Pedro
—Voy a cambiarme —dice Pau y desaparece tras la puerta del armario abierta,
con un pañuelo de papel en la mano.
Tiene los ojos rojos de tanto llorar con la película. Sabía que le iba a
afectar, aunque he de confesar que estaba esperando ver su reacción. No porque
deseara verla llorar, sino porque me gusta lo mucho que se implica en todo. Se
abre sin reparos a la fuerza de la ficción, ya sea una película o una novela, y
se permite perderse en ella por completo. Es fascinante.
Cuando regresa, va tan sólo con unos shorts y el sujetador de encaje
puesto.
«Joder.» Ni siquiera intento disimular que la estoy mirando.
—¿Crees que podrías ponerte... mi camiseta? —le pregunto. No sé qué le
parecerá, pero echo de menos verla dormir con ella.
—Me encantaría. —Sonríe y coge la camiseta que me he puesto hoy de encima
del cesto de la colada.
—Qué bien —afirmo intentando disimular mi entusiasmo.
Sin embargo, cuando veo cómo sus tetas sobresalen por encima del encaje al
levantar los brazos...
«Deja de mirar. Despacio, quiere ir despacio. Puedo ir despacio..., dentro
y fuera de ella. Mierda, ¿qué clase de obseso soy?» Cuando me decido a desviar
la mirada, se mete la mano debajo de la camiseta y se saca el sujetador por una
manga... «Jodeeer...»
—¿Estás bien? —pregunta metiéndose en la cama.
—Sí —digo.
Trago saliva y contemplo hipnotizado cómo se suelta la coleta. Las ondas
suaves y rubias caen sobre sus hombros y mueve la cabeza a un lado y a otro. Lo
está haciendo a propósito.
—Vale... —asiente, y se tumba encima del edredón. Me gustaría que se
metiera debajo para no tenerla... tan a la vista.
Me lanza una mirada inquisitiva.
—¿No vienes a la cama?
Ni me había dado cuenta de que aún sigo de pie en medio de la habitación.
—Ya voy...
—Se hace un poco raro esto de volver a estar juntos, pero no tienes por qué
estar tan distante — dice nerviosa.
—Lo sé —respondo, y me acuesto con las manos estiradas hacia adelante para
ocultar ciertas cosas.
—Aunque no tan raro como pensaba —añade en un susurro.
—Sí...
Me alegra oírlo. Me preocupaba que no fuera como antes, que estuviera a la
defensiva y no fuera la Pau a la que tanto quiero. Sólo han pasado unas pocas horas, pero espero
que todo siga como hasta el momento. Es tan fácil estar con ella, tan tan
fácil... Y tan difícil a la vez...
Pone su pequeña mano encima de la mía y apoya la cabeza en mi pecho.
—Estás muy raro. ¿En qué piensas? —pregunta.
—Sólo estoy contento de tenerte aquí. Es todo.
«Y no puedo parar de pensar que me muero por hacerte el amor», añado para
mis adentros. Ya no quiero tirarme a Pau como antes, ahora es mucho más.
Muchísimo más. Quiero tenerla lo más cerca posible. Quiero que vuelva a confiar
a ciegas en mí. Me duele el corazón cuando pienso en la confianza que depositó
en mí y en cómo la traicioné.
—Hay algo más —dice. Me ha pillado.
Niego con la cabeza y sus dedos dibujan una fina línea desde mi sien hasta
el aro de metal que llevo en la ceja.
—No quieras saber qué estoy pensando —confieso.
No me gustaría que creyera que para mí es sólo un objeto, que sólo quiero
utilizarla. No quiero contarle qué estoy pensando, pero no puedo seguir
ocultándole cosas. Tengo que ser sincero con ella, ahora y siempre.
Me mira y su cara de preocupación me parte el alma.
—Dímelo.
—Pues... estaba pensando en... follar..., quiero decir, en hacerte el amor.
—Ah —dice en voz baja y abriendo mucho los ojos.
—Lo sé, soy un cerdo —gruño. ¿Por qué habré tenido que decirle la verdad?
—No... No lo eres. —Se ruboriza—. Yo estaba pensando lo mismo. Se muerde el
labio inferior. Esto es una tortura.
—¿Ah, sí?
—Sí... Quiero decir que hace mucho que no... Bueno, sin contar lo de
Seattle, pero esa noche estaba muy borracha.
Busco en su cara algún signo de desprecio por mi falta de autocontrol la
semana pasada, cuando se me abalanzó encima como una fiera, pero no hay ni
rastro. Lo que veo es que le da vergüenza recordar lo que ocurrió. Me aprieta
el bóxer de pensar en lo de Seattle.
—No quiero que creas que te estoy utilizando... por todo lo que ha ocurrido
—le explico.
— Pedro, te aseguro que ésa precisamente no es una de las cosas que se me
pasan por la cabeza en este momento.
Me daba miedo que mi estupidez hubiera arruinado nuestros momentos íntimos
para siempre.
