado, también ha hecho mucho para
demostrarme que me quería. Se ha esforzado muchísimo para ser la persona que
necesito que sea. Puede cambiar, lo he visto hacerlo. En el fondo pienso que ya
es hora de que acepte mi parte de culpa en este caso, no por lo que le hizo a
Natalie, sino por ser tan dura con él cuando sé que cambiar requiere tiempo y
que nadie puede borrar su pasado. Lo que hizo estuvo mal, tremendamente mal,
pero a veces olvido que es un hombre solitario y enfadado que hasta ahora no
había amado a nadie. Quiere a su madre, a su manera, que no es la típica manera
en que la gente suele querer a sus padres.
Al mismo tiempo, sin embargo, estoy harta. Harta de este ciclo con Pedro.
El principio de nuestra relación fue un constante toma y daca. Se mostraba
cruel, después agradable, después cruel otra vez. Ahora el ciclo ha
evolucionado en cierto modo, pero es peor. Mucho peor. Lo dejo, después
volvemos, y luego vuelvo a dejarlo. No puedo seguir haciendo esto, no podemos
seguir así. Como me esté ocultando algo más, me destrozará.
Apenas puedo
mantenerme en pie ahora. No soportaré más secretos, más desengaños, más
rupturas. Antes siempre lo tenía todo planeado. Calculaba y sobreanalizaba cada
detalle de mi vida, hasta que Pedro apareció. Ha puesto mi existencia patas
arriba, en muchas ocasiones de un modo negativo. Pero aun así me ha hecho más
feliz de lo que nunca lo había sido.
Necesitamos estar juntos e intentar superar todas las cosas horribles que
ha hecho, o tengo que cortar definitivamente. Si lo dejo, tendré que marcharme
de aquí e irme muy lejos. Necesito dejar atrás todo lo que me recuerde mi vida
con él o jamás podré pasar página.
Y de repente me doy cuenta de que las lágrimas han cesado, indicándome que
ya tengo mi veredicto. El dolor que siento al considerar dejarlo es mucho peor
que el que él me ha causado.
No puedo dejarlo, ahora ya lo sé.
Soy consciente de lo patético que resulta, pero no puedo vivir sin él.
Nadie me hará sentir jamás como él me hace sentir. Nadie será nunca como él. Él
es mi otra mitad, del mismo modo en que yo lo soy para él. No debería haber
permitido que se marchara. Necesitaba tiempo para pensar y debería tomarme un
poco más, pero ya estoy deseando que vuelva. «¿Es siempre así el amor? ¿Es
siempre tan apasionado y tan tremendamente doloroso?» No tengo ninguna
experiencia con la que comparar.
Al oír la puerta de casa, me levanto de la cama y corro al salón, pero me
llevo una gran decepción al encontrarme con Trish en vez de con Pedro.
Cuelga las llaves de su hijo en el portallaves y se quita los zapatos
cubiertos de nieve. No sé qué decirle después de que me recomendara que me
marchase con mi madre.
—¿Dónde está Pedro? —pregunta mientras se dirige a la cocina.
—Se ha marchado. Esta noche no volverá —le explico. Se vuelve hacia mí.
—Vaya.
—Si lo llamas te dirá dónde está, si no quieres pasar la noche aquí...
conmigo.
—Pau —dice, y es evidente que está buscando las palabras adecuadas, pero la
compasión se refleja claramente en su rostro—. Lamento lo que dije. No quiero
que pienses que tengo nada en contra de ti, porque no es así. Sólo quería
protegerte de lo que Pedro puede llegar a hacerte. No quiero que...
—¿Que acabe como Natalie?
Veo en su rostro que el recuerdo le hace daño.
—¿Te lo ha contado?
—Sí.
—¿Todo? —Detecto la duda en su voz.
—Sí, lo del vídeo, las fotos, la beca. Todo.
—Y ¿sigues aquí?
—Le dije que necesitaba tiempo y espacio para pensar, pero sí. No pienso
irme a ninguna parte.
Asiente, y ambas nos sentamos a la mesa, una enfrente de la otra. Al ver
que me mira con los ojos abiertos como platos, sé lo que está pensando, de modo
que le digo:
—Sé que ha hecho cosas horribles, cosas deplorables, no obstante lo creo
cuando dice que ha cambiado. Él ya no es esa persona.
Trish coloca una mano sobre la otra.
—Pau, es mi hijo, y lo quiero, pero tienes que pensar bien todo esto. A ti
te hizo lo mismo que había hecho antes. Sé que te quiere, ahora lo sé, aunque
me temo que el daño ya está hecho.
Asiento, y aprecio su sinceridad, pero le digo:
—No es cierto. Bueno, el daño sin duda está hecho, pero no es irreversible.
Y me corresponde a mí averiguar cómo sobrellevar lo de su pasado. Si se lo
recrimino, ¿cómo va a avanzar y dejarlo atrás? ¿Acaso ya no merece que nunca
nadie lo ame por sus errores? Sé que seguramente pensarás que soy una ingenua y
una estúpida por perdonarlo, pero quiero a tu hijo y yo tampoco puedo vivir sin
él.
