Pau
Cuando me despierto, el techo rojo de ladrillo me confunde unos instantes.
Se me hace raro despertarme aquí después de haber pasado varios días en el
motel. Cuando salto de la cama, el suelo está limpio; la manta y las almohadas,
amontonadas junto al armario. Cojo la bolsa de aseo y me meto en el baño.
Oigo la voz de Pedro procedente del salón.
—No puede quedarse hoy también, mamá. Su madre la está esperando.
—Y ¿no podría venir aquí? Me encantaría conocerla —contesta Trish.
«Ay, no.»
—No. A su madre... no le caigo bien —dice.
—¿Por qué no?
—Cree que no soy lo suficientemente bueno para Pau. Y por mi aspecto.
—¿Qué aspecto tienes, Pedro? No dejes que nadie te llene de inseguridades.
Creía que te encantaba tu... estilo.
—Y me gusta. Me importa una mierda lo que piensen los demás, a excepción de
Pauº.
Abro la boca de par en par. Trish se echa a reír.
—¿Quién eres tú y dónde está mi hijo? —bromea. Entonces, con la voz cargada
de felicidad, añade —: No recuerdo cuándo fue la última vez que hablamos sin
que me mandaras a paseo. Años. Esto me gusta.
—Ya... Vale... —gruñe él, y me río imaginándome a Trish intentando darle un
abrazo.
Me ducho y decido terminar de arreglarme antes de salir del baño. Sé que
soy una cobarde, pero necesito un poco más de tiempo hasta que me plante una
sonrisa falsa en la cara para la madre de Pedro. No es una sonrisa falsa, no
del todo... «Y ahí está el problema», me recuerda mi subconsciente. Ayer lo
pasé muy bien y he dormido mejor que en toda la semana.
Con el pelo rizado casi a la perfección, recojo mis cosas y las guardo en
la bolsa de aseo. Entonces llaman a la puerta tímidamente.
—¿Pau? —pregunta Pedro.
—Ya he terminado —contesto.
Abro y me lo encuentro vestido con unas bermudas grises de algodón y una
camiseta blanca.
—No quiero meterte prisa, pero tengo que mear.
Me sonríe y asiento. Intento no fijarme en cómo los pantalones le cuelgan
de las caderas, en cómo la tinta en cursiva del costado se transparenta a
través de la camiseta blanca.
—Termino de vestirme y me voy —le digo.
Mira la pared.
—Está bien.
Entro en el dormitorio. Me siento muy culpable por engañar a su madre y por
marcharme tan pronto. Sé que le hacía mucha ilusión conocerme y yo voy a
desaparecer en su segundo día de visita.
Decido ponerme el vestido blanco con medias negras debajo porque hace
demasiado frío para ir sin nada. Tal vez debería ponerme vaqueros y camiseta,
pero me encanta la sensación de seguridad en mí misma que me da ese vestido y
hoy la voy a necesitar.
Guardo otra vez la ropa en la maleta y meto las perchas
en el armario.
—¿Te ayudo? —pregunta Trish detrás de mí.
Pego un brinco del susto y se me cae el vestido azul marino que me puse en
Seattle.
Examina con la mirada el contenido del armario medio vacío.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte en casa de tu madre?
—Pues... —Soy una pésima mentirosa.
—Parece que vas a estar fuera una larga temporada.
—Ya... Es que no tengo mucha ropa —digo con una vocecita aguda.
—Quería preguntarte si te apetecería salir de compras conmigo. Podríamos ir
juntas si regresas antes de que yo me vaya.
No sé si me cree o si sospecha que no tengo intención de volver.
—Sí..., claro —vuelvo a mentir.
—Mamá... —dice Pedro en voz baja entrando en la habitación. Frunce el ceño
al ver el armario vacío. Espero que su madre no lo tenga tan calado como yo.
—Estoy terminando de hacer la maleta —le explico, y asiente. Cierro la
cremallera de la última y lo miro sin saber qué debo decir.
—Ya te las llevo yo —dice cogiendo mis llaves de encima de la cómoda y
desapareciendo con mis bártulos.
