Pau
Mi móvil interrumpe nuestro momento cuando empieza a vibrar y a bailar
encima de la cómoda. Pedro lo coge por
mí, mira la pantalla y dice:
—Landon.
Le quito el teléfono y respondo.
—¿Diga?
—Hola, Pau —dice Landon—. Mi madre me ha pedido que te llame para ver
si vas a venir a casa el día de Navidad.
Su madre es tan encantadora... Apuesto a que hace los mejores dulces
navideños del mundo.
—Sí, me gustaría mucho. ¿A qué hora
tengo que estar ahí?
—A mediodía. —Se echa a reír—. Ya ha empezado a cocinar, así que yo dejaría
de comer hasta entonces.
—Que empiece el ayuno —bromeo—. ¿Tengo que llevar algo? Sé que Karen cocina
mucho mejor que yo, pero podría preparar algo. ¿Qué tal el postre?
—Sí, trae un postre... Y otra cosa...
Sé que es muy raro y, si no te sientes cómoda, no pasa nada — dice bajando
la voz—. Pero quieren invitar también a Pedro
y a su madre. Aunque si Pedro y tú seguís como el perro y el gato...
—Ahora nos llevamos
mejor, más o menos —lo interrumpo.
Pedro enarca una ceja al oírlo y yo le sonrío nerviosa.
Landon respira aliviado.
—Estupendo. Si puedes, invítalos de
nuestra parte. Mis padres te lo agradecen mucho.
—Lo haré —le garantizo—. ¿Qué puedo comprarles? ¿Se te ocurre algún
regalo?
—No, no. ¡Nada! No
tienes que traer regalos.
Miro la pared e intento no pensar que Pedro no me quita los ojos de encima.
—Vale, entendido. Pero voy a llevar
regalos —insisto—. ¿Se te ocurre
algo?
Landon suspira.
—Tan cabezota como siempre. A mi
madre le gusta cocinar, y a Ken... cómprale un pisapapeles o algo así.
—¿Un pisapapeles? —No salgo de mi asombro—. Es un regalo horroroso.
Se echa a reír.
—No le compres una corbata porque se
la voy a regalar yo. —Luego protesta—: Oye,
si necesitas algo, avisa. Tengo que dejarte, he de ayudar a limpiar la casa —y
con eso, cuelga.
Dejo el móvil en la cómoda y Pedro no tarda en preguntar:
—¿Vas a pasar con ellos la Navidad?
—Sí... No quiero ir a casa de mi madre —digo sentándome en la cama.
—No me extraña. —Se rasca la barbilla con el índice—. ¿Podrías pasarla
aquí?
Comienzo a arrancarme las pieles de alrededor de las uñas.
—Podrías... venir conmigo —sugiero.
—¿Y dejar sola a mi madre? —gruñe.
—¡No! Por supuesto que no. Karen y tu padre quieren que vaya, quieren que
vayáis los dos.
Pedro me mira como si estuviera loca.
—Sí, claro, y ¿por qué crees que mi madre va a querer ir a pasar el día con
mi padre y su nueva esposa?
—No... no lo sé. Pero podría ser guay estar todos juntos.
La verdad es que no estoy muy segura de cómo acabaría la cosa, más que nada
porque no sé en qué términos se encuentran Trish y Ken ahora, si es que se
hablan. Tampoco me corresponde a mí intentar que todos hagan las paces. No soy
de la familia. Ni siquiera soy la novia de Pedro.
—Paso. —Frunce el ceño.
A pesar del follón que tenemos Pedro y yo, habría sido bonito pasar la
Navidad con él. Pero lo entiendo. Convencer a Pedro de que fuera a casa de su
padre ya era muy difícil; que lleve a su madre es misión imposible.
Como a mi cerebro le gusta solucionar problemas, empiezo a pensar en que
necesito comprar regalos para Landon y sus padres y puede que también para
Trish. ¿Qué les compro? Debería salir ya. Son las cinco pasadas. Sólo me queda
un rato de hoy y mañana, que es Nochebuena. No tengo ni idea de si debería
comprarle algo a Pedro o no. De hecho, estoy casi segura de que no. Sería muy
raro hacerle un regalo ahora que estamos en esta fase tan extraña.
—¿Qué te pasa? —Me pregunta Pedro al verme tan callada.
Refunfuño.
—Tengo que ir al centro comercial. Eso me pasa por no tener casa en
Navidad.
—No creo que la mala planificación tenga nada que ver con no tener casa —me
pincha.
No sonríe mucho, pero le brillan los ojos... ¿Está flirteando conmigo? Me
echo a reír sólo de pensarlo.
