Pedro
Apoyo la cabeza en la puerta un momento y, cuando me vuelvo, me encuentro a
mi madre de pie en el salón, mirándome con una taza de café en las manos y los
ojos muy rojos.
—¿Dónde estabas? —digo.
—En el cuarto de baño —responde con voz entrecortada.
—¿Cómo has podido decirle a Pau que se vaya y que me deje? —pregunto.
Sabía que estaría decepcionada conmigo, pero eso ha sido demasiado.
—Porque, Pedro —suspira y levanta las manos como si fuera obvio—, no eres
bueno para ella, y lo sabes. No quiero que acabe como Natalie o las demás
—añade negando con la cabeza.
—¿Sabes qué sucederá si me deja, mamá? Creo que no lo entiendes... No puedo
vivir sin ella. Sé que no soy bueno para ella, y me arrepiento de lo que hice
cada vez que la miro, pero puedo llegar a serlo. Sé que puedo.
Llego al centro del salón y empiezo a pasearme de un lado a otro.
— Pedro..., ¿estás seguro de que no estás jugando otra vez?
—No, mamá... —Agacho la cabeza e intento mantener la calma—. Esto no es un
juego para mí, esta vez no. La amo. La amo de verdad. —Miro a mi madre, buena y
amable, a esa mujer que tanto ha tenido que soportar, y añado—: La amo tanto
que no tengo palabras para describirlo, porque ni siquiera yo lo entiendo.
Jamás pensé que podría sentirme de esta forma. Lo único que sé es que ella es
mi única oportunidad para ser feliz.
Si me deja, jamás me recuperaré. No lo
haré, mamá. Ella es la única oportunidad que tengo de no pasarme solo el resto
de mi vida. No sé qué coño he hecho para merecerla, nada que yo sepa, pero me
quiere. ¿Sabes lo que se siente cuando alguien te quiere a pesar de que tú te
comportes como un mierda? Es demasiado buena para mí, y me ama. Y no tengo ni
puta idea de por qué.
Mi madre se seca los ojos con el dorso de la mano y me obliga a detenerme
un instante. Me resulta difícil continuar, pero digo:
—Siempre está ahí para mí, mamá. Siempre me perdona, aunque no debería.
Siempre
tiene las palabras adecuadas. Me tranquiliza, pero me desafía, hace que
quiera ser un hombre mejor. Sé que soy un mierda, lo sé. La he cagado mucho,
pero Pau no puede dejarme. Ya no quiero estar solo, y jamás volveré a amar a
nadie; ella es mi otra mitad. Lo sé. Es mi pecado definitivo, mamá, y me condenaré
felizmente por ella.
Termino mi discurso casi sin aliento. Mi madre, con las mejillas húmedas,
mira detrás de mí.
Me vuelvo y veo a Pau con las manos en las caderas, los ojos abiertos como
platos y las mejillas tan húmedas como las suyas.
Mi madre se suena la nariz y dice con voz suave:
—Voy a salir un rato... Os daré un poco de intimidad. —Se dirige a la
puerta, coge sus zapatos y su abrigo y sale de casa.
Me siento mal de que no haya muchos sitios adonde pueda ir en Nochebuena, y
además está nevando, pero ahora mismo necesito estar a solas con Pau. En cuanto
mi madre sale por la puerta, cruzo la habitación para llegar hasta ella.
—Eso que... acabas de decir... ¿iba en serio? —pregunta entre lágrimas.
—Sabes que sí —contesto.
Las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba y recorre el pequeño
espacio que nos separa para colocar una mano sobre mi pecho.
—Necesito saber qué hiciste.
—Lo sé..., pero prométeme que intentarás entenderlo...
—Cuéntamelo, Pedro.
—... y que sabes que no me siento orgulloso de nada de esto.
Pau asiente. Inspiro hondo mientras ella nos guía hacia el sofá. Ni
siquiera sé por dónde coño empezar.
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