Cuando se marcha, Trish me da un abrazo.
—Me alegro mucho de haberte conocido, Pau. No tienes ni idea de cuánto
significa para mí ver a mi único hijo así.
—¿Así? —consigo preguntar.
—Feliz —responde, y empiezan a picarme los ojos.
Si le parece que ahora mismo es feliz, no quiero ver al Pedro al que ella
está acostumbrada.
—¿Pau? —dice entonces. Me vuelvo para mirarla por última vez—. Regresarás
a casa con él, ¿verdad?
Se me cae el alma a los pies. Tengo el presentimiento de que no se refiere
sólo a que vuelva cuando hayan pasado las fiestas.
No sé si la voz me va a delatar, así que asiento con la cabeza y me marcho
a toda velocidad.
En la puerta del ascensor decido bajar por la escalera para no tener que
ver a Pedro. Me enjugo las lágrimas y respiro hondo antes de salir a la nieve.
Al llegar al coche veo que no hay nieve en el parabrisas y que el motor está en
marcha.
Decido no llamar a mi madre para decirle que estoy en camino. Ahora mismo
no me apetece hablar con ella. Quiero aprovechar las dos horas al volante para
despejarme. Necesito hacer una lista mental de los pros y los contras de volver
con Pedro. Sé que parezco tonta por pensarlo siquiera porque me ha hecho lo
indecible. Me ha mentido, me ha traicionado y me ha humillado. Por ahora, en la
columna de los contras tenemos las mentiras, las sábanas, el condón, la
apuesta, su genio, sus amigos, Molly, su ego, su actitud y el que se haya
cargado la confianza que deposité en él.
En la columna de los pros tenemos... Que lo quiero. Que me hace feliz, me
hace sentirme más fuerte, más segura de mí misma. Que normalmente quiere lo
mejor para mí, menos cuando me hace daño por ser un descerebrado... Su forma de
sonreír y su risa, su manera de abrazarme, de besarme, de estrecharme entre sus
brazos y que se nota que está cambiando por mí.
Sé que la columna de los pros está llena de cosas insignificantes, sobre
todo si las comparamos con lo negativo, pero ¿acaso no son las cosas pequeñas e
insignificantes las más importantes en la vida? No sé si estoy loca por
plantearme perdonarlo o si estoy siguiendo los dictados del corazón.
¿Quién me guiará mejor en el amor: mi cerebro o mis sentimientos?
Intento luchar contra lo que siento, alejarme de él. Es algo que nunca he
conseguido hacer.
En este momento me iría bien tener un amigo con quien hablar, alguien que
haya pasado por una situación similar. Me gustaría poder llamar a Steph, pero
ella también me mintió desde el principio. Hablaría con Landon, pero él ya me
ha dado su opinión y a veces la perspectiva de una mujer es más acertada, más
cercana.
Nieva mucho y hace un fuerte viento. Me acurruco en el coche entre las
carreteras desiertas. Debería haberme quedado en el motel. No sé cómo se me ha
ocurrido venir. Paso algún momento de apuro pero aun así el trayecto se me hace
más corto de lo que pensaba y, antes de darme cuenta, la casa de mi madre se alza
ante mí.
Me meto en el sendero perfecto, sin nieve, y me abre la puerta a la tercera
vez que toco el timbre. Lleva puesto un albornoz y el pelo húmedo. Puedo contar
con los dedos de una mano las veces que la he visto sin peinar y sin maquillar.
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no has llamado para avisar? —me dispara con
menos simpatía que nunca.
Entro en casa.
—No lo sé. Estaba conduciendo bajo la nieve y no quería distraerme.
—Aun así, deberías haber llamado para que pudiera arreglarme.
—No hace falta que te arregles, soy yo, mamá. Bufa.
—Ninguna excusa es buena para ir hecha un desastre, Pau—dice como si se
estuviera refiriendo a mi aspecto.
Es un comentario tan ridículo que casi me echo a reír a carcajadas, pero me
contengo. —¿Y tus maletas? —inquiere.
