Pedro
Abrazarla por primera vez en lo que se me antoja toda una vida es algo que
no tengo palabras para describir. Siento un tremendo alivio físico cuando corre
a mis brazos. No me lo esperaba. Ha estado tan fría y distante últimamente...
No la culpo pero, joder, cómo duele.
—¿Estás bien? —pregunto con la boca en su pelo.
Asiente con la cabeza contra mi pecho pero no para de llorar. Sé que no
está bien. Seguro que su madre le ha soltado alguna mierda que no debía. Sabía
que iba a pasar y, para ser sincero, mi parte mezquina se alegra de que haya
metido la pata. No me gusta que le haya hecho daño a Pau, aunque eso ha
provocado que mi chica acuda a mí en busca de consuelo.
—Vayamos adentro —le digo.
Asiente de nuevo pero no se mueve. Me obligo a soltarla y caminamos hacia
el interior. Churretes negros recorren su preciosa cara y tiene los labios
hinchados. Espero que no haya venido llorando todo el trayecto.
En cuanto entramos en el vestíbulo me quito la bufanda y le tapo la cabeza
y las orejas hasta que sólo se le ve esa cara tan bonita que tiene. Debe de
estar helada con ese vestido. Ese vestido... En condiciones normales empezaría
a fantasear largo y tendido sobre quitárselo, pero hoy no, tal y como está, no.
Le entra el hipo más adorable del mundo y se sube la bufanda hasta cubrirse
la cabeza. El pelo rubio sobresale por un lateral del nudo y parece mucho más
joven que de costumbre.
—¿Quieres contármelo? —aprovecho para preguntarle cuando bajamos del
ascensor y echamos a andar hacia nuestro... hacia el apartamento.
Asiente y abro la puerta. Mi madre está sentada en el sofá y pone cara de
preocupación al ver el estado en que se encuentra Pau. Le lanzo una mirada de
advertencia, esperando que recuerde que me ha prometido que no iba a
bombardearla a preguntas nada más llegar. Mi madre deja de mirarla y finge que ve
la televisión.
—Estaremos en el dormitorio —anuncio, y ella asiente. Sé que la incomoda no
poder hablar, pero no voy a consentir que su curiosidad provoque que Pau se
sienta peor.
Me detengo un momento por el camino para subir el termostato porque sé que
está muerta de frío. Cuando entro en el dormitorio, ella ya está sentada en el
borde de la cama. No sé cuánto se me permite acercarme, así que espero a que
diga algo.
—¿Pedro? —me llama con un hilo de voz. La ronquera me confirma que ha
estado llorando todo el camino, y me siento fatal por ella.
Me coloco frente a ella y vuelve a dejarme de piedra cuando me coge de la
camiseta y tira de mí hasta que me tiene entre sus piernas. Sé que ha ocurrido
algo más grave de lo habitual con su madre.
—Pau... ¿Qué te ha hecho?
Rompe a llorar de nuevo y me mancha de maquillaje el bajo de mi camiseta
blanca. No me importa, me la guardaré de recuerdo para cuando vuelva a dejarme.
—Mi padre... —dice con la voz rota, y me quedo helado.
—¿Tu padre? Si estaba en... Pedro, ¿tu padre estaba en casa? ¿Te ha hecho
algo? —le pregunto entre dientes.
Niega con la cabeza y le levanto la barbilla para que me mire. Nunca deja
de hablar, ni siquiera cuando está enfadada. De hecho, cuando se enfada es
cuando más se expresa.
—Se ha trasladado a vivir aquí y yo ni siquiera sabía que se hubiera ido
—explica a continuación —. Quiero decir, me lo imaginaba, pero nunca me había
parado a pensarlo.
Nunca he pensado en él. Mi voz no suena tan serena como
desearía cuando le pregunto:
—¿Has hablado hoy con él?
—No. Pero ella sí. Me ha dicho que mi padre no se me va a acercar, pero no
quiero que sea ella quien lo decida.
—¿Quieres verlo?
Pau sólo me ha contado cosas malas de su padre. Era un hombre violento que
pegaba a su madre delante de ella. ¿Por qué iba a querer verlo?
—No... Bueno, no lo sé. Pero quiero decidirlo yo. —Se limpia los ojos con
el dorso de la mano—. Aunque no creo que él quiera verme...
Quiero encontrar a ese hombre y asegurarme de que no se acerque nunca a
ella, y tengo que contenerme para no hacer una estupidez.
—No puedo evitar pensar: ¿y si es igual que el tuyo?
—¿Qué quieres decir?
—¿Y si ha cambiado? ¿Y si ha dejado de beber? —La esperanza en su voz me
parte el corazón... O lo que queda de él.
—No lo sé... No es lo habitual —le digo con sinceridad. Veo cómo tuerce el
gesto y añado—: Pero podría ser. A lo mejor ahora es un hombre distinto... —No
me lo creo ni yo, pero ¿para qué quitarle la ilusión?—. No sabía que te
interesara tanto tu padre.
—No me interesa... No me interesaba. Sólo estoy enfadada porque mi madre me
lo ha estado ocultando —dice, y entonces, en las pausas entre llantos y
sollozos, me cuenta el resto.
La madre de Pau es la única mujer del mundo capaz de revelar que su
exmarido alcohólico ha vuelto y a continuación anunciar que va a irse de
compras. No hago ningún comentario sobre la visita de Noah, por mucho que me
fastidie. No hay manera de quitarse a ese capullo de encima.
Por fin levanta la vista y me mira, algo más calmada. Se la ve un poco
mejor que cuando ha venido corriendo hacia mí en el aparcamiento, y quiero
pensar que es gracias a que yo estoy con ella.
—¿No te molesta que me quede aquí? —pregunta.
—No, claro que no. Puedes quedarte todo el tiempo que necesites. Al fin y
al cabo, es tu apartamento.
Intento sonreír y, para mi sorpresa, me devuelve la sonrisa antes de volver
a sonarse la nariz en mi camiseta.
—La semana que viene me darán habitación en la residencia.
Asiento sin decir nada. Si abro la boca, le suplicaré como un patético que
no vuelva a dejarme.
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