Divina

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sábado, 14 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 38


Pau

No ayuda. No ayuda en absoluto, pero mi madre prácticamente me brama al oído:

—¿La última vez? ¿Lo ves, Paula? Ésa es precisamente la razón por la que tienes que alejarte de él. Ya ha hecho esto antes. ¡Lo sabía! ¡El príncipe azul ataca de nuevo!
Miro a Pedro y dejo caer los brazos a los costados. «Otra vez, no.» No creo que pueda aguantar más golpes. Suyos, no.

—Esto no es así, mamá —interviene él finalmente.

Trish lo mira boquiabierta y se seca los ojos, aunque las lágrimas siguen brotando de ellos.

—Pues te aseguro que es lo que parece, Pedro. No me lo puedo creer. Te quiero, hijo, pero en esta ocasión no puedo ayudarte. Esto está mal. Muy mal.

Siempre soy incapaz de expresar mi opinión en situaciones como ésta. Quiero hablar, tengo que hacerlo, pero una lista interminable de posibles cosas espantosas a las que Trish podría estar refiriéndose con lo de «la última vez» invade mi mente y me roba la voz.

—¡He dicho que no es así! —grita Pedro levantando los brazos.

Trish se vuelve y me mira con dureza.

—Pau, deberías irte con tu madre —dice, y se me forma un nudo en la garganta.

—¿Qué? —inquiere Pedro.

—Tú no le haces ningún bien. Te quiero más que a mi vida, pero no puedo dejar que hagas esto otra vez. Se suponía que venir a Estados Unidos iba a ayudarte...

—Paula —interviene mi madre—. Creo que ya he oído suficiente. —Me agarra del brazo—.Vámonos.

Pedro se acerca y ella da un paso atrás y me coge con más fuerza.

—Suéltela ahora mismo —dice con los dientes apretados.

Las uñas de color ciruela de mi madre se clavan en mi piel mientras intento procesar lo acontecido en los últimos dos minutos. No esperaba que ella irrumpiera en el apartamento, y desde luego no esperaba que Trish dejara caer insinuaciones sobre otro de los muchos secretos de Pedro.

«¿Ha hecho esto antes? ¿A quién? ¿La amaba? Y ¿ella lo amaba a él?» Me dijo que nunca había estado con una chica virgen, y que nunca había querido a nadie. «¿Me mintió?» Su expresión de enfado me impide leerlo en su rostro.

—Tú ya no tienes nada que decir en lo que a ella se refiere —le espeta mi madre.

Sin embargo, sorprendiendo a todos los presentes, incluso a mí misma, libero mi brazo lentamente... y me coloco detrás de Pedro. Él se queda boquiabierto, como si no estuviera muy seguro de qué estoy haciendo. Trish y mi madre muestran la misma expresión de horror.

—¡Paula! No seas estúpida. ¡Ven aquí! —me ordena mi madre.

En respuesta, envuelvo con los dedos el antebrazo de Pedro y me quedo escondida detrás de él. No sé por qué, pero lo hago. Debería irme con mi madre u obligar a Pedro a decirme de qué narices está hablando Trish. Pero lo cierto es que sólo quiero que mi madre se marche. Necesito unos minutos, unas horas..., un tiempo indefinido, para comprender qué está sucediendo. Acababa de perdonarlo. Acababa de decidir olvidarlo todo y seguir con él. ¿Por qué tiene que haber siempre algún secreto oculto que sale a la luz en el peor momento posible?

—Paula. —Mi madre da otro paso hacia mí y Pedro echa el brazo atrás para protegerme de ella.

—No se acerque —le advierte.
Trish se aproxima a su vez.

Pedro, es su hija —interviene—. No tienes ningún derecho a entrometerte entre ellas.

—¿Que no tengo derecho? ¡Ella no tiene ningún derecho a irrumpir en nuestro apartamento y en nuestro dormitorio sin que nadie la haya invitado! —grita, y yo me aferro con más fuerza a su brazo.

—Ése no es su dormitorio, y éste no es su apartamento —replica mi madre.

—¡Sí que lo es! ¿No ve detrás de quién está? Me está utilizando como escudo para que la proteja de usted —subraya Pedro mientras la señala con el dedo.

—Se está comportando de manera insensata y no sabe lo que le conviene...
Entonces, hallando por fin parte de mi voz, la interrumpo:

—¡Deja de hablar como si yo no estuviera presente! Estoy aquí, y soy una persona adulta, mamá. Si quiero quedarme, lo haré —anuncio.
Con ojos compasivos, Trish intenta convencerme:

—Pau, cielo, creo que deberías escuchar a tu madre.