—En el coche. Luego iré a por ellas.
—¿Eso que llevas puesto... es un vestido? —Me inspecciona de arriba abajo.
—Es para la oficina. Me gusta mucho.
—Es demasiado provocador... Pero al menos el color es bonito.
—Gracias. Oye, ¿cómo están los Porter? —pregunto. Sé que hablar de la
familia de Noah la distraerá.
—Están muy bien. Te echan de menos. —Entra en la cocina y dice sin darse la
vuelta—:
Podríamos invitarlos a cenar con nosotras esta noche.
Hago una mueca y corro tras ella.
—No, no creo que sea una buena idea.
Me mira y luego se sirve una taza de café.
—¿Por?
—No sé... Se me haría muy raro.
—Paula, conoces a los Porter desde hace años. Me encantaría que supieran
que has conseguido una beca de prácticas y que estás yendo a la universidad.
—¿Lo que quieres es presumir de hija?
Es una idea que no me gusta. Sólo quiere que vengan para tener otra cosa de
la que alardear. —No, quiero que vean todos tus logros. Eso no es presumir —me
espeta.
—Preferiría que no los invitaras.
—Paula, ésta es mi casa y, si me apetece invitarlos, lo haré. Voy a
terminar de ponerme presentable. Enseguida vuelvo.
Y con un giro teatral me deja sola en la cocina.
Pongo los ojos en blanco y me voy a mi antigua habitación. Estoy agotada.
Me tumbo en la cama y espero a que mi madre termine su largo y laborioso ritual
de belleza.
—¿Paula?
La voz de mi madre me despierta. No recuerdo haberme quedado dormida.
Levanto la cabeza que tenía apoyada en Buddha, mi elefante de peluche, y
digo desorientada:
—¡Voy!
Medio grogui, me levanto y me arrastro por el pasillo. Cuando llego al
salón, Noah está sentado en el sofá. No es la familia Porter al completo, como
mi madre había amenazado, pero basta para despertarme del todo.
—¡Mira quién ha venido mientras dormías! —dice mi madre con su sonrisa más
falsa.
—Hola —saludo, pero lo que de verdad pienso es: «Ya sabía yo que no debería
haber venido». Noah me saluda con la mano.
—Hola, Pau. Estás muy guapa.
Con él no tengo problema. Lo quiero un montón, como si fuera de la familia.
Pero necesito un descanso en mi vida y su presencia hace que aún me sienta más
culpable y dolida. Sé que no es culpa suya y que no es justo que lo trate mal,
y más aún con lo bien que se ha portado durante la ruptura.
Mi madre nos deja solos. Me quito los zapatos y me siento en el sofá, lejos
de Noah.
—¿Qué tal las vacaciones? —pregunta.
—Bien, ¿y las tuyas?
—Bien también. Tu madre me ha contado que has estado en Seattle.
—Sí, ha sido genial. Fui con mi jefe y unos cuantos compañeros de trabajo.
Asiente, interesado.
—Eso es fantástico, Pau. Me alegro mucho por ti. ¡Te estás metiendo en el
mundo editorial!
—¡Gracias! —Sonrío. Esto no es tan raro como pensaba.
Un momento después mira el pasillo por el que ha desaparecido mi madre y se
acerca a mí.
—Oye, tu madre está muy tensa desde el sábado. Mucho más de lo habitual.
¿Cómo llevas tú el asunto?
Frunzo el ceño.
—No entiendo a qué te refieres.
—A lo de tu padre —dice muy despacio, como si yo supiera de qué me está
hablando. «Un momento.» —¿Mi padre?
—¿No te lo ha contado? —Echa otro vistazo al pasillo vacío—. Ah... Oye, no
le digas que te lo he dicho...
No lo dejo acabar. Me pongo de pie y echo a andar furiosa por el pasillo,
hacia su habitación.
—¡Mamá!
¿Qué pasa con mi padre? No lo he visto ni sé nada de él desde hace ocho
años. Por lo solemne que se ha puesto Noah... ¿Se habrá muerto? No sé cómo me
sentiría si fuera eso.