—En la vida he planificado nada mal.
—Ya, ya... —se burla, y levanto la mano en su dirección.
Me coge la muñeca para detener mi golpe juguetón. Un calor familiar fluye
por mis venas y por todo mi cuerpo y lo miro a los ojos. Me suelta rápidamente
y ninguno de los dos sabe adónde mirar. El aire se carga de tensión y me
levanto para volver a calzarme.
—¿Ya te vas? —pregunta.
—Sí... El centro comercial cierra a las nueve —le recuerdo.
—¿Vas a ir sola? —Cambia el peso de una pierna a la otra, nervioso.
—¿Te apetece venir? —digo.
Sé que no es buena idea, pero al menos quiero intentar que avancemos, e ir
al centro comercial está bien, ¿verdad?
—¿De compras contigo?
—Sí..., pero si no te apetece no pasa nada —digo un tanto incómoda.
—No, claro que me apetece. Sólo es que no esperaba que me lo pidieras.
Asiento, cojo el bolso y el móvil y salgo al salón con Pedro pisándome los
talones.
—Nos vamos al centro comercial —le dice Pedro a su madre.
—¿Los dos? —pregunta ella poniendo los ojos en blanco. Cuando estamos en la
puerta, grita sin levantarse—: ¡Pau, cariño, si te apetece dejarlo allí,
prometo no protestar!
Me echo a reír.
—Lo tendré en cuenta —digo saliendo del apartamento.
Pedro arranca el coche y una melodía de piano que conozco muy bien resuena
en el habitáculo. Se apresura a bajar el volumen pero es demasiado tarde. Lo
miro muy satisfecha.
—Les he pillado el gusto, ¿vale?
—Sí, claro... —me burlo, y subo el volumen de nuevo.
Si las cosas pudieran ser siempre así... Si esta relación cordial, el
flirteo y el punto intermedio en el que estamos ahora pudieran durar para
siempre... Pero no durarán, es imposible. Tenemos que hablar de lo ocurrido y
de cómo será todo de ahora en adelante.
Sé que tenemos mucho que aclarar, pero
no vamos a resolver el problema de una sentada, ni siquiera aunque yo insista.
Quiero encontrar el momento oportuno e ir poco a poco hasta entonces.
Pasamos casi todo el trayecto en silencio. La música dice todo lo que me
gustaría que pudiéramos decirnos el uno al otro. Cuando estamos cerca de la
entrada de Macy’s, Pedro anuncia:
—Te dejo en la puerta. —Y yo asiento.
Lo espero bajo la rejilla de ventilación mientras él aparca el coche y
camina por el frío en mi busca.
Después de pasar casi una hora mirando fuentes para hornear de todas las
formas y tamaños, decido regalarle a Karen un juego de moldes para tartas. Sé
que debe de tener un montón, pero parece que la cocina y la jardinería son sus
únicas aficiones, y no tengo tiempo para pensar en nada mejor.
—¿Podemos llevar esto al coche y luego seguir con las compras? —le pregunto
a Pedro mientras intento que no se me caiga la caja.
—Dame, ya la llevo yo. Espérame aquí —dice al tiempo que me la quita de las
manos.
En cuanto se va, me voy a la sección de caballero, donde cientos de
corbatas en cajas largas y estrechas parecen burlarse de mí y de Landon, que
las considera un regalo infalible. Sigo buscando pero nunca he comprado un
«regalo de padre» y no tengo ni idea de qué regalarle a Ken.
—Hace un frío del carajo —dice Pedro cuando vuelve del coche, temblando y
frotándose las manos.
—Una camiseta no parece lo más idóneo para la nieve.
Pone los ojos en blanco. —Tengo hambre, ¿y tú?
Vamos a la galería de restauración. Pedro me busca sitio y compra porciones
de pizza de la única franquicia aceptable. Minutos después se sienta conmigo a
la mesa con dos platos llenos a rebosar.
Cojo una porción y una servilleta y le doy un pequeño bocado.
—Qué elegancia —se burla cuando ve que me limpio la boca al terminar de masticar.
—Cállate —le digo cogiendo otro trozo.
—Esto es... muy agradable, ¿no crees? —pregunta.
—¿La pizza? —pregunto la mar de inocente, aunque sé que no se refiere a la
comida.
—Nosotros dos pasando la tarde juntos. Hacía mucho que no estábamos así.
«Parece que fue hace mil años...»
—Sólo hace algunos días, en realidad —le recuerdo.
—Para nosotros, eso es mucho.
—Ya... —Doy un bocado más grande para poder permanecer callada más tiempo.