Su sutil manera de echarme se me clava en el pecho como un puñal de traición, pero no sé qué es lo que sabe acerca de su hijo.

—¡Gracias! —exclama mi madre aliviada—. Por fin alguien razonable en esta familia.
Trish le lanza una mirada de advertencia.

—Señora, no me gusta el modo en que trata a su hija, así que no piense que estamos en el mismo equipo, porque no es así.
Mi madre se encoge de hombros ligeramente.

—Lo mismo da, el caso es que las dos estamos de acuerdo en que tienes que marcharte de aquí, Pau. Tienes que salir de este apartamento para no volver jamás. Pediremos el traslado a otra facultad si es necesario.

—Puede tomar sus propias... —empieza Pedro.

—Te ha envenenado la mente, Paula. Mira las cosas que te ha hecho. ¿Crees que lo conoces? — inquiere mi madre.

—Lo conozco —replico con los dientes apretados.

Mi madre centra la atención en Pedro. Viendo cómo su pecho asciende y desciende al ritmo de su respiración agitada, sus mejillas rojas de ira y sus manos formando puños con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos, no sé cómo mi madre no tiene miedo de él. Debería sentirse intimidada y, sin embargo, le dice sin inmutarse:

—Si de verdad te importa lo más mínimo, pídele que se marche. Hasta ahora sólo le has hecho daño. No es la misma chica que dejé en la universidad hace tres meses, y todo por tu culpa. Tú no la viste llorar durante días después de lo que le hiciste. Probablemente estabas de fiesta con otra chica mientras ella lloraba hasta quedarse dormida. La has destrozado. ¿Cómo puedes dormir por las noches? Sabes que acabarás haciéndole daño otra vez antes o después, de modo que, si te queda algo de decencia, dile... dile que venga conmigo.

Un silencio gélido invade la habitación.

Trish está sumida en sus pensamientos, con la mirada perdida en la pared, como si estuviera recordando las acciones pasadas de su hijo. Mi madre observa con furia a Pedro, esperando su respuesta. La respiración de él es tan agitada que temo que estalle en cualquier momento. Y yo... yo estoy intentando decidir qué voluntad ganará mi lucha interior: la de mi corazón o la de mi cabeza.

—No voy a ir contigo —digo por fin.

En respuesta a mi decisión, mi decisión adulta, una decisión que sé que acarreará consecuencias que tendré que asumir y que hará que tenga que soportar grandes dificultades mientras trato de averiguar si puedo estar con el hombre que amo o no, mi madre... pone los ojos en blanco.
Y entonces pierdo los papeles.

—No eres bienvenida aquí. ¡No vuelvas nunca! —le grito con toda la crudeza de que soy capaz—. ¿Quién te crees que eres para irrumpir aquí y hablarle de ese modo? —Me coloco delante de Pedro y me enfrento a ella cara a cara—. ¡No quiero tener ninguna relación contigo! ¡Nadie quiere! Por eso sigues sola después de todos estos años. ¡Eres cruel y prepotente! ¡Nunca serás feliz! —Tomo aliento y trago saliva al notar lo seca que tengo la garganta.

Mi madre me mira con una gran seguridad en sí misma y no poco desdén.

—Estoy sola porque así lo he decidido —espeta—. No necesito estar con nadie. Yo no soy como tú.

—¿Como yo? ¡Yo no necesito estar con nadie! Tú prácticamente me obligaste a estar con Noah. ¡Nunca creí poder tener elección en nada! Siempre me has controlado, pero eso se acabó. ¡Estoy harta! —Las lágrimas empiezan a descender por mis mejillas.
Mi madre frunce los labios como si estuviera considerando algo en serio, pero su voz está cargada de sarcasmo cuando dice:

—Está claro que tienes problemas de codependencia. ¿Esto es por culpa de tu padre?
Con los ojos doloridos y, sin duda, inyectados en sangre y cargados con todo el daño que quiero infligirle, la miro. Empiezo a hablar despacio, y siento cómo poco a poco me voy acelerando frenéticamente:

—Te odio. Te odio con toda mi alma. Se marchó por tu culpa. ¡Porque no te soportaba! Y no lo culpo. De hecho, ojalá se me hubiese llevado con...

Y, en ese momento, la mano de Pedro me cubre la boca y sus fuertes brazos me estrechan contra su pecho.

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