—¡¿Qué pasa con papá?! —grito en cuanto entro en su habitación. Ella parece
sorprendida, pero se recupera rápido—. ¿Y bien?
Pone los ojos en blanco.
—Pau, baja la voz. No es nada, nada de lo que debas preocuparte.
—Eso lo decidiré yo. ¡Dime qué está pasando! ¿Está muerto?
—¿Muerto? Uy, no. Si se hubiera muerto, te lo contaría —dice gesticulando
con desdén.
—Entonces ¿qué ocurre?
Suspira y me mira un segundo.
—Ha vuelto. Está viviendo no muy lejos de donde vives tú, pero no va a
intentar ponerse en contacto contigo, no te preocupes. Ya me he encargado yo.
—¿Eso qué demonios significa?
Ya tengo bastantes follones en la cabeza por culpa de Pedro, y ahora el
padre que me abandonó ha vuelto a Washington. Ahora que lo pienso, ni siquiera
sabía que se hubiera marchado de Washington alguna vez. Sólo sabía que yo no
tenía padre.
—No significa nada. Iba a contártelo cuando te llamé el viernes, pero como
estabas demasiado ocupada para devolverme las llamadas, lo solventé por mi
cuenta.
Esa noche estaba demasiado borracha para hablar con ella, y menos mal que
no lo hice. Nunca podría haber soportado la noticia estando pedo. Apenas puedo
soportarla ahora.
—No va a molestarte, así que deja de poner esa cara larga y arréglate. Nos
vamos de compras — dice con demasiada indiferencia.
—No quiero ir de compras, mamá. Esto me ha pillado por sorpresa y es
importante para mí.
—No, no lo es —replica molesta y con desprecio—. Lleva años sin verte y así
seguirá. No cambia nada.
Desaparece en su vestidor y me doy cuenta de que no tiene sentido discutir
con ella. Regreso al salón, cojo el móvil y me pongo los zapatos.
—¿Adónde vas? —pregunta Noah.
—¿Quién sabe? —digo, y salgo al aire gélido de la calle.
He perdido un montón de tiempo para venir aquí, dos horas conduciendo bajo
la nieve sólo para que se comporte como una arpía... No, como una zorra. Es una
zorra. Limpio la nieve del parabrisas con el brazo. Resulta ser muy mala idea
porque se hiela aún más. Me meto en el coche y, tiritando de frío, enciendo el
motor y espero a que se caliente.
Grito sin parar mientras conduzco y llamo a mi madre de todo hasta que me
quedo sin voz. Intento pensar en lo que voy a hacer a continuación pero tengo
la cabeza llena de recuerdos de mi padre y no consigo concentrarme. Las
lágrimas me ruedan por las mejillas. Cojo el móvil del asiento de al lado. A
los pocos segundos la voz de Pedro me saluda:
—¿Pau? ¿Estás bien?
—Sí... —empiezo a decir, pero me traiciona la voz y me ahogo en mitad de un
sollozo.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha hecho?
—Ha... ¿Puedo volver a casa? —pregunto, y oigo que deja escapar un profundo
suspiro.
—Claro que puedes volver, nena... Pau—se corrige, aunque me gustaría que
no lo hubiera hecho.
»¿A cuánto estás? —pregunta.
—A veinte minutos —lloro.
—Vale, ¿quieres que sigamos hablando?
—No... Está nevando —le explico, y cuelgo.
No debería haberme marchado de allí. Es irónico que vuelva corriendo con Pedro a pesar de todo lo que me ha hecho.
Mucho, demasiado tiempo después, entro en el parking del apartamento. Sigo
llorando y me limpio la cara lo mejor que puedo, pero se me corre el maquillaje
y me ensucia la piel.
Cuando pongo un pie en la nieve, veo a Pedro en la
puerta, cubierto de blanco. Sin pensar, corro hacia él y lo abrazo. Da un paso
atrás, perplejo por mi demostración de afecto, pero luego me rodea con los
brazos y me deja llorar sobre su sudadera cubierta de nieve.
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