—¿Desde cuándo llevas pensando en avanzar? —pregunta.
Termino de masticar lentamente y tomo un largo trago de agua.
—Desde hace unos pocos días, creo. —Quiero mantener la conversación tan
trivial como sea posible para evitar montar una escena, pero añado—: Todavía
tenemos que hablar de muchas cosas.
—Lo sé, pero estoy tan... —Abre mucho los ojos por algo que ha visto detrás
de mí.
Giro la cabeza y se me revuelve el estómago al divisar una mata de pelo
rojo. Steph. Y, junto a ella, su novio Tristan.
—Vámonos —digo.
Me levanto y dejo la bandeja de comida sobre la mesa.
—Pau, aún no has comprado todos los regalos. Además, no creo que nos hayan
visto.
Cuando me vuelvo otra vez, los ojos de Steph se encuentran con los míos. Es
evidente que está sorprendida, no sé si de verme a mí o de verme con Pedro.
Puede que ambas cosas.
—Me ha visto —digo.
La pareja se nos acerca y siento que tengo los pies clavados al suelo.
—Hola —saluda Tristan incómodo cuando llega junto a nosotros.
—Hola —dice Pedro frotándose la nuca.
No quiero decir nada. Miro a Steph, cojo mi bolso de encima de la mesa y
echo a andar.
—¡Pau, espera! —me llama ella. Sus zapatos de plataforma golpean los duros
baldosines mientras intenta alcanzarme—. ¿Podemos hablar?
—¿Hablar de qué, Steph? —le espeto—. ¿De cómo mi primera y única amiga de
la facultad dejó que me humillasen delante de todo el mundo?
Pedro y Tristan se miran el uno al otro, no saben si deben intervenir o no.
Steph extiende las manos.
—Perdóname, ¿vale? Sé que debería habértelo dicho. Yo... ¡creía que te lo
contaría!
—Y con eso se arregla todo, ¿no?
—No, ya sé que no. Pero de veras que lo siento, Pau. Sé que debería
habértelo contado.
—Pero no lo hiciste. —Cruzo los brazos.
—Te echo de menos. Echo de menos estar contigo —añade.
—Seguro que echas de menos no poder hacerme el blanco de tus bromas.
—Te equivocas, Pau. Eres... eras mi amiga. Sé que la he cagado, pero de
veras que lo siento. La disculpa me pilla con la guardia baja, aunque me
recupero y le digo:
—Ya, pues no puedo perdonarte.
Frunce el ceño. Y entonces pone cara de enfado.
—Pero ¿a él sí que puedes perdonarlo? Él fue quien lo empezó todo y tú se
lo perdonas. ¿No se te hace raro?
Quiero ponerla en su sitio, llamarla de todo, pero sé que tiene razón.
—No se lo he perdonado, sólo estoy... No sé lo que estoy haciendo —gimoteo,
y me llevo las manos a la cara.
Steph suspira.
—Pau, no espero que se te pase sin más, pero al menos dame una oportunidad.
Podríamos quedar, sólo nosotros cuatro. El grupo se ha ido a la mierda, la
verdad.
Me la quedo mirando.
—¿Qué quieres decir?
—Jace está más insoportable que de costumbre desde que Pedro le pegó la
paliza de su vida.
Tristan y yo nos mantenemos alejados de todos.
Miro a Pedro y a Tristan, que nos están observando, y luego otra vez a
Steph.
—¿ Pedro le ha pegado a Jace?
—Sí..., el fin de semana pasado. —Frunce el ceño—. ¿No te ha dicho nada?
—No...
Quiero enterarme de todo lo que pueda antes de que Pedro se acerque y le
calle la boca. Como Steph quiere congraciarse conmigo, empieza a hablar sin que
yo tenga que decirle nada.
—Sí, fue porque Molly le dijo a Pedro que Jace lo había planeado todo...,
ya me entiendes — añade en voz baja—, que te lo contara delante de todos...
—Pero entonces se ríe tímidamente—. La verdad es que se lo había buscado, y la
cara que puso ella cuando Pedro se la quitó de encima no tenía precio. En
serio, ¡debería haberle hecho una foto!
Me quedo pensando que Pedro rechazó a Molly y le pegó una paliza a Jace
antes de viajar a Seattle. Entonces oigo decir a Tristan:
—Chicas... —casi como para avisarnos de que Pedro está cerca.
Pedro viene a mi lado y me coge de la mano. Tristan intenta quitar a Steph
de en medio. Ella me mira un instante y dice con los ojos muy abiertos:
—Pau, tú sólo piénsalo, por favor. ¿Te parece bien? Te echo de menos.
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