Divina

Divina

lunes, 9 de noviembre de 2015

After 2 Capítulo 4


Pau

Estoy hecha un asco. Llevo unos pantalones vaqueros caídos y una sudadera, el maquillaje de ayer y el pelo enmarañado. Miro a la chica que está de pie detrás de él. El pelo castaño le cae en sedosos rizos por la espalda como una cascada. Lleva un maquillaje ligero y perfecto, es una de esas mujeres que ni siquiera lo necesitan. Cómo no.

Esto es muy humillante y desearía que me tragase la tierra y desaparecer de la vista de esa preciosa chica.

Cuando me agacho a recoger una de mis maletas del suelo, Pedro parece recordar que ella está ahí y se vuelve para mirarla.

—Pau, ¿qué haces aquí? —pregunta. Intento limpiarme los restos de maquillaje de debajo de los ojos mientras le pregunta a su nueva chica—: ¿Nos das un minuto?

Ella me mira, asiente y sale al pasillo del edificio.

—No me puedo creer que estés aquí —dice Pedro entrando en la cocina.

Se quita la chaqueta, cosa que hace que se le levante la camiseta blanca y aparezca su torso bronceado. El tatuaje que lleva ahí, en el estómago, las ramas retorcidas con furia de un árbol muerto, me atormenta. Me pide que lo acaricie. Me encanta ese tatuaje. Es mi favorito de todos los que lleva. Sólo ahora veo el paralelismo entre el árbol y él. Ninguno de los dos es capaz de sentir nada. Ambos están solos. Al menos, el árbol tiene la esperanza de volver a florecer. Pedro , no.

—Ya... ya me iba —consigo decir.
Está perfecto, guapísimo. El desastre más hermoso.

—Por favor, deja que me explique —me suplica, y veo que sus ojeras son aún más pronunciadas que las mías.

—No.

Intento coger de nuevo mis maletas pero me las quita de las manos y las deja otra vez en el suelo.

—Dos minutos. Sólo te pido eso, Pau—dice.

Dos minutos con Pedro es demasiado tiempo, pero es la conclusión que necesito para poder seguir con mi vida. Suspiro y me siento tratando de contener cualquier sonido que pueda traicionar mi cara de póquer. Salta a la vista que Hardin está sorprendido, pero rápidamente se sienta frente a mí.

—Ya veo que no has perdido el tiempo —digo en voz baja levantando la barbilla hacia la puerta.

—¿Qué? —dice él, y entonces parece acordarse de la morena—. Trabaja conmigo. Su marido está abajo, con su hija recién nacida. Están buscando piso y ella quería ver nuestro... apartamento.

—¿Te mudas? —pregunto.

—No, si tú te quedas. Pero no le veo sentido a quedarme aquí sin ti. Estoy sopesando mis opciones.

Una parte de mí siente un gran alivio, pero al instante mi parte más a la defensiva me recuerda que el que no se haya acostado con la morena no significa que no vaya a acostarse con otra en breve.

Ignoro la punzada de pena que siento al oír a Pedro hablar de mudarse, a pesar de que no voy a estar aquí cuando eso ocurra.

—¿Crees que traería a alguien aquí, a nuestro apartamento? Sólo han pasado dos días... ¿Es eso lo que piensas de mí?
Pero qué cara tiene.

—¡Sí! ¡Ahora es eso lo que pienso de ti!

Asiento furiosamente y el dolor le cruza la cara, pero después de un instante simplemente suspira abatido.

—¿Dónde dormiste anoche? Fui a casa de mi padre y no estabas allí.

—En casa de mi madre.

—Ah. —Baja la cabeza y se mira las manos—. ¿Habéis hecho las paces?

Lo miro directamente a los ojos. Es increíble que tenga el valor de preguntarme por mi familia. —Eso ya no es de tu incumbencia.
Extiende la mano hacia mí pero se detiene.

—Te echo mucho de menos, Pau.

Me quedo sin aliento, aunque entonces recuerdo lo bien que se le da retorcer las cosas. Me vuelvo.

—Ya, seguro que sí.

A pesar de que mis emociones son un torbellino, no me permito desmoronarme delante de él.

—Te echo de menos, Pau—repite—. Sé que la he fastidiado a más no poder, pero te quiero. Te necesito.

—Calla, Pedro . Ahórrate el tiempo y las fuerzas. Ya no me engañas. Ya tienes lo que querías, ¿por qué no lo dejas de una vez?

—Porque no puedo. —Intenta cogerme la mano pero la aparto—. Te quiero. Tienes que darme otra oportunidad para que pueda compensarte. Te necesito, Pau. Te necesito. Y tú también me necesitas a mí.

—No, la verdad es que no —replico—. Me iba muy bien hasta que apareciste en mi vida.