—¿Estás segura? Porque no quiero volver a cagarla —digo. Se lleva mi mano a
su entrepierna a modo de respuesta.
«Joder.»
Le cojo la muñeca con la otra mano y la atraigo hacia mí. En cuestión de
segundos estoy encima de ella, con una rodilla entre sus muslos. Primero le
beso el cuello, mi boca delirante y veloz se aferra a su piel suave. Tira de su
camiseta y levanta la espalda de la cama lo justo para que pueda quitársela. Mi
lengua deja un sendero húmedo en su clavícula y en su pecho. Tira de mi
camiseta y de mi sudadera a la vez y la ayudo hasta que sólo llevo puesto el
bóxer.
Quiero acariciar hasta el último milímetro de su cuerpo, cada curva, cada
ángulo. Dios, es preciosa. Me agacho para besarle el vientre y sus dedos
desaparecen en mi pelo y tiran de las raíces.
La muerdo. Sus bragas y sus shorts aterrizan en el suelo. Mi lengua
acaricia la piel de sus caderas. Exploro su cuerpo como si fuera la primera o
la última vez, pero me mete prisa.
— Pedro..., por favor...
Pongo la boca en su parte más sensible y deslizo la lengua arriba y abajo,
saboreándola mientras consume mis sentidos.
—Así —jadea, y me tira más fuerte del pelo.
Despega las caderas de la cama para apretarse contra mi lengua. Me aparto y
gimotea. Me encanta que me tenga tantas ganas como yo a ella. Me incorporo,
abro el cajón de la mesilla de noche, cojo el envoltorio metálico y lo rasgo
con los dientes.
No me quita los ojos de encima y yo a ella tampoco. Observo cómo su pecho
sube y baja expectante. Me deshago del bóxer y la beso en la mejilla, con la
polla sobre su muslo. Me enderezo y me pongo el condón.
—No te muevas —le ordeno.
Pau obedece y me recoloco entre sus piernas. No aguanto más. La tengo tan
dura que me duele.
—Siempre estás a punto para mí —digo humedeciéndome los dedos en ella y
llevándoselos a la boca para que saboree sus propios jugos.
Es tímida pero no protesta, sino que me relame el dedo con la lengua, y la
sensación es tan placentera que me adentro de inmediato en ella. Es exquisito,
y lo echaba muchísimo de menos.
—Hostia puta... —blasfemo mientras ella gime de alivio.
Todos mis dolores de cabeza se desvanecen en cuanto me hundo en ella y la
lleno del todo. Pau entorna los ojos, echa la cabeza atrás y yo muevo las
caderas en círculos muy despacio antes de metérsela y sacársela una y otra vez.
—Más..., por favor, Pedro.
«Joder, cómo me gusta oírla suplicar.»
—No, nena... Quiero ir despacio —digo con otra rotación de las caderas.
Deseo saborear cada segundo. Quiero ir despacio y quiero que sienta lo
mucho que la amo, lo mucho que me arrepiento de haberle hecho daño y que estoy
dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Le cubro la boca de besos y ella me
la acaricia con la lengua.
Gimo cuando me clava las uñas en los bíceps con
tanta fuerza que seguro que me deja marca.
—Te quiero... No sabes cuánto —le digo cambiando de ritmo. Sé que la estoy
torturando con la lentitud de mis movimientos.
—Te... te quiero —gime, y empiezan a temblarle las piernas. Ya casi está.
Me encantaría poder vernos, encajados el uno en el otro pero separados. El
contraste de su piel suave y clara con la tinta negra que cubre la mía, sus
manos subiendo y bajando por mis brazos deben de ser dignas de ver. Somos la
luz y la oscuridad; es un caos perfecto, es todo lo que temo, lo que quiero y
lo que necesito.
Gime con más fuerza y tengo que taparle la boca con la mano para que la
muerda y ahogue sus gritos.
—Chsss... Relájate, nena.
Mis embestidas se aceleran y su cuerpo se tensa debajo del mío mientras Pau
grita mi nombre entre mis dedos. Me uno a ella en unos segundos, a lo bestia,
sin guardarme nada. Ella es mi droga perfecta.
—Mírame —susurro.
Me mira a los ojos y me remata. Suelto hasta la última gota y su cuerpo se
relaja. Estamos jadeantes, inmóviles. Me quito el condón, le hago un nudo y lo
tiro a la papelera que hay junto a la cama.
Cuando me aparto de ella, me coge del brazo para impedírmelo. Le sonrío y me
quedo donde estoy. Me apoyo en un codo para no aplastarla. Me acaricia la
mejilla y con la almohadilla del pulgar dibuja pequeños círculos en mi piel
empapada.
—Te quiero, Pedro —dice en voz baja.
—Te quiero, Pau —contesto, y apoyo la cabeza contra su pecho.
Me pesan los párpados y noto que Pau empieza a respirar más despacio. Me
duermo escuchando el latir constante de su corazón.
bellísimos, los ame♥
ResponderEliminarMuy bien. Es una pena que no pusieras los verdaderos nombres.
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