Trish chasquea suavemente la lengua y niega con la cabeza.
—Pau, no creo que seas ninguna de esas cosas. En todo caso, que seas
capaz de perdonarlo denota madurez y compasión. Mi hijo se odia a sí mismo,
siempre lo ha hecho, y creía que siempre lo haría, hasta que apareciste tú. No
sé qué hice mal con Pedro. Intenté ser la mejor madre que pude, pero todo era
tan difícil cuando se marchó su padre... Tenía que trabajar mucho, y no le
presté la atención que debería haberle prestado. De haberlo hecho, tal vez
ahora respetaría más a las mujeres.
Sé que, si no hubiese llorado ya todo lo que tenía que llorar hoy, ahora
mismo estaría haciéndolo otra vez. Se siente tan culpable que me dan ganas de
consolarla.
— Pedro no es así por tu culpa —digo—. Creo que tiene mucha relación con los
sentimientos hacia su padre y con la clase de amistades que tiene, y estoy
trabajando en ambas cosas. Por favor, no te culpes. Nada de esto es culpa tuya.
Trish alarga los brazos y le ofrezco mis manos. Me las coge, y dice:
—Eres la persona con el corazón más grande que he conocido en mis treinta y
cinco años de vida. Enarco una ceja.
—¿Treinta y cinco?
—Oye, déjalo estar. Los aparento, ¿no? —Sonríe.
—Claro —respondo, y me río.
Hace veinticinco minutos estaba llorando y al borde de un ataque de
nervios, y ahora me estoy riendo con Trish. En el momento en que decidí dejar
que el pasado de Pedro siguiese ahí, en el pasado, sentí cómo la tensión
abandonaba mi cuerpo.
—Debería llamarlo y comunicarle mi decisión —digo.
Trish ladea la cabeza y sonríe con malicia.
—Yo creo que no le vendrá mal un poco más de tiempo de sufrimiento.
No me atrae la idea de seguir torturándolo, pero lo cierto es que necesita
pensar en todo lo que ha hecho.
—Supongo que no...
—Creo que necesita saber que las malas decisiones tienen consecuencias. —Y
después, con una mirada pícara, añade—: ¿Qué te parece si preparo la cena y
después lo sacas de la incertidumbre?
Me alegro de contar con su sentido del humor y sus consejos para sacarme de
mi triste confusión con respecto al pasado de Pedro. Estoy dispuesta a dejar
esto atrás, o al menos a intentarlo, pero es verdad que necesita saber que
estas cosas no están bien, y yo necesito saber si hay algún otro demonio de su
pasado esperando para arrollarme.
—¿Qué te apetece?
—Cualquier cosa. ¿Te ayudo? —me ofrezco, pero ella niega con la cabeza.
—Tú relájate. Has tenido un día largo, con todo el tema de Pedro... y lo de
tu madre. Pongo los ojos en blanco.
—Sí..., es una mujer complicada.
Sonríe y abre la nevera.
—¿«Complicada»? Yo habría usado otra palabra, pero se trata de tu madre...
—Es una z... —replico evitando decir la palabra completa delante de Trish.
—Sí, es una zorra. Yo lo diré por ti. —Se ríe, y yo la acompaño.
Trish cocina tacos de pollo para cenar, y mientras tanto charlamos un poco
sobre la Navidad, el tiempo, y cualquier cosa menos lo que realmente tengo en
la cabeza: Pedro.
La verdad es que creo que me está matando literalmente el hecho de no
llamarlo para decirle que vuelva a casa ahora mismo.
—¿Crees que ya ha sufrido bastante? —digo sin admitir que he estado
contando los minutos.
—No, pero no es decisión mía —responde su madre.
—Tengo que hacerlo.
Salgo de la cocina para llamarlo. Cuando contesta, la sorpresa en su voz es
evidente.
—¿Pau?
— Pedro, aún tenemos mucho de que hablar,
pero me gustaría que volvieses a casa para poder hacerlo.
—¿Ya? Sí..., sí, ¡por
supuesto! —dice apresuradamente—. Ahora mismo
salgo.
—Vale... —digo, y cuelgo.
No tengo mucho tiempo de repasarlo todo en mi cabeza antes de que llegue.
Necesito ser firme y asegurarme de que entiende que lo que hizo está mal, pero
que lo quiero de todos modos.
Me paseo de un lado a otro por el frío suelo de hormigón, esperando.
Después de lo que me parece una hora, oigo la puerta de entrada y las fuertes
pisadas de sus botas avanzando por el pequeño pasillo. Cuando la puerta del
dormitorio se abre, se me parte el corazón por enésima vez.
Tiene los ojos hinchados e inyectados en sangre. No dice nada. En lugar de
hacerlo, se acerca y me deja un objeto pequeño en la mano. «¿Un papel?»
Lo miro mientras me cierra el puño alrededor del papel doblado.
—Léelo antes de tomar una decisión —dice con voz suave.
Después me da un beso en la sien y se dirige al salón.
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