—Que te fuera muy bien no es lo mismo que ser feliz —dice.

—¿Feliz? —resoplo—. Y ¿ahora se me ve feliz? ¿Cómo se atreve a afirmar que él me hace feliz?

Sin embargo, me hizo feliz. Me hacía muy feliz.

—No puedes quedarte ahí sentada y decirme que no te crees que te quiero.

—Sé que no me quieres. Para ti no era más que un juego. Tú me estabas utilizando mientras yo me enamoraba de ti.

Se le llenan los ojos de lágrimas.

—Deja que te demuestre que te quiero, por favor. Haré lo que sea, Pau. Lo que sea.

—Ya me has demostrado bastante, Pedro . La única razón por la que estoy aquí sentada es porque me debo a mí misma escuchar lo que tienes que decir para así poder seguir adelante con mi vida. —No quiero que sigas con tu vida —dice.
Resoplo.

—¡Me da igual lo que tú quieras! Lo que me importa es el daño que me has hecho. Su voz suena débil y quebradiza cuando añade:

—Dijiste que nunca ibas a dejarme.

No me fío de mí misma cuando se pone así. Odio que su dolor me controle y me haga perder el buen juicio.

—Te dije que no te dejaría si no me dabas un motivo para hacerlo. Pero lo has hecho.
Ahora entiendo perfectamente por qué siempre temía que lo dejara. Yo creía que eran paranoias suyas, que creía no ser lo bastante bueno para mí, pero me equivocaba. Y de qué manera. Sabía que saldría huyendo en cuanto descubriera la verdad. Debería echar a correr ahora mismo. Le buscaba excusas por todo lo que le pasó de niño, pero entonces empiezo a preguntarme si todo eso no es también una mentira. De principio a fin.

—No puedo seguir así —digo—. Confiaba en ti, Pedro . Confiaba en ti con todo mi ser. Creía en ti, te quería y tú me estabas utilizando desde el primer momento. ¿Tienes la menor idea de cómo me siento? Todo el mundo se burlaba de mí a mis espaldas, empezando por ti, la persona en la que más confiaba.

—Lo sé, Pau, lo sé. No sé cómo decirte lo mucho que lo siento. No sé en qué coño pensaba cuando propuse lo de la apuesta. Creía que iba a ser muy fácil... —Le tiemblan las manos mientras me suplica—. Creía que te acostarías conmigo y se acabó. Pero tú eras tan testaruda y tan... fascinante que de repente no podía dejar de pensar en ti. Me sentaba en mi habitación planeando excusas para volver a verte, aunque sólo fuera para pelearnos. 

Supe que ya no era una apuesta después de lo del arroyo pero no fui capaz de admitirlo. Estaba luchando conmigo mismo y me preocupaba mi reputación. Sé que es de locos, pero estoy intentando ser sincero. Y cuando le contaba a todo el mundo las cosas que hacíamos, no les contaba lo que hacíamos de verdad... No podía hacerte eso, ni siquiera al principio. Me inventaba historias y ellos se las tragaban.

Algunas lágrimas ruedan por mis mejillas y Pedro alarga el brazo para enjugármelas. No me muevo lo bastante rápido y el tacto de su piel enciende la mía. Tengo que sacar fuerzas de flaqueza para no esconder la cara en su mano.

—Odio verte así —musita.
Cierro los ojos y vuelvo a abrirlos, desesperada por contener las lágrimas. Permanezco en silencio mientras él sigue hablando.

—Te lo juro, empecé a contarles a Nate y a Logan lo del arroyo pero noté que me estaba cabreando, que me ponía celoso de pensar que iban a enterarse de lo que hacía contigo..., de cómo te hacía sentir, así que les dije que me hiciste..., bueno, les conté una trola.
Sé que el hecho de que les mintiera sobre lo que hicimos no es mejor que el hecho de que les contara la verdad, en serio. Pero por alguna razón me siento aliviada al saber que Pedro y yo somos los únicos que realmente sabemos lo que ha pasado entre nosotros, los detalles de nuestros momentos de intimidad.

Aunque con eso no basta. Además, seguro que lo que me está contando también es mentira. No tengo manera de saberlo, y aquí estoy, dispuesta a creerlo. «Estoy fatal de lo mío.» —Aunque te creyera, no puedo perdonarte —digo.
Parpadeo para contener las lágrimas y él se lleva las manos a la cabeza.

—¿No me quieres? —pregunta mirándome por entre los dedos.

—Sí, te quiero —admito.

El peso de mi confesión cae sobre nosotros. Pedro baja las manos y me mira con una expresión
que hace que desee tragarme mis palabras. Aunque sea la verdad: lo quiero, lo quiero demasiado.

