Pedro
Nunca había sido tan sincero con nadie, pero quiero poner todas las cartas
sobre la mesa.
Pau se echa a llorar y me pregunta con ternura:
—¿Cómo sé que no vas a volver a hacerme daño?
Sé que lleva conteniendo las lágrimas todo el tiempo, pero me alegro de que
se haya rendido. Necesitaba ver alguna muestra de emoción... Ha estado muy fría
últimamente, y eso no es propio de ella. Antes me bastaba con mirarla a los
ojos para saber en qué estaba pensando. Ahora ha levantado un muro que me
impide verla como sólo yo puedo verla.
Ojalá que el tiempo que hemos pasado
juntos hoy juegue a mi favor.
Eso y mi sinceridad.
—No hay forma de saberlo, Pau —confieso—. Te aseguro que volveré a hacerte
daño, y tú me lo harás a mí. Pero también te aseguro que nunca te ocultaré nada
ni volveré a traicionarte. Es posible que sueltes alguna burrada que no sientes
de verdad, y ya verás como yo también diré barbaridades, pero podemos
solucionar nuestros problemas porque eso es lo que hace la gente. Sólo necesito
una última oportunidad para demostrarte que puedo ser el hombre que mereces.
Por favor, Pau. Por favor... —le suplico.
Me mira fijamente con los ojos rojos, mordiéndose los carrillos. Odio verla
así y me odio a mí mismo por haberla puesto así.
—Me quieres, ¿no es así? —pregunto. Miedo me da la respuesta.
—Sí, más que a nada —reconoce con un suspiro.
No puedo ocultar la sonrisa que dibujan mis labios. Oír de su boca que aún
me quiere me devuelve a la vida. Me preocupaba muchísimo que hubiera tirado la
toalla, que hubiera dejado de quererme y siguiera adelante con su vida. No me
la merezco y sé que lo sabe. Pero la cabeza me da vueltas y está demasiado
callada. No soporto estar tan lejos de ella.
—¿Qué puedo hacer? ¿Qué quieres que haga para que podamos dejar esto atrás?
—pregunto desesperado, con demasiado énfasis. Lo sé por el modo en que me mira,
como si la hubiera asustado o molestado o... qué sé yo—. ¿He dicho algo que no
debería? —Me llevo las manos a la cara y me seco los ojos—. Sabía que iba a
meter la pata. No se me dan bien las palabras.
Nunca me he puesto tan sentimental en toda mi vida, y no es agradable.
Nunca he tenido que expresarle mis sentimientos a nadie ni he tenido ganas de
hacerlo, aunque por esta chica haría lo que fuera. Siempre lo fastidio todo,
pero esto tengo que arreglarlo, o al menos intentarlo con todas mis fuerzas.
—No... —solloza—. Sólo es que... No sé. Quiero estar contigo. Quiero
olvidarlo todo pero no quiero arrepentirme después. No quiero ser la chica que
se deja pisotear y maltratar y siempre vuelve a por más.
Me inclino hacia ella y pregunto:
—¿Quién crees que va a pensar así de ti?
—Todo el mundo. Mi madre. Tus amigos... Tú.
Sabía que era eso. Sabía que le preocupaba más lo que debe hacer que lo que
quiere hacer.
—No pienses en los demás —digo—. ¿Qué más da lo que piense nadie? Por una
vez, piensa en lo que quieres, en lo que tú quieres. ¿Qué te hace feliz?
Con unos ojazos preciosos, redondos, rojos y llorosos, dice:
—Tú.
Y el corazón me da un brinco.
—Estoy cansada de guardármelo todo para mí. Todo cuanto quería decirte y no
te he dicho me tiene agotada —añade.
—Pues no te lo guardes —replico.
—Me haces feliz, Pedro. Pero también me haces muy desgraciada, me cabreas
y, sobre todo, me vuelves loca.
—Ahí está la gracia, ¿no? Por eso hacemos tan buena pareja, Pau, porque
somos lo peor el uno para el otro.
A mí ella también me vuelve loco, y me cabrea y me hace feliz. Muy feliz.
—Somos lo peor el uno para el otro —dice con una leve sonrisa.
—Lo somos —repito, y le devuelvo la sonrisa—. Pero te quiero más de lo que
nadie te querrá nunca, y te juro que dedicaré el resto de mi vida a
compensártelo. Si me dejas.
Espero que haya oído la sinceridad en mi voz, lo mucho que deseo que me
perdone. Lo necesito. La necesito como nunca he necesitado a nada ni a nadie, y
sé que ella me quiere. No estaría aquí de no ser así, aunque no puedo creerme
que acabe de decir «el resto de mi vida». Espero no haberla asustado.
No dice nada y se me parte el corazón. Las lágrimas se agolpan detrás de
mis párpados y susurro:
—Lo siento mucho, Pau... Te quiero con locura...
Me desarma cuando salta como un rayo y se sienta en mi regazo. Le cojo la
cara entre las manos. Respira hondo y apoya la mejilla en la palma de mi mano.
Me mira.
—Necesito que sea con mis condiciones —suplica—. No podré soportar que me
rompas otra vez el corazón.
—Lo que haga falta. Yo sólo quiero estar contigo —le aseguro.
—Tenemos que ir despacio. No debería estar haciendo esto... Si vuelves a
hacerme daño, no te lo perdonaré jamás —amenaza.
—No lo haré. Te lo juro.
Preferiría morir a volver a hacerle daño. Todavía no me creo que vaya a
darme otra oportunidad.
—Te he echado mucho de menos, Pedro.
Cierra los ojos y quiero besarla, quiero sentir sus labios ardientes contra
los míos, pero acaba de decirme que quiere ir despacio.
—Yo también a ti —respondo.
Apoya la frente en la mía y respiro aliviado.
—Entonces ¿va en serio? —pregunto intentando que no se me note lo
desesperado que estoy.
Se sienta derecha y la miro a los ojos, esos ojos que se han pasado la
semana atormentándome cada vez que cierro los párpados. Sonríe y asiente.
—Sí... Creo que sí.
Le rodeo la cintura con los brazos y se recuesta en mí.
—¿Me das un beso? —le ruego.
No intenta ocultar la sorpresa. Me acaricia la frente y me aparta el pelo
de la cara. Joder, me encanta que haga eso.
—Por favor —digo.
Y me hace callar con sus labios.
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