Pedro
No paraba de pensar en que más le valía a su madre no volver a darle una
bofetada. No se me había pasado por la cabeza que Pau fuera a ponerse a la
defensiva de esta manera.
Tiene la cara roja de furia y sus lágrimas me empapan la mano.
¿Por qué su madre tiene que fastidiarlo todo siempre? A pesar de lo mucho
que la detesto, no la culpo por estar enfadada. Le hice daño a Pau, pero no
creo que le arruinara la vida.
¿O sí?
Miro a mi madre en busca de ayuda. No sé qué hacer. Su mirada me indica que
me odia. No quería que supiera lo que le hice a Pau. Sabía que eso la
destrozaría, especialmente después de lo que pasó.
Pero ya no soy la persona que era entonces. Esto es totalmente diferente.
Amo a Pau.
Entre todo el caos que causé, encontré el amor.
Ella grita en mi mano e intenta librarse de mí, pero no es lo bastante
fuerte. Sé que si no la retengo su madre le dará otra bofetada y tendré que
intervenir, o Pau dirá algo de lo que se arrepentirá toda la vida.
—Creo que será mejor que se marche —le digo a su madre.
Pau se revuelve entre mis brazos y no para de darme patadas en la
espinilla. Detesto verla enfadada, especialmente así de enfadada, aunque mi
lado egoísta se alegra de que esta vez su ira no vaya dirigida contra mí.
«Sin embargo, pronto será así...»
Sé que su madre tiene razón con respecto a mí: no soy nada bueno para ella.
No soy el hombre que Pau cree que soy, pero la quiero demasiado como para
permitir que me deje de nuevo. Acabo de recuperarla y no pienso volver a
perderla. Sólo espero que me escuche, que escuche toda la historia. Aunque
tampoco creo que cambie nada. Sé lo que va a pasar, y sé que no se quedará
conmigo cuando lo sepa todo. «Joder, ¿por qué ha tenido que decir nada mi
madre?»
Guío a Pau hacia el dormitorio. De camino, ella se retuerce con tanta
fuerza que ambos nos volvemos y nos encontramos frente a su madre de nuevo. Con
una última mirada de odio, hace ademán de abalanzarse sobre ella, pero la
retengo con fuerza.
Tiro de ella hacia nuestra habitación, la suelto, me apresuro a cerrar la
puerta y corro el pestillo. Pau dirige entonces su mirada letal hacia mí.
—¡¿Por qué has hecho eso?! Tú...
—Porque estabas diciendo cosas de las que te vas a arrepentir, y lo sabes.
—¡¿Por qué lo has hecho?! —chilla—. ¿Por qué me has detenido? ¡Tengo tanta
mierda que soltarle a esa zorra que ni siquiera... no sé por...! —Me empuja el
pecho con las manos.
—Eh..., eh..., cálmate —protesto, intentando no recordar que está
proyectando la ira que siente hacia su madre en mí. Sé que lo está haciendo.
Cojo su rostro entre las manos y acaricio sus pómulos con los pulgares,
asegurándome de que me mira a los ojos mientras su respiración se relaja.
—Cálmate, nena —repito.
El furibundo rubor desaparece de sus mejillas y asiente lentamente.
—Voy a asegurarme de que se marcha, ¿de acuerdo? —digo en voz tan baja que
casi parece un susurro.
Asiente de nuevo y se aleja para sentarse en la cama.
—Date prisa —me pide mientras salgo del cuarto.
En el salón me encuentro a la madre de Pau sola, paseándose. Se vuelve
hacia mí rápidamente, como un gato montés al detectar una presa.
—¿Dónde está? —pregunta.
—No va a salir. Márchese y no vuelva. Lo digo en serio —replico con los dientes
apretados. Enarca una ceja.
—¿Me estás amenazando?
—Tómeselo como quiera, pero manténgase alejada de ella.
Esa mujer de manicura perfecta, tan contenida y remilgada, me lanza una
mirada severa y asesina que sólo he visto en la gente que conforma el grupo de
Jace.
—Todo esto es culpa tuya —dice tranquilamente—. Le has lavado el cerebro;
ya no es capaz de pensar por sí misma. Sé lo que estás haciendo. He estado con
hombres como tú. Supe que nos traerías problemas desde el primer día que te vi.
Debería haber insistido en que Pau se cambiara de habitación para evitar todo
esto. Ningún hombre va a querer estar con ella después de esto..., después de
ti. Mírate. —Agita la mano en el aire y se vuelve hacia la puerta.
La sigo hasta el descansillo.
—De eso se trata, ¿no? De que nadie la quiera, nadie más que yo. Jamás
estará con nadie que no sea yo —alardeo—. Siempre me elegirá a mí antes que a
usted, antes que a nadie.
Da media vuelta y camina de nuevo en mi dirección.
—Eres el demonio, y no pienso desaparecer sin más —espeta—. Es mi hija, y
es demasiado buena para ti.
Asiento rápidamente varias veces y después la miro de manera inexpresiva.
—Me aseguraré de recordarlo cuando me acueste con ella esta noche.
En cuanto las palabras salen de mi boca, sofoca un grito y levanta la mano
para golpearme. La agarro de la muñeca y se la bajo suavemente. Jamás le haría
daño, ni a ella ni a ninguna otra mujer, pero tampoco voy a permitir que me lo
haga ella a mí.
Le ofrezco mi mejor sonrisa, doy media vuelta para regresar a mi
apartamento y le cierro la puerta en las narices.
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