Pau
No ayuda. No ayuda en absoluto, pero mi madre prácticamente me brama al
oído:
—¿La última vez? ¿Lo ves, Paula? Ésa es precisamente la razón por la que
tienes que alejarte de él. Ya ha hecho esto antes. ¡Lo sabía! ¡El príncipe azul
ataca de nuevo!
Miro a Pedro y dejo caer los brazos a los costados. «Otra vez, no.» No creo
que pueda aguantar más golpes. Suyos, no.
—Esto no es así, mamá —interviene él finalmente.
Trish lo mira boquiabierta y se seca los ojos, aunque las lágrimas siguen
brotando de ellos.
—Pues te aseguro que es lo que parece, Pedro. No me lo puedo creer. Te
quiero, hijo, pero en esta ocasión no puedo ayudarte. Esto está mal. Muy mal.
Siempre soy incapaz de expresar mi opinión en situaciones como ésta. Quiero
hablar, tengo que hacerlo, pero una lista interminable de posibles cosas
espantosas a las que Trish podría estar refiriéndose con lo de «la última vez»
invade mi mente y me roba la voz.
—¡He dicho que no es así! —grita Pedro levantando los brazos.
Trish se vuelve y me mira con dureza.
—Pau, deberías irte con tu madre —dice, y se me forma un nudo en la
garganta.
—¿Qué? —inquiere Pedro.
—Tú no le haces ningún bien. Te quiero más que a mi vida, pero no puedo
dejar que hagas esto otra vez. Se suponía que venir a Estados Unidos iba a
ayudarte...
—Paula —interviene mi madre—. Creo que ya he oído suficiente. —Me agarra
del brazo—.Vámonos.
Pedro se acerca y ella da un paso atrás y me coge con más fuerza.
—Suéltela ahora mismo —dice con los dientes apretados.
Las uñas de color ciruela de mi madre se clavan en mi piel mientras intento
procesar lo acontecido en los últimos dos minutos. No esperaba que ella
irrumpiera en el apartamento, y desde luego no esperaba que Trish dejara caer
insinuaciones sobre otro de los muchos secretos de Pedro.
«¿Ha hecho esto antes? ¿A quién? ¿La amaba? Y ¿ella lo amaba a él?» Me dijo
que nunca había estado con una chica virgen, y que nunca había querido a nadie.
«¿Me mintió?» Su expresión de enfado me impide leerlo en su rostro.
—Tú ya no tienes nada que decir en lo que a ella se refiere —le espeta mi
madre.
Sin embargo, sorprendiendo a todos los presentes, incluso a mí misma,
libero mi brazo lentamente... y me coloco detrás de Pedro. Él se queda
boquiabierto, como si no estuviera muy seguro de qué estoy haciendo. Trish y mi
madre muestran la misma expresión de horror.
—¡Paula! No seas estúpida. ¡Ven aquí! —me ordena mi madre.
En respuesta, envuelvo con los dedos el antebrazo de Pedro y me quedo
escondida detrás de él. No sé por qué, pero lo hago. Debería irme con mi madre
u obligar a Pedro a decirme de qué narices está hablando Trish. Pero lo cierto
es que sólo quiero que mi madre se marche. Necesito unos minutos, unas
horas..., un tiempo indefinido, para comprender qué está sucediendo. Acababa de
perdonarlo. Acababa de decidir olvidarlo todo y seguir con él. ¿Por qué tiene
que haber siempre algún secreto oculto que sale a la luz en el peor momento
posible?
—Paula. —Mi madre da otro paso hacia mí y Pedro echa el brazo atrás para
protegerme de ella.
—No se acerque —le advierte.
Trish se aproxima a su vez.
— Pedro, es su hija —interviene—. No tienes ningún derecho a entrometerte
entre ellas.
—¿Que no tengo derecho? ¡Ella no tiene ningún derecho a irrumpir en nuestro
apartamento y en nuestro dormitorio sin que nadie la haya invitado! —grita, y
yo me aferro con más fuerza a su brazo.
—Ése no es su dormitorio, y éste no es su apartamento —replica mi madre.
—¡Sí que lo es! ¿No ve detrás de quién está? Me está utilizando como escudo
para que la proteja de usted —subraya Pedro mientras la señala con el dedo.
—Se está comportando de manera insensata y no sabe lo que le conviene...
Entonces, hallando por fin parte de mi voz, la interrumpo:
—¡Deja de hablar como si yo no estuviera presente! Estoy aquí, y soy una
persona adulta, mamá. Si quiero quedarme, lo haré —anuncio.