—Entonces ¿por qué no puedes perdonarme?

—Porque es imperdonable. No sólo me mentiste. Me robaste la virginidad para ganar una apuesta y luego le enseñaste a la gente las sábanas manchadas con mi sangre. ¿Crees que hay alguien capaz de perdonar eso?
Deja caer las manos y sus ojos verdes y brillantes parecen desesperados.

—¡Te hice perder la virginidad porque te quiero! —dice, cosa que sólo consigue que niegue fervientemente con la cabeza. Así que continúa—: Ya no sé ni quién soy sin ti.
Desvío la mirada.

—De todas maneras, no habría funcionado, ambos lo sabíamos —le digo para sentirme mejor.

Es horrible estar sentada delante de él y verlo sufrir pero, al mismo tiempo, mi sentido de la justicia hace que el hecho de verlo sufrir me haga sentir... un poco mejor.

—¿Por qué no habría salido bien? Nos iba de perlas...

—Lo que teníamos estaba basado en una mentira, Pedro . —Y, como el hecho de verlo sufrir de repente me ha dado confianza en mí misma, añado—: Además, ¿tú te has visto? Y ¿me has visto a mí?

No lo digo en serio, pero la cara que pone cuando utilizo su mayor inseguridad sobre nuestra relación en su contra, aunque por dentro me mata, también me recuerda que se lo merece. Siempre le ha preocupado cómo nos ven los demás, que soy demasiado buena para él. Y ahora acabo de restregárselo por la cara.

—¿Lo dices por Noah? Lo has visto, ¿no es así?

La mandíbula me llega al suelo. ¿Cómo se atreve? Los ojos se le llenan de lágrimas y tengo que recordarme a mí misma que él se lo ha buscado. Lo ha estropeado todo.

—Sí, pero es irrelevante. Ése es tu problema, que vas por ahí haciéndole a la gente lo que te sale de las narices, sin preocuparte de las consecuencias, ¡y esperas que todos te rían la gracia! —le grito levantándome de la mesa.

—¡No es verdad, Pau! —exclama, y pongo los ojos en blanco. Al verlo, hace una pausa, se levanta y mira por la ventana y luego a mí—. Bueno, sí, es posible. Pero tú me importas de verdad.

—Ya, pues deberías haberlo pensado antes de presumir de tu conquista ante tus amigos — respondo al instante.

—¿Mi conquista? ¿Lo dices en serio? No eres ninguna conquista. ¡Lo eres todo para mí! Eres el aire que respiro, el dolor que siento, mi corazón, ¡mi vida! —exclama dando un paso en mi dirección.

Lo que más me entristece es que son las palabras más conmovedoras que me ha dicho nunca, pero me las está diciendo a gritos.

—¡A buenas horas! —le devuelvo los gritos—. ¿Crees que puedes...?

Me pilla por sorpresa cuando me coge por la nuca, me atrae hacia sí y sus labios atrapan los míos. El calor de su boca casi hace que me caiga de rodillas. Muevo la lengua como respuesta a la suya antes de que mi mente procese lo que está pasando. Gime de alivio y trato de apartarlo. Me coge ambas muñecas con una mano y las aprieta contra su pecho mientras continúa besándome y yo sigo intentando que me suelte, pero mi boca le sigue el ritmo. Empieza a andar hacia atrás y tira de mí hasta que está contra la encimera y lleva la otra mano a mi nuca para sujetarme. Mi corazón roto y todo el dolor que siento empiezan a disolverse y relajo las manos. Esto está mal, pero me sienta muy bien.

Aunque está mal.
Me aparto e intenta volver a juntar nuestros labios, pero alejo la cabeza.

—No —le digo.
Su mirada se dulcifica.

—Por favor... —suplica.

—No, Pedro . He de irme.
Me suelta las muñecas.

—¿Adónde?

—Pues... Aún no lo sé. Mi madre está intentando volver a meterme en una residencia.

—No..., no... —Menea la cabeza y su voz se torna frenética—: Tú vives aquí, no vuelvas a la residencia. —Se pasa las manos por el pelo—. Si alguien tiene que irse, soy yo. Por favor, quédate aquí para que sepa dónde estás.

—No te hace falta saber dónde estoy.

—Quédate —repite.

Si he de ser sincera conmigo misma, deseo quedarme con él. Deseo decirle que lo quiero más que al aire que respiro, pero no puedo. Me niego a que vuelva a enredarme y a volver a ser esa chica que deja que un tío haga con ella lo que quiera.
Cojo mis maletas y miento y digo lo único que sé que le impedirá seguirme:

—Noah y mi madre me están esperando. He de irme —y salgo por la puerta.

No me sigue, y no me permito mirar atrás para verlo sufrir

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