Con ojos compasivos, Trish intenta convencerme:
—Pau, cielo, creo que deberías escuchar a tu madre.
Su sutil manera de echarme se me clava en el pecho como un puñal de traición,
pero no sé qué es lo que sabe acerca de su hijo.
—¡Gracias! —exclama mi madre aliviada—. Por fin alguien razonable en esta
familia.
Trish le lanza una mirada de advertencia.
—Señora, no me gusta el modo en que trata a su hija, así que no piense que
estamos en el mismo equipo, porque no es así.
Mi madre se encoge de hombros ligeramente.
—Lo mismo da, el caso es que las dos estamos de acuerdo en que tienes que
marcharte de aquí, Pau. Tienes que salir de este apartamento para no volver
jamás. Pediremos el traslado a otra facultad si es necesario.
—Puede tomar sus propias... —empieza Pedro.
—Te ha envenenado la mente, Paula. Mira las cosas que te ha hecho. ¿Crees
que lo conoces? — inquiere mi madre.
—Lo conozco —replico con los dientes apretados.
Mi madre centra la atención en Pedro. Viendo cómo su pecho asciende y
desciende al ritmo de su respiración agitada, sus mejillas rojas de ira y sus
manos formando puños con tanta fuerza que tiene los nudillos blancos, no sé
cómo mi madre no tiene miedo de él. Debería sentirse intimidada y, sin embargo,
le dice sin inmutarse:
—Si de verdad te importa lo más mínimo, pídele que se marche. Hasta ahora
sólo le has hecho daño. No es la misma chica que dejé en la universidad hace
tres meses, y todo por tu culpa. Tú no la viste llorar durante días después de
lo que le hiciste. Probablemente estabas de fiesta con otra chica mientras ella
lloraba hasta quedarse dormida. La has destrozado. ¿Cómo puedes dormir por las noches?
Sabes que acabarás haciéndole daño otra vez antes o después, de modo que, si te
queda algo de decencia, dile... dile que venga conmigo.
Un silencio gélido invade la habitación.
Trish está sumida en sus pensamientos, con la mirada perdida en la pared,
como si estuviera recordando las acciones pasadas de su hijo. Mi madre observa
con furia a Pedro, esperando su respuesta. La respiración de él es tan agitada
que temo que estalle en cualquier momento. Y yo... yo estoy intentando decidir
qué voluntad ganará mi lucha interior: la de mi corazón o la de mi cabeza.
—No voy a ir contigo —digo por fin.
En respuesta a mi decisión, mi decisión adulta, una decisión que sé que
acarreará consecuencias que tendré que asumir y que hará que tenga que soportar
grandes dificultades mientras trato de averiguar si puedo estar con el hombre
que amo o no, mi madre... pone los ojos en blanco.
Y entonces pierdo los papeles.
—No eres bienvenida aquí. ¡No vuelvas nunca! —le grito con toda la crudeza
de que soy capaz—. ¿Quién te crees que eres para irrumpir aquí y hablarle de
ese modo? —Me coloco delante de Pedro y me enfrento a ella cara a cara—. ¡No
quiero tener ninguna relación contigo! ¡Nadie quiere! Por eso sigues sola
después de todos estos años. ¡Eres cruel y prepotente! ¡Nunca serás feliz!
—Tomo aliento y trago saliva al notar lo seca que tengo la garganta.
Mi madre me mira con una gran seguridad en sí misma y no poco desdén.
—Estoy sola porque así lo he decidido —espeta—. No necesito estar con
nadie. Yo no soy como tú.
—¿Como yo? ¡Yo no necesito estar con nadie! Tú prácticamente me obligaste a
estar con Noah. ¡Nunca creí poder tener elección en nada! Siempre me has
controlado, pero eso se acabó. ¡Estoy harta! —Las lágrimas empiezan a descender
por mis mejillas.
Mi madre frunce los labios como si estuviera considerando algo en serio,
pero su voz está cargada de sarcasmo cuando dice:
—Está claro que tienes problemas de codependencia. ¿Esto es por culpa de tu
padre?
Con los ojos doloridos y, sin duda, inyectados en sangre y cargados con
todo el daño que quiero infligirle, la miro. Empiezo a hablar despacio, y
siento cómo poco a poco me voy acelerando frenéticamente:
—Te odio. Te odio con toda mi alma. Se marchó por tu culpa. ¡Porque no te
soportaba! Y no lo culpo. De hecho, ojalá se me hubiese llevado con...
Y, en ese momento, la mano de Pedro me cubre la boca y sus fuertes brazos
me estrechan contra su pecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario